Por Emilio
Nazar Kasbo
Un dicho que se expande, propio del saber
popular es que “la guita se hace laburando” o su equivalente “el dinero se
logra trabajando”, expresado en otros términos. Pero pocos se detienen a
reflexionar en este tema. En primer lugar, analizaremos la frase, para
comprender su cabal significado.
LA GUITA
El dinero es un medio para obtener otros
medios, y por tanto carece de una entidad en sí mismo. El dinero carece de un
valor en sí fuera de su valor material, el cual es ínfimo en comparación a su
valor representativo en función del monto consignado.
En sí, suele hablarse de “la moneda” en general.
La moneda es el instrumento que permite —en el marco de la economía de mercado—
realizar los intercambios. Constituye, en tanto que patrón de valor.
A su vez, “el dinero” es todo activo o bien
generalmente aceptado como medio de pago por los agentes económicos para sus
intercambios evitando dificultades del sistema de trueque y que además cumple
las funciones de ser unidad de medida (“unidad de cuenta”) y depósito de valor
en el sentido de ahorro o inversión para conservar el valor para su uso a
futuro.
Según el Diccionario de la Real Academia
Española en su web (año 2016), el dinero se define en su primera acepción como
“Moneda corriente. “, y
específicamente en Economía se define como “Medio de cambio o de pago
aceptado generalmente”. A su vez, el término “moneda” en sus cuatro acepciones
significa: “1. f. Pieza de oro, plata, cobre u otro metal, regularmente en
forma de disco y acuñada con los distintivos elegidos por la autoridad emisora
para acreditar su legitimidad y valor, y, por ext., billete o papel de curso
legal. 2. f. Dinero, caudal. 3. f. Instrumento aceptado como unidad de cuenta,
medida de valor y medio de pago. 4. f. Conjunto de signos representativos del
dinero circulante en cada país.”
Así, vemos que las palabras
dinero y moneda tienen acepciones y significados comunes. De modo que además su
extensión abarca incluso el “dinero electrónico” o la “moneda virtual”. Sin
embargo, en ambos casos comprobamos que se trata de un mero parámetro, el cual
es además convencional, para obtener una equivalencia al momento del
intercambio de productos o servicios en cuanto a su uso cancelatorio de deudas,
o para mantener una paridad en el caso de su uso como ahorro.
Por otra parte, incluso todo
activo puede ser considerado “moneda” o “dinero” cuando responde a tales
características. Efectivamente, el parámetro utilizado en una panadería puede
ser “bolsas de harina”; en la construcción se puede hacer mediciones por el
valor del ladrillo o del cemento; y en cada gremio existe un bien o insumo
principal que puede resultar de parámetro o unidad para su aplicación
referencial.
Luego, el dinero o la moneda, sea
real o virtual, es una cosa, un objeto.
EL LABURO
Pero el trabajo es otra cosa. El
Diccionario de la Real Academia define el trabajo del siguiente modo: “1. m.
Acción y efecto de trabajar. 2. m. Ocupación retribuida. 3. m. obra (cosa producida por un agente). 4. m. Cosa que es resultado de
la actividad humana. 5. m. Operación de la máquina, pieza, herramienta o
utensilio que se emplea para algún fin. 6. m. Esfuerzo humano aplicado a la
producción de riqueza, en contraposición a capital.” Y trabajar significa: “1.
intr. Ocuparse en cualquier actividad física o intelectual. 2. intr. Tener una
ocupación remunerada en una empresa, una institución, etc. 3. intr. Ejercer
determinada profesión u oficio.”
En primer lugar, comprobamos que el trabajo es
un esfuerzo humano, ya sea físico o intelectual, que produce riqueza. Así, este
esfuerzo puede ser por cuenta propia o para terceros, configurándose en este
último caso una relación laboral o de empleo. Pero también se llama trabajo el
resultado de tal actividad humana, al fruto de ese esfuerzo, es decir, al bien
o servicio que resulta de la labor ejercida.
El trabajo es un deber, pero también es un
derecho de la persona humana. La Doctrina Social de la Iglesia, “todo tipo de
acción realizada por el hombre independientemente de sus características o
circunstancias” (cfr. Introducción de la Encíclica Laborem Exercens de S.S.
Juan Pablo II, 14 de septiembre de 1981). Sin embargo, debe agregarse a ello
que tal acción debe ser conforme la Voluntad de Dios, expresada en los Diez
Mandamientos y en las Virtudes Teologales y Cardinales básicamente, puesto que
de lo contrario no será trabajo sino un ocio destructivo carente de suficiente
discernimiento y contemplación.
Un terrorista suicida que desarrolla una bomba
para autoinmolarse produciendo víctimas fatales y que calcula y estudia todos
sus movimientos para ocasionar el mayor daño posible, en realidad no realiza un
trabajo, sino precisamente ese “ocio destructivo” como antónimo contradictorio
del trabajo. Y esto es así, porque hablamos de personas, de moral, no de cosas.
Todo trabajo requiere de un ocio contemplativo
previo, de un estudio y análisis, de un conocimiento intelectual previo a la
acción. No solo en el caso de los profesionales, que requieren años para
obtener un título habilitante, sino también en toda labor u oficio de tipo
técnico. Antes de poder realizar algo, se debe aprender a hacerlo, y eso forma
parte del ocio contemplativo; a ello se suma el orden previo de las ideas en el
intelecto de quien ejecutará el trabajo, que también es un ocio contemplativo
antes de efectuar la labor concreta.
PRIMERO EL TRABAJO
Si pensamos en la frase “el dinero se hace
trabajando”, podemos entender que hay dos sentidos en la misma.
El primero, es que “trabajando se hace el
dinero”, es decir, primero se trabaja y el dinero es una consecuencia del
trabajo. El segundo sentido, es que el dinero es de factura humana, que la
fabricación de la moneda también es trabajo del hombre. Significa ello que no
es el dinero el que habilita el trabajo o la posibilidad de trabajar, sino todo
lo contrario.
Sin embargo, esta frase también puede esconder
una falacia: que el fin del trabajo es el dinero. Y esto es un error, tanto
considerando al trabajador autónomo como al empleado o incluso si se considera
al dinero como finalidad en la Empresa. Esto convertiría al dinero en un fin, y
como ya hemos dicho al principio, el dinero es instrumental, es sólo un medio
para obtener otros medios.
El trabajo produce, y una de las cosas que
produce también es el dinero. Es decir, el dinero no se encuentra en la
naturaleza, sino que se trata de un bien elevado a tal condición simbólica por
la mera voluntad del hombre. Por eso, el dinero vale tanto cuanto el ser humano
lo aprecia, ya sea como valor de cambio, ya sea como sentido de la propia vida
(señalando el vicio de la avaricia).
TRABAJO VS. DINERO
El trabajo por sí involucra la creación de
riqueza, ya sea material o cultural. Asimismo, el trabajo puede ser hecho para
sí o para un tercero, y en este caso existe una relación de dependencia.
No todas las personas son aptas para dirigir la
actividad de otros, o para coordinar todas las labores propias de un
emprendimiento. Por ello, y son la mayoría, existen quienes prefieren que otros
les den órdenes, evitando la responsabilidad y el riesgo, y prefiriendo una
remuneración ya sea fija o variable.
Así se distingue el trabajo del dueño de una
Empresa y el de los dependientes. Existen sistemas liberales en que no hay
límites a los precios abonados y sin obligación entre las partes al cesar la
relación laboral (considerando el trabajo de los dependientes como un “bien” o
un “insumo” más) y sistemas que establecen salarios mínimos así como
indemnizaciones ante diversas situaciones de cese de la relación laboral.
Sin embargo, el trabajo humano no puede ser
tratado como un insumo, o como una mera estadística detrás del costo de un
producto. El trabajo humano es fruto de una actividad única, irrepetible e
insustituible de un ser humano particular, ya que cualquier otra persona en el
mismo puesto obraría de modo distinto en mayor o menor medida, aunque se
tratase de una mera labor mecánica para la cual ha sido contratado.
El trabajo humano tampoco puede ser medido por
el dinero, ya que no existe monto alguno que sea suficiente paga a tal labor
única, irrepetible e insustituible de un ser humano en particular. El salario
no paga el trabajo humano en sí, ya que esto significaría una forma de
esclavitud. El salario paga el fruto del trabajo, combinado con el tiempo
insumido para ello, incluyendo también la disponibilidad horaria en un
determinado lugar ya sea físico o virtual (en este último caso respecto de las
nuevas Tecnología de la Información y la Comunicación– TICs).
LIBERALISMO Y MARXISMO
El liberalismo considera que no existe la
explotación del hombre por el hombre, que todo se encuentra sujeto a la ley del
libre mercado, y que el trabajo no escapa a tal indefectible ley. Así sucedió
durante la Revolución Industrial, cuando las máquinas desplazaron a las
personas creando multitudes de desocupados que no tenían de qué vivir, tras
haber sido disueltos los gremios que los protegían. Trabajo de las mujeres obligadas
a generar un ingreso para la familia porque el salario de su esposo no era
suficiente, trabajo de niños, mano de obra esclava… todo eso incluso hoy en día
se encuentra vigente.
Por su parte, el marxismo considera que todo es
explotación del hombre por el hombre, ya que parte de la premisa básica de una
lucha de clases a la cual toda relación humana se encuentra sujeta, y el
trabajo no escapa a tal indefectible ley. Así sucedió durante la Revolución
Rusa y la aplicación de tal ideología en los países comunistas, donde bajo la
excusa de que se trataba de la “dictadura del proletariado” que había “vencido”
a los “patrones”, se desarrolló un capitalismo estatal con regulación minuciosa
de toda la actividad humana, pretendiendo que no existía explotación humana
alguna bajo ese sistema. El comunismo extirpó la propiedad de inmuebles y de
bienes de producción poniéndolos en manos de los funcionarios del Estado que
dirigían de tal modo las vidas ajenas.
Tanto el liberalismo como el marxismo en sus
diversas formas, comparten un pragmático inmanentismo y el materialismo como filosofía
subyacente. Así, la economía resulta desvinculada de la ética, y la Justicia se
encuentra ajena a las relaciones entre las personas, ya sea porque la
explotación se considera parte de la justicia (en el liberalismo), ya sea
porque el ciudadano es privado de todos los bienes excepto los propios de
consumo personal y por tanto privado de responsabilidad en todo lo que hace a
su vida social (en el marxismo). No es posible ejercer la Caridad cuando nada
se posee por ser víctima de la explotación, ni es posible ejercer la Caridad en
debida forma cuando han sido quitados los bienes propios con la excusa de
evitar la explotación.
El trabajo humano debe ser protegido tanto del
liberalismo como del marxismo. Y para ello existen los gremios, que deben
defenderlo no sólo en lo atinente a salarios, sino en el respeto a la dignidad
propia del trabajador. Y también en función de la dignidad del trabajo
empresarial, son las Cámaras Empresarias las obligadas a hacer valer los
correspondientes derechos. Es en el cordial diálogo y en la armonía entre
ambos, donde se desarrolla el Corporativismo, a cuyo servicio debe encontrarse
el Estado.