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martes, 8 de noviembre de 2011

SOBREDOSIS DE PC



Por Antonio Caponnetto


La cultura computacional acarrea una serie de graves amenazas y de peligrosas confusiones, particularmente nocivas en materia educacional:

1.- La tecnolatría; esto es el desorden en la valoración de los artefactos, y una cierta veneración incondicional —no exenta de utopismo— hacia sus capacidades o posibilidades. El objeto fabricado pasa a ser más importante que el ser creado y muchas veces inspira mayor confianza la máquina que el hombre.

La técnica pues se desorbita y se insubordina, e importa más la póiesis que la praxis, más lo que el hombre hace que el hombre que hace. Desvinculado el armonioso y necesario aferramiento del hacer al obrar, y del obrar al contemplar —meta final de toda verdadera educación— se cae fácilmente en aquello que Thibon llamara “la dictadura de los artefactos”; propio de un hombre programado, considerado funcionalmente en vistas de una inteligencia artificial para una realidad virtual.

2.- La globalización; esto es, la supresión o la indistinción de los principios fundantes y distintivos de las identidades nacionales —sean de orden religioso, histórico o cultural— en aras de un mundialismo sin fronteras, afianzado y conseguido merced al enorme despliegue tecnológico. La educación necesaria en tales perspectivas, será convenientemente apátrida, y preferentemente neutra y relativista en materia moral, espiritual y teológica. Y el instrumento apto para la obtención de estos frutos, la tecnología de avanzada. La globalización en suma, reclama la tecnocracia y la tecnolatría; y estas últimas se nutren de la primera, como en una enfermiza relación de células descompuestas. Si se frecuenta también en este punto a los ideólogos del Nuevo Orden Mundial, no queda lugar para las dudas.

3.- El reemplazo del hábito metafísico por el hábito audiovisual y matemático; y el de la realidad real por la realidad virtual.

Ese alud de imágenes y de sonidos engendra en el hombre un hábito gnoseológico que le impide superar el ámbito de los sentidos internos y a veces, ni siquiera el de los sentidos externos. Y librado a una gnoseología sensual no ordenada por la templanza, se convierte fácilmente en intemperado. El embotamiento sensista le impide ver la realidad tal cual es, siendo presa fácil del fenomenologismo. Sabe cosas, pero cosas que no son, diría Castellani.

La imagen ya no se ciñe hoy al ámbito cinematográfico. Ha tomado cuerpo con la televisión, con las computadoras, con internet, con la publicidad permanente. Se ha multiplicado y se ha potenciado ad infinitum, haciendo pie incluso, y de un modo deliberado, en la vida subliminal de los hombres y de las sociedades. Todo lo ocupa, todo lo penetra, todo lo asume. Y a fuerza de hacerse habitual, se ha constituido en secunda natura. Los resultados están a la vista, y de un modo alarmante y patético entre aquellos jóvenes que no han conocido la transición, sino que se han criado bajo la hegemonía de la imagen. Han hipertrofiado tanto la audiovisualidad vertiginosa y llena de estrépitos, que han atrofiado la capacidad del intus legere y del abstraere; la del silencio y la de la palabra. Se han saturado tanto de fenómenos, de información y de tabulaciones, que ya no parece quedar sitio para la contemplación de las esencias.

4.- El utilitarismo integral; es decir la convicción totalizante y omniabarcadora, de que los saberes de uso son más importantes que los saberes gratuitos o inútiles; que “con las computadoras es posible manipular conceptos, procedimientos e ideas”, “sin imposiciones externas ni verdades absolutas”, “fabricando e inventando significados propios”, ya que la información es poder y el fin del conocimiento, al mejor estilo baconiano, no sería otro más que el dominio. Tales las tesis, entre otros, del conocido ensayo "Alas para la mente" de Horacio Reggini, uno de los voceros y portaestandartes de la tecnolatría pedagógica en nuestro país. Con precaución atendible ante tan craso utilitarismo, escribía Julián Marías a mediados de los años ochenta, que el incremento de la electrónica hacía impostergable una técnica más: “la de su uso”, pues “si se la maneja con imprudencia, más aún, si se la usa como instrumento de manipulación y de dominación, puede producir daños de incalculable gravedad”. Entre esos daños menciona Marías la automatización del saber, la tendencia a la cuantificación, la propensión a simplificar las cosas, tabulándolas en cómodas taxonomías, y la reducción de la realidad científica a los modelos de las ciencias empíricas. Un cierto cartesianismo y positivismo remozado, sostenido en la sustantivación del instrumento, equivalente a una claudicación de la vida contemplativa.

FUENTE: Blog "La diarrea semanal"

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