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En este tiempo de apostasía en que
vivimos, la Sagrada Escritura y la Tradición son los dos pilares que
reciben el fuego más intenso y graneado. Debilitados estos dos pilares,
se socava todo el edificio arquitectónico de la Teología, arrastrando
en su caída al Magisterio de la Iglesia —al quitársele consistencia a
sus bases de sustentación— hasta llegar, por fin, a la destrucción de
la misma fe católica, de la cual el Magisterio es norma próxima.
El progresismo o modernismo es una de las causas
principales de la subversión eclesial, que «aún hoy vemos revivir en
ciertas expresiones nuevas de la vida religiosa, ajenas a la genuina
Religión Católica» (1). Esta tendencia se caracteriza, entre otras
cosas, por exaltar en teoría hasta la apoteosis determinados valores
que, luego, en la práctica, acaba por destruir. Así, por ejemplo,
exaltó la Sagrada Escritura en aras de una minimización de la
Tradición, del Magisterio y de la Eucaristía, para luego pulverizarla
bombardeándola con mil hipótesis novadoras y extrañas al sentir común de
la Iglesia de todos los siglos. Este elevar para rebajar es una señal
más de la incoherencia insanable en que se debate el progresismo
cristiano.
Pero no queda la cosa ahí, sino que, además, con
alambicada hermenéutica, lograron hacer de la Escritura Santa una
suerte de libro hermético, no»propter homines» sino «propter electos»,
no ya el Libro del catolicismo universal sino el texto de grupúsculos
de iniciados, únicos capaces de interpretarla cabalmente.
Dividiremos este análisis en tres partes: 1)
Gravedad de la situación actual en el campo bíblico, 2) Los frentes de
ataque a la Biblia, 3) Advertencias para una mejor interpretación de la
Sagrada Escritura.
I. GRAVEDAD DE LA SITUACIÓN ACTUAL.
La gravedad de la confusión en el campo bíblico
queda patentizada (1) por el testimonio incontrastable de pensadores de
distintas tendencias, incluso protestantes, y 2) por otros
indicadores.
1. ALGUNOS TESTIMONIOS.
Ya advertía el protestante Karl Barth «En la Iglesia
no se trata de saltar, por decirlo así, por encima de los siglos y de
enlazar inmediatamente con la Biblia... Esto es lo que ha hecho e!
biblicismo al rechazar categóricamente el símbolo de Nicea, la
ortodoxia, la escolástica, los Santos Padres, las confesiones de fe,
para retener únicamente la Biblia...» (2).
En 1960, el Cardenal Agustín Bea manifestaba «una
seria preocupación —no sólo mía— causada por afirmaciones e ideas que
afloran en diversas partes del mundo en la enseñanza, las conferencias y
publicaciones, especialmente en relación al Nuevo Testamento,
afirmaciones que a veces rozan casi los límites de la herejía» (3). En
1976 podemos afirmar que se han roto todos los límites.
Henri de Lubac, por su parte, advierte sobre la
propagación de «un biblicismo estrecho que se burla de toda tradición y
que se devora a sí mismo» (4).
«So pretexto de exégesis científica, de hermenéutica
y de géneros literarios, se estaba (y se está) viendo cómo en la
práctica, estaba quedando en nada todo el contenido del Símbolo de los
Apóstoles», sostiene el Cardenal Jean Daniélou (5).
«Los católicos progresistas, arguye Dietrich Von
Hildebrand,... creen que la exégesis bíblica y la doctrina de la
Iglesia deberían adaptarse a los descubrimientos ‘científicos’
contemporáneos y a las teorías ‘sociológicas’ y ‘psicológicas’ que en
realidad ocultan filosofías frívolas y netamente engañosas, las cuales
son presentadas falsamente como resultados de la investigación
científica» (6).
Así sintetiza su juicio sobre el actual biblicismo
J. B. Manyá «...fecundidad prodigiosa para formular hipótesis
frecuentemente arbitrarias e inconsistentes ante una crítica severa;
repetición y valoración de dificultades resueltas y evacuadas por la
exégesis tradicional; expresiones insignificantes o meramente accesorias
valoradas como intenciones trascendentales en los autores del
Evangelio, etc.» (7).
Enseña Mons. Luigi M. Carli, Obispo de Segni «Si se
juntan las negaciones abiertas, las dudas, los puntos interrogativos
arrojados en ese o aquel lugar por este o aquel exégeta católico
progresista sobre este o aquel punto del Nuevo Testamento. comenzando
desde las narraciones de la infancia de Jesús reducidas a pío midrash
(8) para terminar con las explicaciones de los milagros, de la
institución de la Iglesia, del primado de Pedro, del Infierno, de los
Angeles, de la supervivencia del alma y hasta la resurrección de Cristo,
es de preguntarse con espanto: ¿Qué queda del Cristo histórico y de su
vida predicación y obra? ¿Es todavía el Hijo unigénito de Dios,
consubstancial al Padre? ¿Sobre qué objetividad, por consiguiente,
puede fundarse la fe de los cristianos? Preguntas angustiosas, como se
ve. Hasta un protestante honesto como Cullmann debe confesar que una
desmitización similar no es más que una pura y simple
‘deshistorización’: es la objetividad misma de las intervenciones
divinas en la historia de la salvación que es negada» (9).
Por último, traigamos el testimonio mismo de S. S.
Pablo VI: «... Privando a la fe de su natural fundamento, se insinúan
en diversas partes, en el campo de la doctrina católica, opiniones
exegéticas o teológicas nuevas, frecuentemente tomadas de audaces y
ciegas filosofías profanas, que ponen en duda o deforman el sentido
objetivo de verdades enseñadas con autoridad por la Iglesia; ...se osa
despojar el testimonio de la Sagrada Escritura de su carácter histórico
y sacro....¿Qué quedaría del contenido de nuestra fe y de la virtud
teologal que la profesa si estas tentativas, emancipadas de la
aprobación del magisterio eclesiástico, llegasen a prevalecer?» (‘°).
2. ALGUNOS INDICADORES.
Desde quien, muy suelto de cuerpo, afirma que hay
que «reescribir el Evangelio» (11), pasando por traducciones y notas
más que deficientes, por una pléyade de artículos y libros a lo menos
ambiguos hasta llegar a las fotos insólitas que orlan ciertas Biblias,
como por ejemplo, la foto de una manifestación marxista, con bandera
roja, hoz y martillo, llevando en un cartel el retrato de Lenín (12),
sobran, desgraciadamente, los indicadores que muestran la gravedad de
la crisis en el ámbito bíblico.
Pondremos solamente algunos ejemplos, para no cansar
al lector. En la Liturgia de las Horas, versión colombiana, el texto
de Isaías 7,14 se traduce como sigue: «Mirad: la joven ha concebido y
dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel» (13). La palabra
hebrea ‘almah’, que significa doncella, mujer en estado núbil, que los
LXX traducen «parthénos» = «virgen», jamás se emplea en la Biblia
aplicada a una mujer casada, y en algunos casos designa ciertamente una
mujer virgen (Ex. 2,8; Ps. 68,26; Gen. 24,43; Cant. 1,2,6,7; etc.); de
hecho, pues, significa virgen (14) Traducirla, desaprensivamente, por
«joven», que puede no ser virgen, es destruir esta profecía
eminentemente mesiánica «como lo atestigua la unánime tradición católica
desde San Justino e Ireneo y desde los cuadros de las catacumbas» (15)
En «El Libro de la Nueva Alianza» (16) se traduce
así el texto de Romanos 1, 17: «En el Evangelio se revela la Justicia
de Dios por la fe, y solamente por ella, conforme a lo que dice la
Escritura El justo vivirá por la fe». Tal versión evidentemente recuerda
la «sola fides» de Lutero. Ahora bien, sólo violentando los textos
originales puede darse semejante traducción. El texto griego es «ex
pístesos eis pístin» (17) y el de la Vulgata «ex fide in fidem» (18),
que de ningún modo permiten la traducción: «y solamente por la fe». Ni
Lutero se atrevió a tanto —por lo menos en la versión que pudimos
consultar—: «welche kommt aus Glauben in Glaubem...» (19), ni la antigua
versión protestante de Casiodoro de Reina, revisada por Cipriano de
Valera: «por fe y para fe» (20), pero ni siquiera la versión muy mendaz
de la secta de los testigos de Jehová: «a causa de la fe y hacia la
fe» (21), Más grave es esto si se considera que los sacerdotes
argentinos debemos leer públicamente los martes de la 28ª semana durante
el año, según el ciclo «A», la versión «y solamente por la fe» (22),
La Biblia «ecuménica», editada por la Sociedad
Bíblica do Brasil, traduce la palabra «protótokon» = «primogénito» por
«primeiro filho» lo cual, como dice el Cardenal Vicente Scherer,
«insinúa que outros vieram depois, o que, por acaso, é precisamente
tese protestante que nega a virginidade de Nossa Senhora». Asimismo,
traducen «epei ándra ou guinósko» = «no conozco varón» = «nao conheço
varao» por ‘ainda sou virgem’ ... em que a mesma insinuaçao é feita»
(23).
Estos ejemplos nos enseñan que «es bastante chusco,
ver el entusiasmo de nuestros católicos ‘al día’ por Bultmann y su
desmitización cuando se observa el puesto que ocupa en ellos la función
fabuladora por la que se sustituye la atención a lo real» (24),
Si esto sucede a vista de todos ¿qué será lo que se dice en privado?
Baste con lo dicho, aunque fácilmente podríamos
abundar, para que quede en manifiesto la gravedad de la confusión en el
terreno bíblico.
II. FRENTES DE ATAQUE A LA BIBLIA
Las Sagradas Letras son una realidad teándrica,
porque han sido concebidas, queridas v escritas por Dios, Autor
principal, y por los hombres, causas instrumentales; de tal manera que
Dios «obra en ellos y por ellos» (25), expresando los hagiógrafos «todo
aquello y sólo aquello que El mismo les mandara» (26), de modo que todo
lo que el autor «afirma, enuncia, insinúa, debe ser tenido por
afirmado, enunciado e insinuado por el Espíritu Santo» (27). Por ser la
Biblia una realidad teándrica el ataque tendrá un doble frente: por un
lado, se buscará destruir predominantemente lo que es de Dios; por
otro, se buscará destruir predominantemente lo que corresponde al
hombre. Digo predominantemente, porque lo de Dios y lo del hombre no
son en la Biblia compartimentos estancos sino que de tal modo se unen
que se puede decir que la Escritura es todo y totalmente obra de Dios
(tota et totaliter) y toda del hombre, aunque no totalmente (tota, sed
non totaliter) de manera que cuando se atenta contra uno de los autores
necesariamente se atenta contra el otro, al implicarse mutuamente.
Este doble frente de ataque constituye, a nuestro
juicio, los dos grandes géneros de herejías bíblicas: una, el
racionalismo bíblico, negador de lo milagroso y sobrenatural; otra, el
docetismo bíblico, negador de lo histórico y natural. Una, mutila lo
sobrenatural para reducirlo a lo meramente natural; la otra, mutila lo
natural para reducirlo a lo meramente aparente y ficticio. Una, vacía
la Biblia de su substancia sobrenatural; la otra, la vacía en su
substancia natural. Una y otra coinciden en la destrucción apriorística
de la realidad ya dada —sobrenatural y natural— que es anterior,
superior y trascendente al hombre
En última instancia, todas las especies de doctrinas
que atentan contra la verdad católica en materia bíblica pueden
reducirse a alguno de estos dos géneros.
I. EL ATAQUE A LO PRINCIPALMENTE SOBRENATURAL
A. Con respecto a la existencia de la inspiración
Dios se constituye en el Autor principal de los
Libros Santos por medio de la inspiración bíblica, que es una gracia
singular, positiva y sobrenatural, por la que mueve a los autores
humanos, instrumentos racionales y libres, a que escriban lo que El
quiere y como El quiere. Ello hace que los libros sean verdadera
Palabra de Dios.
El primer ataque a lo sobrenatural bíblico consiste
en negar la existencia de la inspiración en el sentido católico, como
lo hicieron entre otros, diversas sectas gnósticas y los protestantes
en general. «Esas primeras posiciones... experimentan toda la fuerza
demoledora en grandes sectores al infiltrarse en el protestantismo, como
en un dogma sin fijeza, los principios racionalistas. Al no haber
sobrenatural, no hay más que una religión naturalista. De aquí que la
repercusión de esta concepción sobre la inspiración y la Escritura fue
demoledora la Biblia es libro humano, con errores, y, sin revelación
divina objetiva, sólo puede transmitir vivencias religiosas subjetivas,
humanas y falibles. Los libros no son sobrenaturalmente escritos; sólo
contienen la expresión de estas vivencias... Pocas cosas dan una
impresión más penosa que la panorámica protestante de cuatro siglos.
Todo son oscilaciones; en los criterios para creer, en la valoración de
su fe, en el significado y contenido de la Biblia, en el sentido y
valor de la revelación e inspiración bíblica. El principio del ‘libre
examen’ viene, paradójicamente, a anularles la misma valoración objetiva
de la Biblia, única fuente de su fe» (28). Hablando de algunos
protestantes enseña Vaticano l: «... hasta la misma Sagrada
Escritura... han llegado no sólo a no tenerla por divina, sino hasta
incluirla entre las fábulas mitológicas» (29). También los modernistas
se alinearon en este frente al sostener que los Libros Santos son como
«una colección de experiencias, no de las que a cada paso ocurren a
cualquiera, sino de las extraordinarias e insignes que suceden en toda
religión» (30). Para E. Schillebeeckx «la Sagrada Escritura no posee
autoridad de cara al creyente debido a que esté inspirada (eso es
interpretación creyente posterior, una afirmación reflexiva de segundo
orden)...» (31),, lo que para A. Bandera constituye»la negación de la
inspiración bíblica» (32).
B. Con respecto a la naturaleza de la inspiración
La Santa Biblia es inspirada no porque así lo enseñe
la Iglesia, como si fuera ella la que le diese la inspiración, sino
porque «llevados del Espíritu, hablaron los hombres de parte de Dios»
(2 Pe. 1, 21).
Cuando [a Iglesia enseña la existencia de libros
inspirados, lo único que hace es declarar lo que Dios ha hecho.
La inspiración de Dios no se limita meramente a
evitar que al hagiógrafo se le escape algún error u omisión (como
acaece en las definiciones eclesiásticas). No se trata tan sólo de una
asistencia negativa, sino de un influjo causal positivo. Ni es una
inspiración natural como la de los artistas, sino sobrenatural. Tampoco
es reductible a una genérica inspiración sobrenatural, como aquella a
la que se refiere el Apóstol cuando dice que «Dios es el que obra el
querer y el obrar» (Fil. 2,13), sino que implica una acción del todo
singular y peculiar por la que Dios se constituye en el Autor principal
y real de las Escrituras.
Destruye el carácter sobrenatural de la inspiración
bíblica quien sostiene que los libros de la Escritura son libros
humanos y sólo por el hecho de haber sido admitidos en el canon se
hacen inspirados; quien rechaza que la inspiración tenga un influjo
causal positivo; quien afirma que Dios mueve sólo moralmente al
hagiógrafo; o la reduce, como hacían los modernistas, a una mera
«vehemencia del impulso que siente el creyente de manifestar su fe de
palabra o por escrito» (33)
C. Con respecto a la extensión de la inspiración Bíblica
Dios es Autor principal de todos los Libros Santos,
con todas y cada una de sus partes, ya sea que traten de temas
profanos, ya de asuntos religiosos. Es Autor no sólo de lo que versa
sobre la fe y las costumbres sino de todo lo demás, incluso de las cosas
dichas «incidentalmente». Porque «toda Escritura está divinamente
inspirada...’^ (2 Tim. 3,16), en su conjunto y en sus partes. Ni sólo
alcanza la inspiración a las ideas, sino también a las palabras. Los
Libros sagrados fueron «conscripti» (34) por Dios y por el hagiógrafo, y
los libros se escriben (co-escriben) con palabras. En toda actividad
conjunta de una causa principal y una causa instrumental, el efecto es
todo de ambas, de tal manera que también es intentado por Dios el plan
de la obrar las ideas centrales y las periféricas, el esquema, los
géneros literarios, las estructuras del libro, los detalles de estilo u
ornamentales, el léxico, etc.
Atentan contra el carácter sobrenatural de la Biblia
los que niegan la inspiración real y verbal de algún libro completo o
de una parte del mismo, o la limitan, al estilo de Erasmo quien
sostenía que los hagiógrafos se equivocaron en cosas de pequeña
importancia.
D. Con respecto a la inerrancia
Por ser Dios el Autor principal de toda la Sagrada
Habla, no hay ni- puede haber, no sólo de hecho sino también de
derecho, error alguno en la Biblia. Lo que escriben los autores humanos
es causado por el mismo Dios: ellos dicen todo lo que Dios quiere y
sólo lo que Dios quiere. Goza, pues, del privilegio de inerrancia todo
lo que el hagiógrafo dice, aunque solamente en el sentido en que lo
dice. «No hay Dios» afirma el Salmista (Ps. 14,1 y 53,2) pero al
escribir esto lo pone en labios y en e! corazón de los necios. Sólo
cabe, en consecuencia, la más estricta verdad y santidad en los escritos
sagrados, lo que es, evidentemente, algo sobrenatural. «Los libros de
la Sagrada Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la
verdad que Dios quiso consignar en las Sagradas Letras» (35). Es ésta
una «verdad de fe» (16), «Es herético decir que se encuentre algo
falso, no sólo en los Evangelios, sino en cualquier Escritura Canónica»
(37).
Atacan este aspecto sobrenatural de la Biblia todos
aquellos que niegan la inspiración sobrenatural, o sea, los
modernistas, los racionalistas, los agnósticos, los inmanentistas, los
gnósticos, etc., o los que limitan su extensión a las solas cosas
religiosas. De modo que si alguno sostiene que las Divinas Escrituras
contienen errores no puede llamarse católico. Los que son fecundos en
proponer dificultades y estériles en solucionarlas van asimismo por mal
camino y no hay que seguirlos.
Todos los aparentes conflictos que puedan surgir
entre el hecho de la inerrancia, por un lado, y los presuntos «errores»
que contendría la Escritura en materia de ciencias naturales, de
historia, así como los relatos crueles, las imprecaciones, por el otro,
tienen, como es obvio, muy coherente solución: sea porque los
hagiógrafos relatan los hechos «según las apariencias sensibles» (v.gr.
el sol sale), sea porque Dios condesciende con las concepciones
culturales del ambiente que no ponen óbice a la revelación, permitiendo
ciertos males pero no queriéndolos, etc. Estos aparentes problemas
—que han dado origen a la llamada «cuestión bíblica»— no hacen más que
realzar la verdad y la santidad de la Palabra de Dios o sea, su
inerrancia.
E. Con respecto al canon bíblico
La Iglesia, al declarar canónico a un Libro de la
Escritura, da testimonio de que ese Libro tiene a Dios por Autor. Los
primeros Libros que fueron recibidos en el canon (los protocanónicos) y
los que lo fueron después (los deuterocanónicos) gozan, tanto unos
como otros, de igual valor y dignidad. Todos tienen a Dios por Autor. No
aceptar como inspirado un libro que lo es, implica atentar contra el
carácter sagrado de la Escritura no reconociendo la autoría
sobrenatural del Autor principal. El hecho de la inspiración de los
Libros canónicos es una verdad de fe definida solemnemente (38), Las
versiones no católicas carecen generalmente de los libros llamados
deuterocanónicos —de todos o de algunos—, a saber el libro de Tobías,
de Judith, de la Sabiduría, del Eclesiástico, de Baruc, 1 y 2 de
Macabeos, de Ester 10, 4 a 16, 24 y de Daniel 3, 24-90, cap. 13 y 14
(del Antiguo Testamento); de la epístola a los Hebreos, de la epístola
de Santiago, de la segunda epístola de S. Pedro, de las cartas segunda y
tercera de S. Juan, de la epístola de Judas, del Apocalipsis (del
Nuevo Testamento).
F. Con respecto a la hermenéutica o interpretación
En relación con este tema escribe Mons. Luigi Carli
«Aceptando los cánones del racionalismo y del subjetivismo niega el
progresismo que de la Sagrada Escritura pueda darse una interpretación
sustancialmente cierta, inmutable y vinculante, para todos y para
siempre, por encima de las variaciones de las situaciones históricas y
del sentido religioso del hombre» (39).
En materia de interpretación los estragos son
causados principalmente en tres temas: a) la noemática, b) la
heurística, y c) la proforística.
a. En el campo de la noemática. La noemática es la
parte de la ciencia bíblica que investiga los diversos sentidos que
contiene la Sagrada Habla.
La Escritura tiene dos sentidos fundamentales: uno,
el literal (histórico o pleno), que es el que significan directamente
las palabras, por ejemplo, la serpiente de bronce elevada durante la
travesía del pueblo elegido por el desierto significa simplemente una
serpiente de bronce (cf. Núm. 21, 8-9); el otro es el llamado «típico», o
sea, aquel que expresa una realidad ulterior encubierta en las mismas
palabras, por ejemplo, la serpiente de bronce, además de su realidad
propia se ordenaba por Dios a significar también una realidad ulterior,
a saber, que Cristo al ser elevado en la Cruz es la causa de nuestra
salvación (cf. Jo. 3, 14).
En el campo de los sentidos bíblicos, el ataque a lo sobrenatural se despliega en tres frentes:
—El de aquellos que sostienen una multiplicidad
equívoca de sentidos literales históricos, transformando la Biblia en
un inmenso e inextricable crucigrama; no ya fuente pura donde se bebe
la Palabra de la máxima Simplicidad sino estanque de todas las
anfibologías, no ya clara luz de la cristalina y transparente Verdad
sino oscuro caleidoscopio.
—El de los que niegan el «sentido pleno». Porque el
sentido literal, intentado por Dios y por el hagiógrafo, es susceptible
de una mayor profundización en el mismo tal es el llamado «sentido
pleno», intentado por Dios, ignorado por el hagiógrafo, y conocido a la
luz de una revelación o enseñanza posterior. Algunos niegan este
sentido, v.gr. G. Courtade (40), o evacuan lo que este sentido
—intentado sólo por Dios— tiene de sobrenatural, ignorando que «el
Espíritu Santo fecundó la Sagrada Escritura con verdad más abundante de
la que !os hombres puedan comprender» como dice bellamente S. Tomás de
Aquino (41)
Traducir, por ejemplo, la palabra griega
«kejaritoméne» de Lc. 1,28 por «altamente dotada de gracia» (42), o por
«la Amada y Favorecida» (43) O por «favorecida de Dios» (44), es
desconocer no sólo e! sent do pleno sino, además, la Tradición y el
Magisterio de la Iglesia. En efecto, enseña S.S. Pío XII «Al saludar
(el ángel) a la misma Virgen Santísima llena de gracia o sea (en
griego) kejaritoméne... con esas palabras, tal como la tradición
católica siempre las ha entendido se indica que ‘con este singular y
solemne saludo, nunca jamás oído, se demuestra que la Virgen fue la sede
de todas las gracias divinas, adornada con todos los dones del
Espíritu Santo, y más aún, tesoro casi infinito y abismo inagotable de
esos mismos dones, de tal modo que nunca ha sido sometida a la
maldición’ (45)» (46) y, recientemente, el Concilio Vaticano I enseña
que la Sma. Virgen «ut gratia plena salutatur» (47).
Viene al caso incluir aquí el juicio de Charles
Moeller «La exégesis... no fue otra cosa, durante siglos, que un
comentario del sensus plenior de la Escritura» (48). He ahí una de las
razones del peculiar sabor que tienen los comentarios escriturísticos de
los Santos Padres y el gozo que produce su lectura.
— El de los que niegan el sentido típico, aceptando
tan sólo el literal. Olvidan éstos que, como dice S. Tomás, «el autor
de la Sagrada Escritura es Dios, el cual puede no sólo acomodar las
palabras a lo que quiere decir (que esto pueden hacerlo los hombres),
sino también las cosas mismas» (-9). Por ser el sentido típico «la
ciencia de la continuidad de los dos Testamentos» (50), es
consiguientemente negado por todos aquellos que rechazan alguno de los
dos Testamentos, como los judíos, los marcionitas, los maniqueos, etc.
Asimismo es negado por los que desconocen la principalía de Cristo, a
quien todo se ordena, como los judaizantes, o por los que niegan la
inspiración bíblica, como los racionalistas, y es distorsionado por los
que creen que destruye el sentido literal, no entendiendo que lo
presupone (por ejemplo, la serpiente de bronce, además de su realismo,
obvio y propio, estaba ordenada por Dios a significar otra cosa que, por
supuesto, no destruye su realidad primera).
b. En el campo de la heurística. La heurística
bíblica estudia los procedimientos que se deben usar para hallar los
diversos sentidos bíblicos.
El ataque a lo sobrenatural en este terreno sigue tres variantes:
—La primera se basa en el menosprecio de la
Tradición. Prescribe el Concilio de Trento: «...para reprimir los
ingenios petulantes... que nadie, apoyado en su prudencia, se atreva a
interpretar la Escritura Sagrada... retorciendo la misma Sagrada
Escritura conforme al propio sentir, contra aquel sentido que sostuvo y
sostiene la Santa Madre Iglesia... o también contra el unánime sentir
de los Padres» (51).
Los que creen que la Iglesia ha comenzado con ellos,
cristianos «maduros y adultos» del siglo XX, desprecian, como es
obvio, a sus antecesores. Ignoran que «la Escritura, por su naturaleza
misma que dimana de su génesis, no sólo resulta incomprensible, sino que
queda desvitalizada, si se la aísla de la tradición de verdad viva en
que tuvo origen y en la que sólo puede guardarse, como una palabra de
vida» (52),
Advierte al respecto Mons. Luigi Carli que «la
exégesis progresista está de hecho sobre la línea protestante de la
‘Escritura sola’» (53). Y prosigue, citando a Pablo VI «Privado del
complemento provisto por la Tradición y la autorizada asistencia del
Magisterio eclesiástico también el estudio de la Biblia sola está lleno
de dudas y problemas, que más desconciertan que confortan la fe; y
dejado a la iniciativa individual genera un pluralismo tal de opiniones
que sacuden la fe en su subjetiva certeza y quitan su competencia
social; una fe semejante produce obstáculos a la unidad de los
creyentes, mientras la fe debe ser la base de la convergencia ideal y
espiritual; una es la fe (cf. Ef. 4,5)».
Pero como «natura horret vacuum» estos exégetas que
desalojaron a los Santos Padres de sus «locus theologici», lo poblaron
con nuevos locatarios: los exégetas protestantes...
—La segunda variante parte de un desconocimiento de
la analogía de la fe. Dios es tanto el Autor de los Libros Sagrados
como de la doctrina que enseña la Iglesia. No hay, ni puede haber
oposición entre ellos. «De allí resulta que debe rechazarse como
imposible y falsa toda interpretación que hace contradecirse entre sí a
los autores inspirados u oponerse a la doctrina de la Iglesia» (54).
Por eso continúa diciendo el Pontífice «El profesor de Sagrada
Escritura debe merecer este elogio: que posea a fondo toda la Teología,
y que conozca perfectamente los comentarios de los Santos Padres, de
los Doctores y de los mejores intérpretes».
Es mala exégesis, retoño del Maligno y no plantación
del Padre celestial, aquella que contradice claras verdades enseñadas
por la Iglesia, v. Gr. la visión beatífica de Cristo (55).
En la Teología y en la exégesis bíblica, como en la
fe, está todo armónicamente unido. La negación de un aspecto, lleva a
la negación de otros; la impugnación de una verdad cierta, descompone y
corrompe todo el maravilloso organismo sobrenatural.
—La tercera vertiente de este ataque supone la
prescindencia del Magisterio o incluso la contradicción del mismo.
«Pues debéis ante todo saber que ninguna profecía de la Escritura es de
interpretación propia...» (2 Pe. 1,20), enseñanza que recoge el
Vaticano 1: «Ha de tenerse por verdadero sentido de la Sagrada Escritura
aquel que sostuvo y sostiene la Santa Madre Iglesia, a quien toca
juzgar el verdadero sentido e interpretación de las Escrituras Santas;
y, por tanto, a nadie es licito interpretar la misma Sagrada Escritura
contra este sentido ni tampoco contra el sentir unánime de los Padres»
(56),
Prescindir del Magisterio, contradecir o
menospreciar el oficio insustituible que tiene el Magisterio vivo de la
Iglesia en la tarea de interpretar auténticamente la Palabra de Dios,
es tomar parte activa en la tarea demoledora del carácter sobrenatural
de la Santa Habla. «Desde que el Papa depuso la Tiara en el Concilio,
son innumerables los que parecen creer que les ha caído sobre la
cabeza» afirma Bouyer (57).
El mismo Santo Padre, en la 11 Asamblea General del
Episcopado Latinoamericano, reunido en Bogotá, dijo el 24 de agosto de
1968 «Hoy algunos recurren a expresiones doctrinales ambiguas, se
arrogan la libertad de enunciar opiniones propias, atribuyéndoles
aquella autoridad que ellos mismos, más o menos abiertamente discuten a
quien por derecho divino posee carisma tan formidable y tan
vigilantemente custodiado, incluso consienten que cada uno en la
Iglesia piense y crea lo que quiera, recayendo de este modo en el libre
examen que ha roto la unidad de la Iglesia...
c. En el campo de la proforística. La proforística
es la parte de la hermenéutica que se dedica a exponer la Sagrada
Escritura, sea en forma de versiones, comentarios, paráfrasis, glosas,
homilías, etc.
El ataque a lo sobrenatural en este terreno es tan
amplio y podríamos abundar con tantos ejemplos, además de los ya dados,
que no vamos a dar ninguno en particular. Piénsese, si no, en lo que
muchas veces se escucha en sermones, conferencias, retiros, catequesis, o
se lee en folletos, artículos, libros, etc. ¡Cuántos incapaces de
atraer predicando la verdad, tratan de llamar la atención
escandalizando con teorías sin fundamento! ¿No parece este el tiempo
descripto por el Apóstol en que los hombres «no sufrirán la sana
doctrina; antes, por el prurito de oír, se amontonarán maestros conforme
a sus pasiones y apartarán los oídos de la verdad para volverlos a las
fábulas» (2 Tim. 4,3-4)?
La Pontificia Comisión Bíblica exhorta a los
predicadores «Absténganse de proponer novedades vagas o no
suficientemente probadas. Nuevas opiniones ya sólidamente demostradas
expónganlas, si es preciso, con cautela y teniendo presentes las
condiciones de los oyentes. Al narrar los hechos bíblicos, no mezclen
circunstancias ficticias poco consonantes con la verdad» (58), ¿Qué
caso hacen a esta severa admonición los que tratan de interpretar en
clave poligenista y evolucionista el Génesis, recayendo de este modo en
un concordismo «demodé» que dicen combatir, turbando así la fe de
muchos?
G. Con respecto a los hechos sobrenaturales que se narran
Negar la realidad de los milagros contenidos en la
Escritura es atentar contra la misma. Palabras y obras están tan
íntimamente entrelazadas que desestimar a unas es destruir las otras.
Francisco Mussner, exégeta católico cultor del Formgeschichtliche
Methode, demuestra con mucha fuerza que «reducir la obra de la
revelación y salvación a una mera ‘revelación de palabra’ contradiría
claramente las afirmaciones y el entendimiento de la Sagrada Escritura»
(59). Es interesante notar la importancia que da este autor a la
curación de los endemoniados de Gerasa, por el hecho de ser de los
sustratos más primitivos del Evangelio (60), y por otro lado, advertir
con cuánto ahínco se niega incluso la posibilidad de la posesión.
Leemos, por ejemplo, en el «Libro de la Nueva Alianza», en nota a S.
Mateo 8,32: «Ante e! hecho central de la curación de dos enfermos de
locura y el despeñamiento de una piara de cerdos asustados,
posiblemente la tradición popular —de la cual este relato se hace eco—
haya atribuido a la acción de los demonios, tanto la enfermedad como el
despeñamiento de los cerdos» y en la nota del lugar paralelo de S.
Marcos 5,5: «Toda la descripción del poseído por el Demonio nos deja la
impresión de tratarse de un loco furioso» (61). ¡Como si para
posesionarse de una persona exigiese el Demonio, como requisito sine qua
non, el «certificado de salud mental»! Compárese con el magnífico
comentario que hace S. Juan Crisóstomo (62) y véase qué postura tan
retrógrada comporta tal actitud.
Algunos niegan las profecías, que son milagros
intelectuales, reeditando la herejía del maniqueo Fausto el cual
«negaba que hubiera alguna profecía sobre Cristo en los libros de los
hebreos» (63), y así sostienen las tesis judías de que el Emmanuel (cf.
Is. 7,14) es sólo el hijo de Acaz, Ezequías (64); de que el Siervo
Doliente de los Cánticos de Isaías es el pueblo judío, etc.
El milagro»es una palabra de Dios que se expresa y
se manifiesta po; un acto excepcional que pone de manifiesto una
intervención inusitada del Creador» (65) Negar los milagros, las
teofanías, los exorcismos, las apariciones de ángeles, las profecías, es
negar, de hecho, la intervención de Dios en el mundo y la posibilidad
de irrupción poderosa y salvadora del Reino de Dios. Según la palabra
autorizada de Mons. Carli «Bajo el barniz de ‘desmitización’, vuelven a
entrar en la exégesis católica las viejas tesis del racionalismo
protestante, negador a priori de lo sobrenatural y de lo milagroso, y
muy a menudo las superan por audacia y radicalidad» (66), Ya advertía
la Pontificia Comisión Bíblica el 21 de abril de 1964: «De hecho,
algunos fautores de este método (se refiere al Formgeschichtliche
historia de las formas), movidos por prejuicios racionalistas, rehúsan
reconocer la existencia del orden sobrenatural y la intervención de un
Dios personal en el mundo, realizada mediante la revelación propiamente
dicha, y asimismo la posibilidad de los milagros y profecías» (67),
Algunos niegan la realidad de los milagros de Jesús
por el hecho de que en el relato de los mismos se utilizaría un esquema
repetido —determinado género literario estereotipado—, a saber la
gente acude a Jesús, se baja a detalles, se señala la clase de
enfermedad, se describe el modo como cura Jesús, se da el resultado, la
gente alaba a Jesús. Negar los milagros por eso es tan pueril como si
por el hecho de darse -un esquema fijo en ciertos avisos: un signo,
nombre y apellido, cuatro iniciales, una fecha, una lista con nombres
de familiares o amigos, una invitación y el nombre de una empresa
—género literario de los avisos fúnebres de la sección necrológica de
los diarios—, tuviésemos que negar la realidad de que todos los días
hay gente que se muere. Los difuntos existen, con o sin género
literario, y los milagros también.
Nosotros creemos en el carácter milagroso y
sobrenatural del Paso del Mar Rojo, del maná en el desierto, de la
serpiente de bronce, del paso del Jordán, de! sol detenido por
Josué...; de las apariciones de ángeles, de las expulsiones de demonios,
de todos los milagros del Señor...; de las teofanías del Sinaí, de
Mambré, del Bautismo de Jesús, del Tabor, de Pentecostés...; de todas
las profecías vétero y neo-testamentarias... No creemos en la exégesis
enclenque que coquetea con el racionalismo. Algunos niegan el milagro
del Paso del Mar Rojo, figura ce! Bautismo, y dicen que creen en éste;
nos resulta difícil entenderlos, porque francamente es más difícil
creer en la regeneración del agua bautismal que en el cruce por las
aguas del Mar Rojo. ¿No creen en lo menos y creerán en lo más? Si se
hubiese detenido el sol —dicen— ¿cuántos milagros se deberían hacer?
—No mucho más de los que se hicieron en Fátima para que el sol
«bailase» a vista de más de 70.000 espectadores, de los cuales muchos
viven todavía. Se llega a la negación de los milagros por el malsano
antropomorfismo de creer que Dios es tan mezquino como ellos. De alguno
hemos oído: «El único milagro que debe interesar a! cristiano es la
Resurrección de Jesús» para terminar negándolo (68), Si al cristiano no
le interesan todos los milagros, terminará, más tarde o más temprano,
negándolos todos y negando la historia bíblica, ya que «!os milagros no
se presentan como hechos aislados, sino en íntima conexión con !a
historia bíblica, en que ejercieron una influencia decisiva» (69). Los
tales son semejantes a los judíos que dudaban de la Omnipotencia divina
diciendo «¿Podrá Dios preparar mesa en e! desierto?», añadiendo e!
Salmista !a razón de la duda de los de ayer, también aplicable a los de
hoy «Porque no creían en Dios y no confiaban en su salvación» (Ps. 78
19.22).
2. EL ATAQUE A LO PRINCIPALMENTE NATURAL
A. El impacto de la filosofía moderna
Lo sobrenatural supone lo natural. Si lo natural en
vez de ser roca es arena, lo sobrenatural al primer viento se derrumba.
Así como el debilitamiento o la carencia de fe
católica es, en última instancia, la causa principal de la disminución o
destrucción de lo sobrenatural bíblico, la razón torcida y extraviada
es la causa principal de la destrucción de lo natural bíblico. Los
datos de la revelación, al no ser estudiados a !a !uz de una filosofía
que se adecua al ser extramental, serán considerados necesariamente
bajo e! prisma de una filosofía subjetivista, en la que el sujeto es el
autor, creador e intérprete de la realidad, natural y sobrenatural.
El recurso a un instrumental filosófico inadecuado a
la realidad bíblica ineludiblemente engendrará exégesis preñadas de
inmanentismo, positivismo, idealismo, vitalismo, dialecticismo,
relativismo, agnosticismo, evolucionismo, empirismo, sensismo,
existencialismo, marxismo, fenomenismo, estructuralismo, ludismo, etc.,
según sea el tono de la filosofía usada.
Con esta amalgama sincretista la exégesis deja de
ser católica para convertirse en gnóstica y modernista. Así caracteriza
Pablo VI al peligro modernista: «¿No fue precisamente un episodio
semejante de predominio de las tendencias psicológico-culturales
propias de las doctrinas profanas de este siglo que intentan viciar la
doctrina pura y la disciplina de la Iglesia de Cristo?» (70).
B. Negación de la historicidad de la Escritura
Simplemente pondremos algunos ejemplos:
a. Según el juicio de Ugo Lattanzi, para los
exégetas como Dufour, Dubiere, Muñoz Iglesias, Daube, Laurentin,
Ferrestel, Neirynck, Burronvs, «todo el Evangelio de la infancia no es
otra cosa que midrash haggádico» (75). Asimismo, para Carrol
Stuhlmueller, «el relato de la infancia de Lucas es un centón de textos
veterotestamentarios según los LXX» (72),
b Algunos exégetas parecen creerse tanto más
avanzados cuanto más niegan la verdad histórica de los relatos
bíblicos. Si el Evangelio dice que los Magos fueron guiados por la
estrella hasta Belén y allí ofrecieron al Niño oro, incienso y mirra,
ellos sostendrán que no fueron Magos, que no hubo estrella, que no
ofrecieron nada; si en el Bautismo de Jesús el Padre se deja oír y el
Espíritu Santo desciende en forma de paloma, eso no es más que «una
teatralización» (sic) visible de lo que invisiblemente ocurre en
cualquier bautismo; si en la Transfiguración en el monte aparecieron
Moisés y Elías, hay que dar por descontado que no estuvo ni Moisés ni
Elías, ni fue en un monte, y la transfiguración sólo existió en la
fantasía del compilador; si en Pentecostés hubo estrépito, fuerte
viento, lenguas de fuego sobre la Sma. Virgen y los Apóstoles que luego
hablaron lenguas extrañas, nos enteramos con asombro que, según estos
novísimos exégetas —que repiten viejísimos errores—, no hubo estrépito,
ni viento, ni fuego, ni hablaron lenguas extrañas, ni nada; a lo más
sostendrán la existencia de un «núcleo histórico» que es tan
indeterminable y tan inencontrable como el carozo de una banana.
c. En manos de estos exégetas, el infierno ha
quedado devaluado en forma impresionante. Primero, sostuvieron que el
fuego del infierno no era fuego en sentido propio (v. gr. J. A. Moller
H. Klee)segundo, que no hay fuego (v. gr. los que sólo admiten la pena
dé daño); tercero, que en el infierno no hay nadie está deshabitado (v
gr. Evely); cuarto, que simplemente no hay infierno (v. gr. van de;
Mark).
d. El P. Luc Grollenberg niega prácticamente todo
valor histórico a los relatos evangélicos, inclusive al de la
Resurrección del Señor (73). Y refiriéndose a una obra del P. Paulus
Gordan sobre la Resurrección dice Gregorius Rhenanus: «De la lectura de
este libro es imposible deducir si la Resurrección de Cristo es
únicamente la fe en dicha Resurrección o un hecho histórico» (74).
Es evidente que la negación de la historicidad de
los Evangelios trae consigo el derrumbe de toda la Teología. Tal es la
obra llevada a cabo por Bultmann, a quien siguen exégetas católicos
acomplejados. El soporte histórico trabaja como preámbulo de la fe. Si
se descarta este fundamento de la fe, se cae primero en el fideísmo, y
luego en la apostasía.
La Iglesia Católica, cual intrépida defensora del
«precioso tesoro de las doctrinas celestiales» (75) de las Sagradas
Páginas que desde hace veinte siglos viene defendiendo victoriosamente a
la Escritura contra toda mutilación, contra toda crítica destructiva y
contra toda retorcida interpretación, alzó su voz, una vez más, para
prevenir a los fieles por medio de la Instrucción «Sancta Mater
Ecclesia» sobre «la verdad histórica de los Evangelios» (De historica
evangeliorum veritate) (76), en donde precave sobre «muchos escritos en
los que se pone en duda la verdad de los dichos y de los hechos
contenidos en los Evangelios... (Algunos) parten de una falsa noción de
fe, como si ésta no se cuidase de las verdades históricas o fuera de
ellas incompatibles. Otros niegan a priori el valor e índole histórica
de los documentos de la Revelación...». Y posteriormente, en el
transcurso del Concilio Vaticano II, gracias a una intervención
personal del Papa que hizo enviar una carta en la que hacía notar que
«el Santo Padre no podrá aprobar una fórmula que diese pie a duda
alguna sobre la historicidad de estos Santísimos Libros» (77), fue
finalmente introducido al comienzo del Nº 19 de la Constitución
Dogmática «Dei Verbum» la fórmula que expresa en este asunto la
posición de la Iglesia frente a los Evangelios: «La santa madre Iglesia
ha defendido siempre y en todas partes, con firmeza y máxima
constancia, que los cuatro Evangelios mencionados, cuya historicidad
afirma sin dudar, narran fielmente lo que Jesús... hizo y enseñó
realmente... (quorum historicitatem incunctanter aftirmat, fideliter
tradere... respse fecit et docui)
Algunos exégetas no han temido profetizar que así
como actualmente se sostiene la no historicidad de los once primeros
capítulos del Génesis, así acaecerá con !os Evangelios en el futuro.
Ello es falso a todas luces, como gratuita es su negación del carácter
histórico del Génesis. Muy por el contrario, enseña la Iglesia con toda
claridad que los once primeros capítulos «aunque propiamente no
concuerden con el método histórico usado por los eximios historiadores
grecolatinos y modernos, no obstante pertenecen al género histórico en
un sentido verdadero, que los exégetas han de investigar y precisar»
(78),
Para otros, sólo es histórico en la Biblia aquello
que puede ser comprobado en fuentes extrabíblicas, sea Qumram, Filón,
Josefo, el Talmud, Mara, el Sirio, etc. ¡Dudan de la Biblia y sólo
tienen certeza de lo afirmado por autores profanos!
C. Rechazo del recto sentido de la inspiración
Atentan contra la realidad humana de la Santa Biblia
los que disminuyen o anulan la causalidad instrumental de los autores
humanos. Porque los hagiógrafos conciben, quieren y escriben realmente,
en pleno goce de sus facultades mentales, como instrumentos racionales
y libres. Los que esto niegan, consideran que el autor humano escribía
en estado extático, de enajenación, de frenesí, o que Dios le dictaba
mecánicamente y él era instrumento meramente pasivo. Lo cual es
evidentemente falso. Cada hagiógrafo deja su impronta en la obra; v.gr.
el estilo de S. Juan es distinto del estilo de S. Pablo. Las palabras
mismas, si bien son inspiradas, no por ello han sido dictadas.
D. Desviaciones en la crítica bíblica
Muy grande ha sido el auge de la critica bíblica así
como grandes y buenos son los frutos que ha producido. Por eso los
Pontífices incesantemente alaban y promueven su recto uso. Pero, como
es innegable, se va extendiendo también un estilo de crítica
disolvente, lo cual se manifiesta en tres abusos principales que a
continuación exponemos.
a. La crítica bíblica usada con prejuicios
filosóficos. «La Sagrada Escritura —enseña Mons. L. Carli— si es
interpretada únicamente con los instrumentos científicos con los que se
tratan los libros humanos (filología, historia de las formas o de las
redacciones, géneros literarios, etc.) se vacía de todo valor. El
progresismo se gloría de exaltarla y servirla como Palabra de Dios,
pero de hecho la manipula con los alambiques de los procedimientos
racionalistas, reduciéndola a la medida del hombre, es decir, a palabra
humana» (79). Y Henri de Lubac «Solamente podemos deducir las
negaciones o las reducciones a las que nos conduce cierta exégesis, si
nos entregamos a una verdadera ‘carnicería filológica’ (80), destinada a
satisfacer apriorismos mal disimulados» (81)
Se ve muy claro el uso anticientífico de la
investigación crítica que hacen Bultmann y muchos de sus discípulos al
sostener «a priori» que la fe no debe apoyarse sobre ninguna obra, ni
sobre ningún conocimiento objetivo, ni debe pretender alcanzar ningún
resultado cierto «La investigación desemboca y debe desembocar en una
gran interrogación» (82) Lo cual permite asegurar a H. Zahrnt: «La
crítica histórica adquiere así desde su mismo punto de partida un
sentido puramente negativo. Su finalidad no es establecer cómo han
ocurrido las cosas, sino cómo no han ocurrido, a fin de arrebatar a :a
fe cualquier andamiaje histórico. Así como la investigación histórica
no puede encontrar nada en toda la historia que tenga alguna importancia
para la fe, de hecho no encuentra nada» (83). Con razón, pues, afirma
H. de Lubac «Sacan de todas partes los pensamientos que se podrán
explotar, sea como sea, en un sentido negativo. ¿Quién ignora a este
propósito, el empleo increíblemente ingenuo y dogmático de la obra de
un Bultmann, llevado a cabo por hombres profundamente incapaces de
estudiarlo críticamente?» (84).
No podemos dejar de observar un último aspecto: la
facilidad con que algunos de esos exégetas niegan la autenticidad de
los escritos. Lo que parecen saber con certeza es que no los escribió
S. Mateo, S. Juan, S. Pablo o S. Pedro, y ello en base a argumentos
meramente internos, cuando en este orden los que más valen son los
externos (85), que nos llegan por la Tradición y por el Magisterio.
Ante estos últimos se encogen de hombros.
b. La crítica bíblica como fin y no como medio. Muy
graves son las ruinas acumuladas por aquellos que se olvidan que la
crítica bíblica es una parte y no el todo, un medio y no un fin. A esos
tales puede aplicarse lo que cuenta el P. Leonardo Castellani de cierto
exégeta que «corta, recorta, suprime, desarma y ensambla; y
‘reconstruye’..., Dios le perdone. Eso no se ha de hacer. Hacer mangas y
capirotes con los textos evangélicos no es lícito, hay que dejar eso a
los racionalistas, un católico debe abstenerse; y un hombre de ciencia
también...» (86). Hacen el papel del mecánico que se entretenía en
despanzurrar los motores, desarmándolos pieza por pieza, contemplándolas
luego cuidadosamente sin saber armarlas de nuevo de modo que el motor
no podía cumplir su fin propio: andar.
Una exégesis así se hace del todo inútil para que
los hombres puedan alcanzar el fin propio que Dios se propuso al
componer la Sagrada Escritura: «útil para enseñar, para argüir, para
corregir, para educar en la justicia» (2 Tim. 3,16). Olvidan el consejo:
«No se detengan a mitad de! camino» (87), ignorando que «los métodos
histórico-críticos son una senda para la exégesis, no su meta» (88), y
terminan siendo impotentes para dar vida a los huesos secos a que han
reducido las Santas Escrituras.
Porque la Sma. Virgen hace en el Magníficat, según
algunos, un midrash haggádico (género literario que consiste en la
reelaboración de un «texto bíblico antiguo en función de una
preocupación espiritual nueva» (89), J. R. Forrestel —entre otros— se
considera con derecho para sostener que la Sma. Virgen no pronunció el
Magníficat (90). Con lo que se demuestra su ignorancia acerca de las
costumbres que, aún hoy, tienen las mujeres piadosas del pueblo (91),
Algo semejante hay que decir del uso que hacen del
género literario etiológico (en que se explican las causas de los
hechos narrados) No debe negarse «a priori» la realidad histórica, que
es la causa de los hechos narrados, como si fuesen una pura ficción;
sería como afirmar que la historia de la Basílica de Luján y de la
Imagen de la Virgen fue una ficción posterior en orden a dar una
explicación de las grandes y masivas peregrinaciones actuales.
Parafraseando a Chesterton podríamos decir que si
los exégetas del futuro siguen siendo como no pocos exégetas de hoy
deducirán cosas interesantes del género literario de las «memorias»,
tan propio del siglo XX (92); comparando, por ejemplo, las Memorias de
Churchill, Montgomery, Nixon, De Gaulle, etc., con las del Cardenal
Joseph Mindszenty dirán: que nunca el Cardenal estuvo preso, porque
ninguno de los otros lo estuvo, o que el Cardenal no fue eclesiástico
ya que los demás no fueron hombres de Iglesia. ¿No hemos visto algo
semejante en base a las comparaciones de la Biblia con el Código de
Hammurabi, las Tabletas de Kerkut, las leyes de Eshnuma, el Código de
Lipt Ishtar, el poema de Guigalmés?
No han faltado quienes sostienen que al cambiar la
imagen ptolemaica del mundo por la imagen copernicana, debe cambiarse
los enunciados bíblicos. Tomando como ejemplo de este dislate el cambio
que se pediría en la consideración del misterio de la Ascensión del
Señor escribe Urs Von Balthasar, con un dejo de ironía: ‘’’O ¿es que
sería para nosotros Io mismo que, para mostrar a hombres sensibles que
se va al Padre, Cristo se hubiera hundido bajo tierra? ¡No obremos más
tontamente de lo que somos y no hinchemos tales trivialidades como si
con el cambio de la imagen del mundo se derrumbara la mitad de la
revelación bíblica!» (93).
Es evidente que todos estos errores destrozan el
sentido primero de la Escritura, al no seguir, como prescribe León XIII
«el sabio precepto de San Agustín de ‘no apartarse en nada del sentido
literal y como obvio, a no ser que tenga alguna razón que le impida
ajustarse a él o que haga necesario abandonarlo’. Esta regla debe
observarse con tanta más firmeza cuanto que en medio de un tan grande
deseo de innovar y de tal libertad de opiniones, existe el peligro de
extraviarse» (94). Por no respetar el sentido literal muchos trabajos
de exégesis acaban por ser un galimatías fenomenal como puede verse en
tantos apuntes mimeografiados, que circulan aquí y allá, y nos recuerdan
aquel dicho: «Cuando digo Diego no digo Diego sino digo digo».
Y así nos encontramos con que si Cristo dice «fuego»
(Mt. 25,41), ellos entienden no-fuego; si Cristo dice «Voy a
prepararos el lugar» (Jn. 14,3), ellos afirman que el cielo no es un
lugar; si Cristo dice «No separe el hombre lo que Dios ha unido» (Mt.
19,6), ellos sostendrán «Nao una o homem o que Deus separou» (95); Si
Cristo dice «¡Qué angosta es la senda que lleva a la vida y cuán pocos
dan con ella!» (Mt. 7,14), ellos decretarán que todos se salvan; si
Cristo dice «Yo expulso demonios» (Lc. 13,32), ellos dirán que no
existen endemoniados; si Cristo dice «Palpadme» (Lc. 24.39), ellos
insinuarán que resucitó impalpable; si Cristo dice «Esto es mi cuerpo»
(Lc. 22,19), ellos interpretarán «Esto significa mi cuerpo»; si Cristo
dice que resucitará «al cabo de tres días» (Mc. 9 31) ellos asegurarán
que fue en el mismo instante de su muerte cuando resucitó...
También destrozan el sentido literal quienes ignoran
los géneros literarios, que son las formas literarias con las que se
reviste un pensamiento, teniendo cada uno de esos géneros «su» tipo de
verdad; no es lo mismo el género poético, que el profético, que el
sapiencial, que el histórico A nadie cuerdo se le ocurrirá buscar las
reliquias del rico epulón, del buen samaritano, o las semillas de la
parábola del sembrador Ni tomará al pie de la letra lo de ser «sal de
la tierra» (Mt. 5,13) que es una metáfora, ni tampoco creerá que es un
mandato la mutilación de que nos habla el Apóstol (Gal. 5,12), que es
un sarcasmo. Enseña Pío XII que el exégeta católico debe conocer bien
los géneros literarios y esto «no puede descuidarse sin gran detrimento
de la exégesis católica» (96), Evidentemente que el Papa se refiere al
conocimiento científico de los géneros literarios y no que propicie su
uso como un brulote para destruir el carácter sobrenatural e histórico
de la Biblia, aplicándolo «a priori» como principio negador de lo
sobrenatural e histórico, lo cual llevaría al escepticismo más radical
con respecto a toda la historia Bíblica y salvífica, ni tampoco que se
use de comodín para justificar cualquier arbitrariedad y sofisma.
c. La crítica bíblica usada con mentalidad
dogmática. Hemos de destacar, por último, el carácter provisorio y
contingente de la exégesis científica para advertir el error en que
caen aquellos que atribuyen a sus hallazgos un valor poco menos que
dogmático cuando las más de las veces no superan el plano de lo
hipotético. Los tres ejemplos que pondremos los hemos tomado del libro
de José Caba S.J. (97),
—El primero de ellos se refiere al texto de las
tentaciones de Jesús. Para M. Dibelius y otros se trata de una pieza
apologética originado en la comunidad postpascual; para R. Bultmann y
otros es el fragmento de una catequesis ordenada a inculcar una actitud
religiosa verídica para P. van Iersel es una elaboración midráshica de
un relato tradicional auténtico; para H. J. Holtzmann es un resumen
dramático que condensa en una escena única diversas tentaciones menos
espectaculares de Jesús a lo largo de su ministerio; J. Dupont sostiene
la historicidad esencial del relato y no ve motivo para que se excluya
la idea de que provenga de Jesús en persona (98).
—El segundo ejemplo es el de las diversas maneras de
concebir la división del evangelio de S. Mateo. Para E. Nestlé, B.
Bacon, J. Findlay, W. Davies, L. Vaganay (99), P. Benoit (100) y otros,
el evangelio de S. Mateo se divide en cinco partes; M. Enslin ya desde
el comienzo se opuso a ello (101); aún hoy W. Trilling (102) y F.
Neirynck (103) no le tienen mucha simpatía a dicha hipótesis; algunos
autores no ponen cinco libros sino seis (104); otros ponen ocho partes
(105); otros once (106); otros ponen sólo dos libros (107), ¡Hay para
elegir!
—El tercer ejemplo se refiere a la estructuración
del evangelio de S. Juan. Algunos ven en este evangelio una
estructuración simbólica, mediante un paralelismo entre los siete días
del comienzo de la actividad de Jesús y la semana de la primera creación
(’08), o con los siete signos de Moisés en Egipto (109); para otros se
trata de una estructuración numérica (110); otros sostienen una
estructura litúrgica (111), otros una estructura temática (112); los
más parece que ven una progresiva manifestación dramática (113),
Por estos tres ejemplos se percibe claramente la
contingencia y precariedad de la exégesis científica que no pocas veces
se debate en un tembladeral de opiniones contrarias, divergentes y
contradictorias. Ya estamos acostumbrados a ello, a lo menos en parte,
porque desde H. S. Reimarus, D. F. Strauss, H. Paulus, F. Baur, B.
Bauer, A. Schweitzer A. Harnacic, A. Loisy, J. M. Robertson, P.
Couchoud, R. Bultmann como certeramente señala Albert Lang, «cada
teoría combate a las demás y toda nueva teoría es la tumba de la
anterior» (114),
III. ADVERTENCIAS PARA UNA MEJOR INTERPRETACIÓN DE LA SAGRADA ESCRITURA
Dada la gravedad de la situación nos parece
conveniente sugerir humildemente, en base a las enseñanzas de la
Iglesia, algunas reglas prácticas que puedan ayudar a no perder la
recta orientación
1. Primera regla.
La primerísima regla para penetrar en el verdadero
contenido de la Sagrada Escritura es la fe, la fe sobrenatural, la fe
católica. En rigor, la inmensa mayoría de los diversos ataques a las
Divinas Letras se debe a una fe tibia, si no directamente a la
apostasía, porque así como una persona que tiene fe viva en la
presencia real de Cristo en la Eucaristía jamás cometerá el sacrilegio
de mezclar hostias aún no consagradas en un copón de hostias ya
consagradas, análogamente, quien tenga fe en la Palabra de Dios jamás
tolerará el sacrilegio de mezclarla con teorías, hipótesis y fantasías
humanas que contradigan dicha Palabra. Por eso bien dice Orígenes en su
Comentario al Evangelio de S. Juan que nadie puede tener verdadera
inteligencia de la Escritura si no se ha reclinado, como el cuarto
evangelista, sobre el pecho del Señor, y no ha recibido de Jesús a
María por Madre (115). «Quien equipado con todas las técnicas del saber
filológico e histórico se acerca a interpretar la Sagrada Escritura y
no se preocupa de añadir la experiencia fundamental, de la que nos
habla el mismo Nuevo Testamento, es decir, la fe, ese tal jamás llegará
a conocer la realidad que nos comunica en su mensaje el Nuevo
Testamento» (116).
Por mucho que presuma la exégesis «científica», si
se reduce a sus solos métodos histórico-críticos (crítica textual,
crítica literaria, historia de las formas e historia de la redacción)
es impotente para desentrañar el sentido teológico de los textos
bíblicos, sólo captables a la luz de la fe. Por desgracia hay quienes
olvidan que «aun trabajando la exégesis con los métodos históricos, no
se la puede poner entre las disciplinas puramente históricas, sino
entre las teológicas» (117).
La función del verdadero exégeta es la interpretación teológica de los datos revelados a la luz de la fe.
2. Segunda regla.
La segunda regla para penetrar el sentido auténtico
de la Escritura es un conocimiento vital de los Santos Padres y
Doctores de la Iglesia nacido de su lectura frecuente y meditada
consideración. Mucho ayuda ha interpretar el dato bíblico, por ejemplo,
la lectura de las «Homilías sobre San Mateo» de S. Juan Crisóstomo, las
«Enarraciones sobre los Salmos» y los «Tratados sobre el Evangelio de
San Juan» de S. Agustín, el «Tratado sobre el Evangelio de San Lucas»
de S. Ambrosio, las obras de S. Jerónimo, los valiosísimos Comentarios,
«Catena aurea» y Lecturas de S. Tomás de Aquino, que «les lleva la
palma a todos ellos» (los demás escolásticos) («8). De estos eminentes
maestros de la Tradición dice el sabio Pontífice Pío XII que «aun cuando
a veces estaban menos pertrechados de erudición profana y conocimiento
de lenguas que los intérpretes de nuestra edad, sin embargo, en
conformidad con el oficio que Dios les dio en la Iglesia, culminan por
cierta suave perspicacia de las cosas celestes y admirable agudeza de
entendimiento, con las que íntimamente penetran las profundidades de la
Divina Palabra, y ponen en evidencia todo cuanto puede conducir a la
ilustración de la doctrina de Cristo v santidad de vida» (119)
Esa es la razón por la cual los comentarios de los
Padres y Doctores enfervorizan, edifican, animan, nos llevan a la
práctica de las virtudes. Su unción por lo sagrado nos hace gustar de
la Sagrada Escritura, mientras que, por el contrario, muchas obras
exegéticas modernas sólo causan dudas, turbación, sequedad, disgusto y
abandono de las Letras Santas. Véase, por ejemplo, la enorme distancia
que media entre la explicación que da S. Agustín al hecho de que
Abraham, para salvarse de la muerte, hiciese pasar a Sara por hermana
suya (cf. Gen. 12,11 ss), y la que ofrece un exégeta hodierno. Para el
Santo, Abraham «calló que era su esposa, pero no lo negó, encomendando a
Dios velar por su castidad y precaviendo, como hombre, las asechanzas
humanas. Si no tomara todas las precauciones posibles contra el
peligro, se diría que tentaba a Dios, no que esperaba en El» (120),
mientras que para el exégeta moderno el gran Patriarca, padre de los
creyentes, era simplemente «un beduino ladino» (121),
3. Tercera regla.
La tercera regla es la más estricta fidelidad al
Magisterio de la Iglesia, como enseña S. Tomás. «Es una verdad cierta
que el juicio de la Iglesia universal no puede errar en lo que es
objeto de fe. Por consiguiente, en materia de las Escrituras es
necesario atenerse más a la opinión del Papa, a quien compete
pronunciarse decisivamente en lo que atañe a la fe, que a la opinión de
otras personas por sabias que sean» (122\ Porque el Señor «no ha
confiado la interpretación auténtica de este depósito a cada uno de los
fieles, ni aún a los teólogos, sino sólo al Magisterio de la Iglesia»
(123).
Para quien tenga la fe católica es cosa muy clara
que «si los ángeles hablaran contra la determinación de la Iglesia
Romana, no habría que creerlos, según dice S. Pablo: ‘Si un ángel de
Dios os anunciara un evangelio distinto del que hemos predicado, sea
anatema’ (Gal. 1,8)» (124), porque «dado caso que la Sagrada Escritura
debe leerse e interpretarse con el mismo Espíritu con que fue escrita»
(125) y «que entre Cristo Nuestro Señor, Esposo, y la Iglesia su
Esposa, es el mismo Espíritu que nos gobierna y rige para la salud de
nuestras almas» (126), se sigue que es metafísica y teológicamente
imposible que haya contradicción entre la enseñanza de Dios por la
Iglesia y la enseñanza de Dios por la Escritura.
Los exégetas deben ser «escrupulosos en no apartarse
jamás de la doctrina común o de la tradición de la Iglesia ni siquiera
en cosas mínimas, aprovechando los progresos de la ciencia bíblica y
los resultados de los estudiosos modernos, pero evitando del todo las
temerarias opiniones de los innovadores» (127).
4. Cuarta regla.
La cuarta regla para interpretar la Sagrada
Escritura es el recurso legítimo a todos los medios humanos que
conducen a una mejor penetración del Divino Texto. La Iglesia nunca ha
despreciado la recta razón humana, por el contrario, siempre la ha
enaltecido porque, cuando se subordina a la fe, es sanada, elevada,
perfeccionada, dignificada. Cuando la razón es informada por los sanos
principios de la filosofía perenne se hace aptísima para la sana y
recta comprensión del dato bíblico, en cambio, cuando la Escritura es
operada con el estrábico instrumental de las falsas filosofías, todo
queda falseado.
Por eso es mucho de alabar el trabajo paciente,
serio, sabio, sacrificado y perseverante de tantos buenos exégetas
católicos, a los que hay que apoyar y alentar para que continúen
incansablemente su ímproba labor. A ellos no sólo permite la Iglesia
utilizar rectamente las nuevas técnicas exegéticas, sino que aconseja
su uso, donde convenga y con cautela. Una exégesis prudente que ocupe
su exacto lugar y no se desorbite, es un auxiliar poderosísimo para la
Teología, para el Magisterio y para la renovación misma de la Iglesia.
En cambio, las exegesis de tipo modernista sólo conducen a la demolición
de la Teología, del Magisterio y de la misma Iglesia.
Hay que ser muy prudente. Un error minúsculo de
exégesis referente al más pequeño «logión» (dicho del Señor) puede
alterar la imagen de Jesús como dice R. Schnackenburg «Todo el que se
ocupa de textos sinópticos y es consciente de la problemática que
encierran, sabe mucho de dificultades para calibrar certeramente su
originalidad, forma originaria y sentido primitivo de un logión. Pero si
además de esto se considera o se deja de considerar un logión como
palabra auténtica de Jesús, sufre un desplazamiento la imagen total de
Jesús» (125)
Asimismo no es exacto lo que J. Jeremias —como otros
muchos— sostiene, a saber, que en exégesis lo único que interesa es ir
«tan lejos como sea posible dar, con seguridad, en el blanco de la
‘ipsissima vox Iesus’...» porque «nadie sino el Hijo del Hombre mismo y
su Palabra puede dar todo su poder a nuestra predicación» (129) No es
exacto porque «todas las afirmaciones del autor inspirado tienen no
solamente un valor relevante desde el punto de vista teológico, sino al
mismo tiempo fuerza para someternos y obligarnos» (130),
Tampoco es exacto que sólo interese la problemática
isagógica o introductoria, que es la impresión que deja la obra de
muchos exégetas. Al fin y al cabo «poco importa que los hechos o
sucesos narrados en la Biblia lo estén por un autor inspirado o por
otro; que la redacción actual sea una recopilación de diversos escritos
primitivos, o la consignación escrita de diversas tradiciones
conservadas vivas en el pueblo; que estas recopilaciones se deban a una
sola mano o se reconozcan en ella diversas redacciones, diversos
autores, diversos tiempos» (131), Poco importa ello si el exégeta se
olvida que está ante la Palabra de Dios, y que es esa Palabra la que,
por sobre todas las cosas, interesa.
Por último, debemos tener con los exégetas «suma
caridad, pues incluso intérpretes de fama notoria, como el mismo San
Jerónimo, solamente consiguieron un éxito relativo en sus tentativas de
resolver las. cuestiones de mayor dificultad» (132), recordando siempre
la enseñanza de S. Tomás de Aquino «Nuestra fe se apoya en la
revelación hecha a los Apóstoles y Profetas que escribieron los libros
canónicos, y no en revelaciones que hayan podido hacerse a otros
doctores. Por esto dice San Agustín ‘Sólo a los libros de la Escritura
llamados canónicos aprendí yo a conceder la prerrogativa de creer
firmisimamente que ninguno de sus autores erró en lo que escribió. Los
otros libros los leo con tal disposición, que, sea cual fuere la
ciencia y autoridad de sus autores, no por ello me muevo a tener por
cierto lo que ellos pensaron o escribieron’ « (1 33).
EPILOGO
Dios, que es tan poderoso como para sacar bien de!
mal (134), sabrá utilizar toda la actual avalancha destructora de la
Biblia en favor de una fecunda floración de nuevos y renovados trabajos
exegéticos, de una mayor preocupación por conocer la Escritura, de un
contacto mejor y más asiduo de todos los fieles con la Palabra de Dios.
Pero mientras tanto hemos de estar muy prevenidos frente al peligro de
la mala exégesis.
La buena exégesis se distingue de la mala por sus
efectos: «por sus frutos los conoceréis» (Mt. 7, 16). Si la lectura de
un exégeta no nos lleva a conocer, amar y servir mejor a Dios y al
prójimo, el artículo o el libro que estamos leyendo es inconveniente ya
que, en última instancia, «de estos dos mandamientos dependen toda la
Ley y los Profetas» (es decir, toda la Sagrada Escritura: Mt. 22, 40).
Si no nos lleva a renovarnos, a abandonar el espíritu del mundo, el
pecado y sus ocasiones, los placeres desordenados, si no contribuye a
quemar hasta las raíces de nuestros vicios, y a ablandar nuestro duro
corazón, es porque esa lectura no es del todo fiel a la Palabra de Dios:
«¿No es mi Palabra como el fuego que quema —oráculo de Yavé— y cual
martillo que tritura la roca?» (Jer. 23, 29). Si no nos lleva a
adherirnos de corazón a las enseñanzas auténticas del Romano Pontífice
quiere decir que lo que leemos tergiversa las Escrituras Divinas.
No nos dejemos engañar y así no mereceremos el
reproche del profeta Isaías: «Conoce el buey a su dueño, y el asno el
pesebre de su amo, pero Israel no entiende, mi pueblo no tiene
conocimiento» (1, 3); seamos, por el contrario, fieles discípulos del
rebaño de Cristo, conociendo su Voz, y no siguiendo el llamado de los
extraños, de los que no entran por la puerta, antes huyamos de ellos
(135).
Resistamos, pues, «firmes en la fe» (1
Pe. 5, 9) y «no sin entendimiento» (Ps. 32, 9) el doble ataque
—sobrenatural y natural— a los Libros Santos que efectúan el
racionalismo y el docetismo bíblicos. Animémonos constantemente a leer y
meditar la Sagrada Biblia, porque «sécase la hierba y marchítase la
flor, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre» (Is.
40,8). Imitemos a los Santos de todos los tiempos que tan grande fruto
sacaron de la Escritura, ellos que, como bien dice S. Antonio María
Gianelli, «nunca se cansaron de leerla, de aprenderla de memoria, así
como tampoco se saciaron nunca de llegar a ser cada vez más santos»
(136), Al fin y al cabo la «lámpara y puerta y fundamento de toda la
Escritura’’(137) es Jesucristo, Nuestro Señor, el Único que tiene
palabras de vida eterna.
P. CARLOS M. BUELA
Notas
(1) Pablo VI, Ecclesiam Suam. Nº 29, en Colección de Encíclicas Pontificias. Guadalupe, Buenos Aires. 1967.
(2) Karl Barth, Credo, París, 1936, p. 226.
(3) Atti della XVI Settimana Biblica Italiana, Roma, 1961, p. 103.
(4) La Iglesia en la crisis actual. Santander, 1970, p 42,
(5) ¿Desacralización o Evangelización?, Bilbao, 1969, p 47 El paréntesis es nuestro
(6) El caballo de Troya en la Ciudad de Dios, Madrid, 1969, p. 49.
(7) La crisis teológica, Madrid, 1972, p. 54.
(8) Cf. Ugo E- Lattanzi, Il Vangelo dell’infanzia e verita o mito?, en Renovatio I (1968) 9
(9) Tradicionalistas y progresistas, Buenos Aires, 1970, p. 168
(10) Exhortación Apostólica «Petrum et Paulum» del 22 de febrero de 1967.
(11) L. Evely, El Evangelio sin mitos, Madrid, 1972, p. 18.
(12) Biblia Latinoamericana, ed. minor, Madrid, 1974, entre pp.
390/391. La foto lleva esta elocuente nota: «El creyente participa en
la vida política y busca, bajo cualquier régimen, la sociedad que
dignifique a todos».
(13) Tomo 14. o 7.s.s
(14) M. García Cordero, Biblia Cementada, Madrid, 1967, pp. 109 ss.
(15) J. Straubinger, La Sagrada Biblia, T. III, Buenos Aires, 1963, p. 442.
(16) Ed. Paulinas y Ed. Bonum, 5ª ed. (revisada y corregida), Bs. As., 1973, p. 326.
(17) Según las versiones de H. Vogels, Novum Testamentum Graece,
Dosseldorf, 1922, p. 103 y Gianfranco Nolli, Biblia Sacra, Romae, 1955,
p. 473
(18) G, Nolli, o.c., p. 472 y Novum Testamentum Latine, curante
Henrico White, Londini, 1955, p. 364; igualmente en Missale Romanum,
Lectionarium II, Vaticano, 1971, p. 711.
(19) Die Bibel, Nach der Deutschen Obersetzung D. Martin Luthers
Evang. Hampt., Bibelgesellschaft Altenburg, 1954, N.T., p. 154.
(20) La Santa Biblia, Soc. Bíblicas en América Latina, 1960, p. 1038.
(21) Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras, Internac. Bible Students Assoc. Brooklyn, New York, 1967, p. 1221.
(22) Leccionario Ferial 1, p. 401.
(23) Cf. Julio Fleichman, Recomendou Para Nós Uma Biblia Protestante,
en Permanencia, Rio de Janeirn Año VII Nº 74. Dezember de 1974.
(24) L.Bouyer, la Descomposición del Catolicismo, Barcelona, 1970, p. 15
(25) Concilio Vaticano II, Dei Verbum Nº 11
(26) León XIII, Providentissimus Deus, o.c., T. 1, p. 504, cf. Dz. 1952 y Dei Verbum, Nº 11
(27) Pontificia Comisión Bíblica, 18-6-1915. Dz. 2180: E.B. N9 433.
(28) M Tuya - J Salguero, Ineroducción a la Biblia T. I, Madrid 1967 D 40.
(29) E. B. Nº 61, 71
(30) San Pío X Pascendi o.c. T I, p. 792
(31) Interpretación de la fe Aportaciones una teologia hermenéutica y critica, Salamanca, 1973, p 58
(32) La Iglesia ante el proceso de liberación, Madrid, 1975, p 363
(33) San Pío X, Pascendi, o.c., T I, p 792
(34) Cancilio Vaticano I Dz 1787
(35) Concilio Vaticano II, Dei Verbum, Nº 11.
(35) Concilio Vaticano II, Dei Verbum, Nº 11.
(36) F. Spadafora, Dissionario Bíblico, Barcelona, 1968, p. 288.
(37) Santo Tomás, Super Evangelium S. Ioannis 13,1, Turín, 1952, p. 324.
(38) Cf. Concilio de Trento, Dz. 784; Vaticano 1, Dz. 1787, etc.
(39) O. c., p. 169.
(40) Cf. Tuya-Salguero, o.c., T. II, pp. 70-71.
(41) In II Sent. 12, 1-2, ad 7; citado por Nácar-Colunga, Sagrada Bibqia, 339 ed., Madrid, 1974, p. 6.
(42) Nuevo Testamento (ecuménico), versión dirigida por Serafín Ausejo OFMCap., Barcelona, 1968.
(43) Biblia Latinoamericana, o.c., ed. maior, p. 640; en la ed. minor, p. 100.
(44) Dios llega al hombre, Soc. Bíblica Argentina, 29 ed., 1975, p. 125.
(45) Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, o.c. T. II, p. 1994 en nota. En
cuanto a la Tradición, cf. por ej. Protoevangelio de Santiago, cit. en
Benoit-Boismard-Malillos, Sinopsis de los Cuatro Evangelios, T. 1,
Bilbao, 1975, p. 4.
(46) Enc, Fulgens Corona, Col. Enc. Pont., o.c., T.II, p. 1997.
(47) Lumen Gentium N9 56; también Pabio VI, Exhortación Apost. «Mariale Cultus» del 2 de febrero dé 1974, Nº 22.
(48) Bibie et oecumenisme, en Irenikon, 1950, p. 171.
(49) S. Th. 1, q.l, a.l0, c,
(50) A. Sáenz, Cristo y las figuras biblicas, Buenos Aires, 1967, p. 8
(51) Concilio de Trento, Dz. 786.
(52) L Bouyer, O.C., p. 94.
(53) O. C., p. 167.
(54) León XIII, Providentissimus Deus, o.c., T. I, p. 498.
(55) Cf. Pío Xll, Mystici Corporis, T. II, p. 1603.
(56) Dz. 1788.
(57) O.C., p. 36.
(58) Instr. Sancta Mater Ecclesia (hay traducción en Revista Bíblica,
Bs. As., 1964, pp. 196-201. Nosotros utilizamos la versión de Ecclesia
24 (1964) 735-738).
(59) Los milagros de Jesús, Navarra, 1970, p. 11.
(60) Ibid. pp. 38 ss
(6l) Ed. Bonum, 2ª ed. la nota a Mt. 8, 32 ha sido tímídamente
corregida posteriormente. En la 5ª ed. (revisada y corregida) se dice,
entre otras cosas, sobre Mt. 8,28: «La narración contiene numerosos
detalles pintorescos y está cargada de elementos simbólicos». La nota a
Mc. 5,5 se mantiene tal cual.
(62) Homilías sobre San Mateo, BAC, T. I, Madrid, 1955, pp. 571-584.
(63) San Agustín, La Ciudad de Dios 15, 26, BAC, T. II, Madrid, 1965, p. 184.
(64) Cf. I. Daniélou, Los Evangelios de Ia infancia, Barcelona, 1969, p. 46.
(65) C, Tresmontant, Estudios de Metafísica Bíblica, Madrid, 1961, p 164.
(66) O. C., p, 168.
(67) Ecclesia 24 (1964) 735-738.
(68) Ver en MIKAEL 6 (1974) nuestro artículo: «La Resurrección, ¿Mito o Realidad?» pp. 17-38.
(69) Encicolopedia de la Biblia T V, Barcelona, 1969, col. 154.
(70) Ecclesiam Suam, o.c., T. II, p. 2614 (ver nota 13c).
(71) Ver nota 8.
(72) Comentario Bíblico «San Jerónimo», T. II, Madrid, 1972, p. 309.
(73) Tijdschift voor Theologie, Zurich (1964); citado por J. Meinvielle, De la Cábala al Progresismo, Salta, 1970, p. 371.
(74) Aufbruch cder Zusammenbruch?, Zurich, 1966, p. 7; citado por D. von Hildebrand o.c., p. 50.
(75) S. Juan Crisóstomo y S. Agustín; citado por León XIII.
(76) Pont. Comisión Bíblica, 21 de abril de 1964.
(77) C. Caprile, Tre emendamenti allo schema sulla Rivelazione ( 1966, 1) 229.
(78) Pío XII, Humani Generis, T. II, p. 1805.
(79) O. c., p. 167.
{80) H. Urs von Balthasar, la Gloire et la Croix, Paris, 1965 p. 398.
(81) O, C., p. 66
(82) R. Bultmann, Glauben und Verstehen T. I, p. 3; citado por H. de Lubac, o.c., p. 67.
(83) Aux prises avec Dieu- La Théologie protestante du XIX siecle,
Paris, 1969, p. 333; cit. idem p. 66. El subrayado es nuestro.
(84) O. C., p, 34
(85) Cf. León XIII, Providentissimus Deus, I, p. 501.
(86) Las Parábolas de Jesucristo, Buenos Aires, 1960, p. 294.
(87) Instr. Sancta Mater Ecclesia.
(88) H. Zimmermann, Los métodos históriso-críticos en el Nuevo Testamento, Madrid, 1969, p, 3.
(89) M. García Cordero, Problemática de la Biblia, Madrid, 1971, p. 32.
(90) Old Testament background of the Magnificat, Marianical Studies
12, 1961, pp. 205 244; citado por J. Meinvielle, o.c., p. 353.
(9l) Cf. F. M. William, Vida de María, la Madre de Jesús, Barcelona, 1950, pp. 86-87.
(92) Cf. El hombre eterno, Buenos Aires, 1948, p. 53.
(93) Seriedad con las cosas, Salamanca, 1969, p. 84.
(94) León XIII, Providentissimus Deus, o.c., T. I, p. 498.
(95) En Vozes (Revista de los franciscanos del Brasil), Petrópolis, Brasil, año 63, Nº 6 (1969) 4B 1.
(96) Divino Affiante Spiritu, o.c., T. II, p. 1643.
(97) De los Evangelios al Jesús histórico, Madrid, 1971, passim.
(98) L’origine du récit des tentations de Jésus au désert, en Rev. Biblique 73 (1966) 33-75.
(99) Le probleme synoptique. Une hypothese de travail, París, 1954, pp. 199-208.
(100) L’Évangile selon Saint-Matthieu, en La Sainte Bible, Paris, 1961, pp. 1287 s.
(101) The Fives books of Matthew, Harvard Theolog. Review, 23, pp. 67-97.
(102) Das wahre Israel, Munchen, 1964, p. 217
(103) De Jésus aux Évangiles, Gembioux, 1967, pp. 54 ss.
(104) A. Wikenhauser, Introducción al Nuevo Testamento, Barcelona, 1960, p. 150, J. Schmid, Das Evangelium nach Matth’aus,l
Regensburg, 1952, pp. 21 s (en la ed. española: Herder, Barcelona, 1967, p. 38).
(105) W. C. Allen, A critical and exegetical Commentary on the Gospel
according to S. Matthew, en International Critical Commentary,
Edinburgo, 1907, pp. LXIV s.
(106) J, Knabenbauer, Commentarius in Evangelium secundum Matthaeum,
T. II, en Cursus Sacrae Scripturae, Parisiis, 1922, pp. 29 s.
(107) E. Krentz, The Extent of Matthew’s Prologue. Towards the
Structure of the First Gospel, en Journal of Biblical Literature 83
(1964) 409-414.
(108) M. Boismard, Du Bapteme a Cana, Paris, 1956, pp. 14 s.; Th.
Barrosse, The seven days of the new creation in the John’s Gospel, en
The Catholic Biblical Quarterly 21 (1959) 507-516.
(109) R. G. Smith, Exodus typology in the fourth Gospel, en Journal of Biblical Liferature 81 (1962) 329-342.
(110) F. Quiévreux, La structure symbolique de l’Évangile de S. Jean,
en Revue d’Histoire et de Philosophie Religieuses 33 (1953) 123-165.
(111) D, Mollat, L’Évangile selon Saint Jean, en Sainte Bible, Paris, 1961, p 1395.
(112) C H. Dodd, The Interpretation of the Fourth Gospel, Cambridge, 1953, pp. 289-443.
(113) A. Feuillet, El Cuarto Evangelio, Introducción a la Biblia, T.
II, Barcelona, 1970, pp. 564-565; I. de la Potterie, Il Vangelo di San
Giovanni, en Introduzione al Nuovo Testamento, Marcelliana-Brescia,
1961, p. 5B3.
(114) Teología Fundamentaí, T. 1, Madrid, 1966, p. 65.
(115) Cf. para la cita A. Sáenz, o.c., p. 11.
(116 ) H. Schlier, Ober Sinn und Aufgabe einer Theologie des Neuen
Testaments, Freiburg, 1964, p. 11; citado por Zimmermann, o.c., p. 286.
(117) R. Schnackenburg, Neutestamentliche Theologie. Stand der Forschung, Bibl. Handbib. 1, Munchen, 1963, p. 13.
(118) León XIII, Providentissimus Deus, o.c., T. 1, p. 493; véase allí
los demás Santos Padres, Doctores y Escritores eclesiásticos que cita
el Pontífice.
(119) Divino Afflante Spiritu, o.c., T. 11, pp. 1639-40 (120) la
Ciudad de Dios 16, 19, BAC T. II, Madrid, 1965, pp. 232-233.
(121) J. Chaine, Le livre de la Génese, Paris, 1949, p. 188.
(122) Incluye la cita J. Collantes, la Iglesia de la Palabra, T. I, Madrid, 1972, p. 129.
(123) Pío XII, Humani Generis, o.c., T. 11, p. 1798 (124) 5. Vicente
Ferrer, Biografía y escritos, BAC, Madrid, 1956, P. 447.
(125) Dei Vel-bum, N° 12; cf. Benedicto XV, Spiritus Paraclitus, o.c., T. I, p. 946.
(126) S. Ignacio de Loyola, Exercicios Spirituales (365), Apost. de la Prensa, Madrid 1956, p. 198.
(127) Instr. Sancta Mater Ecclesia.
(128) Reino y Reinado de Dios, Madrid, 1970, p. 180.
(129) Las Parábolas de Jesús, Navarra, 1974, p. 12.
(130) Zimmerman, o.c., p. 187.
(131) J. Collantes o.c., T. I, pp. 170-171.
(132) Instr. Sanctá Mater Ecclesia.
(133) S. Th I, q. 1 a.8 ad 9
(134) Cf. Gen. 50.21
(135) Cf Jo. 10,4-5.
(136) G. Frediani, El Santo de Hierro, T. I, Córdoba - Argentina, 1958, p. 152.
(137) S. Buenaventura, Breviloquio, BAC, T. I, Madrid, 1945, p, 167. |