Por Tcnl. José Javier de la Cuesta Ávila.
(LMGSM 1 CMN 73 VGB)
En un mundo en acelerado cambio
que alcanza una dinámica jamás descripta los gobernantes tienen que dejar su
rol de "políticos" y asumir en plenitud la responsabilidad del
"estadista".
La vida de la Humanidad es la realidad de
los seres humanos que crecen y evolucionan, adaptándose a las situaciones
ambientales en las que existen. Este proceso, no tiene un fiel común que
abarque a la totalidad de los seres, ya que, cada uno de ellos, existe y se
realiza en escenarios diferentes, a los que se adapta para que, sus condiciones
tengan valor aplicativo. Este devenir en las últimas décadas, ha sufrido un
impulso renovador, que ha modificado las conductas del pasado, debido al
incremento absoluto y acelerado de las comunicaciones. Noticias, mensajes,
temas o problemas, que algunas décadas atrás, llegaban con sus efectos a otros
atenuados por la distancia, en nuestros días, tienen repercusión inmediata. La
"globalización" es un hecho absoluto, que debe ser aceptado como tal,
entendido en sus características y adaptado en sus consecuencias. Pese a este
empuje de actualización, las personas, aun actúan bajo situaciones especificas,
que no son iguales, quizás puedan ser parecidas, pero, sin dudas en su contexto
completo son diferentes. Aspectos como la lengua, el clima, la educación y las
costumbres o tradiciones, aun afloran ante la generalidad, como manifestaciones
de individualidad. Ello significa que en el mundo del presente y, seguramente,
en el del mañana, subsistirán elementos de identidad que en la unificación nos harán
diferentes. Esta es la más maravillosa expresión del ser humano.
Los "argentinos", como síntesis
de la sumatoria de aportes humanos, desde un principio que debe llevarnos a los
pueblos originales, a los que se suman los resultantes de los movimientos
migratorios que se asientan en nuestro territorio, constituyen una corriente
humana que sin llegar al calificativo de "raza", si puede
considerarse como "pueblo". Bien dicen los investigadores genéticos,
que el "pueblo argentino" es uno de los maravillosos procesos que se
concreta por una realidad que se la ha denominado "crisol de razas".
Esta excepcional población, sin embargo, no logra su realización plena y, como
grupo organizado como Nación, no alcanza su realización, pese a que ella esta
naturalmente a su alcance, por los dotes del país en el que se actúa. Esta
dolorosa realidad debe movernos a los argentinos a escapar de las conductas
falsas para rescatar las acciones que tiendan a la verdad.
Muchos y variados son los estudios, de las
mas distinguidas personalidades, que señalan describiendo hechos y
concreciones, en una difícil y compleja tarea que, con habilidad de cirujano,
muestra los males para eliminarlos y los aciertos para fortalecerlos. No es fácil
ni prudente asumir a alguno de ellos como "Biblia", ya que, entre sus
líneas, generalmente, asoman rasgos ideológicos, que enturbian las conclusiones,
haciéndolas perder efectividad. Pese a ello, como una constante, surge la
temporalidad en las conductas, que pareciera significar que el habitante no se
siente ciudadano asentado al lugar, es decir el clásico
"vecino", sino que en su espíritu
prevalece la noción de migración que fuera la esencia trasmitida de sus
mayores. De esta suerte se percibe que se pierde el orgullo de los hechos del
pasado, ya que no se los siente como propios, y se despreocupan los beneficios
del futuro ya que ellos no son del propio interés. Esta cuestión, grave para
nosotros los argentinos, se presenta con diversidad de intensidades, en algunas
de las otras naciones erigidas en el continente americano. Pese que en un
pasado reciente, esta falta de arraigo, pueda ser negativamente calificada,
hoy, y mas aun en el futuro, ella puede ser una virtud que alcance una dote de
alta valía. Si de mal ello pasa a ser virtud, es necesario con elevado
altruismo, honesta finalidad y clara acción, encontrar el curso de acción que
corresponda. Es decir la cuestión es como se logra pasar de un estadio a otro
sin que ello signifique destrucción o retraso ante una civilización en cambio
en el cual somos ineludiblemente parte.
Si vemos que los estadios de
"cultura", alcanzan a varias generaciones, que reciben un legado, lo
transforman y, luego, lo entregan como herencia, en un proceso lógico y
racional, en el cual los tiempos no hacen las escalas, sino que ellas aparecen
como consecuencias de su propia autogeneración, surge que es necesaria aplicar
mas celo a avistar lo que vendrá que a ocuparse exclusivamente del momento
actual. Si indagamos en nuestra historia, veremos que las generaciones del
Siglo XIX, actuaron con una clara y evidente orientación de construir bases de
apoyo para evolucionar, en cambio, las actuantes en el Siglo XX, se impulsaron
a obrar sobre ellas mismas, buscando mejorar en sus propias situaciones, con lo
cual restaron el impulso que queda radicado como solo esfuerzo coyuntural. No
debe quedarnos dudas que nuestros abuelos actuaron para "dar" a los
nietos, en cambio, lamentablemente, nuestros "padres" pensaron que su
mejoría seria la base actuando para ser "impulso".
El asomar del Siglo XXI, presenta un
escenario mundial que es absolutamente diferente al de las centurias anteriores,
ya que, el planeta Tierra, se comienza a integrar en sus aspectos económicos, políticos
y culturales, creando una avalancha que modifica usos y costumbres que chocan
con las identidades, si no existe la habilidad de la adaptación. El como transitar
este desafío es la mayor tarea que tiene que enfocar y materializar la generación
del presente, ya que, si ella tiene habilidad, se estará en la "cresta de
la ola" y sino se quedara sumergido en las profundidades del no hacer. Es
posible que los temas "domésticos" que son cortoplacistas, abrumen la
mente y condicionen las acciones, por ello, es necesario e indispensable que
aquellos que tienen el deber de conducirnos, dejen el destacado rol de los políticos
y asuman con fuerza y dedicación la maravillosa tarea de los estadistas ya que
ello es la actual "responsabilidad generacional".