Por Emilio Nazar Kasbo
No es ninguna novedad que los libros escritos por anticatólicos y por católicos ignorantes que se dejan llevar por aquellos aquéllos hablan siempre muy mal de la Edad Media. La cantinela es repetida: que hubo inquisición intolerante contra quienes no eran católicos, que eran unos ordinarios en la comida, que había reyezuelos sin poder, que no había movimiento económico ni comercio, que en esos mil años “no pasó nada”… cuando todo eso es completamente falso. Pero no nos vamos a detener en la llamada “Leyenda Negra” que cae sobre la Edad Media, sino que haremos una apreciación desde la Filosofía de la Historia.
LA COSMOVISIÓN CATÓLICA
La Edad Media es principalmente atacada porque allí reinó la Cristiandad, es decir, la Felicidad Sobrenatural que inspiraba el Orden temporal.
Cuando se estudia Filosofía, enseñan a cada alumno a “introducirse” en la mentalidad del autor, y cuanto más aberrante sea el autor más se debe “introducir” el aprendiz para captar la real dimensión de las expresiones de dicho autor. Pero esa indicación no vale para los Escolásticos, no vale para San Agustín, no vale para el pensamiento filosófico que inspiraba a los Padres de la Iglesia. No: esa indicación vale desde el nominalismo en adelante, hasta los tiempos presentes.
De allí que ningún estudiante de Filosofía jamás “se pondrá la camiseta” medieval… y si por su propia inquietud desea estudiar la Filosofía Perennis, no podrá jamás omitir la enseñanza del resto con el procedimiento indicado, en lo cual incurrirá en grave contradicción, ya que estará enseñando como Sabio lo que en realidad es pura necedad.
EL TERCERO OBJETIVO
Dado que muchas personas sienten aversión al catolicismo, o a la desconocida “Edad Media”, calificada como la “Edad Oscura” y del oscurantismo, de la ignorancia y del aburrimiento, aplicaremos el Postulado del Tercero Objetivo al análisis de esta difícil cuestión.
El primer paso será situarse objetivamente ante dos cosmovisiones diversas, una de las cuales resulta además desconocida en algunas facetas incluso para quienes son muy ilustrados en ella. Las dos cosmovisiones son la católica y la “no-católica” (por llamarla de algún modo). Puesto ante ambas, surge la ponderación inicial de inmediato.
El cristianismo que mueve a la Iglesia Católica como portadora de la Tradición desde Jesucristo mismo, implica la práctica de las virtudes, la reprensión de lo inmoderado, la humildad como principio, y el servicio como lógica del poder en las cuestiones humanas, más allá del reconocimiento del Orden Sobrenatural y de la asistencia de la Iglesia mediante los Sacramentos. Extendidos estos principios en la sociedad, el Amor, la Paz, la Armonía y el Orden se conjugan en la llamada Cristiandad, donde los ciudadanos tienen muy allanado el camino en la sociedad, en un clima de amistad sólida y verdadera, para alcanzar la Felicidad.
Abandonada así la cosmovisión católica, esta será analizada desde criterios materialistas o de idealismos no agustinianos, motivo por el cual serán juzgados los hechos y acontecimientos históricos con parámetros diversos a los reales. La Historia, reducida a lo meramente humano, se traduce en una lucha por el poder en que el más fuerte necesariamente ha de imponerse e imponer sus condiciones al más débil. Ninguna otra posibilidad existe, ya que se concibe como tal a la lógica del poder.
Aquí surge un problema abismal: el análisis de la Felicidad desde el punto de vista de los infelices, de los angustiados, de quienes han perdido el Norte en su vida. Seguramente, como siempre lo han hecho, emitirán su juicio disvalioso y su descreimiento acerca de la posibilidad de ser Feliz en este mundo, ya que incluso desconocen hasta la Metafísica y el Absoluto ontológico en su real dimensión.
Por el contrario, el juicio muchas veces caritativo desde la Felicidad a quien vive apartado de ella, es un constante llamado a acercarse que el necio rechaza de modo sistemático. Una especie de “pensamiento único” centrado en el rechazo a la propuesta le lleva a decir: “no puede ser”. Efectivamente, se trata de dos modos de ser incompatibles, que implican hábitos personales que se traducen socialmente hasta constituir dos sociedades diversas.
VISIÓN AGUSTINIANA
Es esta misma cosmovisión la que llevó a San Agustín a hablar de las Dos Ciudades: la Ciudad de Dios y la Ciudad de los hombres. El relato de la Historia de ambas, es completamente diverso, tanto como las dos sociedades y la vida de cada una de las personas que las integran.
¿Cuál será la vida en la Ciudad del hombre? La economía como medio de alcanzar, obtener y permanecer en el poder merced a la avaricia y el culto al dinero. El comercio y sus indicadores marcarán los parámetros de “mayor prosperidad” o de “menor prosperidad”, mientras que la capacidad de extender la influencia de un Gobierno más allá de sus propias fronteras (imperialismo) es otro elemento ponderado a los efectos como la “ley del más fuerte” que merece “su premio lógico”. La vida personal no tiene sentido más allá de este mundo, y la mayor trascendencia que se puede alcanzar es en la sociedad, mediante lo que puede obtenerse de ella: fama, lujos, hedonismo y vicios semejantes. Vicios o virtudes no tienen importancia en tanto sean útiles para imponerse mediante los recursos económicos o mediante el poder a los demás, mientras dure esta vida.
Un gráfico materialista de la Alta Edad Media europea dirá que esta etapa se caracteriza por ser un mundo ruralizado en que hubo una crisis agrícola entre los S. V y IX, y una expansión agraria entre los S. IX a XI; que se produjeron oleadas de invasiones de pueblos germánicos, musulmanes y vikingos; y que la inseguridad generó relaciones de dependencia personal entre Señores Feudales que ofrecen protección y vasallos que juran fidelidad, dando origen a la aparición del feudalismo.
¿Cuál será la vida en la Ciudad de Dios? Precisamente, la Soberanía de Cristo Rey en este mundo, el reconocimiento del Orden Sobrenatural como único medio para alcanzar la Felicidad, en una vida personal de piedad, de virtudes y de Sacramentos que se extiende socialmente. Tener o no una cifra mayor o menor de dinero, o mayor o menor poder, no son indicadores de mayor Felicidad, y tampoco son problemas en tanto no haya una injusticia inicial que los haya producido, como acto vicioso digno de vituperio. El sentido de la vida y de la sociedad trasciende el mundo temporal para dirigirse a Dios en el marco de la Cristiandad. En sí, es lo que se llama Iglesia Militante e Iglesia Triunfante en la Comunión de los Santos que se reza en el Credo.
Un gráfico espiritual de la Alta Edad Media europea dirá que esta etapa se caracteriza por ser un mundo en que Dios está presente en todo, y donde la vida y la muerte humanas tenían un sentido; que la economía era para el ser humano y no al revés, y que la autoridad era un servicio al vasallo para ayudarlo a lograr el Bien Espiritual conforme lo enseña la Iglesia, unidos en una defensa común.
EL COMERCIO
La Edad Media se caracterizó por proveer a todos de los recursos necesarios para la subsistencia, sin que a nadie le faltase lo indispensable, ni siquiera en tiempos difíciles. Los alimentos provenían de la agricultura y la ganadería, de donde también se obtenían las materias primas para que los artesanos proveyeran a todos de lo necesario en una producción medida por las necesidades reales en una economía de autoabastecimiento.
Cuando una cosecha salía mal debido a las inclemencias climáticas, desde otras zonas eran provistas las necesidades del lugar, con la obligación de su posterior devolución en un ambiente de reciprocidad en el trato. No había necesidades ficticias, no se producía sin demanda, ni había demanda con escasez de oferta: todo era según lo justo, equitativo y necesario.
Quien se preocupaba por la condición de los siervos en una actitud de servicio, era el Señor Feudal, a quien contribuían para su manutención mediante un contrato en el cual también se comprometían a su defensa. El Señor Feudal era la autoridad que ordenaba el feudo.
En aquellos tiempos, muchos peregrinos viajaban a Tierra Santa para conocer de modo directo los lugares donde Jesucristo vivió. De allí provenían telas y especias que eran considerados bienes de lujo, y que principalmente eran para honrar a Dios en las iglesias y para uso de las autoridades nobles, siendo el comercio (entendido como una compraventa lucrativa) algo alejado de las intenciones de las personas sobre tales bienes.
Una multiplicidad de mercados (ferias) semanales permitían el intercambio de bienes a quienes lo necesitaban. Carlomagno estableció la prohibición a los siervos de sus dominios “de vagar por los mercados”. En sí, la profesión de mercader la ejercieron los no cristianos, particularmente los judíos. Efectivamente, Los radanitas fueron comerciantes judíos medievales que dominaban el comercio entre los mundos cristiano e islámico en la Alta Edad media y viajaron hasta China, en la dinastía Tang.
Como grandes centros de intercambio, se encontraba la Feria de Sain-Denis, cerca de París. La Feria de Lendit fue creada en el Siglo VII por Dagoberto I, abierta por dos semanas todos los días 11 de junio, día de San Bernabé, hasta el día 24 de junio, día de San Juan. Entre los Siglos IX y XVI fue una de las ferias más importantes de Francia, atrayendo miles de mercaderes llegados de toda Europa y de Bizancio. Felipe Augusto reglamentó su instalación en el año 1215. La feria del Lendit se celebraba cada año a la sombra de una vieja abadía benedictina, donde también los estudiantes hacían sus compras de pergamino, y encontraban así ocasión de entrar en contacto con los hijos de San Francisco de Asís. La Feria desapareció en 1793, con la abolición de las corporaciones a manos de las logias masónicas, y convertida en ruinas, fue demolida en 1840. Su emplazamiento sirve en la actualidad como centro comercial de Saint Denis.
El otro centro comercial europeo fue Venecia. A causa de las invasiones bárbaras, los habitantes del norte de Italia buscaron refugio en las laguna altoadriáticas, naciendo así Venecia que dependió en sus comienzos del Imperio Bizantino hasta que en 726 Orso fue elegido como el primer Dogo o Dux. En el año 810 se traslada la sede ducal a Rialto, y en 828 llegan las reliquias de san Marcos. La expansión veneciana se dio con las primeras conquistas en la costa dálmata para el año 1000. En el año 1007, el Dux Pedro II Orseolo entregó a obras de caridad las utilidades provenientes de una cantidad de 1.250 libras que había empleado en ciertos negocios. En mayo del año 1082, Bizancio le concederá exenciones mercantiles al dux Alexis Comeneo, que facilitará a Venecia el intercambio comercial marítimo entre Oriente y Occidente.
EL PODER
Quien no mire con ojos espirituales de pobreza y humildad a la Edad Media, considerará que el sistema feudal es una desintegración del poder público en mano de las autoridades, donde los dueños del suelo son independientes y con atribuciones sobre las personas como si fuese parte de su patrimonio. El latifundio marcará al más poderoso, quien más movimiento económico tendrá al tener que proveer a sus subordinados de lo necesario en base a la “economía dominial cerrada”.
Quien mire con ojos materialistas a esos mil años de Historia, dirá que el dueño de la tierra tiene libertad y poder, y por eso el propietario se convierte al mismo tiempo en Señor; mientras que quien está privado de la tierra queda reducido a la servidumbre, y por tanto no es libre ni tiene poder.
Lo importante, en realidad, no era ni el poder, ni la libertad, ni la lujuria, ni el acaparar bienes en este mundo como el protagonista de la parábola del “rico necio”. Lo importante, tanto para el Señor como para el Siervo, era salvar el alma en el Amor a Dios. El ideal social estaba dado por la vida de un monje y su renuncia al mundo.
En ese marco, la vida eclesial, jerárquica y cuya Cabeza es Jesucristo mismo, imponía su impronta. La Iglesia prohibía la usura, dada la peligrosidad de su abuso especulativo, con su acaparamiento estéril y con la explotación de las ajenas necesidades. Para el liberalismo en su faz económica, que es un elogio de la avaricia, precisamente estos motivos de condena son en realidad virtudes básicas del comercio que permite alcanzar el poder y someter a los demás.
Los paganos Normandos invadieron el Imperio Carolingio, saqueando todo a su paso en actos de piratería. Sus botines, que representaban apropiarse del fruto de esfuerzos ajenos, así como la esclavitud de sus prisioneros, debían ser realizados en Dinamarca y Noruega, en un flujo “comercial” de bienes y de personas. Esta también es una de las fuentes del inicio del comercio.
Los autores describen a la Monarquía medieval como diluida y débil. Sin embargo, jamás hubo Monarcas más fuertes. Efectivamente, entendido el Gobierno como un servicio a quienes estaban encomendados al cuidado de la autoridad, la responsabilidad no solamente en concordancia con el Orden Natural, sino con el Orden Espiritual y con la Iglesia Católica llevaban a tener un sumo cuidado en las cuestiones públicas.
Por lo tanto, había un sistema de cristiana amistad entre los Nobles, estableciendo entre ellos una unidad basada en Jesucristo mismo que no tenía debilidades más que las humanas falencias. El Rey no necesitaba imponerse uno a uno por sobre los súbditos de los Señores Feudales y de los Nobles, sino que coordenaba el Reino en un común acuerdo amistoso con los demás. No importaba si un Señor Feudal era latifundista o no, o cuántos siervos tenía a su cuidado, sino el Bien Común de la Cristiandad. El aparente poder que era “más débil”, en realidad, fue el más fuerte de todos los tiempos, ya que fundaba su autoridad en la Soberanía de Cristo reconociéndolo como Rey del Universo.
Todo poder viene de Dios, a Él se debe el Monarca, y ante él deberá responder por sus acciones. No hay “construcción de poder”, no hay extraños intereses que impulsen a una persona a aplastar a otro para obtener riquezas o más poder para satisfacer la avaricia, ya que nada de esto influye en la salvación del alma propia ni la de quienes están a su cuidado. Es Jesucristo mismo quien se encuentra por sobre la máxima autoridad, y por tanto toda descripción que se realice de esos tiempos pasados que omita ese grave dato, pecará de parcialidad. Y tal parcialidad no sólo caerá sobre un análisis histórico, sino incluso con repercusiones en la cosmovisión actual de la persona y la sociedad.
La lucha de clases se basa en la visión materialista de la sociedad. La Caridad Católica en la sociedad se basa en el Evangelio, más allá de los humanos defectos y errores, frutos del innegable Pecado Original. Una grave diferencia al momento de estudiar la Historia. Es que en la órbita de la Cristiandad, reinó la Paz de Cristo.