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lunes, 14 de octubre de 2013

CUANDO RUMANIA CUMPLIA 21 AÑOS DE ESCLAVITUD BAJO LOS RUSOS IMPERIALISTAS Y SU TIRANIA ROJA



Por Jordán Bruno Genta
El comunismo no es el programa político de una economía fundada en la comunidad de los bienes, ni una sociedad sin clases fundada en la nivelación de todos con todos, en un Estado administrador de cosas fundado en la abolición de la autoridad sobre los hombres. Todo eso es utópico, imposible, absurdo; una máscara ideológica que encubre el rostro de la Bestia roja, cuyo designio es destruir al hombre, sofocando en su alma la palabra la palabra y el llamado de Dios, desintegrando el orden familiar, profesional, nacional que necesita para una existencia digna y libre en la Verdad.
El comunismo no es ruso, ni chino, ni yugoslavo, ni cubano. El comunismo no tiene nacionalidad como no tiene a Dios. El comunismo es ateo y apátrida, anticristiano, satánico radicalmente nihilista.
Su fin es borrar en el hombre la imagen de Dios, a Cristo, Creador y Redentor del mundo. Si invoca la religión, la patria, la familia, la persona humana, es todavía como un instrumento dialéctico, como un recurso oportunista, como un engaño más sugerido por el Padre de la mentira.
El comunismo quiere someter a todo el hombre y a todos los hombres, a todas las almas y a todas las naciones. Por esto es que no hay paz posible con el comunismo, ni coexistencia pacífica, ni tregua por mínima que sea.
Es una insensatez, cuando no una complicidad pretender que puede limitarse a lo que tiene, bajo su yugo en el día de hoy; que pueda permanecer en paz con las naciones milenarias que oprime, explota, trasplanta, atormenta y masacra en Europa, en Asia, en Africa y ya también en América.
Las fronteras del comunismo son, ante todo, ideológicas; pasan a través de las almas, de los hogares, de las escuelas, de las fábricas, de las ciudades, de las naciones y de los continentes. La guerra revolucionaria del comunismo prosigue sin pausa en todas partes y por todos los medios de destrucción, materiales y espirituales.
La crucifixión de Rumania, de Polonia, de Bulgaria, de Hungría, de Croacia, de Eslovaquia, de Eslovenia, de Lituania, de Estonia, de Prusia Oriental, de Ucrania, de Rusia, de la antigua China, anticipa la de todas las naciones del mundo todavía libre.
Es una guerra satánica contra Cristo y, por lo tanto, contra el hombre, contra todas las naciones.
Cristo es el defensor del hombre, de todos los hombres, incluso de aquellos que lo desconocen.
El comunismo, en cambio, es el destructor del hombre, incluso de sus mismos servidores y fanáticos. Por esto niega a Cristo y lo persigue con odio invencible. No se detiene ante ningún límite. No vacila en apelar a las masacres de pueblos, como en Hungría en 1956. No vacila en el trasplante de poblaciones como actualmente en Besarabia y en Bucovina, provincias de la sufrida Rumania.
De estas provincias rumanas, anexadas violentamente por los rusos rojos en 1944, se han deportado, hasta ahora, más de un millón de rumanos a Siberia que fueron dispersados para perderse ru rastro étnico. Miles y miles han perecido de hambre y miserias físicas y morales. Las tierras rumanas, vaciadas por las deportaciones de sus dueños son, en este tiempo, colonizadas con pueblos de toda Asia.
Estas fuerzas satánicas amenazaban invadir Rumania desde 1919. Es entonces, cuando Cornelio Codreanu llamó a la Nación, en nombre de Cristo y de su Patria, a enrolarse en la lucha para enfrentar el peligro inminente para los altares y al pueblo rumano.
Los grandes de su lucha, de su Legión Arcángel Miguel, de su muerte heroica y de su martirio sobrepasa los siglos. Las manos criminales, de la conjuración internacional, lo asesinaron, con otros trece de sus camaradas.
Por esto es que tenía razón Mota, el legionario rumano, compañero de Codreanu, cuando fue a luchar y morir en España con un puñado de rumanos nacionalistas, durante la guerra civil:
“Cristo es lo mismo en España y en Rumania. Cuando un ejército diabólico se levanta para expulsar a Cristo del mundo; cuando sobre el rostro luminoso del Redentor se tira con la bayoneta y con la metralla, entonces todos los hombres, de cualquier nación que sean deben acudir en defensa de la Cruz”.
Y este es el sagrado deber de todo cristiano en el día de hoy: luchar a muerte en todo lugar y en todo momento contra los enemigos y renegados del Occidente cristiano.
Luchar por las naciones esclavizadas bajo el poder satánico del comunismo que es hacerlo por la propia libertad y por la Paz de Cristo sobre la tierra.
La suprema justificación de esta lucha inexorable, de este deber ineludible de enfrentar al comunismo, nos la ofrece el Papa Pío XI:
“El comunismo es intrínsecamente perverso: es necesario no colaborar en nada con él, cuando se quiere salvar de la destrucción a la civilización cristiana y el orden social”.


Fuente: Combate. Buenos Aires, 10 de enero de 1966
Conferencia pronunciada por el Profesor Jordán B. Genta, cuando Rumania cumplía 21 años de esclavitud bajo los rusos imperialistas y su tiranía roja.

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