Advertencia inicial: no siendo teólogo*, la meditación
se encuentra sujeta a las correcciones que en los términos utilizados puedan no
ser convenientes. Se agradece a quienes quieran aportar correcciones del mismo,
así lo hagan.
Tres son las caídas de Jesús cargando la Cruz
en el Vía Crucis, y son tres las estaciones en que se reflexiona sobre ellas.
Ingresemos a reflexionar sobre las tres caídas, como si estuviésemos
presenciándolas.
Nos trasladamos mentalmente a los tiempos de
Jesucristo, al momento del Domingo de Ramos, en su entrada triunfal a
Jerusalén, donde todos lo reconocían diciéndole: “Hosanna, hijo de David”.
3 CAÍDAS, 3 NEGACIONES
Y 3 PEDICACIONES
Hay escépticos que preguntan: “¿Puede Dios
crear una piedra tan grande que Él no sea capaz de levantar?”
La respuesta simple diría que Dios no hace
contradictorias, ya que tal contradicción implicaría una imperfección, y Dios
no es imperfecto.
Sin embargo, he aquí la respuesta alternativa,
en las tres caídas de Jesús, que es verdadero Dios y que es sólo Persona
Divina, sin persona humana en su hipóstasis de naturaleza Divina y naturaleza
humana: la Cruz que como Dios redime a toda la humanidad y salva a los muchos
predestinados condenando a la vez a los muchos que no lo aceptan, es ese mismo
objeto que su misma naturaleza humana no tiene capacidad de levantar. La
naturaleza humana de Jesucristo reconoce el peso de la Cruz sobre su cuerpo,
produciendo la caída, pero la Persona Divina de Jesucristo es la fuerza
salvadora como muestra de la Omnipotencia del Verbo Encarnado.
Como verdadero Dios podía hacer levitar la Cruz
si así hubiese sido Su Voluntad, pero como verdadero hombre sujeto a la
limitación de la naturaleza humana, la Cruz lo aplastaba. Ambas cosas a la vez,
que mostraban que “en verdad, era este el Hijo de Dios”.
Tres son los enemigos del alma, fuentes de
todos los pecados: el demonio, el mundo y la carne. En este mundo, el católico
lidia contra ellos hasta el instante mismo de su muerte, tras el cual no habrá
más oportunidades para salvar el alma, sellando su destino. N los enemigos del
alma, y tres son las caídas de Cristo en la Via Dolorosa.
También las tres negaciones de Cristo que San
Pedro hizo durante la Pasión.
Finalmente, tres son los momentos vividos por
Jonás, que abarcan tres conversiones. Las caídas de Jesús en el Vía Crucis son
tres, al igual que son tres los días de Jonás en el vientre del pez. Los tres
días de Jonás son una señal de Dios sobre la que hemos de reflexionar.
Tres caídas en el Vía Crucis, tres fuentes del
pecado, tres negaciones de Pedro y las tres conversiones que tuvieron por
protagonista a Jonás, son la base de esta meditación.
JESÚS PREDICE A PEDRO
SU NEGACIÓN
“Y entonando el himno, salieron hacia el Monte
de los Olivos. Entonces les dijo Jesús: “Todos vosotros os vais a escandalizar
de Mí esta noche, porque está escrito: “Heriré al pastor, y se dispersarán las
ovejas del rebaño.” Mas después que Yo haya resucitado, os precederé en Galilea.”
Respondióle Pedro y dijo: “Aunque todos se escandalizaren de Ti, yo no me
escandalizaré jamás.” Jesús le respondió: “En verdad, te digo que esta noche,
antes que el gallo cante, tres veces me negarás.” Replicóle Pedro: “¡Aunque
deba contigo morir, de ninguna manera te negaré!” Y lo mismo dijeron también
todos los discípulos” (Mt. 26, 30-35).
Tres fueron las caídas de Jesucristo, y tres
las negaciones de Pedro. Los relatos se centran en Pedro, la Piedra en que
Jesucristo edificó la Iglesia, pero todos los discípulos habían afirmado
exactamente lo mismo, que no se escandalizarían de Jesucristo, que no lo
negarían, y que si era necesario morirían con Él.
El lugar de los Apóstoles, el lugar de Pedro,
acabó ocupándolo San Dimas, el buen ladrón, cuyo último hurto fue salvar su
alma y dirigirse con Jesucristo al Reino de los Cielos.
La enseñanza de este pasaje, ha de ser la
insuperable desconfianza que debemos tener en nosotros mismos, y que la
confianza ha de ser depositada en Dios. Tal como Jonás se negó a predicar en
Nínive, Pedro se negó a morir con el Mesías…
JONÁS CITADO POR JESÚS
“LOS
ENEMIGOS PIDEN UNA SEÑAL. Entonces algunos de los escribas y fariseos
respondieron, diciendo: “Maestro, queremos ver de Ti una señal.” Replicóles
Jesús y dijo: “Una raza mala y adúltera requiere una señal: no le será dada
otra que la del profeta Jonás. Pues así como Jonás estuvo en el vientre del pez
tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la
tierra tres días y tres noches. Los ninivitas se levantarán, en el día del
juicio, con esta raza y la condenarán, porque ellos se arrepintieron a la
predicación de Jonás; ahora bien, hay aquí más que Jonás. La reina del Mediodía
se levantará, en el juicio, con la generación ésta y la condenará, porque vino
de las extremidades de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón; ahora
bien, hay aquí más que Salomón”.” (Mt. 12, 38-42)
“Una generación mala y adúltera requiere una
señal: no le será dada otra que la del profeta Jonás”. Y dejándolos, se fue.
(Mt. 16, 4)
“LOS FARISEOS PIDEN UNA SEÑAL. En seguida subió
a la barca con sus discípulos, y fue a la región de Dalmanuta. Salieron
entonces los fariseos y se pusieron a discutir con Él, exigiéndole alguna señal
del cielo, para ponerlo a prueba. Mas Él, gimiendo en su espíritu, dijo: “¿Por
qué esta raza exige una señal? En verdad, os digo, ninguna señal será dada a
esta generación.” Y dejándolos allí, se volvió a embarcar para la otra ribera.”
(Mc. 8, 10-13)
“LA SEÑAL DE JONÁS. Como la muchedumbre se
agolpaba, se puso a decir: “Perversa generación es ésta; busca una señal, mas
no le será dada señal, sino la de Jonás. Porque lo mismo que Jonás fue una
señal para los ninivitas, así el Hijo del hombre será una señal para la
generación esta. La reina del Mediodía será despertada en el juicio frente a
los hombres de la generación esta y los condenará, porque vino de las
extremidades de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón; y hay aquí más
que Salomón. Los varones ninivitas actuarán en el juicio frente a la generación
esta y la condenarán, porque ellos se arrepintieron a la predicación de Jonás;
y hay aquí más que Jonás” (Lc. 11, 29-32)
Mons Straubinger afirma en la nota al Evangelio
de San Lucas que “Estas referencias que hace Jesús a los que vanamente le piden
milagros, tienen por objeto mostrarles que su divina sabiduría basta y sobra
para conquistarle, sin necesidad de milagros, la adhesión de cuantos no sean de
corazón doble.”
Efectivamente, Jesús es la lámpara de la
Sabiduría que no debe ser soterrada por los indiferentes, ni escondida por los maestros,
porque todos tenemos necesidad de ella para nosotros y para los demás. “Nadie
enciende una candela y la pone escondida en un sótano, ni bajo el celemín, sino
sobre el candelero, para alumbrar a los que entran. La lámpara de tu cuerpo es
tu cuerpo es tu ojo. Cuando tu ojo está claro, todo tu cuerpo goza de la luz,
pero si él está turbio, tu cuerpo está en tinieblas. Vigila pues, no suceda que
la luz que en ti hay, sea tiniebla. Si pues todo tu cuerpo está lleno de luz
(interiormente), no teniendo parte alguna tenebrosa, será todo él luminoso
(exteriormente), como cuando la lámpara te ilumina con su resplandor” (Lc. 11,
33-36)
JESÚS CAE, POR PRIMERA
VEZ, BAJO EL PESO DE LA CRUZ
En la Vía Dolorosa de Jerusalén, la Tercera
Estación Penitencial del Vía Crucis rememora la primera caída de Cristo en su
camino a la crucifixión. El lugar viene señalado por una pequeña capilla que
pertenece a la Iglesia Católica Armenia. Se trata de una Capilla del siglo XIX
renovada en 1948 por donación de soldados católicos de la armada libre polaca
durante la Segunda Guerra Mundial. De frente al elegante pórtico de época
turca, los arqueólogos han encontrado algunas piedras de una calle del tiempo
de Jesús. En esa pequeña Capilla Armenia Católica hoy se recuerda la primera
caída. El Vía Crucis atraviesa el valle que separa dos colinas, oriental y
occidental, sobre las cuales está construida la ciudad de Jerusalén. Sobre el
frontal de la capilla, antes de entrar, se encuentra representado el episodio
con una pequeña piedra tallada, y dentro se puede admirar la escultura de Jesús
que cae bajo el peso de la Cruz, con una pintura impresionante de los ángeles
detrás de la escultura, que se encuentran adorando al Señor y que sufren al ver
su padecimiento. La iglesia armenio-católica fue construida sobre el lugar de
la iglesia medieval de "Santa María del Espasmo" y tiene la estación
del encuentro con la Virgen justo al lado de la Capilla.
Jesús cae, para redimir a toda la humanidad. La
caída no es su muerte, sino su humano desplome ante la Cruz material, la Cruz
que espiritualmente son nuestros pecados que Él cargó.
EL DEMONIO
La caída no es la muerte: pero el diablo había
dicho a Eva “no morirás”. Sin embargo, con el Pecado Original entró la muerte
del pecado al mundo, la pérdida de la Gracia, e incluso la mortalidad tal como
hoy la conocemos. Hizo falta la redención de Jesucristo para dar Esperanza al
hombre, de la cual sólo aprovecharán los predestinados, ya que muchos se
condenarán al rechazarlo.
Es con la primera caída espiritual del Pecado
Original, en la cual el hombre fue arrastrado por la caída de Lucifer que busca
dañar toda la obra de Dios, que fue dañada la vida humana en este mundo. Los
pecados de la humanidad son cargados por Jesucristo en la Cruz, dando remedio
al Pecado Original mediante los Sacramentos que son portados por la Iglesia
Católica por El fundada.
Lucifer pecó con sus ángeles caídos, y “"no
hay arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento
para los hombres después de la muerte" (S. Juan Damasceno, f.o. 2,4: PG
94, 877C).
El diablo es fuente de tentaciones. No es
posible dudar de que Adán fue un solo hombre, pues así es afirmado además en el
Nuevo Testamento y en el Catecismo de la Iglesia Católica N° 402: “Todos los
hombres están implicados en el pecado de Adán. S. Pablo lo afirma: "Por la
desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores" (Rm
5,19): "Como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el
pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos
pecaron..." (Rm 5,12). A la universalidad del pecado y de la muerte, el
Apóstol opone la universalidad de la salvación en Cristo: "Como el delito
de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra
de justicia de uno solo (la de Cristo) procura a todos una justificación que da
la vida" (Rm 5,18).”
La primera caída de Jesús, es la respuesta a
las tentaciones del demonio. Ya en el desierto había tentado al mismo Hijo de
Dios, fracasando en su intento. Esta derrota demoníaca es la respuesta a su
victoria en el Pecado Original, en que logró convencer a Eva y por su medio a
Adán para pecar, cuando ellos tenían la más clara conciencia sobrenatural que
el hombre pudiera tener. Con Eva empezó con una pregunta mentirosa que no
merecía siquiera la aclaración de la primera mujer. Con Jesús, las tentaciones
fueron ofertas: tres tentaciones a quien tres veces caería bajo el peso de la
Cruz. La tentación demoníaca de lo carnal, pretendiendo convertir las piedras
en pan, la tentación demoníaca espiritual de probar a Dios sugiriéndole
arrojarse desde la cima de la montaña, y la tentación demoníaca psicológica de
la ambición y del poder al ofrecerle reinos. ¿Un ángel caído ofreciendo al
Verbo Encarnado algo que pudiera el Absoluto carecer? ¿No resulta una
contradicción que una creatura caída que es lo más imperfecto que se pueda
pensar, ofreciera a Dios tentaciones de bienes creados, materiales,
psicológicos o espirituales?
Cristo cae, pero vuelve a levantarse. Porque la
caída humana no es la caída de Dios: el Absoluto e Infinito Dios, que es
Omnipotente, no puede ser vencido por el peso de un madero, ni por la carencia
de Bien y ausencia de Amor que es el pecado. Cristo se levanta, y al levantarse
vence las tentaciones del demonio.
Jesús habló de Jonás. Ante el pedido de
milagros en el momento que acreditaran que es Dios, milagros exigidos sin Fe
por el motivo que fuese, les sacó a luz el libro de Jonás. ¿Puede la razón
creer que un hombre sobreviva tres días en el vientre de un pez? ¿Puede un
reino convertirse sin necesidad de que un milagro la impulse? Si no se cree en
eso, que es un milagro en el orden natural ¿Cómo se creerá en la muerte y
resurrección de Jesucristo, que es un verdadero Milagro en el orden
Sobrenatural?
“Vestíos la armadura de Dios, para poder
sosteneros contra los ataques engañosos del diablo. Porque para nosotros la
lucha no es contra sangre y carne, sino contra los principados, contra las
potestades, contra los poderes mundanos de estas tinieblas, contra los
espíritus de la maldad en lo celestial.” (Ef. 6, 11-12). Dice Mons. Straubinger
en la nota: “Poderes mundanos: “S.
Pablo toma este mundo en el sentido
moral. Son los hombres hundidos en las tinieblas de la ignorancia religiosa y
del pecado. Tal es la tiniebla, sobre
la cual reinan los demonios” (Pirot)”
Jonás resume tres conversiones a Dios, para
vencer al demonio y sus acechanzas: el Milagro de los paganos a quienes no
tenía previsto predicar, el Milagro de vivir tres días en el vientre del pez
como sanción por su culpa que da lugar a su contrición, y el Milagro de la
conversión de Nínive a quienes Dios explícitamente había pedido les predicara.
EL PROFETA
DESOBEDIENTE
Jonás era el hombre elegido por Dios para
predicar, pero desobedeció al llamado. Dios le encomendó dirigirse a Nínive
para predicar contra sus maldades, y Jonás prefirió huir de la presencia de
Dios dirigiéndose en sentido contrario. En vez de ir a Nínive, prefería ir en
barco a Tarsis, al extremo opuesto.
Jonás es un adelanto de la acción de San Pedro,
que en medio de la Pasión de Jesucristo lo negó tres veces.
Dice la nota de Mons. Straubinger al libro de
Jonás (I, 3) que “San Juan Crisóstomo presenta al profeta desobediente como
figura de los pecadores, “que, parecidos a hombres ebrios, no atienden adónde
van, ni adónde ponen el pie, sino que, siguiendo sus pasiones, se pierden por
su propia locura e inobediencia”. Si Dios nos confía una misión tenemos que
dejar las comodidades y sacrificar nuestro yo. No busquemos refugio en los buques
de Tarsis que obedecen a nuestro antojo; pues las olas del mar sirven a Dios y
son más fuertes que las tablas del mísero barco de nuestro “yo”.”
Dios desencadenó una gran tempestad sobre el
mar, poniendo en peligro la nave, y tal fue el espanto de todos los que estaban
en la nave que se pusieron a rezar a sus propios dioses falsos, mientras Jonás
dormía profundamente en el sótano, acostado. En esa situación, el Capitán de la
nave dijo a Jonás: “¿Qué te pasa, dormilón? Levántate e invoca a tu Dios. Quizás
Dios piense en nosotros para que no perezcamos.”
Jonás, quien conocía al verdadero Dios, quien
podía invocar no a falsas deidades, sino a Yahvéh revelado en el Antiguo
Testamento, se negaba a rezar, se negaba a dirigirse a Dios, de quien pretendía
huir. No sólo dejaba de predicar a Nínive, sino que se negaba a hacerlo en la
misma barca ante el peligro de la misma.
La diferencia entre Jonás y Jesús, ambos
durmiendo en la barca en medio de una gran tempestad en una aparente actitud
similar, es resaltada por la nota de Mons. Straubinger (Jon 1, 5): “Alguien ha
comparado este sueño de Jonás con el de Jesús en Marc. 4,38. Fuera de la
coincidencia material de que ambos dormían en una embarcación durante una
tormenta, nos parece que, en vez de similitud hay oposición entre el caso del
divino Salvador, cuya presencia y cuya palabra potente y bondadosa dominaron el
mar y calmaron la tempestad, y el caso de Jonás culpable, que duerme
displicentemente mientras los demás sufren por aquella borrasca que el Señor
Dios mandaba contra él, y que, lejos de remediarla, como Jesús, tiene al
contrario que abandonar el navío para que éste no naufrague.”
¿Qué sucede si en la barca, quien debe predicar
no predica? ¿Qué sucede si Jonás en vez de predicar a quien debe, se encuentra
en una nave que no le pertenece, donde incluso allí deja de invocar a Dios,
pretendiendo mezclarse entre los diversos dioses, como si Dios que infundió la
vocación que Jonás traiciona fuese una alternativa más entre los diversos
dioses falsos que eran invocados en esa barca? Es el relativismo de la nave en
que Jonás viajaba, donde la Verdad era equiparada a una multitud de errores,
cual Babel teológica.
Los marineros, que invocaban a sus dioses
falsos sin hallar respuesta a sus pedidos, propusieron echar suertes para saber
“quién tiene la culpa de este mal que (ha
venido) sobre nosotros.” Echaron, pues, suertes, y la suerte cayó sobre
Jonás. Dijéronle, pues: “Dinos, ¿por quién (ha venido) sobre nosotros este
desastre? ¿Cuál es tu profesión? ¿De dónde vienes? ¿Cuál es tu tierra? ¿De qué
pueblo eres?””. Y Jonás les respondió: “soy hebreo, y temo a Yahvé, el Dios del
cielo, el cual hizo el mar y la tierra”.
Afirma Mons. Straubinger que “Jonás comprende
que es contra él la indignación de Dios, y reacciona con rectitud, confesando
su culpa. Bien sabía que el Altísimo lo veía en todas partes. “Aquel divino
semblante del que quiere huir, aquella presencia que pretende evitar, es el
rostro que Dios interiormente enseñaba a su profeta.” Cf. S. 138, 7”
Los mismos marineros le preguntaban “¿Qué es lo
que has hecho?”, al comprender que Jonás huía de la presencia de Yahvé. Jonás,
descubierto en su traición, pide que lo echen al mar, “pues bien sé que por mi
culpa ha venido sobre vosotros esta grande tempestad.” (Jon 1, 12). Mientras el
mar se embravecía cada vez más, los marineros que eran paganos “invocaron a
Yahvé, diciendo: “¡Oh Yahvé, no nos hagas perecer por la vida de este hombre y
no nos imputes sangre inocente! Pues Tú, oh Yahvé, has hecho como te plugo”
Los marineros paganos probaron rezando al Dios
verdadero, lo descubrieron, lo invocaron. “Apoderase de aquellos hombres un
gran temor de Yahvé, y ofrecieron sacrificios a Yahvé e hicieron votos”. Contrariamente,
el portador de la “noticia” que pretendía callar, era arrojado al mar. Contra
la voluntad de Jonás, los paganos de la nave se habían convertido, con temor de
Yahvé, que es un Don del Espíritu Santo, que es la Gracia Santificante operando
en las personas. No es la voluntad naturalista, pelagiana o modernista del hombre
dirigiéndose a Dios, sino que Dios ama primero al hombre y le otorga su Gracia
para que éste pueda adorarlo.
Jonás, fue arrojado al mar y las aguas se
calmaron.
LA PRIMERA NEGACIÓN DE
PEDRO
“Pedro, entretanto, estaba sentado fuera, en el
patio; y una criada se aproximó a él y le dijo: “Tú también estabas con Jesús,
el Galileo”. Pero él lo negó delante de todos, diciendo: “No sé qué dices”.”
(Mt. 26, 69-70)
“Entretanto Simón Pedro seguía a Jesús como
también otro discípulo. Este discípulo, por ser conocido del Sumo Sacerdote,
entró con Jesús en el palacio del pontífice; mas Pedro permanecía fuera, junto
a la puerta. Salió, pues, aquel otro discípulo, conocido del Sumo Sacerdote,
habló a la portera, y trajo adentro a Pedro. Entonces, la criada portera dijo a
Pedro: “¿No eres tú también de los discípulos de este hombre?” Él respondió:
“No soy”.
Quien lo había identificado, no era una criada
solamente, sino que era una de las sirvientas del Sumo Sacerdote (Mc. 14,
66-68). Pedro le respondió “No sé absolutamente qué quieres decir”, y salió
fuera, al pórtico, y cantó un gallo por primera vez.
“Pedro cayó porque presumió de sus propias
fuerzas, según se lo advirtió el mismo Cristo. Si hubiera pensado, como David,
que sólo la Gracia nos da la constancia y fortaleza, no habría caído
ciertamente” (Nota de Mons. Straubinger)
El hecho de que se tratara de la sirvienta del
Sumo Sacerdote, marca que no es una autoridad importante quien lo descubría. No
era el Sumo Sacerdote acusando a Pedro, sino otra persona, con la posibilidad
que podría implicar que se corriera la voz y llegara a la autoridad que estaba
condenando a Jesucristo en esos mismos momentos. La consternación invadió a
Pedro, tan seguro que hablaba con Cristo
delante de él, y tan inseguro en los momentos de dificultad.
Pedro, en su primera negación, dijo: “No soy”,
precisamente lo contrario del ser de Dios, que es “El que es”. Dijo Jesucristo:
“Sin mí nada podéis hacer”, porque sin Él nada somos. Pedro, negando a Jesús,
se convertía en nada.
¿Le estaba pidiendo Dios su testimonio de
Cristo en ese momento? ¿Le estaba exigiendo que manifestara su Esperanza en lo
que Cristo recién le había dicho? Pedro eligió negarlo… Y Cristo cae por
primera vez cargando en la Cruz estas negaciones que todos realizamos con nuestros
pecados, vicios y defectos, con nuestras imperfecciones, con nuestros errores.
LA SEGUNDA CAÍDA DEL
VIA CRUCIS
El lugar de la Vía Dolorosa de Jerusalén, que corresponde
a la segunda caída de Jesús, es la Séptima Estación del Vía Crucis. El mismo está
señalado con un pilar situado entre la Vía Dolorosa y la calle del Mercado: Una
columna grande de la época romana es el signo y testimonio de la Segunda Caída
de Jesús bajo el peso de la Cruz.
Subiendo la calle en cuesta desde la sexta
estación, se llega a otra transversal que viene de la puerta de Damasco, y que
se llama Khan ez-Zait. Esta calle sigue el trazado norte-sur del antiguo Cardo
romano. Se trataba de la calle principal tanto en las épocas romana como
bizantina.
Al llegar a la confluencia de estas dos calles, nos encontramos
enfrente con la estación que señala el sitio donde tuvo lugar la segunda caída
del Señor.
Una capilla católica marca el lugar donde la
tradición sostiene que Jesús cayó por segunda vez al salir fuera de la ciudad a
través de esta puerta.
El lugar está señalado con un pilar situado entre la Vía
Dolorosa y la pintoresca calle del Mercado.
Esta capilla es propiedad de los
franciscanos.
Como muchas de las otras capillas se abre los viernes a la hora
del Vía Crucis y en pocas ocasiones más. Sobre la puerta se lee en números
romanos: "Séptima estación".
Al entrar hay una primera estancia muy
pequeña, con un altarcito, donde se puede observar una columna que está desde
la época del Señor, y que formaba parte de los pórticos que flanqueaban el
Cardo romano.
Esa columna la habrá visto Nuestro Señor a su paso por aquel
lugar. Entrando a la derecha, se puede acceder a otra Capilla más espaciosa,
cuyas paredes son de piedra, en la cual hay
un altar en el centro para poder celebrar la Santa Misa, y como retablo una
imagen del Señor cayendo bajo el peso de la Cruz.
EL MUNDO
En la Segunda Caída del Via Crucis, que es la
novena Estación, el mundo es la segunda fuente de tentaciones.
“El poder de Satán no es infinito. No es más
que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre
criatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios. Aunque Satán actúe
en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción
cause graves daños –de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de
naturaleza física- en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida
por la divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del
hombre y del mundo.” (Catecismo, N° 395)
Desde el Pecado Original, el pecado invade e
inunda el mundo. “La doctrina sobre el pecado original -vinculada a la de la
Redención de Cristo- proporciona una mirada de discernimiento lúcido sobre la
situación del hombre y de su obrar en el mundo… Ignorar que el hombre posee una
naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de
la educación, de la política, de la acción social (cf. CA 25) y de las
costumbres.” (Catecismo, N° 407).
“Las consecuencias del pecado original y de
todos los pecados personales de los hombres confieren al mundo en su conjunto
una condición pecadora, que puede ser designada con la expresión de S. Juan:
"el pecado del mundo" (Jn 1,29). Mediante esta expresión se significa
también la influencia negativa que ejercen sobre las personas las situaciones
comunitarias y las estructuras sociales que son fruto de los pecados de los
hombres (cf. RP 16). Esta situación dramática del mundo que "todo entero
yace en poder del maligno" (1 Jn 5,19; cf. 1 P 5,8), hace de la vida del
hombre un combate (Catecismo, 407-408)
El mundo, como fuente de tentación, es un
enemigo del alma. Los hombres mundanos rechazan a Dios, se niegan a pensar en
su alma, en el destino que ya no se podrá cambiar. Piensan en banalidades,
llenan su tiempo en búsqueda de dinero para adquirir el poder que permita
satisfacer sus necesidades físicas o anímicas, sin conceder una mirada de
Eternidad a lo que hacen. Venden el destino perdurable de su alma por sabroso plato de lentejas en este mundo, y
así se apartan de Dios, o hasta le toman por enemigo.
El mundano puede o no ser consciente de la
posible condena de su alma, pero aun así, se convierte en obstáculo para
quienes buscan no ser mundanos, para quienes de verdad quieren imitar a Cristo
y salvar su alma, para quienes de verdad tienen Temor de Dios, temor de
ofenderlo con sus acciones, temor a no ser gratos ante los dones y gracias
recibidas de Él.
Lo sensual, el materialismo como criterio de
vida, lleva a satisfacer a los mundanos sus más bajos apetitos, en un aparente
éxito temporal que deja sus manos vacías una vez satisfecha la efímera
inquietud que con tanto anhelo buscaba. Sólo el pecado apartado de Dios es el
fin de tal sinuosas sendas. Ciegos al mensaje del Evangelio, que enseña: “no
amen al mundo ni las cosas que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor
del Padre no está en él.” (I Jn 2, 15)
Ya lo decía el mismo Jesucristo: “Nadie puede
servir a dos señores; porque odiará al uno y amará al otro; o se adherirá al
uno y despreciará al otro. Vosotros no podéis servir a Dios y a Mammón” (Mt. 6,
24). Por eso, en el Padrenuestro rezamos “perdona nuestras deudas, así como
nosotros perdonamos a nuestros deudores”, tal como Jesús enseño, para no servir
de ese modo a Mammón, el falso dios pagano de las riquezas materiales. “El que
ama las riquezas, poniendo en ellas su corazón, llega sencillamente a odiar a
Dios. Terrible verdad, que no será menos real por el hecho de que no tengamos
conciencia de ese odio. Y aunque parezca esto algo tan monstruoso, es bien
fácil de comprender si pensamos que en tal caso la imagen de Dios se nos
representará día tras día como la del peor enemigo de esa presunta felicidad en
que tenemos puesto el corazón; por lo cual no es nada sorprendente que
lleguemos a odiarlo en el fondo del corazón, aunque por fuera tratemos de
cumplir algunas obras, vacías de amor, por miedo de incurrir en el castigo del
Omnipotente. En cambio, el segundo caso nos muestra que si nos adherimos a
Dios, esto es, si ponemos nuestro corazón en Él, mirándolo como un bien deseable
y no como una pesada obligación, entonces sentiremos hacia el mundo y sus
riquezas, no ya odio, pero sí desprecio, como quien posee oro y desdeña el
cobre que se le ofrece en cambio. Santo Tomás sintetiza esta doctrina diciendo
que el primer fruto del Evangelio es el crecimiento en la fe, o sea en el
conocimiento de los atractivos de Dios; y el segundo, consecuencia del
anterior, será el desprecio del mundo, tal como lo promete Jesús en este
versículo” (Nota de Mons. Straubinger)
“Sorprende que la Escritura sea siempre más
severa con el mundo que con el pecador: es porque éste no presume ser bueno,
mientras que aquél sí reclama una patente de honorabilidad, pues, con la
habilidad consumada de su jefe (Juan 14, 30), reviste el mal con apariencia de
bien (II Tim. 3. 5). Y aunque carece de todo espíritu sobrenatural (Juan 14,
17; I Cor. 2, 14), finge tenerlo (Mat. 15, 8) cultivando la gnosis (cf. II Juan
9; III Juan 11 y notas; Col. 2, 8) y la prudencia de la carne, que es muerte
(Rom. 8, 6). Refiriéndose al v. 16 decía un predicador: “No os llamo pecadores,
os llamo mundanos que es mucho peor, porque a todas las concupiscencias el
mundo junta, como dice S. Juan, la soberbia que, lejos de toda contrición, está
satisfecha de sí misma y aun cree merecer el elogio, que os prodigan otros tan
mundanos como vosotros”.” (Nota de Mons. Straubinger a I Jn. 2, 15)
SEGUNDA NEGACIÓN DE
PEDRO
“Estaban allí de pie, calentándose, los criados
y los satélites, que habían encendido un fuego, porque hacía frío. Pedro estaba
también en pie con ellos y se calentaba… Entretanto Simón Pedro seguía allí
calentándose, y le dijeron: “No eres tú también de sus discípulos?” Él lo negó
y dijo: “No lo soy”.” (Jn. 18, 18. 25)
Efectivamente, cuando Pedro “salía hacia la
puerta, otra lo vió y dijo a los que estaban allí: “Éste andaba con Jesús el
Nazareno.” Y de nuevo lo negó, con juramento, diciendo: “Yo no lo conozco a ese
hombre”.” (Mt. 26, 71-72).
“No lo soy”, vuelve a insistir Pedro, “no lo conozco a ese hombre”, afirma. Pedro
dejó de reconocer en los momentos difíciles a Jesucristo como verdadero Dios,
como el Mesías prometido, y sólo habla de “ese hombre”. Jesús, el Hijo del
hombre, el Mesías, el Verbo Encarnado, es definido por Pedro, el primer Papa,
como “ese hombre”.
Sí, “ese hombre”, una frase similar a la que
usará Pilatos: “Ecce homo”, “he aquí el hombre”, Jesús Nazareno el Rey de los
Judíos, el Mesías anhelado, prometido y en quien se cumplían las Profecías.
Pero toda la carga pesa sobre el hombre: la Cruz lo hace caer por segunda vez,
el peso de la materia sobre la materia de la naturaleza de Cristo impide ver la
fuerza de Dios venciendo al Demonio, al mundo, la carne y la materia.
Pedro deja de reconocer a la Persona Divina de
Jesucristo, que antes había reconocido por inspiración del Espíritu Santo.
Pedro inmanentiza a Jesucristo, y es su doble modo de negarlo: niega conocerlo,
y niega su Divinidad.
Pedro se sume en la angustia de una causa
humanamente perdida, en una desesperación y en un escándalo. ¿Cómo es posible
que el Mesías padeciera? Era posible, porque así estaba profetizado, y Cristo
mismo se lo había adelantado. Era eso precisamente lo que debían predicar: la
naturaleza humana de Cristo, junto con su naturaleza divina y su única Persona
Divina, capaz de redimir al mundo y de salvar a los justos predestinados. Debía
predicar que Jesús era el Mesías, el cumplimiento de las Profecías, el Verbo
Encarnado que se convirtió en el único Holocausto por la humanidad para nuestra
redención, y que nos da la oportunidad de alcanzar el Reino de Dios por la
Iglesia y sus Sacramentos. ¿Cómo no predicar con alegría semejante Buena
Noticia? ¿Cómo no predicar con alegría el Evangelio, aun en los peores momentos
y ante las peores dificultades, que son señal de la Bienaventuranza en que debemos
confiar?
LA SEÑAL DE JONÁS
“JONÁS EN EL VIENTRE DEL PEZ. Entonces Yahvé
hizo venir un pez grande para que se tragara a Jonás; y estuvo Jonás en las
entrañas del pez tres días y tres noches” (Jon. II, 1)
Comenta Mons. Straubinger: “Las
representaciones primitivas halladas en las paredes de las catacumbas, ponen al
monstruo dos pies y lo toman por dragón. Aunque la historia natural conoce
casos semejantes al de Jonás, no se puede explicar el hecho de que el profeta
se hallara tres días en el vientre del pez sin sufrir daño. Hay que admitir un
portentoso milagro, que el mismo Jesucristo se dignó recoger y presentarnos
como figura del misterio de su propia resurrección (Mat. 12, 39-40), en la cual
se funda toda nuestra esperanza. Véase I Cor. Cap. 15. Como bien dice un autor
protestante, negar aquí el milagro no es ya ir sólo contra el Libro de Jonás,
sino contra la palabra del mismo Jesucristo. Jonás vivió en el vientre del pez,
dice San Jerónimo, del mismo modo como pudieron vivir los tres jóvenes en el horno
de Babilonia (Dan, 3)”
El valor
“simbólico” o “poético” y “metafórico”, meramente “literario” y “no
histórico” de este pasaje, es propuesto por muchos modernistas. ¿Cómo puede
Jonás estar vivo durante tres días en el vientre de un pez? ¿Es esto normal?
Precisamente: la señal del “milagro” en el orden de la naturaleza fue dada a
los tripulantes de la barca con la tempestad, pero respecto de Jonás fue su
supervivencia durante tres días dentro de un pez. Tres son entonces las señales
de Jonás, tras desatender el llamado de Dios a la prédica (que fue la primera
señal no atendida): el mar tempestuoso para los marinos paganos, vivir
milagrosamente dentro de un pez durante tres días para el mismo Jonás, y la
conversión espiritual de los ninivitas por la sola prédica de la Palabra de
Dios tal cual Dios mismo había ordenado.
Se trata de tres clases de conversión
distintas: el temor de Dios desde el paganismo que lo desconoce, lo rechaza o
lo relativiza; el temor de Dios en la vida del creyente que rehúsa amarlo como
corresponde y desatiende su misión de predicar y que recibe una señal personal
que ocasionará la incredulidad a quienes el episodio sea relatado por lo
extraordinario del Milagro que convence al profeta; y el temor de Dios por la
compunción de los pecados cometidos que lleva a la conversión personal, sin
necesidad de milagro alguno, conversos por testimonios y por auténtico amor a
Dios, como agradecidos receptores de la Gracia Santificante como causa formal
de la salvación propia, y no por ser testigos presenciales de hechos
prodigiosos.
LA ORACIÓN DE JONÁS
Jonás, en el vientre del pez, oró a Dios. Su
situación sería desesperante. Tres días de incertidumbre, en que cada instante
parecería una eternidad. Soledad, angustia, aislamiento, vividos en una oscuridad
que parece inacabable, eterna, sin fin.
“Clamé a Yahvé en mi angustia, y Él me oyó;
desde el vientre del scheol pedí auxilio, y Tú has atendido a mi voz. Me
arrojaste a lo más profundo, al seno de los mares; me circundaron aguas
torrenciales, todas tus olas y ondas pasaron sobre mí. Entonces dije:
Desterrado he sido de delante de tus ojos, pero volveré a contemplar tu santo
Templo… los cerrojos de la tierra me encerraron para siempre; pero Tú sacaste
mi vida desde la fosa, Yahvé, Dios mío. Cuando mi alma desfallecía dentro de
mí, acordéme de Yahvé; y llegó mi plegaria a tu presencia en el templo santo
tuyo. Los que van tras las mentirosas vanidades abandonan su misericordia. Mas
yo te ofreceré sacrificios con cánticos de alabanza; cumpliré los votos que he
hecho, pues de Yahvé viene la salvación”.
Dice la nota de Mons. Straubinger al pasaje
(Jon: 2, 3 ss): “Has atendido a mi voz:
He aquí lo más hermoso de esta oración: el firmísimo sentimiento de confianza,
que se da por salvado cuando aun está en pleno peligro. Así Jesús daba gracias
al Padre anticipadamente. Véase Juan 11, 41 s.”.
“Las mentirosas vanidades” es el nombre bíblico
de los ídolos. El abandono de la misericordia de Dios hace sentir su pesada
mano sobre Jonás por no haberle obedecido, ante lo cual Jonás mismo se declara
culpable de su falta de misericordia con los ninivitas. El sacrificio de
alabanza es, de ese modo, el que más honra a Dios, y por el cual él promete
mostrarnos la salvación (S. 49, 23).
Por la oración, por el arrepentimiento de
Jonás, Dios “dio orden al pez, y éste vomitó a Jonás en tierra”.
LA TERCERA CAÍDA DEL
VÍA CRUCIS
La tercera caída de Jesús en la Vía Dolorosa de
Jerusalén, es señalada por una columna de la época romana a la entrada del Monasterio
copto ortodoxo.
Entre las puertas del monasterio etíope y del patriarcado
copto, una cruz diseñada sobre un fragmento de columna recuerda la tercera y
última caída de Jesús.
Al lugar se arriba por una escalera de piedra
que sube hasta el convento etíope, que ocupa las ruinas de un Claustro Canónico
del siglo XII. Una vez arriba se debe bordear el muro de ese convento hasta el
final del callejón a la derecha. Una columna situada en el rincón izquierdo,
entre la entrada del convento copto, llamado de "San Miguel" -que se
encuentra de frente- y la puerta del patio de los etíopes, señala el lugar de
la estación IX.
La columna es de la época romana, y aquí considera la tradición
que, poco antes de llegar a la gran roca del Calvario, el Señor caería por
tercera vez.
El sitio está marcado por el disco que se encuentra encima de la
cruz apoyada en la pared.
LA CARNE
La tercera caída de Cristo nos rememora las
tentaciones que provienen de la carne.
“Amados míos, os ruego que os abstengáis, cual
forasteros y peregrinos, de las concupiscencias carnales que hacen guerra
contra el alma. Tened en medio de los gentiles una conducta irreprochable, a
fin de que, mientras os calumnian como malhechores, al ver (ahora) vuestras buenas obras,
glorifiquen a Dios en el día de la visita” (I Pe. 2, 11-12)
Dice Mons. Straubinger: “Comentando este
pasaje, exhorta S. León Magno: “¿A quién sirven los deleites carnales sino al
diablo que intenta encadenar con placeres a las almas que aspiran a lo alto?
…Contra tales asechanzas debe vigilar sabiamente el cristiano para que pueda
burlar a su enemigo con aquello mismo en que es tentado”.”
“Digo pues: Andad según el Espíritu, y ya no
cumpliréis las concupiscencias de la carne. Porque la carne desea contra el
espíritu, y el espíritu en contra de la carne, siendo cosas opuestas entre sí,
a fin de que no hagáis cuanto querríais. Porque si os dejáis guiar por el
Espíritu no estáis bajo la Ley. Y las obras de la carne son manifiestas, a
saber: fornicación, impureza, lascivia, idolatría, hechicería, enemistades,
contiendas, celos, ira, litigios, banderías, divisiones, envidias,
embriagueces, orgías y otras cosas semejantes, respecto de las cuales os
prevengo, como os lo he dicho ya, que los que hacen tales cosas no heredarán el
reino de Dios” (Gal 5, 16-21)
Dice Mons. Straubinger: “También el hombre
redimido tiene que luchar con los apetitos de la carne, y eso será hasta el
fin, pues en vano querríamos vencerla con la misma carne. S. Pablo nos descubre
aquí el gran secreto: la venceremos si nos dejamos guiar filialmente por el
Espíritu (v. 18; 4, 6; Rom. 8, 14; Luc. 11, 13 y notas). Él producirá en
nosotros los frutos del Espíritu (v. 22) que se sobre pondrán a toda
concupiscencia enemiga.”
“Castigo mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que,
habiendo predicado a los demás, yo mismo resulte descalificado” (I Cor. 9, 27).
Comenta Mons. Straubinger: “He aquí el propósito del ayuno: Sabemos que los
deseos naturales de la carne van contra el espíritu (Gál. 5, 17). Es necesario,
entonces, que ella esté siempre sometida al espíritu, pues en cuanto le damos
libertad nos lleva a sus obras que son malas (Gál. 5, 16; cf. S. 118, 11 y
nota). Importa mucho comprender bien esto, para que no se piense que las
maceraciones corporales tienen valor en sí mismas, como si Dios se gozase en
vernos sufrir (Col. 2, 16 ss.; Is 58, 2 ss y notas). Lo que le agrada ente todo
son los “sacrificios de justicia” (S. 4, 6 y nota) y los “sacrificios de
alabanza” (Hebr. 13, 15; I Pedr. 2, 4-9), es decir, la rectitud de corazón para
obedecerle según Él quiere, y no según nuestro propio concepto de la santidad,
que esconde tal vez esa espantosa soberbia por la cual Satanás nos lleva a
querer ser gigantes, en vez de ser niños como quiere Jesús (Mat. 18, 1 ss; Luc.
1, 49 ss. Y nota) y a “despreciar la gracia de Dios” (Gál 2, 21), queriendo
santificarnos por nuestros méritos, como el fariseo del Templo (Luc. 18, 9), y
no por los de Cristo (Rom. 3, 26; 10, 3; Filip. 3, 9, etc). Bien explica S.
Tomás que “la maceración del propio cuerpo no es acepta a Dios, a menos que sea
discreta, es decir, para refrenar la concupiscencia, y no grave excesivamente a
la naturaleza”. Porque el espíritu del Evangelio es un espíritu de moderación,
que es lo que más cuesta a nuestro orgullo”
El demonio actúa también por las tentaciones de
la carne, aunque éstas pueden aparecer por sí mismas, por debilidad del sujeto
que padece tales tentaciones. Sobre todo, quienes viven inmersos en una falsa
cultura, o anticultura, de contenido pornográfico, donde todo es obsceno y
erótico, y donde todo es interpretado bajo tales lujuriosas pautas, incluyendo
a la psicología humana, tan gran de es la influencia del medio que acaba siendo
aceptado como bueno lo que en sí es una perversión.
Por las tentaciones carnales, que son de
diversa clase, el hombre acaba rebajándose de su dignidad como imagen y
semejanza de Dios, a convertirse en un mero objeto, una cosa más del mundo, e
incluso una plaga peligrosa que contamina el medioambiente y que como tal debe
ser controlada, para que tal plaga (que es la humanidad) no se propague. La
sociedad convertida en un nido de insectos, donde el valor de la vida humana es
idéntico al de una abeja obrera en un panal, y en que el ser humano por su
propia voluntad acepta ser tratado como tal, y con la misma dignidad de una
abeja.
La tercera caída de Cristo en el calvario, es
la carga de estas tentaciones carnales, siendo la misma Cruz el remedio para
superarlas, la vía para no caer en ellas y alcanzar así la vida en Gracia de
Dios.
TERCERA NEGACIÓN DE
PEDRO
La tercera caída de Jesús en el Via Crucis, nos
lleva también a reflexionar en la tercera negación de Pedro.
“Uno de los siervos del Sumo Sacerdote,
pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dijo: “¿No te vi yo
en el huerto con Él?” Pedro lo negó otra vez, y en seguida cantó un gallo” (Jn
18, 16-27)
“Después de un intervalo como de una hora, otro
afirmó con fuerza: “Ciertamente, éste estaba con Él; porque es también un
galileo.” Mas Pedro dijo: “Hombre, no sé lo que dices.” Al punto, y cuando él
hablaba todavía, un gallo cantó. Y el Señor se volvió para mirar a Pedro, y
Pedro se acordó de la palabra del Señor, según lo había dicho: “Antes que el
gallo cante hoy, tú me negarás tres veces. Y salió fuera y lloró amargamente.”
(Lc. 22, 59-62)
“Poco después los que estaban allí, dijeron
nuevamente a Pedro: “Por cierto que tú eres de ellos; porque también eres
galileo.” Entonces, comenzó a echar imprecaciones y dijo con juramento: “Yo no
conozco a este hombre del que habláis.” Al punto, por segunda vez, cantó un
gallo. Y Pedro se acordó de la palabra que Jesús le había dicho: “Antes que el
gallo cante dos veces, me habrás negado tres”, y rompió en sollozos” (Mc. 14,
70-72). Comenta Mons. Straubinger: “La caída de Pedro fue profunda, pero no
menos profundo fue luego su dolor. Muchos seguimos a Pedro negando al Señor;
sigamos también la preciosa lección del arrepentimiento, ya que, como enseña
Jesús, el más perdonado es el que más ama (Luc. 7, 47)”.
Pedro ahora se enfrenta no sólo a un siervo del
Sumo Sacerdote, sino que éste además era pariente de aquél a quien Pedro había
lastimado, y por tanto debía conocer que Jesús había curado su oreja cuando en
aquella época no había tecnología para un semejante implante. Efectivamente, se
trata de un testigo del milagro de Jesucristo, y que sin embargo en vez de
testimoniar el milagro cuando fueron a buscarlo para llevarlo ante los
Tribunales que lo juzgarían, continúa con su intención pérfida de condenar al
Mesías.
El testigo lo señala a Pedro: lo había visto cortando
la oreja de su pariente en el Huerto de los Olivos, cuando Jesús había ido a
rezar, cuando Judas fue a darle el beso traidor y cuando esa era la señal para su
entrega.
Pedro vuelve a tratar al Mesías como un mero
hombre, jurando no conocerlo, violando el Segundo Mandamiento, pero por sobre
todo desvinculándose de Dios. Tal la gravedad de su falta. Él, que esperaba
frenar la detención de Jesús utilizando la espada, había sido desautorizado,
Jesús se entregaba pacíficamente a las autoridades que lo juzgarían con una
condena impuesta de antemano. Y cuando el gallo canta por segunda vez, Jesús se
volvió para mirar a Pedro, cruzando sus miradas, produciendo el amargo llanto
del Apóstol que había sido designado por Jesucristo mismo como el primer Papa.
La tercera caída de Jesús, porta sobre sí en el
madero estas negaciones que no sólo Pedro realiza, sino todas las que en el
mundo se realizan de Cristo. Negativa de dar el testimonio explícito, claro,
directo, a tiempo y a destiempo, para dejar paso a ánimos inseguros, blandos,
mediocres, faltos de Esperanza y de Fe, insuficientes no solo para convertir a
otros, sino insuficientes incluso para salvar la propia alma.
El amargo sollozo, el llanto en este mundo,
signo del arrepentimiento, ha de ser un hecho que marque la propia vida. Ha de
ser la renuncia directa a la vida en pecado, la renuncia directa a negar a
Cristo, y la aceptación del desafío de predicarlo aun a costa de la propia
vida. Predicar la Verdad, que es Cristo mismo, para darle Gloria y Alabanza a
Dios.
CONVERSIÓN DE NÍNIVE
Es la tercera caída la que nos lleva a
reflexionar sobre la tercera conversión del libro de Jonás: la conversión de Nínive.
“Dios manda a veces callar a sus profetas
(véase Hech. 16, 6). Pero ¡ay de los que callan cuando Él quiere que se hable”
Cf. Ex. 3, 16-21 y notas”, afirma Mons. Straubinger en la nota a Jon. 3, 1.
Jonás fue nuevamente llamado por Dios a
predicar en Nínive, “diciendo: “De aquí a cuarenta días Nínive será destruída”
Y los ninivitas creyeron en Dios; promulgaron un ayuno y se vistieron de
cilicios, desde los grandes hasta los chicos” (Jon. 3, 4-5)
El Rey de Nínive, anoticiado de la prédica,
también se convirtió, promulgando un decreto de ayuno y conversión del mal
camino y de las injusticias de sus manos, “pues bien puede ser que Dios cambie
su designio y se arrepienta, dejando el furor de su ira, de suerte que no
perezcamos” (Jon. 3, 9).
Los ninivitas no sólo se arrepintieron de los
males que cometían, sino que se convirtieron efectivamente gracias a la prédica
de Jonás, como instrumento de la Voluntad de Dios para la propagación de Su
Gracia.
“Y vio Dios lo que hicieron, cómo se volvieron
de su mal camino y arrepintiéndose Dios del mal con que los había conminado, no
lo llevó a cabo” (Jon. 3, 10)
San Pablo afirma que la causa del perdón “no es
del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Rom. 9,
16), para que no se gloríe ninguna carne” (I Cor. 1, 29) creyendo que ha ganado
el perdón por sus propios méritos, y le robe así a Dios la gloria, que Él cifra
en el reconocimiento de su gratuita misericordia. “Es don de Dios si pensamos
rectamente y si apartamos nuestros pasos de la falsedad y de la injusticia;
ninguna cosa buena puede hacer el hombre sin que Dios se la conceda para que la
haga; cuantas veces hacemos el bien es Dios quien obra, en nosotros y con
nosotros para que lo hagamos” (Denz. 195, 182, 193). Afirma Mons. Straubiger:
“El hombre es sin la gracia, incapaz del bien en el orden sobrenatural, a raíz
de la naturaleza viciada” por el Pecado Original.
Dice Mons. Straubinger: “Jesús opone el ejemplo
de los ninivitas a la impenitencia de los fariseos, cuando dice: “Los hombres
de Nínive se levantarán, en el día del juicio, con esta raza y la condenarán,
porque ellos se arrepintieron a la predicación de Jonás” (Mat. 12, 41). “El
Señor nos propone este ejemplo de sincera conversión de los ninivitas para que,
haciendo con ella un cotejo de la nuestra, veamos si tiene alguna relación con
la de este pueblo. Pide conversión de corazón y frutos dignos de penitencia:
quiere que nos lleguemos a Él con grande fe, humildad y confianza; que
lloremos, gimamos y clamemos haciéndole una santa violencia que le sea
agradable y que nuestra penitencia no consista en apariencias y promesas vanas,
sino en acciones contrarias a todo aquello que nos apartó de su amistad”
(Scío)”
La prédica es de la Eternidad de Dios a la
inmanencia en este mundo, para elevar por Gracia de Dios esa inmanencia a la
trascendencia. Es un movimiento que parte de Dios, y que vuelve a Dios como su
destino propio. Es lo Sobrenatural infundido en lo natural para elevarlo y dar
así sentido a su naturaleza.
La tercera caída de Jesús en el Vía Crucis es
por aquellas prédicas que no han rendido frutos. Nínive que se convierte, luego
apostata, no persevera, y por ello Dios enviará a otro profeta, a Nahum, a
adelantarle su ruina.
¿Qué sucedería si como los modernistas
proponen, se predicara “para este tiempo” y no para la eternidad? Se adaptaría
el mensaje de Dios a Nínive, pero luego habiendo cambiado la cultura de Nínive
el mensaje sería otro, ya que la “evolución” marcaría la necesidad de una
adecuación. De modo que el mismo hecho que hace que Nínive no fuese destruída,
ante el cambio de su “cultura” o de “los tiempos” que llevan a su apostasía, el
profeta en vez de hacer caso a Dios, debería haber contemporizado con la nueva modalidad
de vida, para calmar sus inquietudes y que vivan “en paz con su conciencia”.
Sin embargo, es la conversión a Dios por Gracia de Dios, que tiene como parámetro
siempre el mismo mensaje inmutable, la que determina la salvación o no de una
generación. Nínive, convertida por la prédica de Jonás, salva una generación.
Sin embargo, años más tarde Nínive cae en la apostasía y vuelve a sus pecados,
motivo por el cual Nahum es enviado a anunciar la ruina de ese Reino, que acaba
cuando sus reyes y príncipes han perecido.
Efectivamente, en sentido espiritual Jonás fue
pastor de Nínive, y cuando los pastores se duermen perece el rebaño.
Jesús cae por tercera vez en el Vía Crucis por
todas las infidelidades de la humanidad. Y llegará hasta la muerte, y muerte en
la Cruz, para redimir a todos los hombres, y para salvar a muchos. Y quienes no
lo acepten, quienes lo rechacen, pues son los que no serán salvados.
NUESTRA ESPERANZA
Cristo es la Esperanza, sus caídas fueron también
la superación del peso de la Cruz para seguir portándola hasta ser crucificado
sobre el mismo madero que transportaba. Cristo predicaba transportando la Cruz,
y predicaba incluso en la Cruz hasta que exhaló el último aliento. Y predicaba
también después de su Resurrección.
“¿Resurrección?” Dirá burlándose el escéptico. “Eso
es puro cuento”… y seguirá preguntando: “¿Puede acaso Dios crear una piedra tan
grande que él no sea capaz de levantar? Y debes saber que si tu respuesta es
afirmativa, entonces Dios no es omnipotente ni todopoderoso, pues no puede
levantar tal piedra; y si tu respuesta es negativa, estarás admitiendo que hay
algo que Dios no puede hacer, por lo cual tampoco es omnipotente ni
todopoderoso”. El escéptico se quedará con su cinismo, con su incredulidad, con
su perfidia.
Jesucristo ha sido anunciado en el Antiguo
Testamento, las Profecías se han cumplido en Él, y su Resurrección es nuestra
Esperanza. Los enemigos de Jesucristo, que son el Demonio, el mundo y la carne,
pueden ser vencidos por la Gracia de Dios que nos ha dejado en la Iglesia los
Sacramentos, incluida la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Y sí:
las negaciones de Pedro también son un llamado a la Esperanza, para que sepamos
que a pesar de nuestros pecados podremos alcanzar la salvación si nos
convertimos cotidianamente, si humildemente nos acercamos al Sacramento de la
Confesión, y si recibimos la Eucaristía viviendo en Gracia de Dios.
El Viernes Santo es necesario para llegar al
Domingo de Resurrección. Las caídas de Cristo muestran que Cristo se levantó
tantas veces como cayó, y la muerte de Cristo la vivimos en la seguridad de que
Resucitó, porque así ha sido invariablemente transmitido desde esos tiempos al
presente por los mismos testigos, y por los testigos de los testigos. Nuestro
presente está unido a Cristo en su Pasión y Resurrección, en la vida de la
Iglesia Militante, que vive con la alegría de los santos y de los mártires el
mensaje de la Fe.
* Por Emilio
Nazar Kasbo
Reflexiones del Viernes Santo de 2012
Fuentes:
La Santa Biblia Versión de Mons. Juan
Straubinger, Ed. Club de Lectores.
Catecismo de la Iglesia Católica