Por Cosme Beccar Varela
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Buenos Aires, 24 de Diciembre del año 2010 – 1020
El día que esperaron durante siglos los patriarcas y los profetas desde Adán, durante 52 generaciones que, a juzgar por la enorme longevidad de los primeros patriarcas deben haber sido al menos dos mil años, ese día es mañana 25 de Diciembre. Ese día nació, tal como lo anunció el Ángel a los pastores "un Salvador, que es el Mesías Señor" (S. Mateo 2, 11), nació de María Virgen sin romper el sello de su virginidad y estaba acompañada sólo por su casto esposo San José, por un buey y un asno, porque el Rey del Universo nació en un pesebre.
Humilde nació el que era verdadero Dios y verdadero hombre, Hijo de Dios y de la Santísima Virgen. En tan humilde circunstancias nació el Redentor de la humanidad, el que nos salvó de las garras del demonio, fruto del milagro más extraordinario de todos los tiempos que fue la Encarnaciòn del Verbo, de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
Se hizo carne sin dejar de ser una Persona divina.
Su Madre le puso por nombre Jesús y era un Niño bellísimo cuya sola contemplaciòn embelesó las almas de los pastores y de los Reyes Magos que acudieron a Belén para adorarlo.
Creció sujeto a sus padres y pasó por todas las edades hasta llegar a los 30 años. Trabajó como carpintero con su padre adoptivo, el admirable San José. Seguramente en Tierra Santa debe haber todavía más de un mueble hecho por las propias manos del Hombre Dios. Es raro que nunca hayan encontrado alguno. Tal vez ese privilegio esté reservado para un grandísimo santo de los últimos tiempos. Por ejemplo, cuando venga San Elías al fin del mundo a luchar contra el Anticristo es posible que se siente en una silla hecha por el Redentor y desde allí desafíe al gran falsificador.
¡Felices nosotros que hemos nacido, no durante esos dos mil años de espera del Salvador, sino casi dos mil años después, cuando el perdón y las gracias que consiguió para los hombres muriendo en la Cruz están a nuestro alcance con sólo pedirlas en oración constante por medio de María Santísima!
El demonio no puede nada contra nosotros si nos ponemos bajo el amparo de la Cruz. El maligno es un ángel y por lo tanto inmensamente más poderoso que nosotros. Puede mover montañas y vaciar mares, hacer explotar volcanes e incendiará la tierra. Pero no puede desviar un solo milímetro la voluntad de un católico que quiera ser fiel a la sangre redentora de Jesucristo y se confíe a la misericordia de María.
Para ayudarnos en esa lucha mortal, el Salvador fundó la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana y le dio el poder de perdonar los pecados, de convertir el pan y el vino en Su cuerpo y en Su sangre. Al ascender a los cielos abrió paso a la venida de la Tercera Persona de la Santìsima Trinidad. "Os conviene que yo me vaya , porque si no me fuere, el Abogado no vendrá a vosotros; pero si me fuere os lo enviaré" (S, Juan, 16,7)
El Espíritu Santo da luz a todos los hombres (San Juan 1,9) para ver y creer las enseñanzas de Nuestro Señor, tal como nos han llegado por las Sagradas Escrituras, la Tradición y la doctrina de la Iglesia.
Aquellos hombres a quienes nadie les enseñó esa doctrina en su integridad, al menos deben creer en las verdades esenciales o sea, que Dios existe, que creó todas las cosas y que después de esta vida premiará a los buenos y castigará a los malos por toda la eternidad.
Jesucristo tiene el poder de exigir esa fe y esa conducta porque Él es Dios. No es un simple profeta ni un gran santo. Es Dios mismo. Por eso, quienes no creen en Él no puede decirse que adoran a Dios. Es falsa esa frase tan repetida de que todas las religiones monoteístas adoran al mismo Dios. ¿Cómo puede sostenerse semejante cosa cuando sólo los cristianos adoran a Cristo, verdadero Dios, y sólo los católicos creen en toda su doctrina?
Desgraciadamente los progresistas que dominan hoy casi todos los cargos en la Santa Iglesia han obscurecido la verdadera doctrina y hasta la han substituido por doctrinas heréticas de manera que para el católico común resulta difícil saber cual es la verdadera. Sin embargo, aún en esta situación calamitosa sigue siendo verdad que el Espíritu Santo, por mediación de la Santísima Virgen, jamás permitirá que le falte a alguien la luz de la gracia necesaria para eso.
Les deseo a todos los lectores de "La botella al mar" una feliz Navidad y la fidelidad absoluta al Niño Dios que nació en un pesebre, murió en la Cruz para redimirnos, nos dejó su luminosa doctrina para creer firmemente en ella y conquistó las gracias que necesitamos para cumplir sus enseñanzas y llegar al Cielo para estar con Él y con todos los santos para siempre.