por Juan Carlos Córica
(03/04/10, jccorica@fibertel.com.ar)
Mientras la dirigencia juega en el bosque y los protagonistas se sientan en la tribuna, la realidad está cautiva. Diferencia entre realismo posibilista y realismo de potencialidad. Del laberinto no se sale por abajo. ¿Tiempo de cambio o tiempo de crisis?
Al grito de “sólo los tontos no se dan cuenta: es tiempo de cambio” se trata de bloquear, y se lo consigue la más de las veces, anulando la percepción de la real realidad. Que se trata de un tiempo de crisis.
Qué otra cosa puede ser la presencia impositiva de un orden mundial dominado por poderosos grupos minoritarios que han establecido un modelo por el que se obliga a pensar la realidad en términos mercantiles y de vale todo. Una operación de orden sistémico por la que se potencia y difunde entre las mayorías un juego que interesa y practican realmente sólo esas minorías. Minorías que, en un contexto seudo democrático, les resulta necesario alcanzar consensos manipulados que los legitime “civilizadamente”. Con el mínimo de acciones visibles por las que lo dictatorial se invisibiliza, a la vez que se da una sutil ingeniería social por la que, lo presentado, instalado, exaltado y percibido como proceso plural y participativo, horizontal, en realidad resulta un proceso de configuración vertical, traccionado y conducido por una fraternidad o corporación, una minorías de elite que desde el vértice del sistema opera sobre las poblaciones cautivas.
Estas elites necesitan del recurso legitimador que emerge de conseguir que se haga carne en la sociedad la lógica del “no importa cómo”. Claro que, así descarnado, resulta nada sustentable. Pero que, con el aditivo de la simultanea descalificación social de los juicios de valor, los dos polos, instalados y vigentes, por efecto de invisibilización de los vínculos que los articulan, subyacen desapercibidos. Se convierten en “fines que justifican cualquier medio” blindados a “los juicios de valor”.
Particularmente en la Argentina, este mundo mercantil y manipulador, se ha potenciado por efecto de la presencia de factores estructurales e inerciales que ofrecen una masa crítica básica para que sus espurias intencionalidades encuentren terreno fértil. Por un lado los efectos de la colonización cultural que bloquean el pensamiento libre y correlativo por el que funciona esa capacidad innata de conocer no sólo por la razón inteligente sino por la sabia intuición del nativo, hombre ducho y baqueano, el que se tutea con la real realidad aún camuflada. Y por el otro la presencia de un discurso único que le hace la cabeza a la gran mayoría sostenido y legitimado por el bloque del establishment letrado, la corporación mediática y los textos académicos. Conjunto uniformado por esa batería de términos y sesgado enfoque que unifica en base a adjetivaciones que rotulan calificando y descalificando. Discurso único reforzado por la generalizada calificación de “lo social y políticamente correcto”, contraseña que habilita y deshabilita. Pero también aporta su cuota de dominación por las subjetividades legitimadas el contexto donde la presencia del relativismo hace necesario un plus de prestigio para los términos, conceptos y teorías validadas, como el que dan los medios de comunicación.
Pero como diría el vendedor furtivo que ofrece la mercancía en los medios de transporte, hay más para agregar. Dentro de toda esta acción operada y procesada desde lo superestructural, otro elemento juega en igual dirección. Todo lo cual se realiza enmarcado por un halo de científico, aunque contradecido por la simultanea presencia de un “relativismo” irreductible y un “todo es poder” incontrastable. Explicitado el contexto o ecosistema “racionalizador”, corresponde presentar a los que han sido entronizados como los próceres del buen sentido: los Foucault, Nietzsche y Sartre. Cabezas de serie, referentes mentores, albaceas y custodios de verdades tan sabias como relativistas, pero instalados como indiscutibles. Los tres, además, como autenticadores de que el mundo es poder. Verdad de a puño que brota de aquellas profecías autocumplidas que al pautar a la sociedad moderna la determinó socialmente: hombre lobo del hombre –incluido clase lobo de clases--, sociedad de conflicto y realidades de suma cero.
Seguramente, como muestra del poderoso condicionamiento, desde ya tendencioso, corresponde mostrar los contenidos directores del “nuevo buen sentido”. Dominantes y determinantes, núcleo duro de la lógica y reglas de juego que resultan funda-mentales, para cerrar el círculo aúlico del nuevo orden mundial. Claro que si de este detallado panorama alguien se atreviera a sacar como conclusión que se trata de la estructuración de una dictadura civilizada, ése sujeto sería alcanzado por el puño oral del sistema, corriendo el seguro destino del ajusticiamiento por lapidación verbal que comienza en la descalificación social, sigue en la marginalización y termina en la conversión de su existencia en un muerto social en vida.
De la crisis no se sale por abajo
Si hay algo que resulta connatural a la cultura de los pueblos, son los procesos socioculturales regidos por la multiplicidad de interacciones cotidianas desarrollados a ritmo lento donde los partícipes se comunican sus ideas, experiencias, praxis, a la vez que van incorporando criterios y concepciones, registrando los contenidos de procesos de perfeccionamiento, innovaciones, hallazgos y adquisiciones sociales que nutren el acervo cultural que acrecienta su patrimonio como pueblo activo en el devenir de su tiempo histórico situado.
Cuando este proceso natural es atropellado y alterado por efecto de fuerzas que ejercen su poder como arma de opresión, lo que debe advertirse es que ya ha dejado de ser natural y está siendo operado por factores que apelan a la colonización de la subjetividad colectiva cómo método “moderno” de dominación “civilizada”. Metodología a la que le calza más esclarecedoramente la categoría de procesos de alienación.
No son lo mismo los procesos donde los participes actúan como sujetos activos, que cuando se ven reducidos a espectadores pasivos acorralados y cautivos de una superestructura que dictamina el rumbo. Un proceso de verticalización de los cambios a los que se suma la imposición de los nuevos criterios y costumbres a una velocidad que atropella la reflexión, impide la asimilación y que consume energías sociales sembrando falsas alternativas como la de confundir el eje político de soberanía considerando como cuestión central si se es conservador o progresista en lugar de centrar el eje en la cuestión medular de si se actúa como nacional o cipayo. Núcleo clave que a partir del cual se organiza el pensamiento de lo político y se decide la acción.
Frente a este escenario de la realidad real hace falta animarse a reiniciar caminos abandonados por el “no se puede” y la alienante sobreadaptación (1) que nos provoca no sólo el proceso regido por una manipulación que no puede nominarse de otra forma que como dictadura civilizada, metodología por la cual los múltiples efectos convergen en el establecimiento de una realidad cautiva. Realidad que debe ser procesada y administrada políticamente no desde el peligroso realismo pragmático que conduce a la potenciación del statu quo sino, por el contrario, a la instalación del realismo que tiene por base a las potencialidades del hombre y la sociedad. Un realismo que habla de la condición humana, la que el modelo modela pero que puja a partir de esos restos, núcleos resistentes, que en cada encrucijada histórico irrumpieron, generando un quiebre de tendencia, poniendo en evidencia que ser realista es tener conciencia que la libertad se conjuga articulada con la justicia social, que el humanismo necesariamente contiene la dimensión de trascendencia, que la paz es hermana de la justicia. Qué si bien el hombre antropológicamente contiene pulsiones de bien y de maldad, es en la búsqueda de justicia social por donde acumula más efectivamente su pulsión de ser social.
Hoy como muestra el grado de intoxicación del que se valen quienes mandan sobre la realidad, polemizar sobre el realismo, puede significar enfrentarse con sectores dirigenciales que se presentan como parte del pensamiento nacional y popular. Advertir que el realismo no tiene una sola concepción, existe el realismo escéptico y pragmático y el realismo esencial que se apalanca en una definición de la especie humana omitida detrás del antagonismo de opuestas teorías antropológicas de ángeles y demonios. Hace falta redefinir el concepto de realismo ya que cuando se cree ser realista en una situación de crisis, lo que se hace es consolidar el satu quo (¿habrá que aclarar que toda realidad es producto de un modelo explícito o implícito pautado ideológicamente que se materializa por su lógica, sus reglas y la praxis a que obliga; y que, además, todo modelo socio-político parte de una antropología humana que establece las condiciones de los actores?).
Recuperar la conciencia por la que se advierta que la paz es hermana de la justicia, y la libertad no es hija única, sino siamesa de la igualdad y la fraternidad, laderas imprescindibles de aquella; se advierta que el vínculo revolucionario que transforma el ayer rutinario y deshumanizador en un nuevo escenario, se llama revisión de premisas y cambio de perspectiva. Se trata de darse cuenta que subyacentemente existe una realidad potencial a la que se le ha dado la espalda dentro de un proceso lento pero sin pausa cuyo eje ha sido la premisa “dominar o ser dominado”, siendo su epifenómeno sociedades duales con buscadores de poder y subalternos acomodados a ese poder (2).
Es dentro del escenario que configura una crisis o situación límite que corresponde aplicar el criterio de que del laberinto se sale por arriba. La salida no puede darse por abajo, no puede darse por el realismo pragmático, saturado de señales equívocas. Una cosa es el realismo aplicado a tiempos normales y muy otro el que debe aplicarse a tiempos de crisis, donde los datos de la realidad no deben ser omitidos pero deben tomárselos en un segundo escalón de importancia, ya que no alcanza ni con tomarlos como necesarios para evitar idealismos frustrantes, ni sirve cerrarle los ojos a sus factores. El “se sale por arriba” significa lo que se conoce como Cambio 2, cambio de enfoque y de premisas (3). Instalación de un espíritu de la acción potenciado por objetivos de orden superior. Reconocimiento de que la especie humana tiene potencialidades que pueden y deben ser activadas en situaciones límites. Y, no sólo esto, sino que al redefinir la naturaleza humana desde una perspectiva vitalista e integral –el hombre no es ni bueno ni malo, ni omnipotente ni impotente, es un ser potente que en ése plano su capacidad se multiplica, todo lo contrario que cuando se lo reduce a mero sujeto de intereses--. Por otra parte, ése potencial innato está conectado con el modelo socio-político que predomina. Dos factores que al ser concientizados, procesan un cambio sustancial tanto a nivel del ecosistema como de los actores.
Esta concepción de los procesos, donde por una parte se comprende que no es lo mismo accionar en situaciones límites que en las de menor criticidad, y que, por otra, asume un cambio de premisas, abre a una acumulación de masa crítica de poder real tanto en el plano de la confrontación como en el de la eficacia.
Claro que, quiénes conocen la mentalidad de las actuales capillas dirigentes, unificadas por el criterio único que les ofrece la epistemología de la modernidad occidental, de hecho profecía autocumplida, donde el estereotipo es el del “hombre viejo” que se mueve por “la felicidad, el prestigio y el no importa cómo”, objetivos que configuran sus “intereses”, criterios que se mezclan como verdades y autojustificaciones; deben entender que transformar una realidad cautiva como la que transitamos hoy, sólo tiene chance de concretarse si se estructura un liderazgo que, desde un pensamiento trasformado y transformador, conduzca un accionar transformador. Convertir el realismo matrizado bajo el mandamiento posibilista en realismo de reencuentro con la potencialidad arrumbada por tanto idealismo dogmático y tanto realismo pragmático. Es tiempo de comprender que significa una perspectiva tercerista superadora de la dicotómica del más de lo mismo. La recurrente tesis, antítesis y síntesis, conjugada trascendiendo a las tesis y antítesis remanidas de la historia “moderna”.-
NOTAS:
(1) Ver doctor Ricardo Carpani, Ecología humana, estrés y sobreadaptación. Fenómeno social por el que la sociedad humana tanto como los hombres adaptan su metabolismo y las conductas. Factores que según el entorno caótico que lo potencia, actúan dialécticamente desde una sensación de centrifugación provocado por el volumen de acontecimientos que lo desequilibran, seguido de un estado de pánico y miedo al futuro (desempleo, desamparo, 3ª edad, juventud). Suma que tensa más aún la relación con la realidad. Fenómeno que se desarrolla en tres fases: Proceso interno de sobrepresión; proceso exterior: angustia, estado de alerta y a la defensiva, y reacciones primitivas; desenlace, resignación o resistencia.
(2) Llama la atención la ausencia de textos analíticos que entiendan como una de las causas principales de la implosión del sistema soviético al paradigma del “dominador-dominado”. En este sistema materializado alrededor del poder político que daba el Estado y el Partido, similar al del régimen capitalista, donde se da alrededor del eje acumulación de dinero
(3) Cambio 1 y Cambio 2: El Cambio 1 es el que se da a partir de iguales premisas con incremento en el plano de la aplicación y en la dirección de la aplicación. Por eso se lo conoce vulgarmente por el “más de lo mismo”. Si el problema es el frío y la solución es frazadas, en el límite se trata de la “cantidad de frazadas”. A diferencia del Cambio 2, que a igual situación, en el límite, no se siguen adicionando frazadas (que mejoran la cuestión del frío, pero provocan incomodidad por el peso de tantas mantas sobre el cuerpo), si no que se cambia el sistema: se usa manta térmica o se aplican equipos acondicionan la temperatura del aire.