Por
Jordán Bruno Genta
El comunismo no es el
programa político de una economía fundada en la comunidad de los bienes, ni una
sociedad sin clases fundada en la nivelación de todos con todos, en un Estado
administrador de cosas fundado en la abolición de la autoridad sobre los
hombres. Todo eso es utópico, imposible, absurdo; una máscara ideológica que
encubre el rostro de la Bestia roja, cuyo designio es destruir al hombre, sofocando en su alma la palabra la palabra y el
llamado de Dios, desintegrando el orden familiar, profesional, nacional que
necesita para una existencia digna y libre en la Verdad.
El comunismo no es
ruso, ni chino, ni yugoslavo, ni cubano. El comunismo no tiene nacionalidad
como no tiene a Dios. El comunismo es ateo y apátrida, anticristiano, satánico
radicalmente nihilista.
Su fin es borrar en el
hombre la imagen de Dios, a Cristo, Creador y Redentor del mundo. Si invoca la
religión, la patria, la familia, la persona humana, es todavía como un
instrumento dialéctico, como un recurso oportunista, como un engaño más
sugerido por el Padre de la mentira.
El comunismo quiere
someter a todo el hombre y a todos los hombres, a todas las almas y a todas las
naciones. Por esto es que no hay paz posible con el comunismo, ni coexistencia
pacífica, ni tregua por mínima que sea.
Es una insensatez,
cuando no una complicidad pretender que puede limitarse a lo que tiene, bajo su
yugo en el día de hoy; que pueda permanecer en paz con las naciones milenarias
que oprime, explota, trasplanta, atormenta y masacra en Europa, en Asia, en
Africa y ya también en América.
Las fronteras del
comunismo son, ante todo, ideológicas; pasan a través de las almas, de los
hogares, de las escuelas, de las fábricas, de las ciudades, de las naciones y
de los continentes. La guerra revolucionaria del comunismo prosigue sin pausa
en todas partes y por todos los medios de destrucción, materiales y
espirituales.
La crucifixión de
Rumania, de Polonia, de Bulgaria, de Hungría, de Croacia, de Eslovaquia, de
Eslovenia, de Lituania, de Estonia, de Prusia Oriental, de Ucrania, de Rusia,
de la antigua China, anticipa la de todas las naciones del mundo todavía libre.
Es una guerra satánica
contra Cristo y, por lo tanto, contra el hombre, contra todas las naciones.
Cristo
es el defensor del hombre, de todos los hombres,
incluso de aquellos que lo desconocen.
El comunismo, en
cambio, es el destructor del hombre, incluso de sus mismos servidores y
fanáticos. Por esto niega a Cristo y lo persigue con odio invencible. No se
detiene ante ningún límite. No vacila en apelar a las masacres de pueblos, como
en Hungría en 1956. No vacila en el trasplante de poblaciones como actualmente
en Besarabia y en Bucovina, provincias de la sufrida Rumania.
De estas provincias
rumanas, anexadas violentamente por los rusos rojos en 1944, se han deportado,
hasta ahora, más de un millón de
rumanos a Siberia que fueron dispersados para perderse ru rastro étnico. Miles
y miles han perecido de hambre y miserias físicas y morales. Las tierras
rumanas, vaciadas por las deportaciones de sus dueños son, en este tiempo,
colonizadas con pueblos de toda Asia.
Estas fuerzas satánicas
amenazaban invadir Rumania desde 1919. Es entonces, cuando Cornelio Codreanu
llamó a la Nación, en nombre de Cristo y de su Patria, a enrolarse en la lucha
para enfrentar el peligro inminente para los altares y al pueblo rumano.
Los grandes de su
lucha, de su Legión Arcángel Miguel, de su muerte heroica y de su martirio
sobrepasa los siglos. Las manos criminales, de la conjuración internacional, lo
asesinaron, con otros trece de sus camaradas.
Por esto es que tenía
razón Mota, el legionario rumano, compañero de Codreanu, cuando fue a luchar y
morir en España con un puñado de rumanos nacionalistas, durante la guerra
civil:
“Cristo es lo mismo en
España y en Rumania. Cuando un ejército diabólico se levanta para expulsar a
Cristo del mundo; cuando sobre el rostro luminoso del Redentor se tira con la
bayoneta y con la metralla, entonces todos los hombres, de cualquier nación que
sean deben acudir en defensa de la Cruz”.
Y este es el sagrado
deber de todo cristiano en el día de hoy: luchar a muerte en todo lugar y en
todo momento contra los enemigos y renegados del Occidente cristiano.
Luchar por las naciones
esclavizadas bajo el poder satánico del comunismo que es hacerlo por la propia
libertad y por la Paz de Cristo sobre la tierra.
La suprema
justificación de esta lucha inexorable, de este deber ineludible de enfrentar
al comunismo, nos la ofrece el Papa Pío XI:
“El comunismo es
intrínsecamente perverso: es necesario no colaborar en nada con él, cuando se
quiere salvar de la destrucción a la civilización cristiana y el orden social”.
Fuente:
Combate. Buenos Aires, 10 de enero de 1966
Conferencia pronunciada por el Profesor Jordán B. Genta, cuando Rumania cumplía 21 años de esclavitud bajo los rusos imperialistas y su tiranía roja.
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