Por Emilio Nazar Kasbo
Al estudio teológico del sentido de la Historia, se lo llama “Teología de
la Historia”. Esto significa y parte del supuesto de que la Historia tiene un
sentido, que hay un sentido Sobrenatural de la Historia, y que ese sentido
puede ser conocido. Asimismo, presupone que tal conocimiento involucra un acto
de Fe en la Verdad Sobrenatural, sin la cual no hay Teología. La Teología de la
Historia, epistemológicamente, es una ciencia, y debe ser considerada como
parte de la Teología.
HISTORIA Y PATRIA
La Patria es la Historia misma de la Patria, afirmaba el filósofo argentino
Jordán Bruno Genta, quien a su vez definía la esencia como “la cifra de
Eternidad que Dios ha puesto en las cosas”. Si profundizamos ambas definiciones
y las entrelazamos, descubriremos que como personas nacemos en el marco de una
Patria, que la Patria es una herencia recibida por Tradición de nuestros
padres, y que por tanto no es algo que simplemente es un presente, sino que
también es un pasado actualizado.
La esencia de la Patria, es la cifra de Eternidad que Dios ha puesto en la
Historia misma de la Patria. La investigación surge inicialmente de una
pregunta, y la buena investigación depende de saber preguntar. Se trata de la
pregunta formulada por una persona, que surge de la admiración ante la
contemplación de algún objeto o suceso. No hay investigación sin la búsqueda que
surge de la pregunta, y todo ello surge de la admiración arraigada en la
contemplación, en el necesario ocio contemplativo organizador. Así, escribir la
Historia es contemplar el pasado que explica nuestro presente.
Escribir la Historia es reivindicar una continuidad que subyace bajo los
cambios, y desde una adecuada Teología de la Historia, el tiempo resulta una
contingencia vista a la luz de la Eternidad de Dios. La Historia es escrita por
el hombre, pero quien la escribe desde el hombre y para el hombre, lo que en
definitiva está haciendo es inmanentizar la “cifra de eternidad” que hay en la
esencia de la Patria o de la Humanidad en su conjunto.
CÓMO REDACTAR LA HISTORIA
La Historia de la Antigua Alianza ha sido escrita por inspiración de Dios;
el Nuevo Testamento relata la plenitud de los tiempos en que tras la
Encarnación Jesús ha vivido hasta su muerte real, como verdadero hombre que
era, en la Cruz.
Entre los antiguos paganos, tanto en sus novelas épicas como en sus relatos
históricos, los dioses estaban siempre presentes junto con una “ley del
equilibrio” o de la “razón” (logos) que guiaba los hechos y ofrecía una línea
de interpretación. Cada vez que el orden era quebrado, una acción ya sea humana
o inspirada por los dioses obligaría a restaurar ese equilibrio roto. Una Ley
que si la viéramos desde Dios, señalaría los excesos que Dios corregirá o
castigará, o buenas acciones que bendecirá.
En el Antiguo Testamento y en el Nuevo los protagonistas son aquellos a
quienes Dios se ha dirigido de modo particular, y que han aceptado ser
instrumentos de Su Gracia. En la Historia posterior, los protagonistas son los
santos. Es colocándose en su lugar, reconociéndolos, como se establecen los
hilos de la Historia.
Es decir, el esqueleto de la Historia es la vida de los santos, en su faz privada o pública. Desde allí, se estructura enmarcándose en la Historia de la Iglesia, así como en la realidad social en que cada santo ha vivido. Tal realidad social remitirá luego a los héroes que han forjado la Patria, a la acción política y militar, y a la cultura imperante en su tiempo. Pero todo el acento ha de estar puesto en la vida de los santos y el momento histórico de la Iglesia.
Es decir, el esqueleto de la Historia es la vida de los santos, en su faz privada o pública. Desde allí, se estructura enmarcándose en la Historia de la Iglesia, así como en la realidad social en que cada santo ha vivido. Tal realidad social remitirá luego a los héroes que han forjado la Patria, a la acción política y militar, y a la cultura imperante en su tiempo. Pero todo el acento ha de estar puesto en la vida de los santos y el momento histórico de la Iglesia.
LA MIRADA HISTÓRICA
La Historia de Argentina está llena de héroes patriotas que han tenido
acciones y gestos católicos. Resaltar tales hechos, no significa que se esté
desarrollando una cosmovisión, ni que se esté encuadrando teológicamente la
Historia. Y no es que a tales sucesos se les haya restado importancia, puesto
que son objetivos. Pero algo falta.
Hubo en la América Precolombina, Prehispánica, una cultura con un sistema
social que tenía muchísimas virtudes y muchísimos defectos a la vez, sobre todo
por la característica espiritual de un desconocimiento absoluto de Jesucristo.
Esa historia ha sido un clamor para que el Amor de Dios llegara a ellos
mediante la Iglesia, para vivir la Caridad y la Misericordia en su dimensión de
virtudes sobrenaturales. La llegada de los españoles también llevó muchísimas
virtudes y a la vez muchos defectos que son fruto del Pecado Original y de la
debilidad humana, pero entre las cosas buenas llevaron la Fe. Desde entonces
cambió la vida en América y en Argentina, a la vez que hay numerosísimas
personas que han vivido y muerto con fama de santidad. Es alrededor de estas
personalidades que se construye la Historia. Las personas que han muerto con
fama de santidad han tenido una vida que debe ser enmarcada en lo político, lo
militar, lo social, lo cultural y lo económico, y tales personalidades otorgan
una guía y un sentido al tiempo en que han vivido.
Lamentablemente, un vicio carcome las ciencias: considerar que sólo son
ciencias si hacen abstracción de la Fe Católica y se dedican a una recopilación
de datos como enseña el positivismo. Esto responde además a la teoría
protestante de la doble verdad: el error de afirmar que una es la verdad
teológica de la Fe que no responde a la racionalidad humana, y otra es la
verdad científica que nada tiene que ver con la Fe. Por tanto, no son los
Gobiernos o las acciones públicas las que marcan el esqueleto de la Historia,
sino la vida de los Santos, en el marco de una Teología de la Historia.
PIEDAD E HISTORIA
A raíz de na preocupación sobre las cuestiones de ayunos cuaresmales, y
sobre los antiguos ayunos que se realizaban, puede observarse una decadencia
del Occidente Cristiano (Católico) a escala social, acompañado de la caída en
el ayuno, la mortificación y la espiritualidad católica. Sobre una línea del
tiempo se coloca, en la parte superior, todo aquello que hace a la Vida de la
Gracia en la Iglesia y en la sociedad, y en la parte inferior, todo aquello que
lo entorpece, se traza una línea en que se anotan las disposiciones en materia
de prescripciones para la vida, cuyo punto máximo se encuentra en la etapa
previa a que los Penitenciales se convirtieran en una especie de fariseísmo
durante la Alta Edad Media, coincidiendo con el momento en que vivió Santo
Tomás de Aquino. Desde allí en adelante, el Rito Latino ha ido disolviendo las
costumbres en pos de evitar el fariseísmo, hasta reservar las abstinencias de
carne sólo para los días viernes y los ayunos al Miércoles de Ceniza y Viernes
Santo (todos los cuales además pueden ser suplidos por otras alternativas, por
lo cual acaban incluso sin cumplirse), y eso ya en el Código de Derecho
Canónico de 1917. Así se llega a la actualidad, en que haciendo gala de
espíritu "del publicano" se tacha toda práctica de piedad, de ayuno,
de oración, de abstinencia de carne (y de sus derivados), de mortificación o de
limosna, como actos de "fariseísmo" (y que además hay quienes
predican que son inútiles porque no "producen" nada, excepto la
limosna que debe ser hecha de lo superfluo sin empobrecer a quien da, ya que
sería un acto "antieconómico"). Luego, este espíritu "del
publicano" en realidad se trata de una espiritualidad gnóstica que
desprecia todo lo demás, sumida en el subjetivismo.
Mientras a su vez se predica la "libertad", sin que haya
prohibición alguna para las antiguas prácticas “preconciliares” (incluso para
las mantillas en la Misa usadas por las mujeres). De hecho, así lo expresó el
Papa Benedicto XVI: nada ha sido derogado, porque existe una
"continuidad", lo cual es dicho “en teoría”, pero en la práctica se
vive bajo el signo de la discontinuidad o ruptura.
Sucede lo mismo en la Argentina. La caída de la Fe personal y social, lleva
a la crisis en el las áreas políticas, económicas, morales y culturales. De un
clero netamente católico y manifiestamente antimodernista, aparece un clero de
"manga ancha", con el "espíritu del publicano" y en rechazo
al "fariseísmo" que en realidad predica ideas de una “piedad gnóstica”.
De semejante herejía, se deriva que en el plano moral todo es comparado con
"la playa". Es decir, lo socialmente aceptable en cuanto a la
modestia del vestir, está dado por el parámetro "playero". Así, ingresan
por la "puerta de la Misericordia" de las Catedrales gente de malla y
ojotas. En la Edad Media, en Medio Oriente, las grandes Catedrales e iglesias
tenían una puerta de hierro (cerrada) sumada a una pequeña puerta de un metro
de altura (abierta) por la cual se excluía a todos aquellos que pretendían
entrar con sus caballos, o que pretendieran ingresar sin postrar su rodilla
sobre el suelo (como es el caso de islámicos y paganos). Esa pequeña puerta era
la que permitía el ingreso a un lugar Santo, donde está Cristo mismo, y ante
quien toda rodilla debe doblarse.
El clero argentino que condenó a la Masonería a mediados del Siglo XX, en el Siglo XXI ya no existe, siendo esta una muestra del cambio vivido en la Argentina para evaluar y diagnosticar los tiempos históricos.
El clero argentino que condenó a la Masonería a mediados del Siglo XX, en el Siglo XXI ya no existe, siendo esta una muestra del cambio vivido en la Argentina para evaluar y diagnosticar los tiempos históricos.
UN NUEVO OCCIDENTE
El nuevo Occidente ateo, agnóstico, multicultural, próximamente islámico a
un plazo no mayor de 20 o 30 años, sólo tiene una vía para resurgir: la prédica
de Jonás en Nínive y la reacción del gobernante y sus súbditos. Ante la prédica
de Jonás, esa generación respondió adecuadamente, pero la generación siguiente
pereció, y pereció por el abandono de aquella espiritualidad, que tal vez haya
sido basada más en el temor que en un verdadero Amor a Dios. Las persecuciones
a la cosmovisión católica, la persecución a Cristo, se incrementan cuando en la
sociedad se abandonan las prácticas que conducen a buscar el Reino de los
Cielos y no las añadiduras. A veces puede depender de una pequeña familia, como
la de Abraham en Sodoma o la de Noé en un mundo donde "todos compraban,
vendían y se casaban" (pero Dios estaba ausente de esa sociedad, por lo
cual pereció en el diluvio).
Es desde esta base que se ilumina la Teología de la Historia, que no es una
Historia de la Iglesia, pero sí es parte de la Historia de la Salvación que
llega hasta el Apocalipsis (siendo este final cuando Dios lo dispone). Es una
Historia con los arquetipos que mueven a los demás en la sociedad, es una
Historia en que se vive la espiritualidad católica socialmente (hacia su apogeo
en la dimensión de la Eternidad en Dios, o hacia su extinción en el inmanentismo
que preludia la perdurable condenación).
¿Cómo se desenvolvió la historia espiritual de la Argentina, en el marco
del relato de los hechos históricos puntuales? ¿Cuál es la dimensión teológica
de las medidas que toman los gobiernos, es decir, cómo afectan a la relación
con Dios, con Jesucristo, con la Iglesia? ¿Cómo es la espiritualidad en la
sociedad ante corrientes favorables o desfavorables a la Fe? ¿Cómo influyen las
prácticas de Fe Católica de los arquetipos en cada momento histórico? ¿Cómo
atiende Dios las plegarias de sus fieles, escuchándolos o no haciendo lugar a
sus peticiones? Entiendo que todo esto es parte de la Historia, y no de una
Historia "paralela" a la inmanentista, sino parte de la Historia
vital, de la verdadera Historia, vista desde la Fe.
TIEMPO Y ETERNIDAD
El tiempo es la medida del movimiento, que se divide en un “antes” que es
pasado, un “ahora” que es presente, y un “después” que es futuro. Pero el
tiempo carece de sentido sin el ser humano, el tiempo es de las personas y para
las personas.
Se puede escribir una “historia geológica”, describiendo los movimientos
que hay en el planeta, o una “historia climática” detallando los registros de
los cambios atmosféricos, por ejemplo, pero obligadamente esa historia, esa
cronología, es efectuada por personas que contemplan tales datos objetivos, y
su utilidad. Los animales carecen de Historia, y los ángeles intervienen en el
tiempo humano, entendiendo además que Dios mismo ingresó en la Historia como
verdadero hombre, mediante la Encarnación del Verbo.
Prescindir de la Eternidad como sentido de la Historia es convertir los
hechos en efímeros episodios humanos carentes de relevancia y trascendencia,
aunque pueda considerarse una inmanentista trascendencia social con alcances
políticos, económicos o culturales. Por ello, la Historia tiene un principio,
tiene un desarrollo y tiene un fin, una culminación, que según la Revelación es
el Apocalipsis. Ver las cosas no con ojos inmanentistas sino con los ojos de
Dios, es hacer Teología de la Historia
HISTORIA DE LA SALVACIÓN
Podemos hallar esta Teología de la Historia en la Revelación de Dios,
estudiando al Pueblo Elegido en el Antiguo Testamento, y a la Iglesia fundada
por Jesucristo que transita este tiempo hasta llegar al Apocalipsis. Es decir,
la Historia de la Salvación. Pero también podemos hallar esta Teología de la
Historia en la Revelación Natural, en el modo en que la Providencia ha querido
inculcar y enseñar principios a otros pueblos diversos de los que son
mencionados en la Tradición Católica, propio de los pueblos gentiles.
De este modo, podemos clasificar la Teología de la Historia en la Historia
de la Salvación o Historia Bíblica y Eclesial, y en la Historia de la
Revelación Natural entre los pueblos gentiles. Revelación natural es la
manifestación de la verdad divina a través de las criaturas, y que es posible
conocer por el uso natural de nuestra razón, por lo cual resulta accesible no
solamente a quienes tienen Fe, sino también a los paganos y a quienes afirman
no tener Fe alguna. Es decir, se trata del modo en que diversos pueblos no
católicos reciben la Revelación Natural, marcando así su Historia con el sello
de Dios.
En la Historia de la Salvación, que después de la Tradición escrita que se
halla en la Biblia, continúa con la Historia de la Iglesia, podemos advertir
que el Catolicismo en su fax de ortodoxia se expande geográficamente desde Pentecostés
hasta nuestros tiempos. El destino perdurable del alma tras la muerte revelado
por Jesucristo, se encuentra presente en las persecuciones iniciales, en los
pueblos cristianos y en sus gobernantes, ya que el gobernante católico conoce
su responsabilidad en esta materia, y no puede salvar su alma sin ser
instrumento de Dios para la salvación del alma de los demás.
HISTORIA ECLESIAL Y DEL MUNDO
A su vez, el destino perdurable del alma también se halla presente en los
paganos, conformando la cultura propia de cada tiempo y lugar, y en esto
también debe incluirse la conducta omisiva de este destino, y ello resulta
extensivo a los gobernantes, que son quienes en realidad sellan con su impronta
el criterio de toda una Nación. En ellos se encuentra como incógnita, como
respuesta más o menos acertada, o como un tema “tabú” que no debe abordarse
para no dañar una vida hedonista actual. Cada postura ante este tema configura
una cosmovisión que se reflejará en el desarrollo histórico de cada pueblo,
incluyendo en ello posturas racionalistas o materialistas.
Ver la Teología aplicada en la Historia de la Salvación y en la Historia de
la Iglesia, es una cuestión que rebasa lo histórico humano, que en su sentido
hasta resulta aleatorio o accesorio, para dar paso al protagonismo de Dios
mediante su Gobierno del Mundo, Su Providencia, y Su Predestinación. Es decir,
Dios crea el mundo y le impone leyes, y también Dios crea al hombre y pone
medios suficientes para que salve su alma (como actos de Su Providencia).
La Teología de la Historia es parte de la Teología, que considera los datos
de la Historia. Es la visión teológica de la Historia, que no se ciñe a meros
hechos materiales, más o menos acreditados o comprobables, sino que eleva su
mirada para analizar los fundamentos teológicos de las acciones tanto
correspondientes a la vida de una persona en particular como arquetipo o como
muestra de la vida de un habitante “promedio” de la sociedad, ya sea de la vida
social en un momento particular del pasado.
HISTORIA Y REVELACIÓN
En cierto modo, la Teología de la Historia se enmarca en la Historia de la
Salvación, que entronca la preparación del Antiguo Testamento y el Nuevo
Testamento para su continuación en la Historia de la Iglesia hasta el
Apocalipsis, que debe contemplar también el modo en que ha influido la
Revelación Natural (que es imperfecta) en las sociedades no católicas.
Existe un peligro, y es el de considerar como Teología de la Historia a una
“investigación” sobre la acción de Dios en la Historia y el sentido del tiempo
en la vida del hombre, pero buscando “constantes inmutables del obrar divino”.
Es decir, se pretendería hallar una especie de “parámetro matemático” de Dios
para explicar desde allí los hechos históricos; sin embargo, esto involucraría
un racionalismo inadmisible, ya que no puede explicarse el motivo por el cual
Dios otorga o no, actúa o no, en favor de los católicos en el marco de la
Historia, o de cómo influencia en líderes, en súbditos o en las sociedades.
Dios no responde a una lógica humana, que es locura para Dios, y ello tanto lo
es pretender conocer un parámetro de acción de Dios. No obstante ello, Dios ha
dejado a la Iglesia con sus enseñanzas tradicionales para que sepamos qué es lo
que Dios espera de cada persona y sociedad, y nada puede decirse más sobre
ello, porque la enseñanza es para el hombre y la humanidad, no para aplicarla a
Dios.
La Teología de la Historia abarca la acción de Dios en la Historia, en todo
aquello que la razón humana puede develar o presuponer, sin afectar a lo que
estrictamente constituye el Misterio de Dios y de Su Voluntad. El riesgo de
inmanentizar a Dios, o de buscar una “utilidad humana” o una “manipulación de
la Voluntad de Dios” es grave si no se realiza desde la Filosofía Perennis,
particularmente la Escolástica Tomista y la reflexión de San Agustín.
HISTORIA Y GRACIA
El hombre concreto vive en un tiempo determinado, en una sociedad
determinada y en un contexto que es heredado; Jesucristo mismo, siendo Dios,
asumió la condición temporal. Como ser histórico, existe e influye en su
contexto, pero esto no es suficiente, porque se trata de una cuestión material,
ya que debe ser esto ilustrado por la cosmovisión que hace al contexto en que
la persona vive, sumado a la particularidad de la cosmovisión católica y cómo
esta ilustra la vida personal, ya sea de los líderes o de los súbditos, y de la
sociedad en general, que puede ser receptiva, indolente y neutral, o refractaria,
al Evangelio y su transmisión.
La vivencia espiritual es fruto de la Gracia que Dios otorga y de la
respuesta personal o social a ese llamado. No se trata de una cuestión
intelectual, de conocimiento de las verdades de la Fe, sino de cómo es llevada
a la práctica concreta en un lugar y momento determinado, en lo cual develamos
la real dimensión de la Teología de la Historia.
Los paganos y no católicos en general, dirán que se trata de una
“mitologización” de la Historia, pues descartan todo lo que hay de Sobrenatural
en la Historia y en la Tradición de la Revelación. El inmanentista busca
despojar de esta dimensión a la Historia, y los no católicos entre los cuales aún
se hallan grupos cristianos no católicos, buscan cuando menos constituir una “doble
verdad”, la teológica que corre por carriles separados de la histórica, sin
cruzarse en momento alguno.
QUÉ SEÑALA LA PROVIDENCIA
Debemos interpretar la Teología de la Historia no solamente como la acción
de Dios en la Historia de la Iglesia, sino en particular la acción de los
laicos católicos y su influencia en la sociedad concreta de que se trata. La
Iglesia abarcadora de la enseñanza de la Jerarquía y la vida litúrgica
sacramental y de piedad, así como de la acción de los laicos en el tiempo, constituyen
esta Historia de la Salvación. Mayor espiritualidad o mayor secularización, van
marcando tiempos y orientaciones en la Historia de las sociedades católicas. Y
esto contradice la afirmación de que la Tradición Católica es sinónimo de
estancamiento o de freno al progreso, cuando se comparan los frutos de las
sociedades católicas con los trágicos resultados comprobables en sociedades
secularizadas e inmanentizadas.
Se trata de la contemplación de Dios en pequeños y grandes eventos, tanto
de una biografía personal como en la dimensión de una sociedad concreta. Se
trata del esfuerzo de construir la “casa” sobre la Roca que es Cristo,
edificando cristianamente la vida de una persona o de la sociedad en la
historia. No es Cristo y su Iglesia quienes se deben adaptar a los tiempos,
sino todo lo contrario. Y este es el sentido de la Teología de la Historia, y
esta es la relación entre lo Eterno trascendente que es Dios y lo temporal e
inmanente que es la vida de cada persona y de cada sociedad.
La Historia en la Antigüedad, comenzó con relatos de actuaciones de los
gobernantes y de las guerras. Los actos relevantes de los gobernantes,
involucran un dilema moral y una resolución de temáticas concretas que sirven
como ejemplo a imitar o eludir. A su vez, las guerras incluyen actos de
heroísmo. La transmisión histórica tiene el efecto de transmitir tales acciones
para reconocerles su cuota de gloria y triunfo.
El historiador refleja su propia cosmovisión en el relato histórico. Muchas
veces existen historias contradictorias, las del bando vencedor y las del
perdedor por ejemplo, que fundan diversas narraciones. Así, es preciso conocer
la cosmovisión del transmisor de la Historia, para conocer su postura como
prejuicio o presupuesto desde el cual efectúa su versión.
PREGUNTAS
Indudablemente, la Historia narra sucesos de los hombres y las sociedades,
y en su conjunto, aunque no lo crea o se dé cuenta el historiador, involucra un
sentido, un hilo conductor bajo el cual los hechos acaecen. Las luchas de los
grandes Imperios, los problemas que deben afrontar los gobernantes, y la vida
de los súbditos, incluyen un sentido de la Historia, ya que no existe una
Historia sin sentido.
En base a ello, surgen una serie de preguntas que la Teología de la
Historia debe responder:
¿Cuál es el motor de la Historia? ¿Es la Providencia de Dios? ¿O el poder,
las riquezas, la lujuria y el hedonismo? ¿Qué es lo principal y qué es lo
accesorio en la Historia? ¿Qué es lo fundamental y qué lo anecdótico? Todo esto
señala cuál es el hilo conductor de quien escribe la Historia.
¿Castiga Dios en la Historia, y dónde se siente ese castigo?
¿Hay diálogos entre personalidades líderes en las sociedades que tienen una
relevancia y trascendencia suficiente, como por ejemplo cuando abordan el tema
del mejor tipo de gobierno?
¿Anuncia Dios de algún modo las desgracias o bonanzas que sobrevendrán, y
en su caso cómo lo anuncia, o son estas imprevisibles?
¿En qué influye la confianza o descreimiento en Dios, en el transcurso de
la Historia? ¿Cómo se evalúa desde esta óptica la Historia de sociedades no
católicas y de las no cristianas? ¿Cómo se comprueba la acción de Dios en las
sociedades no católicas?
¿Qué sucede cuando entre los líderes, o en el ambiente cultural social, se
creen inteligentes, felices, al punto de que pueden prescindir y obviar la
acción de Dios?
¿Existe un destino que se cumplirá indefectiblemente, o la libertad de la
persona humana y de su sociedad puede situarse sobre ese destino? ¿Dios es
quien establece el destino, o lo construye cada persona y cada sociedad?
¿Existe alguna ley de “equilibrio social”, y en su caso cómo actúa esta ley
respecto de la Providencia de Dios? Es decir, ¿pueden establecerse normas para
las sociedades, y en caso de que la respuesta sea afirmativa cómo funcionan
esas normas sociales en referencia a la Providencia de Dios?
¿Cómo se producen los cambios de fortuna de las personas y de las
sociedades, desde la prosperidad y la felicidad hasta la miseria y la angustia,
o viceversa? ¿Cómo interviene la Providencia en esas ocasiones y cómo es
posible develar esa acción de la Providencia?
¿Se puede “huir” de los planes de Dios? ¿Se puede traicionar a Dios
–mediante el pecado ya sea personal o social- y salir indemne de la situación?
¿Cómo ayuda Dios a uno u otro caudillo o a sus pueblos, que se encuentran
en bandos antagónicos? ¿Cómo influyen las acciones injustas de los líderes y
los vicios de los pueblos?
Si la Justicia es un equilibrio, ¿Cuándo ese equilibrio se rompe en la
Historia, luego todo vuelve a la mesura y armonía original? ¿Dónde se ve a Dios
en estas acciones?
¿Qué diferencia hay entre la acción humana o social ilustrada por la Gracia
de la Fe, de la acción humana o social en que la Gracia está ausente? ¿Cómo
influye el odio a Jesucristo y su Iglesia en una sociedad?
¿Cuáles son los anhelos de los pueblos? ¿Cómo vive el hombre que es sujeto
de esa cosmovisión social? ¿Cuáles son sus consecuencias?
¿Cómo se combinan las causas humanas con la cosmovisión teológica? ¿Cómo
son analizados los problemas económicos o pragmáticos a la luz de la
cosmovisión teológica?
¿Existe una ley de equilibrio en la Historia? ¿Existen ciclos históricos?
¿Cómo se produce la ruina de las empresas y de los líderes demasiado
ambiciosos? ¿Hay un ciclo o equilibrio entre la guerra de conquista y la
opresión de los tiranos?
¿Cómo se efectúa el análisis moral de los acontecimientos? ¿Quién es el que
destaca en las batallas o en el buen Gobierno? ¿Cómo se evalúa el sentido de
debilidad o de grandeza de lo humano, o lo Sublime de Dios que se refleja en
las buenas acciones?
SENTIDO DE LA HISTORIA
Lo que busca la Historia es un sentido de los acontecimientos, su
explicación. La Teología de la Historia es la que ofrece explicaciones a ese
sentido de los acontecimientos. Los principios generales de la acción humana,
deben ser analizados bajo la óptica de lo que Dios ha dispuesto para el hombre,
no como un “prejuicio”, sino como una valoración de acercamiento o alejamiento
de Dios.
El tema central de la Historia tal como se desarrolla desde el paganismo o
desde el positivismo, es el hombre; el tema central de la Teología de la
Historia, es Dios. Así, la Historia se analiza al hombre, como persona y en su
dimensión social, ya en la anécdota o en los detalles, ya en sucesos gloriosos,
ya en las causas de su ruina tras haber pasado el momento de apogeo y de
esplendor para colocar nuevamente los carriles de la Historia en su situación
original.
El tiempo es la duración del hombre en el mundo. Del hombre concreto, y del
hombre en la sociedad que le toca vivir según la Providencia indica a cada uno.
Ese tiempo limitado, es una cifra de la Eternidad de Dios, una participación de
Dios que vive fuera del tiempo. Así, el tiempo humano es para Dios, es para la
Eternidad que le otorga un sentido, en la cual está el destino de cada persona
unido al marco social y la Patria en que nace.
DIOS Y LOS HOMBRES
La tendencia a ver los hechos de los hombres como meros hechos de los
hombres, es inmanentista. En todo caso, no puede juzgarse con ese criterio a
los hombres de Fe, que buscan iluminar sus acciones por las enseñanzas de Dios
en la Biblia, los Diez Mandamientos y la Revelación hecha por Jesucristo,
tratando de ser meros instrumentos de la Gracia de Dios. Dios está siempre
presente, mediante el Gobierno del Mundo y su Providencia, y de modo
excepcional mediante los milagros.
La búsqueda de la Felicidad humana en el orden personal, tiene un correlato
en el modo por el cual socialmente se la busca, la cual sólo puede hallarse en
el Absoluto de Dios. El modo en que se descubre la misión que Dios pide a una
persona o a un pueblo entero, es central en estos análisis. La Historia puede
ser de una persona o de una sociedad, y bajo ambos aspectos debe ser estudiada.
Corresponde un análisis teológico de los hechos: Dios interviene en la
historia de los hombres mediante sus elegidos predestinados (predestinación en
el concepto católico del término), quienes actúan como causa instrumental de Su
Gracia, y también interviene en forma directa, ya sea mediante los Milagros o
incluso mediante la Encarnación del Verbo en la Historia. Y corresponde un
análisis moral de los hechos en la Historia. No puede existir una Guerra o una
Política sin análisis moral, aunque se pretenda que este es inexistente.
UNA HISTORIA SIN DIOS
Así como Dios otorga sentido a la vida del ser humano, también otorga
sentido a la sociedad. Toda sociedad asume una posición ante Dios, y
particularmente ante Jesucristo y su única Iglesia por El fundada.
Tras la crucifixión de Jesucristo, la historia de los primeros cristianos
siguió su suerte: la persecución y el martirio. Es la sociedad que odia a
Jesucristo la que también odia a sus seguidores, porque en definitiva odia al
Amor de Dios, ya que prefiere sumirse en las tinieblas de ese odio a abrirse a
la Fe y la Esperanza como respuesta a la Gracia. Sólo una pregunta debería
plantearse quien odia a Jesucristo y la Iglesia Católica: “¿Y qué sucedería si
todo esto que se predica es cierto?”
Después de la caída del Imperio Romano de Occidente, comenzó a surgir la
plenitud de la Iglesia, en la Edad Media, un tiempo en que las personas y la
sociedad entera, tenían en cuenta a Dios en sus acciones. No significa que
fuese un paraíso ni un tiempo en que fuera desterrado al pecado, o que fuese
perfecta en grado absoluto, ya que la naturaleza caída del hombre no puede ser
cambiada sino por la Gracia de Dios. Finalmente, con la llegada del Humanismo y
del Renacimiento, comenzó gradualmente un semipelagianismo subyacente a dañar la
cosmovisión teológica, hasta llegar a la inversión del sentido común, como
preludio de una inversión teológica. Fuera del denominado Occidente Cristiano,
había sociedades a las cuales la Palabra de Dios aún no había llegado, y
todavía hoy se encuentra en esas condiciones. La Historia sin Dios (sin
Jesucristo como Señor de la Historia) puede ser relatada por los observadores
de esas sociedades carentes de influencia cristiana. Lamentablemente, la
Historia en los países cristianos son escritas con los mismos parámetros y
criterios.
Que Jesucristo ha venido a traer un mensaje para todas las personas,
independientemente de su condición, para que siguiendo sus enseñanzas y
mediante la Gracia de Dios puedan salvar su alma, es efectivamente un dato de
la Historia. Y ello tanto cuanto Dios no predica la muerte de quien peca, sino
que lo invita al arrepentimiento y la reparación en la medida en que ello sea
posible. Escribir una Historia prescindiendo de Dios, es construir nuevamente
la Torre de Babel, o pretender huir de la prédica como Jonás. La piedad de los
santos y de las sociedades marca tiempos históricos, y no el transcurso del
tiempo o el paso de un régimen político a otro.
PROTAGONISTAS DE LA HISTORIA
Las personas desarrollan acciones en una sociedad determinada y en un
tiempo histórico determinado. Estos son datos objetivos y medibles, aunque en
su análisis puedan existir visiones distintas. ¿Pero son los únicos protagonistas
de la Historia? ¿Existe alguna dimensión que no resulta medible? Efectivamente,
la espiritualidad del hombre concreto hace a su alma, que es inmortal. La
espiritualidad de una sociedad goza también de unas características similares,
ya que así como no puede medirse la inteligencia, tampoco puede medirse el “nivel
de Gracia” que vive una persona o sociedad, lo cual sólo Dios conoce.
También está la acción de los ángeles en la Historia. Y de su obra y
asistencia dan testimonio los santos, que nos permite determinar dónde y cuándo
efectivamente han actuado. Lógicamente que bajo una óptica materialista todo
esto será considerado una mera fantasía o un “delirio”, puesto que la
cosmovisión del ser humano carece de los rasgos cristianos. Sin Dios, serán las
pasiones humanas las que guiarán la conducta de los líderes sociales y su
influencia en el pueblo, buscando la mayor libertad sin responsabilidad con el
riesgo de atropellar el derecho natural ajeno. La historia materialista rechaza
a Dios, pero instala una serie de postulados que buscan sustituir la ausencia
de Dios sin lograrlo, porque su resultado es la angustia existencial que no
tiene remedio, y buscando leyes que guían los hilos de la Historia sólo hallará
una lucha por el poder, el dinero y la lujuria como explicación, y sin
respuesta alguna a la muerte personal o de una sociedad.
¿Qué sentido tendrá la acción de un gobernante injusto que vive en medio de excesos porque considera
que no tiene límites, embriagado en su propio sentido de grandeza? Tendrá el
sentido de lo efímero porque lo único que constatará la Historia es que
semejante personaje ha muerto en una fecha determinada, y sin sentido alguno,
dejando tras de sí un Imperio que se desintegra o una fuerza social que se
atomiza hasta desaparecer. ¿O qué sentido tendrá la acción virtuosa de un
gobernante justo que a su muerte deja tras de sí un Reino unificado, organizado
y con una clara sucesión que permitirá la continuidad de esa Patria? Desde una
óptica materialista sin moral, pragmática, vicio y virtud carecen de diferencia,
y la historia no será más que una sucesión de hechos en el tiempo.
Sin embargo, es Dios el verdadero protagonista, y Jesucristo como Alfa y
Omega, es el Señor y Juez de la Historia. Una Historia que se predica a todos
sin distinción, desde la Caridad y el Amor a Jesucristo. Dios, en la Historia,
habla al hombre y constantemente lo invita a la conversión. Pero sin la
verdadera Teología de la Historia será imposible entender qué es lo que Dios
pide, interpretar lo que El indica.
EL JUICIO HISTÓRICO
El historiador que aplica la Teología de la Historia, tiene por misión
juzgar en cada momento teniendo en cuenta los principios que Dios ha revelado
en la Biblia, y que la Iglesia Católica actualiza en la Tradición que porta. Son
tales principios los que ofrecen la base para evaluar los hechos históricos,
que se investigan las consideraciones políticas, económicas o pragmáticas, ya
que además mediante éstas a la vez se buscan aquellos principios.
Es decir, Dios ha dado principios para que sean guía en la vida de las
personas en el marco de sus familias, y en el marco de la sociedad de su
tiempo. A su vez, a través de las acciones humanas, se comprueba la acción de
tales principios dados por Dios o la consecuencia del apartamiento de sus
disposiciones. Creer y ver la acción de Dios en el mundo es una Gracia, y sin
la Gracia es imposible. Al inquirir en las causas, o al estudiar las
consecuencias, el historiador comprobará tales principios en la acción humana,
no por un “apriorismo”, sino porque los hechos tienen un sentido que debe ser
develado, un sentido que desde la Teología de la Historia, es Sobrenatural.
Todo historiador evalúa los acontecimientos y emite juicios sobre ellos,
para obtener su sentido. La vida del ser humano, de una familia, de una
sociedad, exige un sentido, y si jamás se lo plantea transcurrirá en un frenesí
desarrollado al margen de la racionalidad y de la Voluntad de Dios. Las leyes
históricas son superiores y trascienden a las leyes sociales, porque les dan un
marco de referencia, puesto que las leyes sociales son un “presente”, y las
históricas un antecedente del cual se conocen las consecuencias. La experiencia
histórica permite orientar las leyes sociales para evitar errores y para buscar
soluciones, pero tampoco son leyes matemáticas. Es Dios quien salva una
sociedad, una familia o a una persona, más allá de sus penurias o vida
próspera, y siempre de un modo que resulta ser un testimonio para
contemporáneos y para futuras generaciones.
DEBILIDADES Y GRANDEZAS
Es la admiración por el significado de los hechos la que lleva a escribir
la Historia, como un llamado, como una vocación. Analizar la intervención de
Dios en el plano Sobrenatural es parte de la Evangelización. Fuera de esta
visión, analizar cada batalla y estudiar a quienes más se destacaron,
describiendo con detalle su comportamiento, independientemente del bando en el
que lucharon, los estilos de vida y costumbres, otorgando un sentido al fugaz
tiempo remontándolo hacia la dimensión eterna, sirve para evaluar el sentido de
la debilidad y la grandeza de lo humano, y la fuerza y poder de Dios en la
acción de su Providencia.
Desde la Teología de la Historia, además, se descubren los falsos
principios, las consecuencias de ideas paganas, heréticas o cismáticas, en sus
consecuencias morales. Es decir, cuando se deforma lo que Cristo pide a los
seres humanos transmitido por la Iglesia Católica, existen consecuencias
personales y sociales, hay un cambio de conductas, de ideas, de espiritualidad,
para bien si se acercan a Dios o para mal si se alejan. Asimismo, contemplar
cómo Dios guía a las personas sin quitarles la libertad, y cómo se extingue la
libertad cuando las personas y las sociedades se alejan de Dios.
Las anécdotas, detalles, hechos gloriosos, las ruinas tras el esplendor,
van señalando la Causa de tales movimientos en la historia de los gobernantes y
sus naciones. Y no significa que el esplendor sea una bendición, o que la ruina
sea una maldición, sino que ello debe evaluarse a la luz de la Providencia. El
trabajo del historiador, en este sentido, excede el de un mero cronista.
ANALIZAR LOS DATOS HISTÓRICOS
Sin una visión teológica, lo central en la Historia será la narración de
hechos referidos a las relaciones entre los Estados, y todo el resto será
analizado y contemplado en función de esa realidad. Puede también efectuarse un
análisis materialista desde el punto de vista cultural, y el destino del ser
humano será visto como bueno en tanto alcance aquello que se considere como
afortunado en el tiempo y la sociedad en que le toca vivir. Las culpas y
consecuentes castigos, los triunfos y sus causas, la sabiduría y la falsa sabiduría,
el destino del hombre en el marco de la inestabilidad de las cosas humanas, las
injusticias, son parte de la historia. El hombre religioso ve en todo ello la
actuación no de una Ley de Dios que matemáticamente se aplicará, sino una
acción de la Providencia para significar algo.
Así como las epopeyas que son escritas sin un criterio católico narran las
hazañas de los héroes para darles gloria, desde un punto de vista católico las
hazañas de los héroes son para dar gloria a Dios, y en nada contradicen los
hechos objetivos que se relatan. Simplemente, lo que cambia es el sentido del
análisis, de la inmanencia a la trascendencia, de lo temporal a lo eterno.
Un mundo que por los Imperios que dominaban a otros tiende a una unidad de
gobierno, en una tensión hacia un único dueño del orbe entero, en su análisis
puede tener una visión inmanentista, pero también ser visto a la luz del
Apocalipsis, del gobierno del Anticristo, del cumplimiento de profecías
bíblicas.
La Historia, y la Teología de la Historia, deben escribirse con el
Apocalipsis en la mano. Y deben escribirse desde la mirada de los santos y de
almas de gran piedad en medio de las tribulaciones que siempre han existido en
el mundo, y que existirán hasta el fin de los tiempos.