Por Antonio
Caponnetto
La cultura computacional acarrea
una serie de graves amenazas y de peligrosas confusiones, particularmente
nocivas en materia educacional:
1.- La tecnolatría; esto
es el desorden en la valoración de los artefactos, y una cierta veneración
incondicional —no exenta de utopismo— hacia sus capacidades o posibilidades. El
objeto fabricado pasa a ser más importante que el ser creado y muchas veces
inspira mayor confianza la máquina que el hombre.
La técnica pues se desorbita y se
insubordina, e importa más la póiesis que la praxis, más lo que el hombre hace
que el hombre que hace. Desvinculado el armonioso y necesario aferramiento del
hacer al obrar, y del obrar al contemplar —meta final de toda verdadera
educación— se cae fácilmente en aquello que Thibon llamara “la dictadura de los artefactos”; propio de un
hombre programado, considerado funcionalmente en vistas de una inteligencia
artificial para una realidad virtual.
2.- La globalización;
esto es, la supresión o la indistinción de los principios fundantes y distintivos
de las identidades nacionales —sean de orden religioso, histórico o cultural—
en aras de un mundialismo sin fronteras, afianzado y conseguido merced al
enorme despliegue tecnológico. La educación necesaria en tales perspectivas,
será convenientemente apátrida, y preferentemente neutra y relativista en
materia moral, espiritual y teológica. Y el instrumento apto para la obtención
de estos frutos, la tecnología de avanzada. La globalización en suma, reclama
la tecnocracia y la tecnolatría; y estas últimas se nutren de la primera, como
en una enfermiza relación de células descompuestas. Si se frecuenta también en
este punto a los ideólogos del Nuevo Orden Mundial, no queda lugar para las
dudas.
3.- El reemplazo del hábito
metafísico por el hábito audiovisual y matemático; y el de la realidad real
por la realidad virtual.
Ese alud de imágenes y de sonidos
engendra en el hombre un hábito gnoseológico que le impide superar el ámbito de
los sentidos internos y a veces, ni siquiera el de los sentidos externos. Y
librado a una gnoseología sensual no ordenada por la templanza, se convierte
fácilmente en intemperado. El embotamiento sensista le impide ver la realidad
tal cual es, siendo presa fácil del fenomenologismo. Sabe cosas, pero cosas que
no son, diría Castellani.
La imagen ya no se ciñe hoy al
ámbito cinematográfico. Ha tomado cuerpo con la televisión, con las
computadoras, con internet, con la publicidad permanente. Se ha multiplicado y
se ha potenciado ad infinitum, haciendo pie incluso, y de un modo deliberado,
en la vida subliminal de los hombres y de las sociedades. Todo lo ocupa, todo
lo penetra, todo lo asume. Y a fuerza de hacerse habitual, se ha constituido en
secunda natura. Los resultados están a la vista, y de un modo alarmante y
patético entre aquellos jóvenes que no han conocido la transición, sino que se
han criado bajo la hegemonía de la imagen. Han hipertrofiado tanto la
audiovisualidad vertiginosa y llena de estrépitos, que han atrofiado la
capacidad del intus legere y del abstraere; la del silencio y la de la palabra.
Se han saturado tanto de fenómenos, de información y de tabulaciones, que ya no
parece quedar sitio para la contemplación de las esencias.
4.- El utilitarismo integral;
es decir la convicción totalizante y omniabarcadora, de que los saberes de uso
son más importantes que los saberes gratuitos o inútiles; que “con las
computadoras es posible manipular conceptos, procedimientos e ideas”, “sin
imposiciones externas ni verdades absolutas”, “fabricando e inventando significados
propios”, ya que la información es poder y el fin del conocimiento, al mejor
estilo baconiano, no sería otro más que el dominio. Tales las tesis, entre
otros, del conocido ensayo "Alas para la mente" de Horacio Reggini, uno de los voceros y
portaestandartes de la tecnolatría pedagógica en nuestro país. Con precaución
atendible ante tan craso utilitarismo, escribía Julián Marías a mediados de los años ochenta, que el incremento de
la electrónica hacía impostergable una técnica más: “la de su uso”, pues “si se
la maneja con imprudencia, más aún, si se la usa como instrumento de
manipulación y de dominación, puede producir daños de incalculable gravedad”.
Entre esos daños menciona Marías la
automatización del saber, la tendencia a la cuantificación, la propensión a
simplificar las cosas, tabulándolas en cómodas taxonomías, y la reducción de la
realidad científica a los modelos de las ciencias empíricas. Un cierto
cartesianismo y positivismo remozado, sostenido en la sustantivación del
instrumento, equivalente a una claudicación de la vida contemplativa.
FUENTE: Blog "La diarrea semanal"
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