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sábado, 24 de diciembre de 2011

EL PESEBRE EN LLAMAS


 


Por Antonio Caponnetto



El pasado 20 de diciembre, un revoltijo inmundo de agrupaciones comunistas se dio cita en la Plaza de Mayo para recordar la caída del funesto delarruismo, y la serie de oscuros episodios que envolvió a aquella infeliz jornada.



En tales circunstancias se quemó impunemente un pesebre y un árbol navideño, amén de consumarse las consabidas pintadas agraviantes sobre el frente de la Catedral. Las imágenes del Nacimiento estaban bendecidas, y habían sido hechas por las piadosas manos de unas ex alumnas del Colegio María Auxiliadora. En cuanto al árbol, y mas allá de la vulgarización comercial que de él se ha hecho, no deja de ser un símbolo tradicional del lignum vitae, del leño de la vida, prefiguración del de la Cruz.



Nada cuesta deducir que el hecho tiene todos los caracteres de un sacrilegio y de una profanación.



Es cierto que aquellos manifestantes blasfemos expresaron su oposición al actual gobierno. Pero también es cierto que coinciden con él en lo sustantivo; esto es, en la subversión cultural, espiritual y moral, en virtud de la cual, unos y otros viven para ultrajar al Decálogo cada día.



Acaso como un símbolo procaz de lo que decimos, Fernando Esteche, uno de los visibles responsables de la manada agresora, es al mismo tiempo profesor en la Universidad Nacional de La Plata, y en carácter de tal ocupó el palco oficial con que las autoridades educativas kirchneristas premiaron a Hugo Chávez el 29 de marzo de 2011. La libertad de la que goza para consumar reiterados desmanes y delitos a la vista del público, es la prueba ilevantable de su condición de compañero de ruta de los actuales dueños del poder.



El Gobierno, pues, no es ajeno a este vejamen. No sólo porque nada hace para contener el salvajismo o para castigarlo después, sino porque lo engendra y alimenta, lo acompaña y cultiva, toda vez que el desprecio a las enseñanzas de la Fe Católica es política de Estado.



El Ministro de Ambiente y Espacio Público porteño, Diego Santili, se quejó por los ciento cincuenta mil pesos que costó reparar el daño al espacio público. ¡Insensato crapuloso! Como si la ofensa al Verbo Encarnado fuera una cuestión presupuestaria o una alteración del paisaje.



El Jefe de Gabinete macrista, Horacio Rodríguez Larreta, twitteó “lamentar muchísimo que volviera a vivirse lo que justamente se estaba repudiando". ¡Imbécil consumado! Como si diez años atrás las masas se hubieran movilizado para repudiar la persecución a la Iglesia. Como si no hubiera un solo y único hilo conductor entre la gimnasia revolucionaria del marxismo, otrora y ahora, década mediante.



La DAIA condenó la afrenta “a un símbolo de la grey cristiana, representativo del espíritu de paz y armonía que las fiestas encarnan”, reafirmando “sus principios permanentes de respeto a los símbolos de todos los credos, de fortalecer los valores de promoción de la diversidad y la armónica convivencia de todos quienes conformamos el mosaico multicolor del tejido social argentino”.



¡Hipócritas! ¡Sepulcros blanqueados! Como si fueran equivalente el Misterio de la Encarnación y los falsos cultos, la Religión Verdadera con las mendaces, la manifestación de Cristo con los tenebrosos enredos sectarios, el horrísono Talmud con el Santo Evangelio, la Natividad del Redentor y las maquinaciones de los deicidas. Como si no fuera la causa de tanto estropicio “la promoción de la diversidad”, eufemismo vil utilizado para encubrir a los peores degenerados. Como si “el mosaico multicolor” no fuera otra elipsis para justificar la lenidad absoluta de cuanto pervertido ande suelto.



Cristina y su séquito peronoide, que parlan en cadena a cada instante para inaugurar una cloaca con el nombre de “él”, o comunicarle al país los últimos estertores de su rencor indigno, callaron ante tamaña irreverencia. ¡Miserable ella, de mil maneras merecedora de ser llamada estulta, irreligiosa e infame. Antítesis de la mujer cristiana, deshonor para sus congéneres y encarnadura penosa de arrogancia y maldad. Heredera política al fin de aquel cínico impar que incendiaba los templos, enmandilaba sus leyes, judaizaba sus programas de gobierno y declaraba a la vez su pertenencia a la grey católica.



Los obispos, por supuesto, también callaron. El Arzobispado de Buenos Aires repone el pesebre, vuelve a bendecir las imágenes, llama a la convivencia pacífica, a la construcción de una sociedad plural, al ecumenismo irrestricto de todas las creencias, y todo sigue su curso. ¡Ciegos que guían a otros ciegos! ¡Pastores devenidos en lobos! ¿Qué más tiene que suceder para que tomen conciencia de la tragedia que estamos viviendo? ¿Qué nueva conducta endemoniada tienen que presenciar para que escudriñen y vean con claridad lo que está sucediendo, para que reaccionen con firmeza, para que luchen con varonía, para que llamen a la resistencia activa y ardiente en defensa de la Cruz? ¿En que momento crucial de sus carreras eclesiásticas fueron emasculados de consuno, para que nadie quiera quebrar la colegialidad cobarde, llamando al combate frontal contra los enemigos de Dios y de la Patria?



En cuanto a los incendiarios, llegan tarde y en vano al festín del demonio. El Cristo que adviene ha derrotado al furente Herodes y ha dado cumplimiento a las profecías. Nace en la próxima, en las anteriores, en las futuras y en las eternas Nochebuenas. Él es el fuego, la lumbre, la llama, la brasa y el ardor.



Contra su ígnea divinidad se estrellan los Caifás y el Sanedrín en pleno. Contra su rostro irrefragable se tumban las teas de los caínes y los judas. Sobre su pecho manso y viril habita el cirio de la Pascua Nueva, las candelas lumínicas de María Santísima, el blandón de José, la promesa intacta de venir a la tierra a arrojar fuego (Lc. 12, 49), y a desear que su combustión amorosa y salvífica se extienda victoriosa sobre todas las naciones de la tierra.

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