I.-
“Festejo en Suecia”, así titula un
matutino la recepción por dos sonrientes Amado Boudou y Aníbal Fernández, en
Estocolmo, del premio otorgado a nuestra presidente por la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Trans e Intersex (La Nación, 13/12/2012), sin ningún
comentario que lo alabe o repruebe, ni siquiera el viaje, inútil para las
finanzas públicas, de estos dos personajes, cuando la distinción podría haberla
recibido el embajador. La premiada habló por videoconferencia para prometer:
“Seguiremos luchando contra quienes quieren penalizar a los que piensan o
quieren vivir diferentes”.
A
su vez el mismo día, en el mismo diario, aparecen unas declaraciones del
presidente ruso Vladimir Putin, quien exhorta
a sus compatriotas a tener más hijos, para “conservar su identidad nacional y
no perderse como nación”, agregando: “si
queremos ser fuertes, debemos ser más y mejores”.
El
primero es un premio a la insensatez; las manifestaciones del segundo, más allá
de lo que podamos objetar de otros capítulos de su política, interior y
exterior, son expresión de sensatez.
II.-
Sabemos
que la prudencia es la primera de las virtudes cardinales y que una de sus
especies es la prudencia política, que reside en forma arquitectónica en el
gobernante y en forma obediencial en el gobernado.
Una
de las virtudes anexas a la prudencia se denomina “synesis” o buen sentido moral. Según Santo Tomás, ella importa “un
juicio recto sobre las acciones particulares” y que “se llama ‘asyneti’ o insensatos a los que carecen
de dicha virtud” (Suma Teológica, 2-2
q. 51, a. 3).
Rusia y
la Argentina tienen problemas análogos: grandes territorios, insuficientemente
poblados. Y los gobernantes ante estos problemas tienen que tener criterios
sensatos, racionales, que guíen a las leyes: fomentar la población, poblar a
Rusia con rusos y a la Argentina con argentinos.
Señala
Santo Tomás en el texto citado que “el juicio recto consiste en que la inteligencia
aprehenda las cosas tal como son en sí mismas. Esto se da cuando está bien
dispuesta, como un espejo en buenas condiciones reproduce las imágenes de los
cuerpos como son en sí mismos, mientras que, si falta esa buena disposición,
aparecen en él imágenes torcidas y deformes. La buena disposición de la inteligencia para recibir las cosas tal como
son en sí mismas proviene radicalmente de la naturaleza”.
En
este tema Putin tiene un juicio recto y
practica una parte de la prudencia que es la providencia, se anticipa al
futuro, teme la desaparición de la nación rusa si no se cambia el rumbo y
ordena los medios para ello. Lamentablemente, nuestra presidente no, porque su
inteligencia no está bien dispuesta, sus imágenes son torcidas y deformes y ha
cortado su relación con la naturaleza, corte que es la razón de este premio.
La providencia o previsión se ocupa
de “los futuros contingentes, en cuanto a ordenables por el hombre al fin de la
vida humana” (Santo Tomás, Suma Teológica,
2-2, q. 49 a.6)
III.-
El
premio a la esterilidad y la preocupación por la fecundidad nos conducen
a ocuparnos de la cuestión demográfica. Como este tema es
primordial, esencial, básico, no interesa
en general a nuestros políticos ni a nuestros periodistas, entretenidos en
chismes, habladurías de conventillo, prebendas, viajes, elecciones,
reelecciones. A ellos nada de lo
superficial les es ajeno; sí todo lo que haga a cuestiones de profundidad y de
supervivencia nacional.
El
mandato del Génesis: sed fecundos y
multiplicaos y henchid la tierra (1, 28), sigue vigente. Pero ante tantas
tesis alarmistas por la llamada “explosión demográfica”, ¿habrá sido el Creador
un irresponsable? ¿Se habrá ocupado del sustento de las aves del cielo y del
vestido de los lirios del campo, abandonando a la única criatura terrestre
creada a su imagen? Evidentemente, no, porque los problemas del hambre y la miseria no surgen de la falta de recursos
sino de una mala administración y distribución.
El
inglés Peter Bauer, profesor emérito de Desarrollo Económico de la Escuela de
Economía de Londres, escribe con sensatez: “la
población es un triunfo de la vida sobre la muerte. Se trata de una
bendición y no de una calamidad. Casi todas las personas prefieren vivir más
tiempo y que sus hijos también vivan más” (Apuesta
a la inteligencia, La Nación,
11/9/1995).
Es necesaria una política de
población. Es un asunto de los Estados, no sólo de las familias,
aunque sea necesario cuidar a las últimas para que puedan crecer y
desarrollarse. Como bien señala Anselm Zurfluh: “El Estado nunca es neutral,
siempre está poniendo en práctica una determinada política. Unas veces lo hace
a favor de la vida y otras en contra” (¿Superpoblación?,
Rialp. Madrid, 1992, p.146).
Entre
nosotros el Pbro. Rafael Braun, desde un enfoque privatístico, entiende la cosa
de manera diferente: “no incumbe al Estado favorecer una alta tasa de natalidad
ni propender a que sea baja, porque es resorte propio de las familias” (La Prensa, 4/10/1992).
Como
en otras cosas, aquí se equivoca, porque tal vez no entienda, que uno de los primeros objetivos que debe
perseguir el Estado es el de conservar el pueblo a través de la sucesión de las
generaciones, pues como advierte Santo Tomás, “el bien de la multitud no
debe ser establecido solamente por un tiempo, sino para que él se prolongue, en
cierta manera, siempre. Y como los hombres son mortales, ellos no pueden durar
siempre” (El gobierno de los príncipes,
L. I, C. XV).
IV.-
Los argentinos somos pocos y mal
distribuidos. Nuestra población crece a una tasa anual
inferior a la media mundial y cada vez más lentamente. Según el último censo
somos 40.117.096 habitantes, cuando en 1991 éramos 32.615.528.
La
densidad de la población argentina es de 12,9 hab/km2, sin incluir a la
Antártida, mientras que la media mundial es de 44.
A
la elevada concentración en áreas urbanas se unen los grandes vacíos
demográficos. En el 37% del territorio vive el 1% de la población, y así,
mientras la Ciudad de Buenos Aires tiene casi 14.000 hab/km2, la Provincia de
Santa Cruz tiene 0,8. Es un caso de macrocefalia, de una cabeza
desproporcionada con relación al cuerpo.
En
la Argentina hace mucho tiempo que ningún gobierno constitucional o de facto se
tomó el asunto en serio y por eso ya en 1992, el director del Departamento de
Matemática de la UCA, Juan Carlos Auernheimer, señalaba que “casi ochenta años de ausencia de políticas
demográficas efectivas han culminado en una endeble ocupación del territorio
nacional”, augurando que han de aumentar “las presiones demográficas sobre
las fronteras argentinas, especialmente con los países del Brasil, el Paraguay
y Bolivia”.
Han
pasado veinte años y esa ausencia continúa, mientras se han dictado leyes que
se burlan de las exigencias de la naturaleza humana y se suman a la campaña
internacional contra la natalidad.
V.-
Con
motivo de la Conferencia de las Naciones Unidas que se reunió en El Cairo en
1994, Mariano Grondona escribió en La
Nación un artículo titulado A la
sombra de Malthus (4/9/1994); en él se refiere a los temas que se
abordarían: “todos situados en la encrucijada de nuestro futuro demográfico: la
anticoncepción, el aborto, la homosexualidad y el feminismo… Esos temas dividen
las aguas entre las dos corrientes que chocarán en El Cairo: los liberales y
los conservadores”.
En
su simplismo periodístico Grondona señala dos palabras claves que serán el eje
de la división: población y desarrollo, y pontifica: “desde el punto de vista liberal, la que cuenta es desarrollo”, en
cambio, “desde el ángulo de mira
conservador, la palabra que cuenta es población… los conservadores
sostienen que el desarrollo es para la población y que privar a 1200 millones
de personas del banquete de la vida previniendo nacimientos que de otro modo
ocurrirían, supone de por sí un estrepitoso fracaso en la administración de los
recursos de la tierra”.
Luego,
sin la más mínima inquietud moral y con una aviesa adulteración del interés
nacional, escribe: “la mayoría católica
de los argentinos apunta hacia la dirección conservadora. Una consideración
pragmática del interés nacional apuntaría en dirección contraria”.
Más
adelante, esgrime sus razones que avalarían nuestra adhesión a la política
mundialista, enemiga de la natalidad, razones elaboradas por Grondona y
política aplicada por nuestro gobierno actual: “dueño de uno de los grandes
espacios vacíos del planeta y poseedor de una baja tasa de natalidad, casi de
tipo europeo, nuestro país no podría ver con buenos ojos una explosión
demográfica en otras latitudes, con potencial desborde hacia nuestras
desérticas playas. Desde un ángulo de visión global, la Argentina es una
inmensa estancia poco poblada y poco productiva. Un latifundio. Un vacío que
otros pueblos prolíficos y hambrientos, en el futuro podrían reclamar”.
El diagnóstico es verdadero, pero la
solución es falsa; es inmoral y antinacional. Lo que debemos
hacer es sencillo y constituye todo un programa de gobierno: aumentar la tasa
de natalidad, poblar la Argentina, en primer lugar con nuevos argentinos, y en
segundo lugar, con inmigrantes deseosos de trabajar y de asimilarse,
respetuosos de nuestra idiosincrasia; producir más a partir de los recursos
naturales que tenemos, incrementar la agricultura, la ganadería, la pesca y la
minería; promover una redistribución sensata de la población, fundar nuevos
pueblos y ciudades, mejorar los transportes y las comunicaciones. Entonces,
dejaremos de ser pocos y mal distribuidos. Entonces, la Argentina dejará de ser
un latifundio, una estancia nada poblada y poco productiva. Entonces no
ofrecerá espacios vacíos que otros pueblos puedan reclamar.
VI.-
Y
esto ¿cómo se hace? En primer lugar, con una
sana política familiar, que vuelva a valorizar el matrimonio, que ayude a
la mujer embarazada, que premie a la maternidad, que apoye a la familia
numerosa, que establezca un razonable salario familiar, que consagre el
sufragio familiar, postulado por Martín Aberg Cobo, o sea que el padre tenga
tantos votos como hijos varones tenga a su cargo y la madre lo mismo respecto a
sus hijas mujeres (Reforma electoral y
sufragio familiar, Kraft, Buenos Aires, 1944); sólo entonces votarán todos
los argentinos; en segundo lugar, con una
política económica que estimule el desarrollo y el incremento de la producción,
una política económica en la cual los Bancos y las finanzas vuelvan a tener el
lugar subordinado que les corresponde; en tercer lugar, con una política geográfica que estimule el
nacimiento de nuevos centros de población en el interior, que vigorice a los
que languidecen y se encuentran en vías de extinción, que revierta el proceso
de abandono actual.
El
final de esta Declaración vuelve a su principio: si queremos conservar la
identidad de nuestra patria “debemos ser
más y mejores”, afirmó el presidente ruso en las antípodas del ideólogo
Grondona y de su realizadora Cristina Kirchner.
No sólo ser más, sino también mejores.
Aquí se unen lo cuantitativo y lo cualitativo. Necesitamos hombres buenos, que
realicen su vida el imperativo de la heroica ética de Píndaro: “Llega a ser el
que eres”. Porque el hombre al existir, lo hace con una peculiar
naturaleza que le marca su deber ser. Necesitamos hombres mejores, que a través
de sus actos cotidianos practiquen las virtudes y huyan de los vicios. No
hombres peores, que vivan “diferentes”, en rebelión permanente contra la ley
natural moral y la ley divina positiva. Con hombres mejores, prudentes, justos,
fuertes, temperantes, pacientes, respetuosos, agradecidos, generosos, veraces,
laboriosos, magnánimos, sacrificados, caritativos, tendremos una sociedad
mejor.
El título de nuestra presidente para merecer
el premio recibido en Suecia, es la burla al orden natural que se expresa en
sus actitudes, en muchas leyes que promulga, en los proyectos que patrocina.
Pero la Argentina no tiene futuro si no vuelve al orden natural. Porque como
bien se ha dicho: Dios perdona, el hombre
olvida, pero la naturaleza no perdona ni olvida.
Buenos
Aires, diciembre 19 de 2011.
Juan
Vergara del Carril
Bernardino Montejano
Secretario Presidente