Por P. Miguel A. Fuentes, IVE
La periodista cubana radicada en
Nicaragua, ex religiosa teresiana, María López Vigil, ha lanzado al ruedo un
breve escrito dirigido principalmente a las mujeres, titulado Para despenalizar el aborto hay que
despenalizar la conciencia, editado en Managua, Nicaragua (1). La
presentación tuvo lugar en la “Universidad Católica”, sede Managua, de los
Padres Jesuitas, en octubre de 2010 (2)
La tesis del trabajo es que para
despenalizar el aborto, es necesario revisar previamente las ideas religiosas,
porque estas “se convierten en un obstáculo importante para que asumamos y
defendamos con convicción los derechos sexuales y reproductivos, entre ellos el
derecho a interrumpir el embarazo” (p. 5). Despenalizar el aborto, quiere decir
aquí, no solo lograr que no sea condenado y penado por la ley civil, sino
tampoco por la conciencia personal de la que aborta.
Y como, en el pensar de la
autora, son las creencias religiosas las que “troquelan” la conciencia (p. 6),
no se puede lograr una verdadera despenalización sin alterar el sentido de la
religión y del mismo concepto de Dios.
“Nos toca disputar la idea de
Dios” (p. 6), añade, cuyo “monopolio” está en manos de “los expertos”, que “en
las religiones que conocemos (…) prácticamente son todos hombres” (p. 6).
La Sra. López Vigil inspira sus
consideraciones sobre Dios, en el pensamiento del ateo militante Richard
Dawkins (3) cuya tesis central puede resumirse diciendo que la religión es un
producto cultural, invención humana, con la que la persona intenta dar un
sentido a “las cosas que nos queman el alma”: la muerte, la vida, el mundo, el
más allá. La religión es, pues, el resultado de “los genes de la cultura”,
llamados por Dawkins “memes”. Dios, dice Dawkins, es un “meme”, un gen
cultural, un producto cultural, relacionado con nuestros miedos.
La idea de un Dios personal,
misericordioso pero justo, legislador, redentor, padre pero exigente, o sea, el
concepto cristiano de Dios, es, para la autora de este opúsculo, que
analizamos, el gran obstáculo para la total
despenalización del aborto, que solo tendrá lugar cuando ni siquiera la propia
conciencia acuse a quien perpetra esta acción. Porque, reconoce López Vigil,
“aun cuando las leyes despenalicen el aborto, en la conciencia de muchas
mujeres, en su pensar, en su sentir, el aborto sigue penalizado. Porque es un
pecado, porque si aborto merezco el infierno como castigo, porque si aborto
mato, incumplo un mandamiento, porque todos los hijos los manda Dios y si
aborto ofendo a Dios…” (p. 7).
Ahora bien, “Estos miedos, estas
culpas, nacen de la idea, de la imagen que tenemos de Dios, de la idea y de la
imagen que nos han transmitido de Dios desde pequeñas y de la que no nos
atrevemos a menudo a disentir” (p. 7). Por tanto, la tarea no se sitúa ya en el
plano de la acción política y legislativa, sino en la religiosa: hay que
cambiar la idea de Dios. Y es legítimo cambiar la idea de Dios (insistimos: la
idea cristiana de Dios) porque Dios)
porque Dios no es más que un producto cultural; así como los hombres han
elaborado un concepto de Dios funcional, es decir, en función de calmar
nuestros miedos ante las realidades que nos abruman (muerte, más allá,
enfermedad, dolor) y en función de los intereses masculinos (pues, según la
autora, han sido los varones los que han monopolizado esta fabricación
religiosa), del mismo modo que ya no perturbe la conciencia de quienes quieren
vivir su sexualidad como les venga en gana y puedan sacarse de encima las
consecuencias posibles de ese modo de vivir (los hijos).
Para esto exige un cambio en
varios puntos fundamentales del concepto cristiano de Dios.
I. Un
Dios sin religión y sin mediadores
“A menudo las religiones son el
peor obstáculo para la espiritualidad” (p. 8).
Pero estas no son necesarias,
según nuestra autora, porque Dios no está arriba, ni es lejano; y por lo mismo
no necesitamos “intermediarios”, es decir, “sacerdotes”, ni “lugares sagrados”
(templos), ni “objetos sagrados” (cruces), ni “tiempos sagrados” (domingo,
Semana Santa), ni “personas sagradas” (sacerdotes, pastores).
Y pone como modelo de este
rechazo al mismo Jesús, quien desafió todo: ritos, jerarquías, normas, leyes de
su religión, lugares sagrados, etc., y habría cuestionado a los sacerdotes de
su tiempo afirmando que las prostitutas entrarán primero al Reino de Dios
(evidentemente interpretando, la Sra. López, que entrarán en condición de prostitutas
y no de convertidas y penitentes).
Propone, a cambio, una religión
pagana en la que todo sea sagrado: “Creo que cuando templos, imágenes,
medallas, curas, pastores, ritos, hostias, fiestas patronales, peregrinaciones…
dejen de ser sagrados, todo comenzará a ser sagrado para nosotras: los árboles,
las frutas, las casas, los muebles, los vestidos… y especialmente las personas.
Todo lo que nos rodea será un camino para sentir que Dios está en nosotras, que
somos Dios para los demás, que todo es reflejo de Dios. Saldríamos entonces del
terreno de la religión para entrar en el de la espiritualidad, un terreno más
ancho, más alegre, más libre” (p. 9). La autora de estas palabras nunca
menciona –supongo que por razones tácticas- a qué responde este tipo de
pensamiento pseudo religioso que profesa con tanta devoción; los que están
familiarizados con las enseñanzas de la New
Age, saben que coincide totalmente con la religión Wicca, a la que son
adeptas muchas de las más fervientes militantes del ultra feminismo (4).
El creer en intermediarios
(sacerdotes) es el principal obstáculo, porque de este modo se piensa que ellos
son los que saben qué es pecado, que es pecado abortar y los perdonan los
pecados, y “ellos –añade- son todos hombres, varones” (p. 9).
Su propuesta apunta, realmente,
contra el corazón del cristianismo y contra la misma estructura jerárquica que
Jesucristo dio a su Iglesia: “Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y
quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza
al que me ha enviado” (Lc. 10, 16); “Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 22-23).
II. Un Dios que no es providente
La segunda creencia que hay que
cambiar es la del “providencialismo” (p. 10). Es decir, la idea de que Dios
dirige nuestras vidas y nos manifiesta su voluntad a través de los
acontecimientos que nos manda o permite. “Estas ideas providencialistas nos
des-responsabilizan de nuestra vida y de lo que hacemos, bueno, malo. Nos
desmovilizan social y políticamente. Estas ideas resultan socialmente perversas
(…= Si todo es ‘voluntad de Dios’, ¿cuál es nuestro papel en la historia?” (p.
10). Y pone como modelo del combate contra esta idea a la Teología de la
Liberación que las enfrentó en América Latina, aunque lamenta que fuera
“destruida con una guerra ideológica de alcances enormes y lo que quedó fue
tierra arrasada” (p. 11).
Esta concepción providencialista,
es decir, “que todo es voluntad de Dios” empuja a la idea de que “debemos tener
todos los hijos que Dios nos mande”, tremenda idea que atenta contra el derecho
al aborto.
En cambio, la idea correcta,
según López Vigil, es que “Dios… nos regaló… la libertad para que decidamos
libremente, con libertad y responsabilidad, sobre nuestras vidas, sobre la
vida” (p. 11), lo que para la autora significa decidir libremente cuándo y a
quién quitar la vida, y decidir contra la ley de Dios.
Propuesta, indudablemente,
contraria a la enseñanza de Jesús, que nos mandó rezar: “hágase Tu Voluntad en
la tierra como en el cielo” (Mt 6, 10), y que consideró su vida como una
consagración plena a la voluntad del Padre: “Les dice Jesús: Mi alimento es
hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34). Y
quien, además, ha dejado la más extraordinaria enseñanza sobre la providencia
divina y la confianza con que debemos abandonarnos a ella (cf. Mt 6, 26-34
(5)). Pero destruir el sentido de providencia es también negar el sentido de la
paternidad divina; por eso el paganismo propuesto por las feministas del estilo
de nuestra autora, dejan a los hombres huérfanos
de Dios.
III. Un Dios que no ha muerto
para salvarnos
La tercera creencia que se
propone combatir afecta de modo directo a la verdad central de la redención:
“Dios no nos salva por el sufrimiento y el sacrificio, Jesús no murió para
salvarnos, fue matado por sus ideas, por la ética que propuso” (p. 12). Esta es
la “creencia que debemos cuestionar”. “Creemos, nos han enseñado a creer, que
hemos sido salvadas por Jesucristo y que Jesús nos salvó sufriendo y muriendo,
que nos salvó al ser crucificado” (p. 12).
La autora, como las feministas a
quienes representa, se escandaliza de la verdad central de nuestra Fe, y
afirma: “Jesús no vino a morir”.
La negación de la redención es
fruto, a su vez, de la negación del pecado original: “Ese paraíso que no
existió en ninguna parte, ese Adán y esa Eva que nunca existieron, ese pecado
que nadie cometió nunca” (p. 12). De ahí, consecuentemente, es incomprensible
el enojo de Dios con los hombres, y el sacrificio expiatorio de Cristo. Todo
esto es, para ella, “perversa creencia” (p 13).
Y pierde sentido también el
misterio del dolor y de la cruz, que la autora juzga “idea perversa” (p. 13).
Especialmente el sufrimiento de la maternidad “impuesta”.
Y según ella no fue esta ni la
idea ni la predicación de Jesús; por el contrario, lo que él “propuso fue una
ética de relaciones humanas, donde curar, cuidar, sanar, servir, amar, era lo
que le agradaba a Dios porque evitaba el sufrimiento innecesario. Jesús rechazó
los sacrificios y propuso justicia, compasión, equidad. Ni siquiera ayunó, esa
forma de sacrificio personal para agradar a ese falso dios que se calma cuando
sufrimos. No propuso la castidad, esa forma de sacrificar el impulso sexual, de
reprimirlo, de sufrir reprimiéndolo. No propuso yugos ni dolor, sino amor y
libertad. Y comparó el Reino de Dios con un banquete, con una boda, con una
fiesta” (p. 13). He aquí, magníficamente resumida, la antimoral pagana, o la
moral antievangélica.
Afirmaciones, todas estas,
profundamente antievangélicas y anticristianas. Pues, como enseña san Juan en
su Evangelio: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que
ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por Él vida
eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo
el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 14-16). Y con
increíble fuerza truena san Pablo: “os transmití en primer lugar, lo que a mi
vez recibí: que Cristo murió por nuestros
pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer
día, según las Escrituras” (1Co 15, 3-4); y San Pedro: “Pues también Cristo,
para llevarnos a Dios, murió una sola vez por los pecados, el justo por los
injustos, muerto en la carne, vivificado en el espíritu” (1Pe 3, 18).
Lo que sucede es que también hoy,
como en los tiempos apostólicos “nosotros (los apóstoles y los auténticos
cristianos) predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos,
necedad para los gentiles” (1Co 1, 23).
Y por el mismo motivo, nuestras
cruces y dolores son el camino hacia el cielo: “Ya que Cristo padeció en la carne,
armaos también vosotros de este mismo pensamiento: quien padece en la carne, ha
roto con el pecado, para vivir ya el tiempo que le quede en la carne, no según
las pasiones humanas, sino según la voluntad de Dios” (1Pe 4, 1-2). “Los que
son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus
apetencias” (Gal 5, 24).
IV. Dios es una creación cultural
y no hay Revelación propiamente divina
Cuarta creencia que hay que
impugnar es la identificación de Dios como varón. Y en este punto aparece quizá
la única sutileza de la ideología feminista del escrito (porque el resto de las
cosas que hemos expuesto son simples groserías
contra la Fe). La autora juega con el sexo y el género: “Dios no tiene sexo,
pero sí tiene género”. Y añade: “el sexo es una condición biológica, el género
es una construcción cultural (…) Dios ha sido construido en los últimos diez
mil años de la historia humana con el género masculino y desde el género
masculino. Lo imaginamos como varón” (p. 14). Jesús lo llamó “Abbá”, “Papá”,
por ser él, “hijo de la cultura religiosa judía (…) No lo llamó Madre”.
El texto puede parecer, a primera
vista, dirigido contra una errónea atribución de sexo a Dios. Pero no está ahí
el gato encerrado. López Vigil no solo niega que Dios tenga sexo, lo que es
correcto teológicamente, y jamás ha sido enseñado por la Fe Católica, sino que,
en realidad, afirma que Dios es un producto cultural.
Si bien no podemos decir que
necesariamente niegue a Dios con estas palabras (aunque el proponer una
religión pagana de sacralización de la naturaleza en general implique la
negación de un Dios personal y trascendente), sin embargo, sienta la base
agnóstica que hace de fondo a toda esta doctrina; en caso de que Dios exista,
la vía para conocer su naturaleza no es la Revelación que Él hace de sí mismo,
porque la idea que tenemos de Dios no es otra cosa que la proyección cultural
que los hombres se hacen de Él: Dios es lo que los hombres elaboran, y como las
culturas que han dominado en los últimos milenios han sido culturas dominadas
por varones, la idea de Dios es una idea de un Dios-Varón. Explícitamente lo
afirma: “La Biblia (…) es la expresión cultural de un pueblo, el pueblo de
Israel, que pensó a Dios como un varón. Es la literatura de un pueblo, en donde
sólo los hombres sabían escribir y eran los que escribían. Es pues, un producto
esencialmente masculino” (p. 15). No es, pues, la Palabra de Dios, sino una
literatura humana y, además, machista.
“La masculinización de la idea de
Dios es una de las raíces más fuertes, seguramente la más profunda
culturalmente, de la violencia de los hombres contra las mujeres. Porque donde
dios es varón los varones se creen dioses. Esa superioridad la respiran los
hombres en la atmósfera de la cultura dominante, la respiran en los libros de
la Biblia, la respiran en los sermones de los curas y en las prédicas de los
pastores. Recuerden: donde dios es varón los varones se creen dioses” (p. 17).
Al negar el carácter revelado de
la Sagrada Escritura, la sra. López Vigil manifiesta claramente que no es
católica, ni cristiana, ni siquiera judía. Es pagana.
V. ¿Quién es Jesús?
La quinta afirmación no deja ya
lugar a dudas; la autora afirma con descaro: “Jesús NO ES Dios. Nos enseña, nos
dice, cómo es Dios” (p. 14).
¿Qué otra cosa podríamos señalar
al respecto sino aquellas palabras de San Juan: “¿Quién es el mentiroso sino el
que niega que Jesús es el Cristo? Ese es el Anticristo, el que niega al Padre y
al Hijo. Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre. Quien confiesa al
Hijo posee también al Padre” (1Jn 2, 22-23).
* * *
Es indudable que ese folleto sabe
bien a qué apunta: si se quiere amortiguar la conciencia, hay que
desnaturalizar la idea de Dios. No solo en orden a despenalizar el aborto, como
pretende la autora, sino cualquier otra acción humana desordenada. “Si Dios no
existe, todo está permitido”, dice Ivan Karamazov. Y si Dios es esa idea vacía
que propone el feminismo, también. Por eso la propuesta de la autora no se
diferencia mucho de los procesos patológicos que se producen en la mente de
ciertos enfermos mentales en quienes, por un procedimiento de perversión
particular, se producen diversos mecanismos de amortiguación de la conciencia,
dando por resultado o el “amoralismo”, que consiste en la carencia de sentimientos
morales de culpabilidad, deber y remordimiento; o el “hipomoralismo”, que es
algo semejante al amoralismo, pero en tono rebajado; hasta el “inmoralismo”,
que añade al amoralismo cierto egocentrismo exacerbado que a menudo conduce a
acciones delictivas e incluso al crimen (6), como se observa en violadores,
pedófilos y homicidas sexuales. Es probable que algunas mujeres que acepten las
ideas propuestas por este feminismo exacerbado, amortigüen el remordimiento por
los abortos cometidos, aunque solo hasta cierto punto, porque la autora parece
desconocer que el problema del lacerante dolor por el aborto cometido no es una
cuestión circunscripta al ámbito de la conciencia moral sino que está ligada
profundamente a lo que algunos psiquiatras llaman “conciencia biológica”, que
es independiente de las creencias religiosas que se profesen, o de que no se
profese ninguna (7). Lo demuestra con suficiencia los estudios sobre el síndrome post aborto (8).
Pero añadamos que si no consiguen
amortiguar el sentido de pecaminosidad relacionado con el aborto, sí lo
conseguirán respecto de todas las demás acciones desordenadas, no solo en el
plano sexual, como anhela López Vigil, sino en todo plano del obrar, incluido el
de la violencia, el del abuso, el del desprecio por el prójimo y sus bienes, y
el del homicidio. La “despenalización de la conciencia” no solo produce
personas irresponsables y sin cargos de conciencia, sino psicópatas.
Ya Juan Pablo II señaló “la
amenaza de un eclipse de la conciencia, de una deformación de la conciencia, de
un entorpecimiento o de una anestesia de la conciencia” (9), causada
precisamente por la pérdida del sentido de Dios, es decir, por “la progresiva
ofuscación de la capacidad de percibir la presencia vivificante y salvadora de
Dios” (10). Pues “cuando se pierde el sentido de dios también el sentido del
hombre queda amenazado y contaminado… La criatura sin el Creador desaparece…
Más aun, por el olvido de dios la propia criatura queda oscurecida” (11).
* * *
Tal es la propuesta que hace la sra. López Vigil a las
mujeres de nuestro tiempo.
De todos modos señalo un doble “mérito”, si así puedo
expresarme, en este escrito.
Por un lado la claridad de los conceptos, que nos permiten
aferrar el núcleo de las ideas feministas de modo diáfano e inmediato, sin
vernos obligados a deducir estos mismos principios a través de oscuros párrafos
y de tortuosas exposiciones como ocurre a menudo en otros autores que, pensando
lo mismo, enturbian las aguas para no dejar tan evidencia su pensamiento.
Aunque reconozcamos también que parte de la claridad se debe al público
sencillo al que se dirige la publicación, y en una cuota no despreciable, a los
límites filosóficos y teológicos de la escritora.
En segundo lugar, quiero destacar que la exposición resume
certeramente las principales verdades que hay que destruir para pervertir la fe
cristiana. La autora se denomina “cristiana” (“somos religiosamente: cristianas”:
p. 9), pero indudablemente no lo es. Es pagana y gnóstica, y más todavía,
anticristiana. Su propuesta de revisión religiosa no es más que un protocolo de
apostasía. Quien acepta las propuestas de este escrito se queda sin nada: sin
fe, sin Iglesia, sin Dios, sin Cristo. Su propuesta es, pues, anti-fe,
anti-iglesia, anti-Dios y anticristo. La religión que propone la sra. López es
la que san Pablo y san Juan ponen en los labios y en las obras del Anticristo
que ha de manifestarse en los últimos tiempos.
Qué bien le cuadran los anatemas paulinos, que el apóstol
de los gentiles apostrofa a los superficiales gálatas: “Me maravillo de que
abandonando al que os llamó por la gracia de Cristo, os paséis tan pronto a
otro evangelio –no que hay otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren
deformar el Evangelio de Cristo-. Pero aun cuando nosotros mismos o un ángel
del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea
anatema! Como lo tenemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os anuncia
un evangelio distinto del que habéis recibido, ¡sea anatema!” (Gal 1, 6- 9).
NOTAS:
1. Sin editorial ni fecha de
publicación. María López Vigil es una periodista cubana, radicada en Nicaragua.
Ha estado embarcada en la teología de la liberación. Fue religiosa teresiana,
hermana de José Ignacio López Vigil, ex sacerdote jesuita. Juntos hicieron al
final de los años setenta una obra titulada Un
tal Jesús, que es una serie de 33 casetes con 144 episodios grabados de la
vida de Jesús en clave marxista, “anticlerical y soez”, en el decir del
entonces obispo de San José de Costa Rica, “irreverente” según el cardenal
López Trujillo.
2. La presentación tuvo lugar el
27 de octubre de 2012, en el Auditorio Xabier Gorostiaga, S.J., siendo los
auspiciantes el Programa Interdisciplinario de Estudios de Género (PIEG-UCA) de
la Facultad de Humanidades y Comunicación, y Católicas por el Derecho a Decidir
por Nicaragua.
3. Puede verse sobre este autor
el libro de Alister McGrath y Joanna Collicutt McGrath, The Dawkins Delusion?: Atheist Fundamentalism and the Denial of the
Divine, Canadá (2007)
4. El Documento del Consejo
Pontificio de la Cultura y del Consejo Pontificio para el Diálogo
Interreligioso, Jesucristo portador del
agua viva, sobre la New Age, dice: “Wicca: antiguo término inglés para
designar a las brujas, aplicado a un resurgir neopagano de algunos elementos de
la magia ritual. Acuñado en 1939 por Gerhard Gardner en Inglaterra: se basaba
en algunos textos eruditos, según los cuales la brujería europea medieval era
una antigua religión natural perseguida por los cristianos. Con el nombre “the
Craft”, se extendió rápidamente en Estados Unidos durante los años 1960, donde
se vinculó con la “espiritualidad de las mujeres”. La religión Wicca es un
retorno al paganismo y sus adherentes se enorgullecen de ello. Entre sus
miembros hay mujeres que profesan ser brujas o wicca. Reclaman que el
cristianismo ha dado un mal nombre al paganismo y buscan reivindicarlo… Abundan
en sus sitios de Internet las invitaciones a consultas psíquicas (adivinación),
encantaciones (ofrecen encantaciones para todo: amor, dinero, salud,
protección, suerte…), el voodoo y la magia… Proponen sus enseñanzas y prácticas
como una alternativa más eficaz que el cristianismo para resolver los problemas
de la vida.
5. Mirad las aves del cielo: no
siembran, ni cosecha, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las
alimenta ¿No valéis vosotros más que ellas? Por lo demás, ¿quién de vosotros
puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida? Y
del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen;
no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se
vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se
echa al horno, dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres
de poca fe? No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué
vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan
los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo
eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por
añadidura. Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí
mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal” (Mt 6, 26-34)
6. Cf. Roldan, Alejandro, S.J. La conciencia moral, Razón y Fe, Madrid
1966, 240-241.
7. Cito el testimonio del
psiquiatra Karl Stern: “No pocas veces vemos que en los casos en que una mujer
comete un aborto artificial, digamos en el tercer mes de la gestación, este
acto parece no tener consecuencias psicológicas. Sin embargo, seis meses
después, precisamente cuando el bebé habría debido venir al mundo, el sujeto
cae víctima de grave depresión o incluso de psicosis. Ahora bien, acerca de
esto se observan dos circunstancias curiosas. La depresión se produce aun sin
que la mujer se dé cuenta conscientemente de que ‘ahora es el momento en que
habría debido nacer mi bebé’. Además, la filosofía de la paciente no es
necesariamente tal que ella desapruebe el acto de interrupción del embarazo.
Sin embargo, su profunda reacción de
pérdida (que no va necesariamente unida con una preocupación consciente por
el parto fallido) coincide con el tiempo en que éste hubiera tenido lugar… La
mujer, en su íntimo ser, está profundamente vinculada el bios, a la naturaleza misma” (Citado por Häring, Shalom: Paz, Herder, Barcelona 1975,
213).
8. Cf. AA.VV., Myriam… ¿por qué lloras?, Barcelona
(2004).
9. Juan Pablo II, Reconciliatio et Paenitentia, 18
10. Juan Pablo II, Evangelium vitae, 21.
11. Juan Pablo II, Evangelium vitae, 22; cita al Concilio
Vaticano II, Gaudium et spes, 36.
FUENTE: Cursos de cultura
Católica del I.V.E. 2011 en San Rafael, Mendoza, Argentina (EDIVE, San Rafael,
Mendoza, Argentina – año 2012)