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viernes, 13 de enero de 2012

13 DE ENERO: SAN HILARIO DE POITIERS


 
SAN HILARIO DE POÍTÍERS´
Obispo y padre de la Iglesia (315-367)
 
“El don de la palabra, del cual me has dotado, no puede tener una recompensa mayor que la de servirte dándote a conocer, de mostrar a este mundo que te ignora o al hereje que te niega, que Tú eres el Padre, Padre del Unigénito (Hijo de) Dios. Este es mi único fin” (Patrología Latina)
 
Hilario ya había andado mucho, incluso en sentido literal, cuando escribió sus doce libros De la Trinidad, en defensa de la verdadera fe.
 
En los confines del imperio
   Se encontraba entonces desterrado en Asia Menor por orden del emperador Constancio. Fue un destierro productivo, porque le permitió conocer las conquistas y problemas de la iglesia de Oriente, profundizar sus estudios teológicos, pero sobre todo adelantar en el conocimiento del amor de Dios y defender, con la palabra y la pluma, la naturaleza divina de Cristo. Había nacido hacia el año 315 en Poitiers, en la frontera occidental del imperio. Poseía tierras y esclavos y desde joven había podido dedicarse al estudio y enriquecer su cultura con las lectura de los autores latinos más célebres. Se había casado con una mujer de su misma condición, verdaderamente virtuosa, y con ella había tenido una hija, llamada Abra. El ambiente familiar le permitió seguir estudiando y compartir con su mujer una preocupación que le quitaba las ganas de vivir. Y es que se preguntaba a menudo por qué la vida tenía que terminar con la muerte. Se hizo catecúmeno y una noche de Pascua se bautizó con su mujer y su hija.
  Su conversión produjo una conmoción en la ciudad. Frecuentaba la comunidad cristiana y, cuando se lo pedían, contaba sus descubrimientos sobre Dios con tanto fervor que se grababa en el corazón de todos para siempre.
 
Obispo sin quererlo
   Por este motivo, cuando murió  el obispo local, en el 350, el pueblo propuso su nombre de forma unánime. Su mujer consintió en que se ocupara exclusivamente de los asuntos eclesiásticos y sólo lo veía en el altar, cuando celebraba el sacrificio de la misa.
   Cuando la herejía de Arrio comenzó a propagarse, Hilario no se dejó engañar, sino que se expresó con claridad en el momento oportuno, organizando una reunión de obispos en París, sin solicitar permiso al emperador (1). Reafirmada la verdadera fe, Hilario consiguió además que se anulara la condena  que pesaba sobre san Atanasio de Alejandría, que se había decretado en Arles y confirmado en Milán por voluntad del emperador.
 
Un exilio doloroso pero fecundo
   Constancio desterró a Hilario inmediatamente a Asia Menor donde gozó de una relativa libertad de movimientos, pero tuvo la ocasión de ver la lamentable situación de las iglesias orientales. Ya no existía la ferviente relación de antaño entre los fieles, y muchos eclesiásticos estaban totalmente al servicio del poder político. La fe de Hilario era inquebrantable y dio comienzo a otra obra, Sobre los sínodos, con intención de reconciliar a los obispos de las dos partes del imperio.
   Su febril actividad en Oriente y su persuasiva palabra comenzaron a in quietar a los obispos arrianos, quienes sugirieron al emperador que se realizaran dos concilios, uno en Ramini para los occidentales y otro en Seleucia para los orientales. Esto dio ánimo a los enemigos de Hilario, los cuales lograron que Hilario fuese devuelto a las Galias, acusado de perturbar la paz en Oriente.
 
El retorno a la patria
   Aunque el regreso a Poitiers fue un verdadero triunfo, Hilario atravesó un período particularmente difícil, en el cual se preguntaba si valía la pena defender la fe ante obispos alejados del Evangelio y sometidos al imperio.
Por entonces lo visita San Martín y entonces su alma vuelve a llenarse de vigor. El monje Martín lo puso al día sobre la situación nada halagüeña de la Italia septentrional, donde el emperador había llegado al extremo de sentar a un obispo arriano en la silla de Milán. Pero a pesar de estas nefastas novedades, la santidad de Martín y sus planes evangélicos le dieron a Hilario más esperanza.
   Hilario pasó sus últimos años en relativa tranquilidad. Al morir Constancio, la Iglesia volvió a ser libre y la herejía comenzó su decadencia. La única sobreviviente de la familia era su hija Abra, que había decidido consagrar su virginidad a Dios.
 
(1)   La herejía arriana: una de las escisiones más graves que ha padecido el cristianismo, se basaba en la tesis del heresiarca Arrio, que ponía en duda aspectos fundamentales de la Santísima Trinidad, aduciendo que Jesucristo no era Dios verdadero sino sólo en sentido figurado. La Iglesia condenó esta doctrina en el concilio de Nicea en el año 325. No obstante el arrianismo prevaleció y fue ratificado en varios concilios cismáticos, entre ellos el de  Arles (353) y Milán (355). La cuestión se zanjó en el año 381 con el concilio de Constantinopla.
 
Extractado por Ricardo Díaz de “Vidas Santas y Ejemplares”, Enrico Pepe, España, 2002.

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