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jueves, 28 de julio de 2011

EL FIN DE UNA CULTURA DOMINANTE




Por Carlos Berro Madero
carlosberro24@gmail.com


“La vida es lo que te va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes” (Fernando Savater)

El nacimiento de la tecnología nos exigió a los seres humanos -de alguna manera-, que no pensáramos, forzándonos a ejecutar tareas repetidas hasta el infinito y nos abrió la puerta simultáneamente a funciones que requieren de buen criterio e imaginación.
Hemos pasado a integrar una sociedad que parece estar “rompiéndose por las costuras”, en donde quienes constituyeron hasta hoy una “casta” política permanente, tienden a desaparecer.
Las antiguas maneras de integrar la sociedad, los métodos fundados en la uniformidad y la permanencia, han perdido su eficacia: nos guste o no, se han multiplicado las opciones casi al infinito.
Esto es lo que parecen no haber entendido quienes siguen creyendo que con unas encuestas seudo fraudulentas cada tanto tiempo y el empleo de la fuerza desde el poder podrán contener un ansia de diversidad que aumenta como nunca en el espíritu de la gente.
Entramos así en una era de constantes manifestaciones populares “por los medios que sea posible” y se está dando un nuevo nivel de diferenciación con el poder dominante y los partidos políticos tradicionales.
La primera implicancia de este estado de cosas es el nacimiento de un estilo de vida que ya no representa a una “clase”, sino que responde a posibilidades sujetas a una voluntad de cambio con matices aún difusos.
La segunda, es que el nuevo orden impone nuevos criterios para afrontar una realidad que puede llegar a ponernos frente a opciones relativamente ingobernables.
Es bastante poco lo que sabemos hasta hoy acerca del futuro desenvolvimiento de estas cuestiones, porque es “lo que está ocurriendo” mientras hay quienes siguen aferrados tozudamente a historias pasadas.
Los movimientos de masas responden ahora a iniciativas y modos de expresar la realidad totalmente distintos, con la activa participación de muchas “celebridades mediáticas” que han abierto el camino a demostraciones desconocidas hasta hoy y amenazan con dictar las nuevas reglas del humor y las preferencias del tiempo por venir.
Españoles, portugueses y griegos han visto en sus calles en estos días la presencia de este fenómeno social “en formación”.
Los gobiernos que usan ciertos apotegmas con olor a naftalina están pasando a resultar “indigestos” y terminan cayendo en la impopularidad cada vez más rápidamente, mientras la sociedad vive a desgano cada ciclo político y espera que se produzca un cambio “en el próximo”.
Todo el mundo se pregunta con angustia “quiénes somos y cuánto valemos”, mientras el nuevo sentido de pertenencia a algo aún indefinido parece posible ser moldeado a nuestro antojo.
Las políticas que pretenden volver al pasado ignoran que “lo anterior” puede servir como factor correctivo, pero nunca como un nuevo modelo de cara al futuro.
Son éstos los temas que debieran absorber nuestras preocupaciones, de modo que evitemos sentir que “cuanto más cambian las cosas, más siguen siendo las mismas”.
Nos hayamos frente al fin de las culturas dominantes y el comienzo de nuevas reglas políticas y sociales.
Quienes no lo comprendan acabadamente, están condenados al fracaso, porque como dice Schopenhauer “no hay ningún viento favorable para el que no sabe a qué puerto se dirige”.

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