Estimados amigos:
Empiezo disculpándome por traer a colación, aparentemente fuera de tema, un viejo y excelente libro que tengo en mi biblioteca, escrito por un ruso blanco, el General, Atamán cosaco, Piotr Nicolaievich Krasnov. El libro se titula “Del Aguila Imperial a la bandera roja”.
Allí relata el autor, en forma novelada, y en gran medida autobiográfica, la caída de Rusia bajo las garras del comunismo destructor. El protagonista, Sablín, que empieza siendo un joven cadete militar y llega a general en la 1era guerra, va viendo cómo a su alrededor son destruidos todos y cada uno de los valores sobre los que estaba construida su vida de amor a Dios, a la Patria, al Zar, a su familia, y al Ejército.
En los comienzos de la Revolución aparece cada tanto un tío del joven militar, un liberal de esos que pinta Dostoievski en su obra “Demonios”. Este tío liberal al principio clama enfervorizado a favor del pueblo que despierta a su libertad y a la democracia y terminará por fin con el oscurantismo de la Iglesia, con el Ejército y con la autocracia del Zar. Este pobre infeliz termina –como era de esperar- completamente desesperado cuando advierte lo que se le viene encima con la liquidación de todo el antiguo orden y de todos los valores tradicionales.
Traigo a colación este libro en esta reunión, estimados amigos, porque creo que en cierto modo esto es lo que está viviendo nuestra patria en estos tiempos tan oscuros.
Ciertamente, no están Lenín y Trotsky por aquí soliviantando al soldado campesino contra sus oficiales, con el apoyo inconsciente de los idiotas útiles de turno clamando por la libertad sin límites. Tampoco están marchando por las rutas de nuestro país, al menos por ahora, las hordas soliviantadas por la propaganda comunista, matando a diestra y siniestra a cuanta autoridad o burgués encuentren en su camino.
Pero no estamos muy lejos de cosas, aunque no idénticas, sí semejantes. Como dice Abel Posse en un artículo reciente: Alguien puede estar soñando con alguna convulsión nostálgico-revolucionaria que dejaría a nuestro gobierno ante los mismos dilemas y ambigüedades que vivió el famoso Kerenski, en 1917, apretado entre sus flojeras revolucionarias y su realidad de dirigente burgués.
Sabemos que el mundo entero vive una época oscura, un período de degradación y derrumbamiento cultural, especialmente los valores de jerarquía, de orden, de patriotismo. Muchas de las cosas que pasan, como el aborto, la homosexualidad, la doctrina del género, el infanticidio, la desjerarquización y tantas otras cosas de ese estilo no los hemos inventado aquí.
Lo que sí parece cosa primordialmente nuestra, aunque no exclusiva, y nos acerca más que el resto del mundo a aquella Rusia del 17, es la feroz persecución desatada, sobre todo en estos últimos años, contra los soldados que lucharon contra la subversión en aquella década del 70. Y, junto con ello, la consecuente destrucción del orden jurídico en la República, el notable quiebre de la administración de Justicia y el aplastamiento y ahogo de las Fuerzas Armadas y de seguridad.
Nadie puede hoy dudar de que el orden jurídico sobre el que está asentada la vida pacífica de nuestras familias es quebrantado día a día desde las altas esferas del poder, y hoy casi brilla por su ausencia. ¿O acaso no hemos oído a la presidente de la República –cual adherente entusiasta de la revolución permanente- tomar el micrófono para alentar a los estudiantes a que salgan a hacer piquetes por las calles? ¿O no la vemos alentar día a día el odio y la discordia? ¿O vilipendiar a algún juez porque alguna sentencia es contraria a sus intereses?
El ejemplo cunde, y de arriba hacia abajo se desparrama rápido. El desprecio del orden, la inseguridad y la tensión social aumenta minuto a minuto. La maltratada policía no controla más el delito, porque no se lo permiten y porque se les ha quitado hasta el orgullo de ser policía. Los soldados penitenciarios de las cárceles se ven obligados a mantener encerrados en sus prisiones a soldados como ellos, a hombres que como ellos han querido y quieren el orden y la paz y han luchado por ello.
Como en la Rusia de 1917, hemos permitido pasivamente –y seguimos permitiendo- que frente a nuestros ojos adormecidos por la politiquería y la estupidez de todos los días sean destruidas paulatinamente nuestras fuerzas armadas y nuestras fuerzas policiales que constituyen el nervio central de la seguridad nacional.
Nuestra sociedad se autodestruye en medio del sopor y del sueño. Nuestros hijos, rodeados de mentiras y disvalores, crecen en la oscuridad.
Basta abrir cualquier diario en cualquier momento, prender la televisión o la radio durante un minuto, para advertir que la opinión pública, la de los hombres y mujeres comunes que trabajan diariamente durante todas las semanas para cuidar, alimentar y educar a sus hijos, esa verdadera opinión pública está completamente abombada por el formidable y ensordecedor bombardeo de noticias estúpidas sobre si Kirchner reta a Scioli, si Scioli dijo o no esta u otra frase, si el ministro Fernández o el Sr. Timerman dijeron esto o aquello, si Moreno humilló o boxeó a otro empresario mentecato y se burló del juez con sus ridículas compadreadas.
Mientras tanto, en medio de este enorme batifondo de frases y contrafrases sin sentido, sigue adelante sin cesar este gran teatro de los juicios de lesa humanidad, en el cual los jueces, instalados en los estrados de las salas de audiencia, esconden tras sus rostros impasibles su consciencia de que no están presidiendo juicio verdadero alguno, que los acusados por crímenes de hace treinta años están irremediablemente condenados antes de comenzar el juicio por el único crimen comprobado de haber aplastado la subversión de los setenta, que los testigos no son tales testigos sino emisarios de los subversivos encaramados en el gobierno y enemigos a muerte de los imputados.
Las pruebas no interesan. La condena está cantada y es en general irremediable.
Sin temblarles el pulso muchos de estos jueces firman sentencias y ordenes de prisión inmediata traicionando principios fundamentales del derecho, puesto que pese a saber perfectamente que esos hombres son objeto de una rabiosa persecución política, no levantan un dedo en defensa de la Justicia que juraron solemnemente impartir. Con pleno conocimiento de que en todos esos juicios se traiciona, uno a uno, los principios básicos del derecho penal, salvo algunas honrosas excepciones no se atreven siquiera a pensar en la posibilidad de declarar en sus sentencias que esos presuntos crímenes están prescriptos, que las leyes y tratados penales no pueden aplicarse retroactivamente, que la amnistía es un derecho definitivamente adquirido, que los indultos no pueden ser anulados.
Por no despertar la indignación del gobierno de turno, la gran mayoría de ellos llega al colmo de negar la prisión domiciliaria a estos perseguidos pese a la evidencia de que las prisiones no están preparadas para atender debidamente a hombres de entre sesenta y ochenta años, motivo por el cual van muriendo uno a uno en sus prisiones.
Esos jueces –repito que salvo algunas excepciones- llegan a sus casas y se emocionan tal vez frente al televisor por la difícil situación de los mineros chilenos hundidos en el fondo de una montaña, pero sus conciencias adormecidas y acomodadas no les permiten advertir que ellos mismos, incumpliendo su deber de magistrados, mantienen sepultados, en peores condiciones, a los hombres que cuando tenían 20 ó 30 años acataron las ordenes de sus superiores para defendernos a todos.
Cito nuevamente algunos párrafos de Abel Posse en el artículo aludido, cuando dice que a los militares:
“Se los discriminó judicial y jurídicamente, alterando uno de los fundamentos básicos del derecho (argentino y mundial): la no retroactividad de la ley, especialmente la penal. Se anularon indultos con irritante parcialidad…También se fabricó una visión casera de los delitos de lesa humanidad (¡excluyendo al terrorismo!). Ametrallar a conscriptos indefensos bañándose, como pasó en el ataque terrorista al regimiento de Formosa, es monstruoso y de lesa humanidad, sea que los asesinos hayan vestido uniforme o lo hayan hecho con boinas guevaristas como las que usaba Gorriarán Merlo. Se negó a los oficiales toda exculpación por el juramento de obediencia y verticalidad ante sus mandos, principio básico de todas las fuerzas armadas del mundo, sin el cual sería imposible actuar y comandar en guerra.”
“De modo que … los que ejercieron la violencia por orden del Estado carecen de toda esperanza legal. Los violentos del otro sector, con sus miles de atentados, reciben un trato inaceptable en sociedades civilizadas.
… Esto hace que se desmorone el edificio legal desde sus bases romanas y germánicas e instaura un inédito caos, al afectar el rigor de la razón jurídica.
“Desde ahora, la ley a medida de la voluntad política dominante será una anomalía que podría extenderse más allá del tema de los años ‘70.
Como dice Posse, el drama actual de la Argentina no se detiene en la injusticia que padecen estos mil prisioneros políticos y sus familias, privados de los derechos que tiene cualquier otro procesado penal, privados incluso de verdaderos procesos que garanticen sus defensas y encerrados en cárceles que, debido a la edad de estos hombres, se convierten en cámaras de muerte.
El drama es, además, que esta persecución feroz y sistemática es el pivote sobre el cual gira y se desarrolla el proceso de destrucción de todo nuestro orden jurídico y de todas nuestras instituciones, especialmente esas tres instituciones sin las cuales no hay Argentina posible: la Justicia y las Fuerzas Armadas y policiales, ambas paulatinamente corrompidas, desarmadas y deshonradas por esta terrible epidemia subversiva que asola a nuestra Argentina de hoy.
Estimados Amigos, la Asociación por la Justicia y la Concordia nació precisamente como una reacción natural y espontánea de una gran cantidad de abogados escandalizados por todas esas barbaridades que se estaban cometiendo frente a ellos y que surgían evidentes de la simple lectura de los diarios.
Los profesionales que fundamos o adherimos a la Asociación, compuesta al principio sólo por abogados y ahora también por médicos y otras profesiones u oficios, no hemos tenido relación alguna previa, salvo casos excepcionales, con los militares o policías perseguidos ni tampoco profesionalmente con los juicios de esta naturaleza.
Menos aún con el gobierno del Proceso por el cual muchos de nosotros no tenemos la menor simpatía.
A los abogados, a los médicos y a nuestros asociados nos ha unido la común indignación provocada por la injusta e implacable persecución desatada contra aquellos jóvenes oficiales veinteañeros de aquel entonces, hoy sexagenarios o septuagenarios o octogenarios, que obedeciendo ordenes superiores salieron, sin medir consecuencias personales, a jugar sus vidas en defensa de la patria, en defensa de todos nosotros.
Por eso reaccionamos. Reaccionamos porque con la sola lectura de los periódicos advertimos la tremenda injusticia que se está cometiendo contra estos hombres de armas. Reaccionamos al advertir que los jueces federales –muchos de ellos ya puestos en entredicho por la sociedad desde hace tiempo- renuncian a su deber sagrado de impartir justicia para salvar sus puestos o para satisfacer odios ideológicos. Reaccionamos porque la Justicia en la Argentina está siendo destrozada por algunos pocos subversivos encaramados en el poder. Reaccionamos para tratar de despertar a los políticos atontados por pequeñeces y mezquindades personales mientras a su alrededor se hunde la Argentina en un fango irremediable. Reaccionamos con la idea de hacer reaccionar a la sociedad también adormecida; para hacerle notar a esta sociedad que aquí, en su propio país, hay injustamente sepultados mil argentinos a los cuales la Argentina debe que en los setenta no se instaurara en el país un gobierno castrista.
Reaccionamos, en fin, para reclamar la libertad inmediata de estos soldados y policías, para reclamar el regreso de la Justicia en la República Argentina y para reclamar que le sean devueltas al país sus fuerzas armadas y sus fuerzas de seguridad que garantizan nuestra paz y tranquilidad.
Como reaccionaríamos –quede esto en bien en claro- si aquellos subversivos y terroristas de entonces fueran perseguidos hoy y encarcelados por sus crímenes de antaño con el mismo desprecio del orden jurídico, del instituto de la prescripción, de la irretroactividad de las leyes y de la cosa juzgada.
¿Podrá obtenerse nuestro objetivo?
No lo sé. Tampoco San Martín, Belgrano y los hombres de 1816 sabían si la Argentina de entonces, recién nacida, superaría las mil amenazas que por todos lados parecían indicar la imposibilidad de la independencia nacional. Pero declararon la independencia. Y lucharon contra viento y marea. Hagámoslo también nosotros. En todo caso sabemos que luchamos por el Bien, por la Verdad, por la Patria. En definitiva, por Dios.
Muchas gracias.