Por Nicolás Márquez
Nuestros escritos no se
caracterizan por analizar o apelar a la cinematografía, pero el flamante filme
sobre Margaret Thatcher (protagonizado por la actriz “oscarizada” Meryl Streep “The Iron Lady” -La Dama de Hierro-)
reavivó polémicas y merece que hagamos la siguiente notícula, no desde la
óptica de la crítica actoral (no es nuestro métier) sino desde la perspectiva
de lo que ha significado la persona de Thatcher. Hace mucho tiempo había leído
el emblemático libro “Los Años de Downing Street”[1], y al ver el flamante
filme, se me vino al recuerdo muchos aspectos de la vida y obra de esta notable
y controversial estadista.
Fue nuestra enemiga en 1982, y
bajo su conducción las tropas británicas acabaron con la vida de algo de mas de
600 argentinos en la guerra de Malvinas, de modo que Thatcher bien nos
puede inspirar un legítimo rechazo
emocional, pero también hay sobrados motivos para que nos inspire una profunda
admiración racional.
Nacida el 13 de octubre de 1925
en el seno de una familia de modestos almaceneros, Margaret no necesitó de un
“marido” que la acomodara en el poder. Ella se hizo sola. Desde muy joven y a
instancias de sus sobresalientes calificaciones, fue becada para estudiar en la
Universidad de Oxford. Va de suyo que a diferencia de las tiranuelas del tercer
mundo, los títulos universitarios de Thatcher no sólo no están en duda, sino
que se doctoró en Química y se recibió de abogada. Militó con toda energía en el Partido
Conservador, el cual llegó a liderar durante 15 años. Ejerció como Primer
Ministro del Reino Unido desde 1979 a 1990 (fue tres veces electa), siendo el
más longevo gobierno durante el Siglo XX, además de ser la única mujer que ha
ejercido dicho cargo en la historia del Reino Unido.
Al momento de asumir, en el Reino
Unido había desempleo, huelgas, disturbios constantes y los asesinos del IRA
(versión irlandesa de los Montoneros locales) atentaban sin piedad contra el
orden público. De inmediato Thatcher se dedicó a revertir el desastre político
y económico heredado por las políticas estatistas y socializantes que dejó la
desastrosa administración saliente del Partido Laborista, a la sazón
capitaneada por el Primer Ministro James Callaghan.
En efecto, durante su prolongada
gestión Thatcher privilegió decisiones que iban a beneficiar a los
trabajadores, a pesar de que estas fuesen antipáticas o pusiesen en riesgo sus
perspectivas electorales. Promovió desregulaciones en la economía, impulsó
flexibilizaciones laborales, realizó privatizaciones y progresivamente fue
cerrando las empresas estatales, a la vez que eliminó los subsidios e incentivó la inversión privada.
Luchó a capa y espada contra la delincuencia sindical que la acechaba y siempre
eligió el camino certero (aunque el más sacrificado y menos rentable
electoralmente) para beneficiar a la clase trabajadora: les dio instituciones
sólidas y libertad económica en vez de elogios discursivos y humillantes
subsidios asistencialistas.
Fue demás una heroica princesa en
la lucha contra el comunismo, y fue ella quien junto al Presidente
norteamericano Ronald Reagan y el Papa Juan Pablo II pusieron de rodillas al
depredador moscovita hasta promover su derrumbe en 1989.
Tras su salida del gobierno en
1990, la reina Isabel II, le concedió a Thatcher un título nobiliario, como
«Baronesa Thatcher», de Kesteven en el condado de Lincolnshire, que le otorga
el derecho vitalicio a ser miembro de la Cámara de los Lores.
Años después, en 1998, fiel a su
estilo ajeno de la demagogia populachera a la que nosotros estamos tan
habituados, cuando las circunstancias así se lo impusieron y ya sin que
ejerciera la función pública, Thatcher no dudó en visitar y agasajar al
Presidente chileno Augusto Pinochet, cuando este último fuera detenido
transitoriamente a instancias del corrupto ex Juez Baltazar Garzón.
A diferencias de las tilingas
locales, Thatcher llevó desde siempre una vida incorruptible, signada por la
austeridad, los hábitos modestos, y hoy pasa su avanzada vejez con el mismo
confort y la misma sencillez que la de cualquier vecino londinense.
Los argentinos, a falta de una
mandataria mujer hemos tenido tres: Eva Perón (técnicamente no fue Presidente
pero fue nombrada como “Jefa Espiritual de la Nación”), Isabelita Perón y
Cristina Kirchner (las tres colocadas en ese sitial por compartir el lecho
conyugal con sus respectivos maridos/Presidentes). Alguna mala lengua dirá que
entre las tres mencionadas no hacemos una como Thatcher. En sentido contrario, no faltará también
quien lamente este artículo y lo acuse de “cipayismo” o falto de nacionalismo.
Pero si entendemos el nacionalismo como el querer y pretender el bien para la
Patria de uno, entonces lo que hay que lamentar es que una persona con las
cualidades de Thatcher haya sido Presidente de un país enemigo en vez del
nuestro. En efecto, no es lo mismo estar dirigido por una dama que brilla con
señorío y estilo en los ambientes mas calificados, que estar bajo el yugo de
una burda “compañera” de Unidad Básica.
¿Será que los referentes sociales
reflejan la idiosincrasia de un pueblo?. Y si esto es válido: ¿Será por eso que
El Reino Unido es lo que es y nosotros somos lo que somos?.
No haremos ahora comparaciones
odiosas que de todos modos nos llevarían a discusiones inacabables. Pero
apostamos uno contra un millón, que el día de mañana Florencia Peña no va a
ganar ningún “Oscar” interpretando una película conmemorativa de la “Dama del Bótox”.