Por Tcnl. José
Javier de la Cuesta Ávila (LMGSM 1 y CMN 73).
Nuestra Argentina es uno de los pocos países del Mundo cuya principal
característica es el vivir en la incertidumbre. Este mal no se origina ni en
sus tierras o su gente, sino por un permanente e inusitado cambio de rumbos
ideológicos que nublan los presentes y enturbian los mañanas. Una Nación, que
se origina como federal, pero los partidos nacionales y los gobiernos de facto
han convertido con el centralismo en una rara especie unitaria.
La sociedad argentina vive una constante desestabilización material y anímicamente,
que es la lucha (¿¿democrática??) de los dirigentes por llegar al poder
gubernamental. En otros países, el tema de los gobiernos, es una cuestión
circunstancial, que coincide solo con los tiempos electorales. En
Argentina, llegar al poder, como tema ideológico, ocupa espacios
crecientes que, con su potencial y efecto, anulan, distraen o minimizan, otros,
que, quizás, son tanto o más importantes. Nunca sabremos, si este
explosivo protagonismo, es una manera de distraer o, simplemente, una
consecuencia de la falta de educación cívica de nuestra sociedad.
Llegar a ser gobierno, con el mecanismo de posesión que se aplica,
evidentemente, es alcanzar un poder exclusivo, con una atracción
tal, que se convierte para los dirigentes, en tentación que va más
allá de la convencional política. Esta lucha, en nuestro país, tiene similitud
con la que se libra en otros países, como Venezuela y Ecuador, debido
a que la real puja ideológica, lleva a una permanente confrontación.
En nuestro tiempo y, en particular en los países de Latinoamérica, avanzan las
ideas del "Socialismos Siglo XXI". Su finalidad es alcanzar una
posesión "hegemónica", individual o grupal, que, al horadar
la libertad, diluye las democracias. Es un proceso de formación
de poder, con algunas características del fundamentalismo y la máscara hábil
democrática, que le da fachada, a una realidad objetiva populista. El
pobre y el marginado son las banderas, pero su exclusión no es tratada con
efectividad, lo que motiva frustraciones y rebeldía que puede
llegar ser violenta.
El poder es sinónimo de fuerza, capacidad, energía o dominio y puede referirse
a una generalidad de actos o acciones. El mismo, significa imponerse ante
terceros o escenarios. El poder difiere de la autoridad, ya que ella es
delegación, en cambio aquel se debe ganar, lograr o alcanzar. Ello implica
siempre voluntad, esfuerzo y sacrificio, cuando no, inteligente aprovechamiento
de la oportunidad o mera suerte circunstancial. El poder siempre, al
imponerse, significa, de alguna manera, pérdida parcial o total de libertad o
derechos de los que quedan por aquel dominados.
El problema del poder ideológico, cuando el mismo proviene del fundamentalismo,
es que, generalmente, está acompañado por la corrupción (1) y la
impunidad. Sin embargo, es de reconocer que la búsqueda del poder es
algo natural, por lo que se debe ser muy cuidados en su estudio y
valorización. La vida de los seres es un permanente juego de acciones tras
el poder. El enfoque moderno indica que no ir hacia el poder, significa
una forma de autolimitación o, de alguna manera, una forma de perder dominio.
Crecer para poder, es, dentro de la lógica, un objetivo general, expuesto
como deseo, ilusión o, meramente, ambición, para ser algo o alguien, por
si o por sus actos y hechos. Se puede encontrar en estos impulsos,
una razón lógica, surgida por los entornos, originada en su propia
evolución o por orígenes fuera del mismo proceso, que se activan autónomamente.
El poder, en ocasiones, se posesiona oculto tras la costumbre, como
modalidad social, pero es la forma de eliminar avances. La rutina, detiene
iniciativas o retiene actos y gestos, bajo argumentos variados, que
oscilan entre el temor al riesgo y la efectividad de la prudencia.
En nuestro tiempo, el dinero es importante, pero no definitorio, es un estímulo
y una facilidad, pero nunca es una meta (2), salvo en aquellos que
tienen una mentalidad antisocial (usurero). El poder es peligroso, cuando
es otorgado o logrado sombríamente y, consecuentemente,
ejercido, fuera de lo que es moral y ético. Se puede convertir en dominio
total (dictadura), que va más allá de lo material, actuando en lo
anímico y espiritual. Aquel que llega al poder, debe saber cómo utilizarlo y
aplicarlo. Su ejercicio demanda capacidad, por lo que debe ser aprendido.
El realmente poderoso, no tan solo porque él lo sabe, sino que lo reconocen los
demás, no teme a la humillación o a los fracasos, porque sabe enmendar,
corregir o adecuarlos, de manera de revertir sus efectos, para que sean
positivos o exitosos. (No hay mal que por bien no venga). La historia recoge en
sus páginas diversas formas de alcanzar el poder y, también, las maneras por
las que se pierde. (3). En las naciones, los investigadores, muestran que es
muy difícil los cambios en el poder, cuando el mismo logra perpetuarse. El
miedo, el interés o, hasta, la ignorancia, son la esencia del continuismo.
Cuando el poder cae, el origen, normalmente, proviene de terceros no sometidos
o vinculados a él, pero si interesados por las más diversas razones. No es
fácil entender por qué el cambio llega de afuera de la sociedad sometida, pero,
existen claros ejemplos como una especie de rebelión que, para ser
efectiva, tiene necesariamente encontrar apoyó y fortalece fuera. La
independencia de las naciones colonias de España, es un ejemplo histórico
conocido, ya que los patriotas, pese sus esperanzas, no lograron concretarlas,
hasta que Napoleón desplazo a la monarquía de los Borbones.
Cuando el poder se vuelve excesivo, desborda
sus alcances y pone en juego los riesgos de la sana convivencia. Esto es común
en cualquier clase o tipo de exceso. Excederse en la bebida lleva a la ebriedad,
como hacerlo en la comida, es engordar. En el poder también se puede producir
exceso y ello se denota en la negación de la fama y prestigio del
poderoso o, en algunos casos, la desobediencia. Ante la
negación, como reacción común, el poderoso se enceguece, se encierra en sí
mismo y pierde contacto con la realidad. Esta soledad crea
angustia en los poderosos, despierta odios hacia inocentes e incita a la
venganza o la revancha. Confundido, ante la cuestión, en ocasiones, el poderoso
trata de mostrarse humilde, reclamando el cariño y el aplauso, como una suerte
búsqueda de apoyo y fortalecimiento. Generalmente, ignora las
realidades o construye en su imaginación, lo que se desea o aspira, pero, al
ser endeble y falso, se desmorona cruelmente, causándole cruel dolor. En
ocasiones, surge hostilidad reprimida, originada en un pasado que se
quiere olvidar, pero que renace, por sentirse que se ha vuelto al ayer.
Es de destacar al poderoso que actúa cuerdamente, mostrándose lógico y
racional, cuando su poder se licua o desaparece como así también el
tema o los problemas lo superan en fuerzas y conocimiento. El caso actual más
sonado es, sin dudas, el del Papa Benedicto XVI que, con su renuncia, dio
una nueva luz a la Iglesia y un ejemplo de dignidad que lo ha convertido en
modelo. Aquel poderoso, que sabe y siente que ha dejado de serlo, por las más
variadas situaciones, al negar la realidad, se convierte en una maléfica
figura.
En materia gobierno, este problema es tanto más grave, en cuanto se
concentra en una persona o un grupo reducido que, de esta manera, se arroga en
su voluntad lo que suponen es la de la totalidad de la sociedad. Cada país,
como organización, determina en sus leyes, en particular la Constitución, el
juego de responsabilidades, cuyo modelo común es la república con sus tres
poderes. Cuando se estudia nuestro caso, con el largo, difícil y, algunas
veces, cruel proceso de organización nacional, se concluye en la sapiencia de
aquellos que acordaron nuestra forma de gobierno. El poder, en Argentina, está
en sus gentes, se ejerce por medio de los representantes que, a su vez,
provienen de cada comunidad (provincia) y se concreta por la república que, con
sus tres poderes independientes, lograr el equilibrio entre la acción y la
justicia.
Cuando una sociedad está en riesgo (caso guerra o cataclismo), la
tentación y atractivo se convierte en obligación, lo que conduce a asumir
en plenitud el mayor poder posible. Este poder, ante la emergencia,
básicamente, busca evitar las pujas grupales o disminuir los intereses
individuales, en la medida que ello afecta a los fines del conjunto. Su
vigencia plena tiene que cesar, cuando se supera la emergencia, ya que, de
continuar, se trata de un abuso que, bajo determinadas circunstancias, puede ser
calificado como un delito.
Ante el fracaso, por un poder al que se llega por tentación o
atractivo, aparece la sensación de culpa. El poderoso, que se dejó llevar
por sus aspiraciones, pero que no conocía sus dudas, y que es superado en sus
posibilidades, genera, si es digno y honesto, siente la presión que
se origina en la culpa. La culpa obra como un ariete en la conciencia, destruye
el juicio y, en ocasiones, lleva a la acción irracional. Es lo mismo que le
pasa a un animal herido, cuya vida peligra, que pierde su natural acción de preservación
y queda arrastrado por el momento. Tanto para el humano, como cualquier otro
ser vivo, el derrumbe ya no es solo una amenaza, sino un hecho cruel y
lastimante, al que reacciona fuera de cualquier control. Por ello, el
poder, cuando no se convierte en servicio, se acumula hasta alcanzar excesos,
y, cae, es como una fisura en un dique, se torna peligroso, no tan solo por la conservación
de lo logrado, sino también, por la idea de que deberá responder a su mal ejercicio.
En todo grupo social, en especial las comunidades, el poder aparece como una
consecuencia del obrar, Requiere, en su ejercicio, capacidad y calidad,
mostrada en efectividad y eficiencia. Cuando se pierde o disminuye en su
calidad, tiende a generar, como una especie de "anticuerpo", el
reemplazo, para lograr, con esta variable subsistir, evolucionar y
consolidarse. Saber que la evolución es fruto natural de los avances, es
entender que el poder encabezara los cambios, rotando entre aquellos que lo
ejercen, conforme las circunstancias. (5)
Sin dudas, los actuales problemas y las evidentes diferencias, son un llamado
de atención para el futuro. Llegar al poder para servir es un ideal razonable y
sano, hacerlo para lucrar, es un pecado grave imperdonable. En el Siglo XIX,
nuestros abuelos, encontraron la fórmula de como gobernar y nosotros, en el
Siglo XX, hicimos todo para destruirla. El poder bien ejercido es nobleza,
heroísmo, patriotismo e inteligencia racional, acción y legado generacional que
la Nación nos lo requiere y nuestro futuro lo demanda.
Notas:
(1)
Lord Aston dice: "El poder tiende a la corrupción y el poder
absoluto corrompe absolutamente".
(2) Esta
aseveración, sin embargo, tiene sus excepciones, en aquellos individuos con
mentalidad materialista posesiva, como es el caso clásico del
"usurero", pero, ello es una desviación psíquica que no se
puede o debe generalizar.
(3) Los
regímenes nazí y fachistas son, posiblemente, el ejemplo más acabado de uso
excesivo del poder, pero, ello se repite, con diferente exposición, en
relación al comunismo o ciertas monarquías que están superadas por el progreso
cultural de los pueblos.
(4) En las
bandadas de pájaros, que se desplazan en conjuntos, se observa con claridad cómo
se reemplaza sucesivamente el que la encabeza como un medio lógico de su vuelo.