Por el Dr. Edgardo
Atilio Moreno
Desde las
páginas del diario La Nación,
del 7 de marzo del 2012, Luis Alberto
Romero volvió a alertar sobre el peligro de un “nacionalismo patológico”, el cual estaría instalado en el sentido
común de los argentinos.
Uno podría
pensar que el prestigioso académico se esta refiriendo a cierta ideología
racista, totalitaria, y de origen foráneo, que algunas personas de mala fe suelen
confundir con el nacionalismo argentino.
O bien al
pseudo nacionalismo, populista y marxistoide, que campea en ciertos despachos
oficiales.
Pero no; Romero no se refiere principalmente a
esas expresiones extrañas o adulteradas, sino al verdadero nacionalismo. Al que
defiende nuestra Tradición histórica; y pugna por recuperar el señorío sobre lo
nuestro. Al que quiere una republica orgánica, y se bate por el Reinado Social
de Nuestro Señor Jesucristo. A este nacionalismo, justamente, Romero le llama
patológico.
Pues bien, ese
nacionalismo –lamentablemente-, brilla por su ausencia en el maltrecho sentido
común de los argentinos. De no ser así, otro seria el cantar.
Lo que sí subsiste
aun en muchos argentinos es el patriotismo.
Pero eso es
otra cosa. Ese sentimiento patriótico, con todo lo noble que pueda ser, no es
nacionalismo. El nacionalismo es algo mas que el patriotismo, es la
racionalización del patriotismo; es ese sentimiento hecho una idea política,
plasmado en un programa político, el cual incluye un diagnostico de la realidad
y una propuesta de soluciones en beneficio de la nación. Esto es elemental y lo
sabe cualquiera que tenga un mínimo de formación política.
Pero a Romero no le interesan estas
distinciones, y al igual que los sofistas de la antigua Grecia, que estaban
disponibles para aportar argumentos a cualquier político que les pague bien, apunta
sus cañones al nacionalismo. Lo acusa de combinar “soberbia” y “paranoia”, y de reclamar la unidad del
pueblo detrás de sus gobernantes frente a los enemigos externos y sus agentes
nativos.
Acusación con
la que obviamente pretende soslayar el accionar hegemónico de las naciones
poderosas, así como la existencia de un Poder Mundial que se vale de gerentes
locales para imponer sus dictados. De ahí el mote de “patológico” con el que fulmina al nacionalismo.
Ahora bien, ¿no
es acaso de elemental sentido común, que en una situación de real emergencia
nacional todo el pueblo debe estar unido en defensa de la Patria amenazada? ¿Sostener esto
implica acaso apoyar a un gobernante inicuo que para zafar de algún brete finge
defender una causa nacional, como es el caso de la actual presidente? De ningún
modo se puede confundir así estas cuestiones.
El nacionalismo
no es un movimiento que postule apoyar a gobiernos que están al servicio del
extranjero; cosa que si hace el liberalismo, y en algunos casos lo hace
envuelto en una aureola de “patriotismo”.
A esa
impostura liberal Luis Alberto Romero
le llama nacionalismo “constructivo e
integrador”. Es decir, a ese seudo patriotismo de unitarios, liberales, y
masones, que se impuso después de Caseros y Pavón, y que no tuvo nada de
nacionalista pues buscó destruir a la
Nación real, renegando de nuestros orígenes y de nuestro
destino, para construir una anti-argentina abyecta y sometida al imperio
anglosajón. A eso, Romero le llama nacionalismo sano.
Luego vendría
-según Romero-, el nacionalismo malo; el que “fue atrapado por la idea de la unidad de la nación”; el que
pretendió develar y defender ese “elemento
común y homogeneizador, esencial y eterno”, llamado Ser Nacional. El que anidó
una peligrosa serpiente, a saber, “la
voluntad de encontrar una matriz cultural”.
De todo eso
reniega nuestro publicitado historiador; sin reparar que la idea del
autoconocimiento, es decir la voluntad de indagar sobre lo que fuimos, sobre
nuestro Ser, es uno de los móviles del conocimiento histórico.
¿O es que le
disgusta nuestra identidad nacional, y se siente un “cosmopolita”? La respuesta
es evidente.
Por eso también
se molesta cuando el nacionalismo se arroga –según sus palabras-, “el poder de definir la Nación sagrada, y consecuentemente el poder de
condenar a los otros, a quienes califica de antipatriotas o, peor aún,
apátridas”
Sin embargo, aquí
se vuelve a equivocar; no es que el nacionalismo se atribuya el poder de
definir la Nación; es la
historia la que define nuestro Ser Nacional. Al nacionalismo en ese sentido
solo le interesa la verdad histórica, ya que ella nos enseña el vero rostro de la Patria, y por que, como dice Antonio Caponnetto, la Patria es su historia verdadera.
El problema
para Luis Alberto Romero es que ante
la verdadera historia, y ante la presencia de nuestro Ser Nacional, este queda
al descubierto, queda en evidencia como lo que es: un intelectual funcional a
los poderes que nos dominan, es decir un cipayo.
Es
por ello que, al igual que todos los que se arrogaron el poder de definir que
es la Civilización,
y que lo mejor para el país; esos mismos que jamás se ahorraron calificativos
para injuriar a los héroes de la nacionalidad; se siente ofendido por que el
nacionalismo llama a las cosas por su nombre, a la traición, traición; y a los
traidores, traidores.
Entonces
no sorprende que insista en su cruzada instando a los argentinos a “tomar distancia de todo lo que hoy evoca a este
nacionalismo”, “irrecuperable” y
“manchado” por “el chauvinismo, el
integrismo, el militarismo y el populismo”.
Y
no asombra que invite a reemplazar al nacionalismo por el patriotismo, que es “una palabra más adecuada para una nación democrática
y plural”, como la que él y otros quieren construir.
Todo
es perfectamente lógico teniendo en cuenta lo que Walter Beveraggi Allende advertía en su libro “El dogma
nacionalista” cuando enseñaba que: “el
patriotismo, por acendrado que sea, a lo sumo supone la autodefensa de la Patria, frente a una agresión palpable, en tanto no
esta ni en condiciones de percibir otras formas sutiles de agresión y de dominación…
Por esta misma razón, los imperialistas de todo tipo no se han molestado en
combatir el patriotismo dentro de los países a quienes pretenden subyugar… por
que dicho sentimiento no molesta para nada los designios y los medios solapados
del imperialismo. Por el contrario, el nacionalismo es objeto del mas continuo
e implacable ataque por parte de los imperialistas de toda índole…”
Esta a la
vista entonces a que molinos lleva agua la predica del señor Romero.
Edgardo
Atilio Moreno