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domingo, 7 de octubre de 2012

¿QUE HACER?





Por Jorge R. Enríquez (*)

Sería muy extenso un inventario de los traspiés que, por propia decisión, sufrió la señora de Kirchner durante su tour por los Estados Unidos.
El contenido de su presentación fue muy pobre, pero en estos casos todavía más que los aspectos sustanciales importan las formas.
En primer lugar, llegó casi una hora tarde. Si en la Argentina eso ya hubiera quedado mal, en los Estados Unidos es una falta de urbanidad grave. En nuestro país, todos somos -unos más, otros menos- algo impuntuales. Casi todos toleran en cierta medida esa descortesía, porque los que la sufren en alguna ocasión la provocan en otra. Pero en el país que la presidente visitaba, ya una demora de 5 o 10 minutos es mal recibida.
A ese tropiezo inicial se sumó una exposición improvisada de una hora y media, sin ningún hilo argumental consistente, una mera acumulación de lugares comunes, de slogans y de desmesurados elogios hacía sí misma.
Luego, con la ronda de preguntas, vendría el plato fuerte. Algunos estudiantes, argentinos y de otros países, le preguntaron a la primera mandataria argentina sobre un puñado de temas que son de interés general en nuestro país. No fueron preguntas muy complejas, ni tocaron cuestiones incómodas, como la relación con Irán, la situación de Amado Boudou o el incierto destino de los fondos de Santa Cruz, pero igual descolocaron completamente a Cristina Fernández.
Acostumbrada a monologar ante auditorios complacientes, que la aplauden fervorosamente con independencia del contenido de lo que diga, la presidente no se sintió cómoda ante preguntas que la sacaban de su libreto habitual.
Y reaccionó de la peor manera: descalificando a los estudiantes que le preguntaban, poniendo en duda su inteligencia o sus intenciones, pretendiendo ningunearlos o haciéndolos objeto de ironías de escaso nivel. Sólo los aduladores de las primeras filas –ministros, empresarios  y otros funcionarios- se reían y festejaban las "salidas" de la presidente argentina; la mayoría del público, integrada por estudiantes, aplaudía las preguntas.
Ese ambiente poco amigable para su altanería la hizo incrementar su fastidio. Imaginó un complot urdido por Magnetto, el CEO del Grupo Calrín. Trató, entonces, a los estudiantes con un maternalismo sobrador, inimaginable en Harvard. Les faltó el respeto al negar la "calidad académica" de sus preguntas ("Chicos, estamos en Harvard...no en La Matanza") y de paso ofendió gratuitamente al distrito que le provee su mayor caudal electoral.
En cuanto al contenido de sus respuestas, la negación de la realidad fue lo más saliente. Así desde negar el cepo cambiario a desconocer la inflación, transitó un sendero plagado de falacias.
En relación al flagelo que corroe el bolsillo de todos los argentinos, agregó un dato desopilante: que si la inflación fuera del 25% anual, la Argentina saltaría por el aire.
De hecho, nuestro país tiene esa inflación y no salta por el aire, pero sufre diversos y crecientes problemas económicos, como la pérdida de competitividad, la caída de exportaciones y la baja del salario real, el consumo y el empleo.
 Que la inflación es de ese orden no lo duda nadie en nuestro país, ni el propio gobierno que homologa aumentos salariales de una magnitud similar.
Mientras tanto, se persigue a consultoras y asociaciones de consumidores que simplemente reflejan lo que cualquier argentino - salvo, tal vez, los que viven en mansiones australes y sólo se trasladan en aviones o helicópteros - ve en el supermercado.
En ese marco, los avances sobre las libertades individuales, el atropello permanente a la Constitución Nacional y a las instituciones de la República son moneda corriente.
¿Qué hace la oposición?
Cualquiera de nosotros escucha casi a diario esta pregunta, por parte de quienes desean una alternativa al actual "modelo".
La afirmación implícita en el interrogante es que la oposición hace muy poco, que no cumple satisfactoriamente su deber.
Hay cierta injusticia en ese juicio. En primer lugar, no se puede hablar de "la oposición", como si se tratara de una entidad homogénea. Hay muchas oposiciones y hay, entre ellas, además de diferencias ideológicas y de pertenencias históricas, distintos grados de distancia respecto del oficialismo.
En segundo lugar, si esos partidos están en la oposición y no en el gobierno, y si encima se encuentran muy fraccionados, es porque así lo determinó la ciudadanía con su voto.
En esa situación fragmentaria y minoritaria en el Congreso, es poco lo que las oposiciones pueden hacer para detener el avance de un oficialismo cada vez más autoritario. Salvo en los casos en los que se requiere una mayoría calificada para aprobar una ley o la designación de un funcionario, como fue en el caso de la candidatura de Reposo, que pudo ser rechazada porque el kirchnerismo no logró obtener los 2/3 necesarios en el Senado.
Dicho lo cual, es cierto también que los opositores podrían dejar de lado diferencias legítimas, en aras de construir una alternativa republicana. Las elecciones de 2013 pondrán a prueba ese desafío.
Hay quienes sostienen que cada partido debe ir por separado, que en las elecciones legislativas de medio término en general los oficialismos pierden votos y que en estas, además, no sería improbable que el propio peronismo oficial fuera dividido, por lo que muy difícilmente el kirchnerismo pueda aumentar sus bancas y acercarse a una reforma de la Constitución.
Y que, en todo caso, las coaliciones deberán armarse para las presidenciales de 2015.
Otros creen que no habrá 2015 sin 2013. Que el 54% del año pasado se explica en buena medida por la falta de una alternativa robusta para el electorado. Y que no asistiremos a elecciones normales, sino a unas que pueden llevarnos a cambiar no sólo una cláusula de la Constitución, la de la reelección, sino el alma misma de nuestra ley fundamental.
Estos últimos postulan la necesidad de acuerdos que se deben gestar ya mismo, sobre la base de coincidencias mínimas, y que no basta con que esos acuerdos se formulen en el terreno teórico o programático, sino que deben plasmarse también en el electoral.
Sé que es complejo lograrlo, pero me inclino por la segunda solución. Sólo intentando construir una alternativa podremos responder esa pregunta que, hasta con angustia, nos hacen todos los días los ciudadanos que ansían vivir en una república libre.

(*) El autor es abogado y periodista
 Viernes 5 de octubre de 2012
                                                          Dr. Jorge R. Enríquez
                                                       jrenriquez2000@gmail.com

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