Por Tcnl. José Javier de la Cuesta Ávila. (LMGSM 1 y CMN 73).
Los problemas de Argentina de comienzos del Siglo XXI son similares a los que vivió la esperanza de nación a mediados del Siglo XIX, ello significa que poco se aprendió en los pasados 200 años, pero, al mismo tiempo, proporciona la experiencia de cómo se los soluciono en aquel entonces, es decir posibilita repetirlo, que llevara al éxito para bien del futuro de la Patria..
El gobierno patrio que nacía en aquel mayo de 1810 encontró como problema inicial determinar una forma de gobierno bajo la exigencia de la continuidad de un pasado y la necesidad de formular un futuro a un país que quería ser nación. El poder soberano, que había estado en el Rey de España, tenía que encontrar quien lo detentaría por derecho y sucesión natural. Las ideas que sustentaban la “democracia”, que asignaba el poder al “pueblo” (población), eran todavía germen que no contenía la certeza de su valor y se lo sentía como un cambio casi impensado. Los “cabildos” fueron, así, por su natural existencia, la raíz del poder, y, desde ellos comenzó a formarse la organización que configuraría los gobiernos patrios. Ese fue el principio rector, originado por el vinculo de la gente, que determino el como para aquellos que ejercerían su representación y gobierno.
Cuatro décadas de desencuentros marcaron el proceso, para dejar de ser “americanos” (españoles en América) y sabernos “argentinos”, como resultante de la unión de los “pueblos” (localidades) que contenían primariamente a salteños, puntanos, tucumanos, cuyanos, cochabambinos, orientales o porteños. Cuando la fuerza fue reemplazada por la razón, se llego al acuerdo, que sería la base de la nación. Argentina nació del consenso de los pueblos (provincias), que así lo decidieron, libre y lógicamente, en cumplimiento de los “pactos preexistentes” y por su expresa “voluntad”. Esa es la esencia medular que nos hizo Nación.
La libertad y el trabajo, se asociaron, sin barreras o condicionamientos, abriendo al Mundo, la posibilidad sincera y honesta de la realización individual, como su fruto. Esa es la característica que el país impuso a la Nación. Pero, el mismo 25 de mayo de 1810, seguramente, sin que se lo percibiera en aquel entonces, comenzó una puja desconcertante, pero materialmente real: la prevalencia del Estado ante la sociedad. Los gobernantes usaron al Estado, primero en la elemental forma institucional y, más tarde, como la organización de la administración pública, comenzaron a competir, con su acción, sobre el destino de la riqueza, que una tierra poderosa brindaba, como respuesta a una sociedad dedicada. El habitante, que hacía, producía y ganaba, tenía que compartir su éxito con los funcionarios que actuaban, algunas veces sanamente y otras no, era los que diseñaban el bien común. Los políticos, actuando como gobernantes, convirtieron al Estado, no tan solo el competidor de la sociedad, sino, también, lamentablemente, en su rector, al dominarlo con la ley, conforme la finalidad de los objetivos que sus ideas o intereses les señalaban.
Para tener una idea del traslado de riqueza de la sociedad al estado, entre los muchos índices que se podrían utilizar, parece interesante, medirlo en relación al “valor de la moneda”, teniendo en cuenta que en cuatro oportunidades se emitió nuevos billetes, que significaban determinadas proporciones de los en curso en cada momento. Si se compara el “peso moneda nacional” (año 1881) con la moneda actual (año 2011) existe una relación de diez billones o sea que en esta cantidad equivale el inicialmente citado. La inflación, y su consecuente emisión, han marcado a lo largo del siglo XX, el proceso de empobrecimiento de la sociedad, trasladando capacidad financiera al estado, que ha sido dispuesta por los gobernantes, conforme sus ideologías, en extraños procesos de “redistribución”, bajo la cobertura de la “democracia” y con el justificativo de terminar con la pobreza.
Debemos recordar que, en nuestro proceso de estructuración como nación, privo siempre la idea de democracia, dado que: “La culminación del desarrollo de la libertad en la esfera política lo constituye el Estado democrático moderno, fundado sobre la igualdad de derechos de todos los ciudadanos para participar en el gobierno por medio de representantes libremente elegidos” (1) Pero hemos de saber que la democracia, tal como debe ser en su esencia, “puede subsistir solamente si se logra un fortalecimiento y una expansión de la personalidad de los individuos, que los haga dueños de una voluntad y un pensamiento autentico” (1) “Hoy el votante se ve frente a partidos políticos enormes, tan grandiosos y lejanos como las gigantescas organizaciones industriales. Los problemas políticos, complicados ya por su naturaleza, se vuelven aun mas inextricables debido a la intervención de toda clase de recursos que tienden a oscurecerlos” (1) “Los métodos de propaganda política tienen sobre el votante el mismo efecto que los de la propaganda comercial sobre el consumidor, ya que tienden a aumentar su sentimiento de insignificancia.” (1) “Obligado a enfrentarse con el poder y la magnitud de los partidos, tal como se le aparecen a través de su propaganda, el votante no puede dejar de sentirse pequeño y poco importante” (1). Sin embargo, todo lo expresado, tanto en las ideas como las propuestas, fracasan cuando, el medio de unión entre la sociedad y su gobierno, no se concreta, aparece viciado o deformado, lo que lleva a la ruptura del vínculo.
Cuando se repiten las páginas de nuestra historia, en los sucesivos ensayos para encontrar una legislación constitucional que nos una, vemos, que, al chocar la voluntad de los dirigentes, que buscan la capacidad del poder centralizado, contra la aspiración de la sociedad, que teme a aquel y requiere su descentralización, son pasos que culminan en un fracaso. La dirigencia política ha creado un régimen institucional que se ajusta a ella, pero, desdice lo que determino la Constitución Nacional. La realidad es tan simple como concreta. Durante el periodo de organización nacional, cada localidad (provincia), que durante siglos había vivido en una muy particular autonomía, no quería crear nuevos lazos de dependencia. Se buscaba la unidad como nación dentro de la individualidad de sus componentes y a ello respondía el sistema federal territorial. Las palabras del Coronel Manuel Dorrego, en la Asamblea Constituyente de 1828, son de una claridad espectacular y, trasladada en el tiempo, de absoluta vigencia actual.
Si nos remontamos al periodo de gobierno de Rosas, que comparte su tiempo con los López, Quirogas y otros “caudillos”, vemos como a partir del “poder aduanero” de Buenos Aires, se intenta el dominio político de las ciudades interiores. Estos pueblos interiores encontraron en los caudillos su forma de sentir y actuar. “El secreto de esa adhesión era la afinidad entre el caudillo y las masas populares. El caudillo pertenecía casi siempre a esa misma masa social, participaba del mismo tipo de vida, y rechazaba con la misma aversión las formas evolucionadas de convivencia que le quisieron imponer y en el seno de esa masa individualista, generalmente, por cierta excelencia en el ejercicio de las mismas virtudes que ella admiraba, era el mas valiente, el más audaz, el más diestro” (2) “Esa autoridad se basaba no solo en las virtudes personales de hombre de combate y hombre de campo, se apoyaba asimismo, en cierta premeditada actitud mediante la cual las masas rurales llegaban a considerar a su caudillo como dotado de podres insólitos” (2). Pero, seguramente, lo que se discutía no era la unión, ya que había consenso en lograrla, sino como se administraría la misma para bien de todos. La lucha entre los unitarios y federales era para determinar un poder político con un proyecto de gobierno, que satisficiera a la diversidad y la unidad. El centralismo estaba apoyado por los grupos que estaban vinculados con el poder del puerto y, el descentralismo, por los que buscaban la libertad de las imposiciones de aquel.
La realidad es que, transcurrido más de un siglo y medio, el tema parece no haberse solucionado. El federalismo, como fórmula legal, ha sido burlado por una centralización del poder basada ahora en la capacidad financiera oficial. Volver a la génesis de lo acordado es, seguramente, la solución al desequilibrio. Reafirmar el federalismo, no es solo redistribuir nuevamente algunas competencias o reasignar responsabilidades funcionales, sino reasumir el compromiso de asentar la convivencia futura sobre la base del respeto, la tolerancia y las garantías de igualdad de oportunidades de todas las partes que componen el estado nacional… que la desfederalización del país es un problema cuya solución debe ser encarada efectivamente por el gobierno nacional y los gobiernos provinciales, mediante conductas que exterioricen una voluntad clara y concreta, en orden de revitalizar los principios federales sobre los que se asienta nuestro sistema institucional. (3). La forma de Estado federal declarada en el artículo 1 de la Constitución Nacional responde a una relación de `poder territorial referida a la manera en que la capacidad de gobierno y de coalición del Estado se distribuye en la geografía nacional por intermedio de una asignación definida de competencias (4). La consolidación de un federalismo solidario y eficiente debe visualizar la descentralización como una tendencia instrumental que favorece la autogestión y el autogobierno, pero sin perder de vista solo el federalismo respondiendo a una concepción autentica y fortalecida si se origina en la misma base del convivir social y en las unidades políticas que lo sustentan (4).
En nuestro tiempo, comienzos del Siglo XXI, el problema de la “desfederalización”, aparece con fuerza en los países en los que se está motivando nuevos ordenes de relación en la sociedad. En esta situación, además de nuestra Argentina, observamos con relativa similitud, ello en Venezuela y se lo indica así: El sistema electoral (Venezolano) instituido a partir de 1958, tiende al estado centralizado por los partidos políticos… sucintamente se comprueba que a mayor centralización de partidos, mas centralización en el diseño institucional federal. (5). La herramienta para la “centralización” es la legislación electoral que atribuye a los partidos políticos nacionales la capacidad de ser los medios legales para la determinación de las autoridades y representantes del país. Para seguir con la referencia Venezuela, observamos que su actual gobierno, se sostiene por un partido “único” nacional, que asigna su capacidad tras los intereses ideológicos y no en base a las necesidades y aspiraciones de sus localidades territoriales. Un modelo de hacer política muy similar al argentino, en el cual, cada gobierno intenta (y algunas veces lo logra), crear desde el oficialismo una fuerza partidaria que adquiere posición gravitatoria superior.
Lo llamativo del proceso actual, y que hace una suerte de coincidencia con el pasado, es que, como se dijo, ayer se buscaba el dominio para el manejo de las “rentas aduaneras” y, en nuestros días, se ejerce este por la aplicación centralizada de las rentas provenientes de los “ingresos fiscales generales”. Es interesante observar que, concretamente, la realidad centralizada o descentralizada, esta directamente vinculada al poder financiero nacional o a los poderes de autonomía provinciales. La manipulación que se hace sobre el “Presupuesto Nacional” es tan evidente que su solo conocimiento muestra la evidencia de ello.
En la década del 1850, después de tantas diferencias, las provincias se unen bajo los supuestos de la Carta Magna que suscriben ansiosas para tener un objetivo común. Cuando se cambia la denominación “Confederación” por la de “Nación” se comienza a destruir lo tan afanosamente alcanzado y, ocultamente, se materializa la “desfederalizacion”. En la medida que la capacidad financiera se encuentre en un lugar de la estructura del país ello determinará el del poder para gobernar.
La experiencia de los primeros tiempos (con una moneda fija y estable), en los cuales el “poder electoral” estaba en la totalidad del territorio, muestra el éxito logrado. Cuando ese poder se comienza a centralizar (monedas cambiantes) y logra su estructura de dominio (partidos políticos nacionales), se entre en la turbulencia deprimente que, en fases sucesivas, lleva a la difícil situación actual. Como estamos viviendo en nuestros días un ambiente similar al previo a 1853/60, es posible pensar que se está repitiendo un proceso parecido y, por lo tanto, la salida genuina seria repetir lo que se hizo en aquel entonces y nos diera tiempos de exitoso bienestar. Es necesario que la dirigencia política despierte ante una realidad contundente que se origina de un régimen que tiende a la “centralización” y que restituyendo institucionalmente la forma “federal” se podrá corregir el desequilibrio y Argentina, pueda repetir sus tiempos de esplendor de principios del Siglo XX.
Referencias:
(1) El miedo a la libertad (Erich Fromm).
(2) Las ideas políticas en Argentina (José Luis Romero)
(3) Comentarios a la Reforma Constitucional (Alberto Zarza Mensaque)
(4) Actualidad del federalismo argentino (Alberto Ricardo Dalla Via).
(5) Venezuela un federalismo centralizado y su efecto sobre el sistema partidario (Alexandra Lizbona)