BAUTISMO DE
FUEGO
Dedicado a todas
aquellas valientes mujeres argentinas, en especial a:
Belu, Sole,
Helen, Euge, Yesi, Pili, Luisi, Guada, Luur, Nao, Pilar, Mónica, Trini, Cata, Cande,
Mari, Maru, Luli y Nadia que son ejemplo de Mujeres Católicas.
Y a mis
valientes camaradas: Leo, Tugui, Clemen, Maxi, Nacho y Lucho.
Se dice que siempre es bueno comenzar por el
principio, y siendo que Dios es principio y final, comenzaré agradeciéndole al
Rey y Señor de todo lo creado el haberme dado la inmerecida oportunidad de
vivir durante tres intensos días una gesta que, si por ventura no quedara en
los anaqueles de la historia, quedará
guardada en mi memoria como la hermosa prosa de un poema florecido.
En la mañana del 22 de Noviembre nos recibía la cálida
provincia de San Juan con un inmenso febo asomándose en el vasto horizonte de
la llanura Sanjuanina, en medio de nubes y cielo que reflejaban los colores de
la patria. Mientras el canto de los
muchachos despertaba a los aún dormidos, ya el ambiente prefiguraba la
inminencia de un acontecer que perduraría durante unos días. Estábamos
preparados. Estábamos para eso.
Llegamos a la terminal y un aire fresco alivió los
cuerpos preparados para la batalla. Paramos en el colegio “Don Bosco” de los
Padres Salesianos que nos recibió con los brazos abiertos. Acomodamos nuestras
pertenencias y nos fuimos a desayunar. Algunas delegaciones de otras provincias
habían llegado la noche anterior. Eso calmaba un poco las ansias y ofrecía un
tiempo para conocer al resto. Luego del desayuno nos embarcamos a conocer el
centro y la Catedral de la ciudad y volvimos antes de que comenzara la Santa
Misa en el colegio, cerca del mediodía.
La celebración estuvo a cargo del Obispo del lugar. La
Iglesia se llenó de jóvenes de todas partes del país que habían venido a
defender la vida, la mujer y la familia. Todos estos jóvenes, varones y varonas,
nos habíamos congregado en esta hermosa ciudad con el único objativo de asistir
(y en el caso de los varones, acompañar y defender a las mujeres y los lugares
de culto) al Encuentro Nacional de Mujeres Autoconvocadas que se lleva a cabo
todos los años en una provincia diferente. La importancia de este encuentro
reside en que sus conclusiones hablan en nombre de todas las mujeres argentinas
y justamente por esto intenta ser tomado por la fuerza por agrupaciones de izquierda,
feministas y abortistas en favor de sus intereses. La importancia de la
presencia de la Mujer Provida en estos encuentros es crucial. Su voz es
estandarte de la defensa de la vida y la familia como pilares de nuestra
Nación. Y en esto no puedo más que admirar con fervor la valentía de nuestras
“Universitarias por la Vida”, que con paso firme y decidido tomaron la
coordinación y secretariados de los talleres más complicados, e impusieron con
la sola fuerza de la Verdad la victoria de la Vida.
Luego de la Santa Misa y con el alma preparada nos
dispusimos a alimentar el cuerpo. El almuerzo nos recibió con un denso calor
que se mantenía dentro de la enorme carpa que se encontraba en el patio. Las
caras de cientos de mujeres rememoraban las heroicas gestas del pueblo
argentino cuando se disponía a la batalla. Eran rostros delicados, pero
estupendamente decididos y confiados en Dios.
Por fin la hora tronó. Se acercaban las tres de la
tarde y aquel Monte Calvario en donde Cristo había sido crucificado aparecía
nuevamente y esperaba en aquella escuela donde se realizaría el Encuentro.
Solo un varón puede experimentar la impotencia de no
poder ser él mismo el que se preste a tal situación. Tener que ver a las
jóvenes en su camino hacia el lugar, sabiendo que mil cosas les pueden pasar no
es nada fácil. Claro que todos íbamos armados con la defensa de Cristo.
Medallas, Rosarios, Estampitas y Agua Bendita eran parte de la inmensa armadura
conformada por la oración de miles de personas que rezaban por esta causa.
Acompañamos a las mujeres hasta los talleres y pacientemente esperamos rezando
en las inmediaciones del colegio. El calor del infierno se sentía en la siesta
ardiente, mientras el aire de la gracia refrescaba las caras de los que
rezábamos afuera. Cada tanto recibíamos un mensaje de las chicas que desde
dentro nos informaban las novedades. Estábamos para acompañarlas y para
protegerlas y eso hacíamos mandando legiones de Ángeles y Santos por medio de
la Bienaventurada Virgen María.
“Ave María
Gratia Plena Dominus tecum..” una y otra vez retumbaban aquellas palabras
en mi cabeza mientras vigilábamos prudentemente a la sombra de los árboles.
Las horas se hacían eternas y el calor obligaba a
mantenernos hidratados todo el tiempo.
Por fin se hicieron las 6 de la tarde, y los corazones
agitados empezaron a latir con mayor estupor a medida que nuestras chicas iban
saliendo ilesas de los talleres. Los varones las acompañábamos por tandas y
pudimos ver que muchas de ellas habían librado una fuerte batalla cara a cara
con el demonio. Allí estábamos nuevamente para darles fuerzas, para decirles
que eran nuestras heroínas, que sin ellas nada de esto tenía significado y que
el demonio se impondría nuevamente y sin piedad si las agarraba flaqueando.
Volvimos al “Don Bosco” y en el camino pensaba con
orgullo en todas nuestras chicas. Ahora nos tocaba a nosotros prepararles su
descanso para que la recia batalla que tendrían al día siguiente no las agarrese
desprevenidas y agobiadas. Esa tarde-noche en medio de cánticos y algarabía,
nos enteramos que una de nuestras valientes había tomado la coordinación de uno
de los talleres más complicados y que varias de las nuestras habían ejercido como
secretarias en ese y en otros talleres de igual importancia. Recuerdo vivamente
el estallido de emoción que vi en las caras de todos los varones. Solomante
elogios salían de nuestras bocas y aquello nos animaba aún más a servirlas en
todo lo que necesitasen.
Esa noche durante la cena, recuerdo haber tenido la
sensación de una profunda calma, que anticipaba la tormenta que se avecinaba.
Sabíamos que el demonio no iba a tener piedad al día siguiente y que iba a
intentar por todos los medios ganar una batalla que de entrada la tenía perdida.
Luego de la cena, agradecimos con una pequeña
adoración al Señor y nos fuimos a descansar con el alma dispuesta a la entera
Voluntad de Dios.
La mañana del Domingo nos despertó con la frescura y
la alegría de la Fiesta de Cristo Rey. La Misa
celebrada por un cura del Verbo Encarnado estuvo cargada de emoción. El
rostro de las mujeres relucía de amor y belleza en la firmeza de su decisión.
Luego de un breve desayuno, las acompañamos nuevamente a los talleres que
comenzaban a las nueve de la mañana. Como el día anterior, luego de que
entraran al clamor de la batalla, nos apostamos cerca del colegio a rezar
sabiendo que este día no iba a ser fácil. Recibimos varios mensajes de las
nuestras diciendo que las cosas se estaban poniendo complicadas dentro de las
aulas y que las feministas querían sacarlas por la fuerza sin ningún tipo de
reparo. Tratamos de tranquilizarlas diciéndoles que estábamos afuera por
cualquier cosa y que rezábamos sin descanso (sin embargo nuestra impotencia empezaba
a sentirse cada vez más a medida que pasaban los minutos). Rosario tras Rosario
pidiendo la intercesión de María Santísima, era lo único que nos mantenía
ocupados. Algunos varones empezaron a
acercarse aún más a las inmediaciones del colegio intentando pasar inútilmente
desapercibidos por las organizaciones de izquierda que se encontraban afuera
apostados en la Plaza. El ambiente de tensión iba creciendo a medida que se
acercaba el mediodía. Por gracia de Dios y gracias a la notoria acción de la
Santísima Virgen las aguas dentro de los talleres se calmaron. Las chicas
lograron salir alrededor de las 12 sin ningún problema. Volvimos al Don Bosco a
almorzar y a preparar las armas para las últimas dos batallas: Los talleres de
la tarde y sus conclusiones y la Defensa de la Catedral.
Las tres de la tarde anunciaban la penúltima contienda
(ultima en los talleres) en donde luego de acompañar a las chicas redoblamos
las oraciones a fin de derrotar por la gracia de Dios al enemigo. Bien
hidratados pasamos la siesta hasta las seis de la tarde que terminaron los
talleres y se redactaron las conclusiones. Con el Rosario en mano implorábamos
al Rey del universo un justo desenlace. Las hordas feministas para esa hora se
preparaban para la batalla final. Por fin nuestras chicas salieron del colegio y
grata fue nuestra sorpresa al ver que sus caras reflejaban aquella alegría que
solo la victoria puede dar. Habían ganado en los peores talleres. Las
conclusiones eran en su mayoría provida. La causa de la vida y la familia había
vuelto a triunfar.
Recuerdo que los varones las abrazamos como a
combatientes que vuelven de la guerra. El orgullo de ser parte de Universitarios
por la vida y de tener en nuestras filas a mujeres que lo habían dado todo, era
irrefrenable. Dábamos gracias Dios mientras nos dirigíamos con una profunda
alegría hacia la Catedral, en donde nos esperaba el peor de los combates tanto
físico como espiritual.
La última tanda de nuestras chicas acompañadas de los
últimos de nuestros varones llegaron para la Misa alrededor de las 7 de la
tarde. La Catedral había sido vallada y había un fuerte operativo policial que
seguía de cerca la marcha multitudinaria por parte de las hordas bolcheviques
que ya habían iniciado su camino hacia el recinto. Su finalidad era llegar profanar
la Iglesia. Cerca de 600 católicos nos encontrábamos reunidos en el interior
del Templo al amparo del Obispo que se negaba a dejarnos salir por temor a que algo
nos pasara.
Luego de finalizada la Misa el ambiente de tensión
empezó a incrementar a medida que la marcha se encontraba afuera y ya habían
logrado pasar la primera de las tres vallas que cubrían el atrio.
No había varón que no quisiera salir del Templo a
defenderlo de las hordas marxistas. Por fin el Obispo accedió a dejarnos salir
a un grupo de 300 hombres al atrio de la Catedral.
Era nuestro turno de combatir. Nos apuramos en
dejarles todas nuestras pertenencias a las mujeres y solo armados con un Rosario
y algunos con alguna medalla dada en protección por las chicas, salimos al
frente de batalla. Apostados en tres inmensas filas esperamos la orden de abrir
los portones. Las miradas firmes, los pechos inflados, los corazones listos y
el rezo del Rosario aniquilaron todo tipo de temor. Estábamos dispuestos a
entregar nuestras vidas por el resguardo de los nuestros y la causa de Cristo.
Al grito de “¡Viva Cristo Rey!” las puertas se
abrieron y salimos como legión a apostarnos en el atrio de la Catedral. Codo a
codo rezábamos un Ave María tras otro. Del otro lado, las multitudes marxistas
cantaban cánticos horrendos infiriendo injurias a la Santa Madre Iglesia y al
Santo Padre. Este batalla fue corta…
El Obispo alertado por las autoridades nos recomendó que
entráramos de nuevo ya que la marcha volvía con más fuerza que antes.
No quedando otro remedio volvimos a ingresar. En ese momento sentí que me habían cortado las
piernas. Estaba encerrado dentro del Templo Santo sin poder defender sus muros
de los herejes que intentaban destruirlos. Mi bronca y la de muchos otros
crecía a medida que pasaban los minutos. Intentamos hablar nuevamente con
Monseñor que negado a nuestro pedido nos dejó sin palabras.
Se hacía tarde y teníamos que volver al Don Bosco,
partíamos esa misma noche. Luego de idas y venidas con algunas autoridades,
decidimos irnos del lugar con los corazones destruidos por no poder haber hecho
más. Salimos del recinto por el costado lateral. No habíamos hecho una cuadra
cuando de repente vimos que la marcha bolchevique volvía en dirección al Templo
Santo. Algunos preocupados por que las chicas puedan llegar sanas y salvas al
Colegio se aprestaron a acompañar a un grupo de ellas mientras que el resto nos
volvíamos al Templo. Una vez dentro intentamos
una vez más salir a la defensa del frente pero el Obispo nos lo negó de manera
inapelable. Para ese entonces teníamos conocimiento de que un grupo de varones
de San Rafael se había apostado en frente de la Catedral desobedeciendo las
recomendaciones del Obispo. Estaban ahí recibiendo golpes, escupitajos y
ultrajes a causa de Cristo y nosotros sin hacer nada.
Gracias a la benevolencia del párroco pudimos salir
por uno de los costados a defender lo que era nuestro. La parte de
Universitarios por la Vida que habíamos quedado, más una parte de la delegación
de San Luis y Buenos Aires, salimos a defender el costado de la Catedral.
Varones y mujeres nos apostamos como soldados de Cristo a rezar nuevamente las
sagradas oraciones. Vituperios, oprobios, burlas, y amenazas eran lo que
recibíamos firmes al son de cada Ave María. Algunos salpicados y hasta
empapados en vino tinto e inmundicias permanecían de pie con el alma puesta en
el cielo.
Rezábamos por cada insulto que proferían al Santo
Nombre de Dios, pidiendo por la conversión de aquellos que nos injuriaban.
Protegidos por los Ángeles y Santos del Señor las cosas no pasaron a mayores.
Nos separaba una sola reja que podía ser fácilmente burlada si de verdad lo
hubieran querido. El combate espiritual duró cerca de dos horas. Casi sin voz y
muchos de nosotros fatigados, resistíamos con fuerza los embistes del demonio.
La gente de San Juan se solidarizaba con nosotros y nos compraba botellas de
agua para calmar la sed. A ellos les estaremos eternamente agradecidos.
Alrededor de las 11 de la noche las cosas se calmaron.
Habíamos obtenido la victoria. El pueblo de San Juan repudiaba la marcha y les
decía que no a las Autoconvocadas. Habíamos
permanecido firmes dando testimonio de nuestra fe y esto había dado sus frutos.
Logramos salir cerca de 20 minutos después junto a
otras delegaciones para emprender el camino al Don Bosco. Durante el trecho de
alrededor de 12 cuadras que separaban la Catedral del colegio, seguimos
implorando la protección de María Santísima hasta que el último varón entro al recinto.
Recuerdo haber cruzado ese umbral con solo palabras de agradecimiento a Nuestro
Dios.
Lamentablemente los que habíamos vuelto a la Catedral
esa tarde nos perdimos el micro de vuelta a nuestros hogares. Pero este
inconveniente, a esta altura de las cosas, importaba poco y nada. Era tal la
confianza en Dios que sabíamos que si nos había hecho quedar, nos haría volver
de alguna manera. Esa noche en la cena, los rostros de todos, mujeres y varones
ya no eran los mismos que los de hace unos días atrás. Eran los rostros maduros
de quienes al fragor de la batalla crecen en fortaleza. Esa noche unos cuantos
pudieron viajar con una delegación de Buenos Aires que pasaba cerca de Córdoba.
El resto, un puñado de 8 (3 varones y 5 mujeres), nos quedamos hasta el día
siguiente en donde pudimos conseguir pasaje.
Regresamos al día siguiente los pocos que quedamos,
cantando en nuestro interior alabanzas a Cristo Rey. Sin voz y con los cuerpos
agobiados, nuestra alma se paseaba por los preciosos jardines del Señor. Miles
de voces nunca antes escuchadas cantaban gloria al Rey del Universo y nos
miraban con ojos profundamente agradecidos. Rostros jóvenes de miles y miles de
hombres y mujeres que jamás habían visto la luz, nos saludaban y de rodillas
rezaban por nosotros. Fue en ese entonces cuando el sueño me venció y dándome
vuelta en el asiento del colectivo pude al fin descansar en paz.
(I.M. G. I.)