Dobles víctimas
Las esposas de los militares presos. Víctimas de la Dictadura y de la Democracia.
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
“Olvidate, Rocamora, de los desaparecidos.
Despreocupate para siempre de tus amigos
presos. No hay nada que hacer. Perdieron”
Redacción de Clarín, Confidente anónimo, 1979
Recibióse la visita de una delegación de damas. Conforman la AFYAPPA, Asociación de Familiares y Amigos de los Presos Políticos de la Argentina.
Irrita, en el país del oportunismo y de los altibajos, la mera apelación a la existencia de “presos políticos”. Aunque estén catalogados como presos de Lesa. De “lesa humanidad”.
Trátase de una organización casi clandestina. Carece de oficinas. Cuenta apenas con una página web.
En los alrededores del edificio donde se celebró la entrevista, una ristra de fisgones profesionales buscaban datos, según nuestras fuentes, para confeccionar un informe de inteligencia. Innecesario, en todo caso. Porque lo aporta, democráticamente, el Portal.
Diez damas dignas. Nueve, son esposas de detenidos. La décima, es hermana.
Algunos maridos residen en el presidio de Marcos Paz. Otros, en Campo de Mayo.
A los efectos de no perjudicar, aún más, las coyunturas personales de los presos, se decide reservar las identidades respectivas de las mujeres visitantes.
Cada caso alude a un dramatismo familiar, donde brota la sensación del desamparo. De la perplejidad y, a veces, la injusticia.
Demasiado jóvenes
Cuando protagonizaron los hechos que se les imputan, los presos contaban entre 23 y 25 años. A lo sumo, 26. Demasiado jóvenes para atribuirles la carga de la decisión. En la Marina, la Policía o el Ejército.
Las señoras saben que están socialmente, culturalmente solas. Que políticamente es incorrecto divulgar las fatalidades de sus presentes. Las facturas históricas que tienen que pagar. Por la culpa de ser parientes. La aceptación, en principio, de la ausencia. Consecuencias de aquellas malditas instrucciones generadas en lo más alto del Proceso Militar. Que supo, en gran parte, convalidar la sociedad civil que hoy les brinda, también, la espalda.
El Proceso, o la Dictadura, es circunstancia política que ninguna de ellas defiende. Tampoco reivindica. A lo sumo, es una instancia que padecen.
Ellas son, en cierto modo, dobles víctimas. De la Dictadura, en primer lugar. Pero también son víctimas de esta versión vengativa de la Democracia. Un sistema de convivencia, de organización de la sociedad, que les reserva, tan sólo, el lugar del calvario.
La condena social es equiparablemente menos cruel que la indiferencia. O la resignación hacia el silencio, con la sumatoria del olvido. Sobre todo por el olvido de las autoridades de las armas respectivas, las cuales carecen de responsabilidad institucional. Ni siquiera se hacen cargo por haberlos introducido en este laberinto. Sin que les financien, siquiera, los servicios de un abogado.
Mientras invariablemente prospera, en las familias quebrantadas, la indeseable germinación de los rencores, aquellos veinteañeros hoy ya merodean el sexenio. Son los que deben financiar la moralidad ficcional del gobierno que asume, con la obediente colaboración de la justicia dependiente, la impostura del progresismo que separa. Que profundiza las grietas. Que arbitrariamente descarta.
Conste que se habla de un gobierno que supo consagratoriamente modificar aquel concepto noventista del “roban pero hacen”.
Lo suplen, desde hace cinco años, por el “roban pero juzgan”. Y además, gloriosamente, “los condenan”.
Espejos
Las señoras saben, además, que a algunos de los maridos los aguarda la celeridad de un coincidente juicio oral. Con los jueces transitoriamente presionados por las necesidades de campaña del Ejecutivo. Por lo tanto se aspira a emitir lecciones judiciales de ejemplaridad, con el castigo “a los genocidas”. Es de esperar alguna condena notoria para poco antes del 28 de junio.
Igual que las obras públicas, la impostura humanitaria debe, participar, también, del keynesianismo electoral.
Las víctimas dobles atraviesan una suerte de limbo civil. Sin embargo se las percibe aún vigorosas. Con la responsabilidad de sostener, a pesar de todo, la integridad de sus familias. Entre el olvido institucional de las fuerzas que supieron instruir a sus maridos, cuando eran demasiado jóvenes. A los efectos de luchar contra aquel “enemigo apátrida”. El que aspiraba a suplantar la insignia nacional por un “trapo rojo”. Y otros slogans por el estilo. De desgarrante evocación.
Cuando las dobles víctimas quieren verse en el espejo de los maridos condenados, asumen la obligación del sometimiento. Las revisaciones ultrajantes que mantienen la atmósfera de la humillación.
Aquel “algo habrán hecho”, que legitimaba la indiferencia de una sociedad que aceptaba las urnas bien guardadas, y que mayoritariamente nada quería saber con los que perdieron -desaparecidos o presos políticos-, en cierto modo se reitera hoy.
“Por algo” están en el Pabellón de LESA.
Las dobles víctimas pertenecen a la legión intercambiable de los que perdieron. Los maridos entonces deben envejecer en una celda y jorobarse, como sus familias. Carecen de derechos para recibir las solidaridades triviales de la divulgación. Tampoco pueden recibir la visita de ningún camarada, de los que se encuentran en actividad. Y que pueden leer este despacho, con cierta desolación.
De todos modos les cuesta, a las víctimas dobles, habituarse a la perennidad de la postergación. A la certeza inmutable del dolor. Prefieren desmenuzar, casi ansiosamente, sus reivindicaciones. Denunciar la conjunción de lo que consideran irregularidades. Ante cualquier referente de relativo poder, que acceda, al menos -en el país del oportunismo y de los altibajos-, a escucharlas. Con un atisbo, siquiera, de sospechosa humanidad.
Oberdán Rocamora
para JorgeAsísDigital