Por Juan José Guaresti (nieto)
Soy un pequeño productor
agropecuario de nuestro país. Me dirijo a ustedes no sólo porque el gobierno
nos está quitando buena parte del precio que se debería obtener por lo que
producimos por nuestro esfuerzo y el de quienes nos ayudan sino porque estamos
en presencia de una sutil demolición del derecho a la propiedad privada de los
medios de producción.
Además de hacer ganadería, me
considero también un modesto agricultor, en tanto y en cuanto utilizo los
cereales que produzco para criar mi propio ganado vacuno, vendiéndolo
posteriormente una vez terminado. Las dos últimas ventas fueron decepcionantes,
por lo que he llegado a la conclusión de que los que hacemos esto, así como los
que realizan otras actividades agropecuarias, estamos en la situación de
acorralados sin salida. No somos dueños de nuestros campos, en la medida en que
no podemos quedarnos con una parte razonable del precio de venta. Nos están
confiscando la propiedad desde el mismo momento en que nos están quitando
literalmente las ganancias, porque no percibimos un precio justo por los
valores que creamos. Sin utilidades no puede existir la empresa privada.
Lamentablemente, los productores
agropecuarios no hemos entendido que mientras no tengamos la fuerza que brindan
la organización y la unión (que es el nervio de aquélla), cada mejora
tecnológica o empresaria que realicemos nos las van a quitar sistemáticamente
mediante simples resoluciones administrativas.
Ha llegado la hora de comprender
que el campo es un mero tomador de los precios de su producción que no están
dados en nuestro medio por las leyes económicas sino por el poder político. En
consecuencia y dado que no tenemos una organización con capacidad de influir en
aquellos, los precios que resulten del arbitrio de las autoridades de turno
siempre van a ser bajísimos. Los gobiernos como el actual usufructúan de
nuestro esfuerzo, de los capitales invertidos y de los riesgos que asumimos
para otorgar dádivas a los concurrentes a actos oficiales o para manipular a
gente carenciada para que vote irreflexivamente a los candidatos oficiales.
El gobierno actual ha mostrado el
ambicioso proyecto de “ir por todo”, lo que en argentino básico significaría
que se van a terminar quedando con nuestros campos, que todavía conservamos
gracias a nuestro sacrificio y dedicación y a la de nuestros colaboradores. Ese
despojo se está realizando gradualmente, para que sea indoloro y para que casi
no nos demos cuenta de lo que ocurre… Nos van a ir cocinando lentamente y vamos
a terminar como la industria frigorífica de exportación de carne, que ha tenido
que cerrar sus plantas en muchos casos y despedir a su personal, porque
literalmente les han prohibido trabajar.
Voy a brindarles un ejemplo
adicional para ilustrar lo que digo: la soja tiene una “retención” del 35%
sobre el valor de venta al exterior, pero además de ese impuesto a la
producción voraz y carente de base científica alguna, debemos añadirle el tipo
de cambio groseramente sobrevaluado. Esto último significa que la cantidad de
pesos que nos entregan por los dólares que producen nuestras ventas al exterior
son inferiores a lo que indica la realidad. Ese tipo de cambio está
sobrevaluado en un 25%, lo que equivale a decir que de cada peso que se exporta
nos entregan 75 centavos. El resultado de la retención, o mejor dicho “impuesto
a la produción”, más la quita que se nos hace con cada dólar que se exporta por
la sobrevaluación del peso, hacen que el resultado sea la confiscación -lenta
pero segura- de las explotaciones rurales.
No analizo, para no amargarlos
aún más, la restante carga impositiva y los gastos de comercialización y de
transporte, que ayudan a demoler la economía de las explotaciones agrícolas,
porque no se hicieron las rutas o no se las cuida adecuadamente y se
destruyeron las vías férreas imprescindibles.
Un párrafo aparte merecen los
productores lecheros que, además de todo lo arriba reseñado, venden el
producido de sus grandes esfuerzos y capitales invertidos a usinas lácteas que,
en la práctica, constituyen un monopolio de compra. No ha habido una sola
persona -que yo sepa- entre quienes asesoran al agro o dicen ser sus
representantes, que advierta a los productores que están en manos de esos
monopolios. Los ingresos que obtienen los productores después de haber
arriesgado mucho, son -ni más ni menos- los que tales monopolios han calculado
para que el productor lechero subsista con lo justo y no desaparezca,
consiguiendo de esta manera materia prima barata que ellos luego transforman y
comercializan a su conveniencia. Mientras esto siga así, nunca va a haber un
precio razonablemente ventajoso para el productor.
Por un litro de leche le pagan a
razón de $ 1,60 aproximadamente y el sachet en el supermercado chino donde me
surto vale $ 6,50. Deducidos los gastos de comercialización y transporte, un
kilo de novillo bueno se le paga $ 8,50 al productor. Ese kilo de carne, en el
mismo supermercado, se adquiere a razón de $ 40 el kg. ¿Es que alguien, con
algún viso de seriedad, puede decir que el productor se lleva la mayor parte
del precio? Imposible.
Esos impuestos, que podríamos
calificar sin exagerar de verdaderas exacciones al agro, no se han utilizado
para pagar obras y servicios públicos imprescindibles, como rutas,
ferrocarriles, puertos, energía, seguridad, salud o educación. Sólo han servido
para ser dilapidados en gastos públicos colosales, sin que nuestros
funcionarios jamás rindieran cuenta de lo que hicieron con el dinero de la
gente. Tampoco explicaron nunca cómo nos llevaron a tener tanta pobreza y
tantos pleitos por deudas impagas aquí y en el exterior, pese a haber despojado
a los ahorristas de los bancos, a los que se les quitó una significativa
porción de sus depósitos o la no menor confiscación que se les hizo a los
compradores de bonos argentinos, que fueron obligados a aceptar títulos que
resultaron ser sólo una parte del dinero originalmente invertido.
La única solución es que el campo
argentino, entre otras medidas, tome la decisión de organizarse
vertebradamente, unirse sin retaceos, comprar espacios en medios periodísticos
y tener voceros profesionales que lo defiendan. En cada pueblo es preciso,
además, bajar a la arena política para pregonar nuestro derecho a vivir
decorosamente, pagar salarios dignos y realizar un trabajo que en definitiva
sirve a la Patria. ¿Por qué a nuestros colegas de Francia, Estados Unidos,
Canadá, Brasil, Inglaterra y tantos otros países no les pasa lo que a nosotros?
Sencillamente porque saben cómo defenderse y lo hacen. Debemos imitarlos. En
nuestro medio, cada aumento de la producción o rebaja de costos que se
consigue, por el ingenio del productor y por la rapidez con que adopta la
tecnología disponible, es seguida inevitablemente por impuestos que anulan el
beneficio que obtiene. Ésta es la ley de bronce del campo argentino. Somos
siervos de un ignoto patrón que en muchas ocasiones es un inepto y a veces un
ladrón que nos va a dejar sin nada… a menos que nos decidamos a hacer lo que
debemos hacer para no perder nuestro patrimonio y la fuente de trabajo de
millones de argentinos.
Un fuerte abrazo,
Juan José Guaresti (nieto)