Por Antonio Caponnetto
Cerrábase la tarde del 9 de marzo cuando la Suprema Corte de Justicia emitió un Comunicado exhortando -entre otras cosas- a que aquellos que tienen “responsabilidades de gobierno” se expresen “con mesura y equilibrio, porque respetar la magistratura es la mejor manera de dar tranquilidad a los ciudadanos”.
La nota –nadie sabe si salida del recio varón del Supremo Tribunal o de la señorita otrora desaparecida y regresada a la vida como jueza- es por demás justificada, legítima y oportuna en su contenido. Y en las maneras, si de amaneramientos parlamos, está más próxima a una misiva episcopal que a una fogosa catilinaria.
Empero, la Presidenta, a quien ningún saber arredra ni ciencia le es ajena, rechazó su contenido, con un argumento de irrebatible cuño filológico: "la palabra mesura tiene mucho sonido a censura”.
Por el bien del sufrido pudor, y de la diafanidad lingüística de la polis, lo primero que debemos hacer es dar gracias a la Corte por no haberse valido de aquellas expresiones de intranquilizantes disidencias, capaces de suscitar las más ordinarias cuanto vertiginosas asonancias presidenciales.
Pero cumplidos aparte, la verdad es que la reacción de la Kirchner introduce una nueva figura cuasidelictiva que, sin ser expertos en la materia, nos atrevemos a calificar como portación de similicadencia.
En efecto, en adelante, nadie podrá pedirle a la señora que tenga seso, pues rima con Proceso; ni que evite la corruptela pues forma un pareado de lesa humanidad con Videla; ni que acabe con la usura, porque puede armonizar acústicamente con dictadura; ni que trabaje por la nación, de aconsonantada proximidad con represión.
Los más ortodoxos, incluso, como el peraltado Aníbal, podrían promover un Decreto de Necesidad y Urgencia prohibiendo que el Gobierno recuerde y acuerde, pues salta a la vista que “tiene mucho sonido a Falcon verde”. En tan sensata línea de decisiones, Guillermo Moreno gravaría con un novel impuesto el uso de todo vocablo terminado en chorro, incluyendo el inofensivo arcaísmo horro; y el diligente Moyano sacudiría con un camionetazo homérico a todo aquel que osare recordar que su gentilicio concuerda con afano. Asimismo, serían declarados de interés nacional aquellos versos de Ana Inés Bonnin Armstrong, que cantan primorosos: Esmaltarás la tierra toda sin mesura; y hasta el antañón adagio : "vino con hartura y tajada con mesura" podría serle atribuido al Dr. Carlos Fayt, suprimiéndoselo de nuestros refraneros por desestabilizador. Tal vez, la Bonafini extienda las sanciones fonológicas a los dígitos cardinales, pidiendo cárceles comunes a quienes insinuaran que 30 mil asocia su tañido con febril.
En suma, que estamos ante una extraordinaria restauración semántica, imprevista aún en los mejores tiempos del culteranismo. ¿Pudo acaso Nebrija imaginar que las palabras se dividen entre las que tienen mucho sonido a censura y el resto de las voces? ¿Se le ocurrió al de Estagira columbrar estas nuevas especies de términos? ¿Supieron ésto los gramáticos de Alejandría?
Hubo un tiempo en que pedir y entregar mesura, era sinónimo de la mayor hidalguía que podía ostentar un hombre público. Recuérdese que el juglar cidiano elogia a Don Rodrigo, en repetidas ocasiones, diciendo de él que "fabló bien et tan mesurado". Hoy resulta que palabra tan alta es rechazada por sus connotaciones fonéticas. Y que la artífice de tal rechazo convive ideológicamente con un sujeto horripilante que destroza los sonidos del habla castellana a cada tramo de gangosa dicción.
Por eso, y al margen ya de las merecidas parrafadas en sorna, triste cosa es para una patria que supo rendirle culto a la palabra bella y honesta, que su primera testa política sea una fémina en la que la incultura compite con la arrogancia, la memez con la soberbia, la tosquedad con el engreimiento y el despotismo con la logomaquia.
Porque hablando con la propiedad idiomática que le es ajena, este último término es el que hoy se le aplica. La logomaquia, en efecto, es aquella discusión en que se atiende a las palabras y no al fondo del asunto. Una variante ya probada de los antiguos sofismas que reprobara Sócrates.
El fondo del asunto no es la cadencia de los fonemas, sino la tiranía de su mandato, en el que son ultrajados a diario el Orden Natural y el Decálogo, la dignidad nacional y el decoro social.
Lo que la señora y su amo le adeudan explicar a la Argentina, no es cuáles son aquellas palabras que “tienen mucho sonido a censura”, sino cuáles son aquellos actos de su gobierno que suenan rotunda y estentóreamente a latrocinio, a canallada, a impiedad y a cultura de la muerte.
Entretanto, los compatriotas sufridos y cabales, ya no podemos evitar que la palabra kirchnerismo nos siga sonando a estiércol.