Por el Dr. Cosme Beccar Varela
Buenos Aires, 12 de marzo del año
2014 - 1241
INTRODUCCIÓN: Me
considero obligado en conciencia a publicar este magnífico estudio del Sr.
Alejandro Sosa Laprida analizando algunos aspectos escandalosos para los
católicos, del primer año del pontificado del Papa Francisco. Es largo, está
mal diagramado porque carece de división en párrafos lo cual lo hace difícil de
leer, pero ni siquiera intento corregir ese defecto porque creo que el
documento tiene un tal peso y una tal gravedad que debe ser puesto
inmediatamente en conocimiento de los lectores de "La botella al
mar".
Por su extensión, debo dividirlo en tres partes. Hoy publicaré la primera y las
otras dos en días subsiguientes.
Pienso que el autor no enfatizó suficientemente que todos los puntos
reprochables de este primer año de pontificado se originan en una causa
principal y es la adhesión notoria del Papa a la herejía modernista, condenada
por la Encíclica "Pascendi" de San Pio X, tal como lo señalé en el
artículo titulado. "Cuál es la estrategia actual de los
modernistas-progresistas para dominar la Iglesia y apagar la fe" (nros.
1162-1167 de "La botella al mar"). Esa omisión, sin embargo, queda
reparada por la enumeración de hechos y dichos del Papa que prueban
categóricamente esa adhesión.
Sé que muchos católicos piadosos quedarán escandalizados por este documento,
pero no deberían escandalizarse del documento sino de quien dio causa para que
fuera escrito. Y junto con eso, quiero dejar sentado mi inmenso dolor al
encontrarme en una situación de la Iglesia que me obliga a decir estas cosas.
Además, los lectores de "La botella al mar" sabrán que estoy muy
preocupado por la deriva de Iberoamérica hacia el comunismo, por los intentos
del tirano Putin por reconstruir la URSS, por la presidencia de los EEUU en
manos de un mahometano pro-maxista, por la rápida desaparición de la Justicia,
de las libertades legítimas y de la honestidad en nuestro país. Pero nada de
eso sería posible si el Papa no fuera como es.
Sólo nos queda rogar a Dios por su conversión y santificación, es decir, para
que sea todo lo contrario de lo que hoy demuestra ser.
Por último, me declaro desde ya dispuesto a retractar todo lo que se demuestre
que está equivocado en los dichos de este texto ya que no tengo otra intención
al publicarlo que la de ser fiel a la Santa Iglesia Católica, Apostólica y
Romana, cuya cabeza es el Papa.
Cosme Beccar Varela
* * *
UN AÑO DE PONTIFICADO, UNA DESOLADORA
REALIDAD
12/3/2014
Buenos días a todos. Mañana se cumplirá un año de la elección del cardenal
Bergoglio al sumo pontificado. Año insólito por donde se lo mire y que
parecería haberse prolongado una eternidad, considerando los innumerables
dichos y hechos de nítido sesgo revolucionario que Francisco no ha dejado de
perpetrar ni tan siquiera un sólo día desde aquel inaudito buona sera del
miércoles 13 de marzo de 2013 pronunciado desde la loggia de San Pedro, saludo
profano de alta carga simbólica, a partir del cual el transcurso del tiempo
apenas si ha logrado resistir al frenesí y al vértigo bergoglianos. Acción
incesante y palabra incontinente, estruendosas y confusas, semejantes al
torrente en la cascada, devorado por la fuerza del vacío que lo aspira
irresistiblemente, en un torbellino en el que ya nada puede percibirse con
nitidez ni escapar al caudal mortífero que todo lo succiona. Largos estudios
teológicos merecerían sus dudosas empresas, conducidos por la pluma talentosa y
erudita de algún apologeta de fuste, que quizás la Divina Providencia se
dignará en su misericordia infinita a enviarnos, para esclarecer nuestras
aletargadas inteligencias con sus luminosas enseñanzas. A la espera de que ello
ocurra, me atrevo a hacer público este modesto artículo, en el que he intentado
suplir con trabajo serio y minucioso la escasez de talento y compensar una
ciencia exigua con el amor incondicional y sin reservas por la verdad
ultrajada. Los saludo muy cordialmente.
Alejandro Sosa
Laprida
1.- El extraño pontificado del Papa Francisco. 02/02/14.
Como católico, verme en conciencia obligado a emitir críticas hacia el papa me
resulta sumamente doloroso. Y la verdad es que sería muy feliz si la situación
de la Iglesia fuese normal y no encontrase por consiguiente ningún motivo para
formularlas.
Desafortunadamente,
nos hallamos confrontados al hecho incontestable de que Francisco, en apenas un
año de pontificado, ha realizado incontables gestos atípicos y ha efectuado un
sinnúmero de declaraciones novedosas y por demás preocupantes. Los hechos en
cuestión son tan abundantes que no resulta posible tratarlos todos en el marco
necesariamente restringido de este artículo. A la vez, no es tarea sencilla
limitarse a escoger sólo algunos de ellos, ya que todos son portadores de una
carga simbólica que los vuelve inauditos a la mirada del observador atento, y
sintomáticos de una situación eclesial sin precedentes en la historia.
Tras ardua reflexión, he retenido cinco que me parecen ser los mejores
indicadores de la tonalidad general que es posible observar en este nuevo
pontificado.
Esos hechos se agrupan en cinco temas diferentes: el islam, el judaísmo, la
laicidad, el homosexualismo y la masonería. Trashaberlos expuestos en ese
orden, intentado hacer ver en qué medida son indicadores de una inquietante
anomalía en el ejercicio del magisterio y de la pastoral eclesiales, expondré
de manera más sucinta otra serie de dichos y hechos que permitirán ilustrar aún
más, si acaso fuera posible, la heterodoxia radical que trasuntan los
principios y la praxis bergoglianos. Finalmente, suministraré una serie de
enlaces a artículos de prensa en los que el lector podrá verificar la exactitud
de los hechos referidos en el cuerpo del artículo.
1. La cuestión del islam.
El 10 de julio de 2013 Francisco envió a los musulmanes de todo el mundo un
mensaje de felicitaciones por el fin del ramadán. Debemos precisar que se trata
de un gesto que jamás se había producido en la Iglesia Católica antes
del Concilio Vaticano II. Y debemos añadir que ningún papa había dirigido
semejantes saludos a los mahometanos antes del pontificado de Francisco. La
razón es muy sencilla, y por cierto manifiesta para cualquier católico que no
haya perdido completamente el sensus fidei : los actos de las otras religiones
carecen de valor sobrenatural y, objetivamente considerados, no pueden sino
alejar a sus adeptos del único camino de salvación : Nuestro Señor Jesucristo.
¿Cómo no estremecerse de espanto al escuchar a Francisco decir a los adoradores
de « allah » que « estamos llamados a respetar la religión del otro, sus
enseñanzas, sus símbolos y sus valores » ? Es imposible dejar de comprobar la
distancia insalvable que existe entre esta declaración y lo que nos enseñan los
Hechos de los Apóstoles y las epístolas de San Pablo…Que se deba respetar a las
personas que se encuentran en los falsos cultos, eso cae de su peso y nadie lo
discute, pero que se promueva el respeto de falsas creencias que niegan la
Santa Trinidad de las Personas Divinas y la Encarnación del Verbo de Dios
es algo insostenible desde el punto de vista del magisterio eclesiástico y de
la revelación divina. Sin embargo, es menester reconocer que en este punto no
se puede tildar a Francisco de innovador, ya que no hace más que continuar con
la línea revolucionaria introducida por el Concilio Vaticano II, el cual
pretende, en la declaración Nostra Aetate acerca de la relación de la
Iglesia con las religiones no cristianas (hinduísmo, budismo, islam y judaísmo)
que « la Iglesia Católica no rechaza nada de lo que es verdadero y
santo (!!!) en esas religiones. Considera con un sincero respeto esas maneras
de obrar y de vivir, esas reglas y esas doctrinas (…) Exhorta a sus hijos para
que (…) a través del diálogo y la colaboración (!!!) con los adeptos de otras
religiones (…) reconozcan, preserven y hagan progresar los valores
espirituales, morales y socio-culturales que se encuentran en ellos. » Palabras
que provocan estupor, ya que es algo palmariamente absurdo pretender que se
deba « colaborar » con gente que trabaja activamente para instaurar creencias y
a menudo costumbres que son contrarias a las del Evangelio. ¿Cómo no ver en ese
« diálogo » tan mentado una profunda desnaturalización de la única actitud
evangélica, que es la de anunciar al mundo la Buena Nueva de
Jesucristo, quien nos ha dicho sin ambages lo que nos corresponde hacer como
discípulos : « Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra. Id y
haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñadles a observar todo cuanto os he
mandado. » (Mt. 28, 18-20) Esta noción de « diálogo » con las demás religiones
carece de todo fundamento bíblico, patrístico y magisterial y de hecho no es sino
una impostura tendiente a desvirtuar el auténtico espíritu misionero, que
consiste en anunciar a los hombres la salvación en Jesucristo, y de ninguna
manera en un utópico « diálogo » entre interlocutores situados en pie de
igualdad, enriqueciéndose recíprocamente y pretendiendo buscar juntos la
verdad. Esa pastoral conciliar innovadora fundada en un « diálogo »
incripto en un contexto de « legítimo pluralismo », de « respeto » hacia las
religiones falsas y de « colaboración » con los infieles no es más que una
pérfida celada tendida por el enemigo del género humano para neutralizar la
obra redentora de la Iglesia. A ese respecto, baste con citar la
única situación de auténtico « diálogo » que nos relatan las escrituras, y lo
que es más, justo al comienzo, a fin de estar definitivamente alertados acerca
de su carácter intrínsecamente viciado: se trata del « diálogo » al cual se
prestó Eva en el jardín del Edén con la serpiente y que habría de desembocar en
la caída del género humano (Gn. 3, 1-6) Se podría dar una lista interminable de
citas del Nuevo Testamento, de los Santos Padres y del magisterio de la Iglesia
para refutar la patraña según la cual los falsos cultos deben ser objeto de un
« respeto sincero » hacia sus « maneras de obrar y de vivir, sus reglas y sus
doctrinas » y para probar que, a diferencia de las personas que los profesan y
que naturalmente deben ser objeto de nuestro respeto, de nuestra caridad y de
nuestra misericordia, de ningún modo las falsas doctrinas religiosas merecen «
respeto », que en dichas religiones no se encuentra ningún elemento de «
santidad » y que los elementos de verdad que puedan contener están subordinados
al servicio del error. Se debe reconocer que Francisco es perfectamente
coherente en su mensaje con lo que el documento conciliar dice acerca de los
musulmanes, a saber, que « la Iglesia mira también con estima a los musulmanes,
que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y
todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, que ha hablado a los hombres y
que procuran someterse con toda su alma a los decretos de Dios. » Ahora bien,
cualquiera sea la sinceridad de los mahometanos en la creencia y en la práctica
de su religión, no por ello es menos falso sostener que « adoran al único Dios
», « que ha hablado a los hombres » y que « buscan someterse a los decretos de
Dios », por la sencilla razón de que « allah » no es el Dios verdadero, que
Dios no ha hablado a los hombres a través del corán y que sus decretos no son
los del islam. Se trata de un lenguaje inédito en la historia de la Iglesia y
que contradice veinte siglos de magisterio y de pastoral eclesiales. Esa
práctica heterodoxa ha conducido a los múltiples encuentros inter-religiosos de
Asís, en donde se ha alentado a los miembros de los diferentes cultos
idolátricos a rezar a sus « divinidades » para obtener « la paz en el mundo. »
Falsa paz, naturalmente, puesto que se persigue injuriando al único Señor de la
Paz y Redentor del género humano, al igual que a su Iglesia, única Arca de
Salvación. Y esta engañosa noción de « diálogo » ha conducido igualmente a los
últimos pontífices a mezquitas, sinagogas y templos protestantes en los que,
por el gesto y la palabra, han puesto de relieve esos falsos cultos y no han
vacilado en denigrar públicamente a la Iglesia de Dios criticando la actitud «
intolerante » de la que Ella habría dado muestras en el pasado hacia
ellos. Un ejemplo reciente de esta nueva mentalidad ecuménica malsana,
sincretista y relativista, condenada solemnemente por Pío XI en su encíclica
Mortalium Animos de 1928 : El 19 de enero, con motivo de la Jornada mundial de
los migrantes y de los refugiados, Francisco se dirigió à un centenar de
jóvenes refugiados en una sala de la parroquia del Sagrado Corazón, en Roma,
diciéndoles que es necesario compartir la experiencia del sufrimiento, para
luego añadir: « que los que son cristianos lo hagan con la Biblia y que los que
son musulmanes lo hagan con el Corán (!!!) La fe que vuestros padres os han
inculcado os ayudará siempre a avanzar. » Esta nueva praxis conciliar es lisa y
llanamente escandalosa, por un doble motivo: por un lado, mina la fe de los
fieles confrontados a esas falsas religiones valorizadas por sus pastores; por
otro lado, socava las posibilidades de conversión de los infieles, quienes se
ven confortados en sus errores precisamente por aquellos que deberían ayudarlos
a librarse de ellos anunciándoles la Buena Nueva de la salvación,
recibida de Aquel que dijera ser « el Camino, la Verdad y la Vida. » (Jn. 14,
6)
2. La cuestión del judaísmo.
La primera carta oficial de Francisco, enviada el mismo día de su elección, fue
dirigida al gran rabino de Roma. Hecho por demás sorprendente. La primera carta
de su pontificado ¡enviada a los judíos! Acaso esta decisión habrá obedecido a
un imperativo evangelizador apremiante, a saber, una proclamación inequívoca
del Evangelio, destinada a curarlos de su tremenda ceguera espiritual, una
solemne invitación a que reconozcan por fin a Jesús de Nazareth como a su
Mesías y Salvador…Pues nada de eso. Francisco evoca la « protección del
Altísimo », fórmula convencional y vacía de contenido, destinada a ocultar las
divergencias teológicas insalvables que separan a la Iglesia de la Sinagoga,
para que sus relaciones avancen « en un espíritu de ayuda mutua y al servicio
de un mundo cada vez más en armonía con la voluntad de su Creador. » Hay dos
preguntas que un lector prevenido no puede dejar de formularse. La primera es
la siguiente: ¿Cómo puede concebirse una « ayuda mutua » con un enemigo que no
tiene sino un objetivo en mente, a saber, la desaparición del cristianismo, y
esto desde hace casi dos mil años ? ¿En qué cabeza puede caber el absurdo según
el cual los judíos desearían « ayudar » a la Iglesia, fundada según ellos por
un impostor, por un falso mesías, el cual constituye el principal obstáculo al
advenimiento del que ellos aguardan, y a propósito del cual Nuestro Señor les
advirtió : « Yo he venido en nombre de mi Padre y vosotros no me habéis
recibido ; otro vendrá en su nombre y vosotros lo recibiréis. » (Jn., 5, 43)
Terrible profecía que San Jerónimo comenta diciendo que « los judíos, tras
haber despreciado la verdad en persona, aceptarán la mentira aceptando al
Anticristo » (Epist. 151, ad Algasiam, quest. II) y San Ambrosio que « eso
muestra que los judíos, quienes no quisieron creer en Jesucristo, creerán en el
Anticristo. » (in Psalmo XLIII) Ahora que el obstáculo político encarnado por
la Cristiandad ha sido suprimido por la oleada revolucionaria asistimos a la
supresión progresiva del obstáculo religioso, a saber, el papado, alcanzado
desde hace más de cincuenta años por el virus de la modernidad revolucionaria.
Ese obstáculo a la manifestación del « hombre de iniquidad », ese misterioso
katejon del que habla San Pablo (2 Tes. 2,7), que retarda su venida y que no es
otro que el poder espiritual romano, es decir, el papado, según la tradición
exegética. Es tan sólo cuando ese obstáculo haya sido removido que « se
revelará el impío. » (2 Tes. 2, 8) La penetración de las ideas revolucionarias
en Roma no es en absoluto una cuestión de fantasías complotistas ni el
resultado de una imaginación desbocada: quienes trabajaron activamente para
realizar el aggiornamento de la Iglesia, esto es, con miras a su adaptación al
mundo moderno, lo que ha sido el objetivo principal del Concilio Vaticano II,
su « línea directora » (Pablo VI, Ecclesiam Suam, 1964, n°52), no tienen
empacho en admitirlo. Así el cardenal Suenens no se anduvo con rodeos: «
Vaticano II, es 1789 en la Iglesia » (citado por Mons. Lefebvre, Ils l’ont
découronné, Clovis, 2009, p. 10), aseveró quien fuera una de las figuras más
relevantes del último concilio y uno de los cuatro moderadores nombrados por
Pablo VI. El padre Ives Congar (o.p.), nombrado por Juan XXIII en 1960 consultor
de la Comisión Teológica Preparatoria y luego, en 1962, experto
oficial en el concilio, en el cual fuera también miembro de la citada
Comisión Teológica, a sido sin duda alguna el teólogo más influyente de la
asamblea conciliar, junto al jesuita Karl Rahner. El famoso dominico declaró,
refiriéndose a la colegialidad episcopal, que en el Concilio « la Iglesia había
efectuado pacíficamente su Revolución de Octubre » (Vatican II. Le concile au
jour le jour, deuxième session, Cerf, p. 115), reconoció que la declaración
Dignitatis Humanae sobre la libertadreligiosa dice « materialmente otra
cosa que el Syllabus de 1864, incluso aproximadamente lo contrario » (La crise
dans l’Eglise et Mgr. Lefebvre, Cerf, 1976, p. 51) y admitió que en ese texto,
en el cual había trabajado, « se trataba de mostrar que el tema de la libertad
religiosa se hallaba presente en la Escritura. Pero no lo estaba. »
(Eric Vatré, La droite du Père, Guy Trédaniel Editeur, 1995, p. 118) Y según el
cardenal Ratzinger « el problema del concilio fue el de asimilar los mejores
valores de dos siglos de cultura liberal. Son valores que, aunque surgidos
fuera de la Iglesia, pueden hallar un sitio –purificados y corregidos- en su
visión del mundo y eso es lo que sucedió » (Jesus, nov. 1984, p. 72), quien
tampoco vacila en afirmar, a propósito de la constitución pastoral Gaudium et
Spes sobre las relaciones de la Iglesia con el mundo moderno, que se puede
considerar ese texto como un « anti-Syllabus, en la medida en que representa un
intento de reconciliación de la Iglesia con el mundo tal cual se ha vuelto
desde 1789. » (Les principes de la théologie catholique, Téqui, 1987, p. 427)
La segunda pregunta que se plantea a propósito de la carta enviada por
Francisco al gran rabino de Roma es la siguiente: ¿Cómo puede concebirse que
una religión falsa (el judaísmo talmúdico, corrupción del judaísmo
vetero-testamentario), estructurada en base al rechazo, a la condena y al odio
de Jesucristo, pueda estar « al servicio de un mundo cada día más en armonía con
la voluntad del Creador » ? Tamaño absurdo exime de comentarios…Mas se
encuentra naturalmente en perfecta consonancia con la modificación de la
plegaria por los judíos del Viernes Santo, que Juan XXIII se apresuró a
efectuar en marzo de 1959, apenas cuatro meses después de su elección,
suprimiendo los términos « perfidis » y « perfidiam » aplicados a los judíos, y
que sería luego suprimida definitivamente del nuevo misal aprobado por Pablo VI
en abril de 1969 y promulgado en 1970. He aquí la nueva plegaria que en él
figura: « Oremos por los judíos, a quienes Dios habló en primer lugar : que
progresen en el amor de su Nombre y en la fidelidad a su Alianza. » Plegaria a
propósito de la cual cabría efectuar varias observaciones: 1. No se menciona la
necesidad de su conversión a Jesucristo. 2. El término « alianza » insinúa que
la « antigua » aún tendría vigor. 3. Todo « progreso » en el amor de alguien
implica un amor ya presente; ahora bien, ¿cómo podrían « progresar » en el amor
del Padre si niegan al Hijo? 4. ¿Y cómo podrían « progresar » en la « fidelidad
a su alianza » si se obstinan en rechazar a Jesucristo, sacerdote perfecto y
cordero sin tacha, que ha sellado una Nueva Alianza entre Dios y los hombres al
inmolarse en la Cruz? La conclusión cae de su peso : nos encontramos ante una
nueva teología que marca una ruptura de fondo con la que había tenido curso en
la Iglesia desde sus orígenes hasta Vaticano II y que la antigua plegaria por
la conversión de los judíos, eliminada de la liturgia latina, expresaba de
manera luminosa : « Oremos igualmente por los judíos, que no han querido creer
(perfidis judaeis), a fin de que Dios nuestro Señor quite el velo de sus
corazones y que conozcan, ellos también, a Jesucristo nuestro Señor (…) Dios
eterno y todopoderoso, que no rehúsas tampoco tu misericordia a la infidelidad
judía (judaicam perfidiam), escucha las oraciones que te dirigimos por este
pueblo enceguecido ; haz que conozcan la luz de la verdad, que es Jesucristo,
para que sean liberados de sus tinieblas. » El contraste con la nueva plegaria
es pasmoso, tanto como lo es con el discurso de Juan Pablo II en la sinagoga de
Roma en abril de 1986, en el cual alaba la « legítima pluralidad religiosa » y
afirma que hay que esforzarse en « suprimir toda forma de prejuicio (…) a fin
de presentar el verdadera cara de los judíos y del judaísmo. » « Prejuicio »
que la antigua plegaria del Viernes Santo expresaba de manera cabal, lo que
explica ciertamente su desaparición de la nueva liturgia…Pero no se puede negar
que esto sea harto problemático, pues según reza el célebre adagio del siglo V
atribuido al papa San Celestino I: lex orandi, lex credendi, la ley de la
oración determina la ley de la creencia, es decir que, modificando el contenido
de la oración, puede modificarse a la vez el contenido de la Fe. Y lo
acontecido en el siglo XVI a raíz de las innovaciones litúrgicas de Lutero en
Alemania y de Cranmer en Inglaterra basta para demostrarlo. Desgraciadamente,
el episodio de la carta enviada por Francisco al rabino de Roma en el día de su
elección no habría de quedar en eso. En efecto, doce días más tarde Francisco
reincidió enviando una segunda carta al rabino, esta vez con motivo de la
pascua judía, dirigiéndole sus « felicitaciones más fervientes por la gran fiesta
de Pesaj. » Lo que no deja de suscitar una pregunta insoslayable : desde una
perspectiva católica, ¿cuál puede ser la naturaleza de esas « felicitaciones »
con motivo de una celebración en la que se ultraja a Jesucristo, único y
verdadero Cordero Pascual inmolado en la Cruz en redención de nuestros pecados
? Porque tales « felicitaciones » no pueden sino confortar a los judíos en su
ceguera espiritual y por tanto mantenerlos alejados de su Mesías y Salvador, lo
cual es cuando menos paradójico viniendo de parte de un soberano pontífice…El
cual prosigue diciendo: « Que el Todopoderoso que liberó a su pueblo de la
esclavitud de Egipto para conducirlo hacia la tierra prometida continúe
liberándolos de todo mal y acompañándolos de su bendición. » Palabras embarazosas
en grado sumo, dado que manifiestamente Dios no los ha liberado aún de todo
mal, puesto que no existe mal mayor que el de ser considerados « enemigos del
Evangelio » (Rom. 11, 28) y formar parte de la « Sinagoga de Satán »
(Ap. 3, 9) ¿Cómo concebir que Dios pueda continuar « acompañándolos de su
bendición », cuando ellos continúan rechazando con obstinación a Aquel que El
ha enviado? Deseo precisar aquí, para evitar cualquier tipo de malentendido,
que de ningún modo ataco a los judíos de manera personal, ya que no me caben
dudas de que los hay excelentes personas y que profesan sus creencias con toda
buena fe. Al referirme a los judíos entiendo situarme en el plano de los
principios teológicos, el único que es pertinente en esta cuestión. Y en ese terreno
se comprueba una enemistad irreductible entre la Iglesia, que busca establecer
el reino de Jesucristo en la sociedad, y el judaísmo talmúdico, el cual,
habiéndose estructurado en oposición a Jesucristo y a la Iglesia, busca
obstaculizar su misión evangelizadora, en total coherencia con su teología, que
no le permite ver en Jesús de Nazareth más que a un impostor y a un
blasfemador, a un falso mesías que impide la venida del verdadero, el que ellos
aguardan ansiosamente con vistas a restaurar el reino de Israel y a regir las
naciones desde Jerusalén convertida en la capital de su reino mesiánico
mundial. No se trata pues en absoluto de « racismo » ni de un pretendido «
antisemitismo » conceptualmente absurdo, según la raída cantinela que no cesan
de entonar cuando alguien se atreve a abordar el tema, al unísono y a voz en
cuello, los creadores de opinión mediáticos, auténtica policía ideológica del
sistema mundialista, para desviar la atención del verdadero problema que
plantea el judaísmo talmúdico y sionista, cuya índole es estrictamente
teológica, aunque de él se sigan necesariamente consecuencias políticas,
económicas y culturales. Hecha esta aclaración, volvamos a la carta de Francisco,
quien concluye diciendo: « Les pido que recen por mí, y les garantizo mi
oración por ustedes, con la confianza de poder profundizar los lazos de estima
y de amistad recíproca. » Nos es forzoso constatar que aquí llegamos al colmo
en el ámbito de lo absurdo. En efecto, ¿cómo es posible imaginar que la oración
de quienes están, según San Juan, bajo el imperio de Satán, podría ser atendida
por Dios? Y en buena lógica, si los judíos aceptaran rezar por el papa, cosa
inimaginable considerando que su misión se opone diametralmente a la suya, se
verían obligados a pedir su apostasía del cristianismo y su conversión al
judaísmo. Es decir que Francisco implícitamente les estaría pidiendo nada menos
que rezaran por él para que pudiera rechazar a Cristo, ¡tal como lo hacen
ellos! A decir verdad, si esta cuestión no revistiese una gravedad inaudita,
estaríamos ante un gag desopilante por sus incongruentes y grotescas
implicaciones. Y esto sin mencionar los lazos de « amistad recíproca » que
Francisco evoca al final de su mensaje, ya que la incoherencia de esta
expresión no es menos flagrante que la de la anterior. Expliquémonos: Un
amigo es un alter ego, un otro yo, de lo que se sigue que la verdadera amistad
no es viable si los amigos no poseen una correspondencia de pensamientos, de
sentimientos y de objetivos que vuelva posible la comunión de las almas. Ahora
bien, los pensamientos y la acción de la Iglesia y de la Sinagoga son, como ya
lo hemos dicho, diametralmente opuestos, sus proyectos son incompatibles, la
oposición que existe entre ellas es radical, de suerte que, hasta tanto los
judíos no hayan aceptado a Cristo como a su Mesías y Salvador, le enemistad
entre ambas permanecerá irreductible, por razones teológicas evidentes, del
mismo modo que lo son la luz y las tinieblas, Dios y Satán, Cristo y el
Anticristo…Con este tipo de deseos entramos de plano en el terreno de la
utopía, de la sensiblería humanista, de la negación de la realidad y,
sobretodo, en la falsificación del lenguaje y en la perversión de los conceptos
: nos encontramos de lleno en la esfera de la ilusión, de la manipulación
intelectual y de la mentira. Mentira de la cual sabemos
fehacientemente quien es el padre…Monseñor Jorge Mario Bergoglio, cuando era
arzobispo de Buenos Aires y cardenal primado de la Argentina, tenía ya la muy
peculiar costumbre de acudir regularmente a sinagogas para participar en encuentros
ecuménicos, el último de los cuales no remonta más allá del 12 de diciembre de
2012, apenas tres meses antes de su elección pontifical, con motivo de la
celebración de Hanukkah, la fiesta de las luces, en la cual se enciende cada
tarde una vela en un candelabro de nueve brazos durante ocho días consecutivos,
liturgia cuyo significado es, desde un punto de vista espiritual, la expansión
del culto judío. El cardenal Bergoglio participó activamente en la ceremonia
del quinto día, encendiendo la vela correspondiente. De más está decir que
evento semejante no se había producido jamás en la historia dela Iglesia. Y que
constituye un hecho altamente perturbador. Aunque no menos inquietante resulta
ser el hecho de que este tipo de gestos escandalosos pasen completamente
desapercibidos para la inmensa mayoría de los católicos, profundamente
aletargados, imbuidos hasta la médula del pensamiento revolucionario que socava
la Fe y debilita el sensus fidei de los creyentes, compenetrados de la
ideología pluralista, humanista, ecuménica, democrática y derecho-humanista que
sus pastores les inculcan sin cesar desde hace más de medio siglo, ideología
que es totalmente extranjera al depósito de la Revelación y que se ha vuelto el
leitmotiv de los discursos oficiales de la jerarquía eclesiástica desde
Vaticano II. Para concluir este apartado, he aquí un pequeño extracto de lo que
Francisco decía a los judíos en otra sinagoga de Buenos Aires, Bnei Tikva
Slijot, en septiembre de 2007, durante su participación a la ceremonia de Rosh
Hashanah, el año nuevo hebreo: « Hoy, en esta sinagoga, tomamos nuevamente
conciencia de ser pueblo en camino (???) y nos ponemos en presencia de Dios.
Hacemos un alto en nuestro camino para mirar a Dios y dejarnos contemplar por
El. » ¿Qué interpretación podrá atribuirse al « nosotros » empleado por
Francisco? ¿Qué realidad querrá designar utilizando la palabra « Dios »? En
todo caso, habida cuenta del contexto, no podría designar a Dios Padre, pues
sino está claro que los judíos no rechazarían al Hijo. En efecto, Nuestro Señor
les dijo: « Si Dios fuese vuestro Padre, me amaríais, porque es de Dios que he
salido y que vengo (…) Vosotros tenéis por padre al Demonio, y queréis cumplir
los deseos de vuestro padre (…) El que es de Dios escucha las palabras de Dios.
Vosotros no escucháis porque no sois de Dios. » (Jn. 8, 42-47) Hecho de lo más
sorprendente, durante su extenso discurso pronunciado en esa sinagoga de la
capital argentina, quien en ese entonces no era « sino » Monseñor Jorge Mario
Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires y cardenal primado de la Argentina, no se
dignó a pronunciar ni siquiera una vez el Santo Nombre de Jesús…
3. Francisco y la laicidad del Estado.
Ante todo, es menester tener presente en qué consiste el llamado principio de
laicidad : se trata de la piedra angular del pensamiento iluminista, por el
cual Dios es excluido de la esfera pública y el Estado es emancipado de la
revelación divina y del magisterio eclesiástico en el ejercicio de sus
funciones, quedando así habilitado para actuar de manera totalitaria, al
negarse a admitir toda instancia moral superior capaz de esclarecerlo
intelectualmente y de orientarlo moralmente en su acción, ya se trate de la ley
natural, de la ley divina o de la ley eclesiástica. El Estado moderno se
concibe a sí mismo como absolutamente desligado de cualquier tipo de
trascendencia espiritual o ética a la cual someterse en aras de establecer y de
conservar su legitimidad. De este modo, el Estado liberal no reconoce otra
legitimidad como no sea la emanada de la llamada voluntad general y que, por
ende, se funda únicamente en la ley positiva que los hombres se dan a sí
mismos. La separación de la Iglesia y del Estado es el resultado lógico de este
principio, por el cual se exonera a la sociedad políticamente organizada de
rendir a Dios el culto público que le es debido, de respetar la ley divina en
su legislación y de someterse a la enseñanza de la Iglesia en materia de fe y
de moral. Esta supuesta independencia del poder temporal respecto al poder
espiritual no debe confundirse con la legítima autonomía de la cual la sociedad
civil goza en relación a la autoridad religiosa en su propio ámbito de acción,
esto es, en la búsqueda del bien común temporal, el cual a su vez se haya
ordenado a la del bien común sobrenatural, a saber, la salvación de las almas.
Esta es la doctrina católica tradicional de la distinción de los poderes
espiritual y temporal y de la subordinación indirecta de éste respecto de
aquél. La laicidad conculca el orden natural existente entre ambos poderes y
erige al Estado en poder absoluto, transformándolo así en una maquinaria de
guerra con vistas a la descristianización de las instituciones, de las leyes y
de la sociedad en su conjunto. El gran artesano de la pretendida neutralidad
religiosa del Estado es la franc-masonería, enemigo jurado de la civilización
cristiana. Dicha neutralidad no es más que una superchería, dado que el poder
temporal es incapaz de prescindir de una instancia espiritual de orden superior
que le brinde los principios morales que reglan su actividad. El Estado laico
ne es neutro sino en apariencia, puesto que recibe sus principios orientadores
en materia espiritual y moral de esa contra-iglesia que es la franc-masonería:
« La laicidad es la piedra preciosa de la libertad. La piedra nos
pertenece a nosotros, masones. La recibimos en bruto, la tallamos
progresivamente y nos es preciosa porque nos servirá para edificar el templo
ideal, el futuro dichoso del hombre del cual deseamos que ella sea el único
señor. » (La laïcité: 1905-2005, Edimaf, 2005, p. 117, publicado por el Gran
Oriente de Francia en conmemoración del centenario de la ley de separación de
la Iglesia y del Estado de 1905.) Habiendo efectuado este recordatorio básico,
sin el cual se pueden perder de vista las implicancias cruciales que conlleva
este asunto, examinemos la posición de Francisco al respecto. En un discurso
dirigido a la clase dirigente brasilera el 27 de julio, durante el transcurso
de las Jornadas Mundiales de la Juventud, celebradas en Río de Janeiro,
Francisco realizó un elogio entusiasta de la laicidad y del pluralismo
religioso, a punto tal de regocijarse por la función social desempeñada por las
« grandes tradiciones religiosas, que ejercen un papel fecundo de levadura en
la vida social y de animación de la democracia. » Para continuar diciendo que «
la laicidad del Estado (…) sin asumir como propia ninguna posición confesional,
es favorable a la cohabitación entre las diversas religiones. » Laicismo,
pluralismo, ecumenismo, relativismo religioso, democratismo: el número y la
magnitud de los errores contenidos en esas pocas palabras, condenados
formalmente y en múltiples ocasiones por el magisterio, requeriría una
prolongada exposición que excedería ampliamente los límites de este artículo.
Para quienes deseasen profundizar la doctrina católica en la materia, he aquí
los documentos esenciales: Mirari vos (Gregorio XVI, 1832), Quanta cura, con el
Syllabus (Pío IX, 1864) ; Immortale Dei y Libertas (León XIII, 1885 y 1888) ;
Vehementer nos y Notre charge apostolique (San Pío X, 1906 y 1910) ; Ubi arcano
y Quas primas (Pío XI, 1922 y 1925) ; Ci riesce (Pío XII, 1953). Leamos, a
guisa de ejemplo, un pasaje de la encíclica Quas Primas, por la cual
Pío XI instituyó la solemnidad de Cristo Rey: « La celebración de esta
fiesta, que se renovará cada año, enseñará también a las naciones que el deber
de adorar públicamente y obedecer a Jesucristo no sólo obliga a los
particulares, sino también a los magistrados y gobernantes. A éstos les traerá
a la memoria el pensamiento del juicio final, cuando Cristo, no tanto por haber
sido arrojado de la gobernación del Estado cuanto también aun por sólo haber
sido ignorado o menospreciado, vengará terriblemente todas estas injurias; pues
su regia dignidad exige que la sociedad entera se ajuste a los mandamientos
divinos y a los principios cristianos, ora al establecer las leyes, ora al
administrar justicia, ora finalmente al formar las almas de los jóvenes en la
sana doctrina y en la rectitud de costumbres. » La lectura de estos textos del
magisterio permite comprender que el Estado laico, supuestamente neutro, no
confesional, incompetente en materia religiosa y otras falacias por el estilo,
no es más que una aberración filosófica, moral y jurídica moderna, una
monstruosidad política, una mentira ideológica que pisotea la ley divina y el
orden natural. La distinción –sin separación- de los poderes temporal y
espiritual es algo muy diferente de la pretendida independencia del temporal
respecto del espiritual en relación con Dios, la Iglesia, la ley divina y la
ley natural : eso tiene nombre, y se llama la apostasía de las naciones. Esta
apostasía es el fruto maduro del Iluminismo, de la franc-masonería, de la
Revolución Francesa y de todas las sectas infernales que de ella proceden
(liberalismo, socialismo, comunismo, anarquismo, etc.) Esos son los enemigos
despiadados de Dios y de su Iglesia, quienes alcanzaron su diabólico objetivo
de destruir enteramente la sociedad cristiana y de erigir en su lugar la ciudad
del hombre sin Dios, creatura insensata embriagada por la falaz autonomía de la
cual ella pretende gozar respecto a Dios : en ello reside el rasgo esencial de
lo que se ha dado en llamar la modernidad, a pesar de sus rostros variados y
multiformes, cuyo desenlace, a término, no puede ser otro que el del reino del
Anticristo. Esta figura escatológica del hombre impío conducirá
ineluctablemente la sociedad moderna, secularizada y apóstata, al paroxismo de
su revuelta contra todo lo que se encuentra por encima de su propia voluntad
autónoma y soberana, de la cual nos ofrece ya las aciagas primicias : pensemos,
por no citar sino un puñado de ejemplos representativos, en esas aberraciones
inimaginables que son el matrimonio homosexual, la adopción homo-parental, el
derecho al aborto, la legalización de la industria pornográfica, la escuela sin
Dios pero con teoría de género y educación sexual obligatorias para corromper
la infancia y mancillar la inocencia de las almas inocentes…Personificación
aterradora de la creatura que entiende hacer de su libertad, considerada como
absoluta, la única fuente de la ley y de la moral, creatura imbuida de su
vacuidad ontológica y enceguecida por su arrogancia irrisoria que pretende
asombrosamente ocupar el lugar de Dios. Reitero que es en esta pretensión
insensata de la creatura de prescindir de su Creador que radica la
característica definitoria de la modernidad, es ella la que constituye la raíz
del mal moderno, desvarío metafísico que se manifiesta con una actitud de repliegue
del individuo sobre su propia subjetividad, acompañada por el rechazo
categórico de un orden objetivo del cual debería reconocer por partida doble la
anterioridad cronológica y la superioridad ontológica, y al cual está llamado a
someterse libremente para realizar plenamente su humanidad. Esta actitud
moderna se declina en múltiples facetas : nominalismo, voluntarismo,
subjetivismo, individualismo, humanismo, racionalismo, naturalismo,
protestantismo, liberalismo, relativismo, utopismo, socialismo, feminismo,
homosexualismo, de las cuales la raíz es siempre la misma, a saber, el sujeto
autónomo pretendiendo emanciparse del orden objetivo de las cosas y cuyo
desenlace trágico e inevitable es el proyecto descabellado de proponerse crear
una civilización que, tras haber expulsado a Dios de la sociedad, se funde
exclusivamente en el libre arbitrio soberano del hombre, convertido en fuente
de toda legitimidad. Y hoy más que nunca se vuelve indispensable proclamarlo a
los cuatro vientos : el principio de laicidad constituye su más acabada
encarnación y es su figura emblemática : « El día en que comeréis (del fruto
prohibido) vuestros ojos se abrirán y seréis como dioses que conocen el bien y
el mal » (Gn. 3,5), sugirió la Serpiente a Eva, quien, dando muestras de una
gran apertura mental y de una sincera adhesión al pluralismo religioso, se
adentró con madurez y confianza en un diálogo mutuamente enriquecedor con su
respetable interlocutor…El desenlace es bien conocido y ciertamente fatal para
la humanidad : Adán y Eva terminaron comiendo, se encontraron desnudos, fueron
castigados por Dios y expulsados del Paraíso. Las viejas naciones europeas que
conformaban la Cristiandad comieron también del fruto, llamado esta vez
Derechos Humanos, Democracia y Laicidad. Y ahora se encuentran desnudas. En
cuanto al castigo, ineluctable, terminará llegando, tarde o temprano: « Vi
surgir del mar una bestia que tenía diez cuernos y siete cabezas, y sobre sus
cuernos diez diademas, y sobre sus cabezas nombres de blasfemia (…) Le fue dado
hacer la guerra a los santos y vencerlos. Y le fue concedida autoridad sobre
toda tribu, pueblo, lengua y nación. » (Ap. 13, 1/7) Pero el Anticristo, « el
hombre impío, el hijo de perdición » (2 Tes. 2, 3) no llegará solo : será
precedido por un falso profeta, parodia diabólica del papel precursor que
otrora ejerciera San Juan Bautista disponiendo los corazones para la llegada
inminente del Mesías : « Vi otra bestia que subía de la tierra y tenía dos
cuernos semejantes a los de un cordero, pero hablaba como un dragón. » (Ap.
13,11) Las dos bestias, la del mar y la de la tierra, el Anticristo y el Falso
Profeta, son indisociables, al igual que lo son el poder temporal y el poder
espiritual en la sociedad. En régimen de cristiandad, los dos poderes cooperaban
a efectos de hacer respetar la ley divina en la sociedad. Pero, en el caso
que nos ocupa, los dos poderes han cambiado de signo y se hallan dedicados al
servicio de Satán, la segunda bestia –el poder religioso prevaricador-,
abriendo el camino a la primera e induciendo a los hombres a que se le sometan
: « E hizo que la tierra y todos sus habitantes adorasen a la primera bestia. »
(Ap.13, 12) La primera bestia representa el poder temporal apóstata, el del
régimen democrático laico y secularizado, enemigo de Dios, poder mundano que un
día será ostentado por una persona concreta, el Anticristo. La segunda bestia,
por su parte, representa el poder religioso corrompido, a la cabeza del cual se
hallará también un día una persona concreta, el falso profeta o Anticristo
religioso. ¿Qué tan lejos se encontrará la época que verá desplegarse ante su
mirada atónita el cumplimiento de estas profecías? No es fácil tener certezas
de orden práctico en este terreno ni por tanto dar una respuesta categórica. En
cambio, no resulta aventurado sostener que cuando el nuevo papa alaba
apasionadamente la laicidad del Estado, siguiendo en esto el ejemplo de sus
predecesores recientes en el pontificado y conformándose al magisterio
post-conciliar, la necesidad de escrutar las profecías que acabamos de exponer
cobra una urgencia manifiesta.
Alejandro Sosa Laprida