Se trata de una investigación que revela su crecimiento económico y político.
El diputado nacional de la UCR, Juan Casañas, se quejó el 20 de julio de 2011 en la Comisión de Libertad de Expresión por las presiones que el gobernador de Tucumán está ejerciendo en su provincia para impedir la difusión de su biografía no autorizada, "José Alperovich, el zar tucumano", que escribieron los periodistas José Sbrocco y Nicolás Balinotti. Casañas mostró su "preocupación por la disposición adoptada por el gobernador de Tucumán conforme a la denuncia publicada por la Revista Contexto de usar la policía de la Dirección de Rentas de la provincia para amenazar a las librerías que vendan la biografía no autorizada", publicó el sitio El Parlamentario.
"Es muy triste como vivimos los tucumanos", señaló Casañas. El libro, de reciente publicación, relata "negociados políticos y económicos del gobernador en la provincia" y según el legislador tucumano "cómo será de certera la información el libro que tiene que no lo puedo conseguir por ningún lado todavía".
JOSE ALPEROVICH- (del libro “El Zar Tucumano”)
(El Ojo Digital-5-8-11) POLITICA: POR NICOLÁS BALINOTTI Y JOSE SBROCCO
"El Zar tucumano", la biografía no autorizada del Gobernador José Alperovich -y que está censurada en su provincia-
POLITICA: POR NICOLAS BALINOTTI Y JOSE SBROCCO
El primer capítulo completo de una publicación prohibida en la Provincia de Tucumán.
28 de Julio de 2011
Exclusivo: La historia de Alperovich que el gobernador prohíbe (Capítulo 1)
Urgente24 presenta el 1er Capítulo de "El Zar Tucumano", biografía no autorizada del gobernador de Tucumán, José Alperovich, escrita por los periodistas, Nicolás Balinotti y José Sbrocco y censurada en la provincia, donde no se permite su comercialización. Aqui el Capítulo 1, solamente para demostrarle a Alperovich que la censura se la puede meter... en la Casa de Gobierno pero no en la realidad.
19/07/2011 |
por NICOLAS BALINOTTI y JOSE SBROCCO
Capítulo I
El sueño hecho realidad. De cómo el hijo de un humilde inmigrante judío contradijo a su padre e imprevistamente, en actitud desafiante, se abrió paso en la política y construyó su poder hasta tener a Tucumán en un puño.
“Este es el candidato”
El sol caía sesgado en los jardines de Olivos. Eduardo Duhalde era el anfitrión de la comitiva tucumana que había visitado de urgencia al entonces presidente con el afán de recurrir a un auxilio financiero de 100 millones de pesos para afrontar el canje de los bonos provinciales (Bocade). Tal como sucede hoy, en ese tiempo, las provincias también vivían con respiración financiera asistida de parte de la Nación. La caminata de Duhalde y los tucumanos por la quinta presidencial era amena hasta que el primer mandatario se detuvo de golpe.
— Vos, negrito. No te hagas el pícaro, frenó su marcha Duhalde.
— ¿De qué, che?, inquirió sorprendido el gobernador tucumano Julio Antonio Miranda.
— Este es el candidato a gobernador, dijo Duhalde, señalando a José Jorge Alperovich, que participaba del paseo por la residencia como invitado, en su rol de senador nacional.
— Si vos lo decís…, asintió Miranda, encogido de hombros, bajo la mirada cómplice de José Alberto Cúneo Vergés (ministro de Economía), Antonio Guerrero (ministro de Gobierno) y Sisto Terán (vicegobernador), las espadas principales de su gabinete.
A Miranda se le había dado vuelta el plan: caída la posibilidad de reformar la Constitución provincial para habilitar la reelección a partir de fuertes versiones de coimas y compra de voluntades, el gobernador deseaba fogonear a Fernando Juri como el número uno de la lista oficialista.
Alperovich supo cultivar una buena relación con el ex presidente de la Nación cuando Hilda Chiche Duhalde, por entonces primera dama, encabezó en 2002 el Operativo Rescate de los niños desnutridos en la provincia y se hospedó en la residencia de los padres de Alperovich. Chiche había tenido fuertes contrapuntos políticos y verbales con Miranda y hacía público su malestar al final de cada jornada durante la cena con los Alperovich, en la cálida Yerba Buena.
Cuentan algunos que la amistad entre los Duhalde y los Alperovich nació a partir del vínculo entre León Alperovich, el papá de José, y el padre de Mario Blejer, ex titular del Banco Central durante la presidencia del ex gobernador de Buenos Aires. El lazo se fortaleció, además, cuando Alperovich y Duhalde coincidieron en el centro antiestrés adventista Puiggari, en Entre Ríos. El primo del gobernador y representante de Tucumán en la Capital Federal, Benjamín Bromberg, fue en más de una oportunidad el intermediario entre ambos.
Con la bendición de Duhalde, a José Alperovich se le allanó bastante el camino hacia la Casa de Gobierno. Duhalde lo consideraba un estadista y un conocedor de las finanzas tucumanas como nadie en los tiempos de abismos. A partir de ese gesto del ex presidente, por cierto, un guiño de mucho valor en la liturgia justicialista, durante el recorrido surgieron alianzas y traiciones, y el Partido Justicialista tucumano se convirtió en un hervidero de alucinaciones y temores. Nadie confiaba ni en su propia sombra, y pocos dirigentes estaban dispuestos a ceder su parcela de poder.
Audaz y buen entendedor, Alperovich recurrió a discursos rutinarios, combinados con la retórica de la calle. Intercedió con dinero para que su nombre figure constantemente en los medios de comunicación. A través de los medios o en sus prédicas cotidianas, sus palabras apelaban al bolsillo de la gente común. Lejos de ser expresiones fascinantes o encendidas, su modo de hablar sin pronunciar las eses o deformando los verbos hizo que los tucumanos lo sintieran como uno más de ellos. Nada diferente en cuanto al resto de la oferta política, aunque simulaba ser un hombre preparado, devenido del empresariado.
Alperovich no modificaba sutilmente su acento y sus cadencias en función del público. No es un políglota. Jamás lo fue. Se expresa de la misma manera en un almuerzo con empresarios o presidentes como lo hace delante de sus compañeros de palco en los partidos de Atlético Tucumán. Algunas veces, es cierto, intenta ser más tradicional y cuidado, pero su rapto de reserva le puede durar apenas unos minutos después del apretón de manos.
Previo a los comicios de 2003, los números de las encuestas le sonreían a Alperovich como a ningún otro candidato. Era un dato a no pasar por alto en hombres obsesivos de los informes de opinión pública, como lo son Duhalde, Miranda y Alperovich, aunque éste se preocupó por el poder de las cifras mucho tiempo después.
“A José Alperovich lo conocí en las elecciones legislativas nacionales de 2001. Miranda me había encargado medir a José Carbonell y Alperovich para decidir a quien llevaba como candidato a senador. José sacaba mucha diferencia. Desde entonces, trabajo con él”, reconoció Hugo Haime, el encuestador favorito de muchos dirigentes peronistas.
El pronóstico de Haime, como sucedió en 2001, no falló: Alperovich ganó y llegó a la gobernación de la mano del PJ después de haber sido legislador provincial por la Unión Cívica Radical (UCR), ministro de Economía de Miranda y senador nacional durante dos años, en los que fue compañero de banca de Cristina Fernández de Kirchner.
Justamente, en los tiempos del Congreso de la Nación, tuvo un fuerte contrapunto con la actual Presidenta por la expulsión de la Cámara Alta del sindicalista gastronómico Luis Barrionuevo, iniciativa que ella lideraba desde la Comisión de Asuntos Constitucionales, pero que Alperovich no compartió. El tucumano obedeció el mandato del entonces presidente de la Nación Eduardo Duhalde.
“Ser político era ser deshonesto”
Surgido del mundo empresario, a Alperovich se le abrieron las puertas de la política por su billetera sonriente más que por su virtud de ser un malabarista de las finanzas. Su decisión de involucrarse en política cambió para siempre su vida familiar. Así fue, definitivamente.
A León Alperovich nunca lo convenció plenamente la decisión de su hijo de volcarse de lleno a la política. De origen humilde y devenido en un exitoso empresario de automóviles, León temía un descuido en el rumbo de los negocios y las empresas familiares. Aunque su rechazo ocultaba otra razón: desconfiaba de la jerarquía de la dirigencia y le inquietaba el sólo hecho de pensar que el apellido corría el riesgo de caer en el sótano de las críticas y el desprestigio.
Por eso, cuando su hijo le informó, en 1995, que se postularía como candidato a legislador provincial, León intentó alguna sugerencia en vano que ni siquiera fue contemplada por José. El consejo de León se desvaneció inmediatamente en la nada. Sucedió lo mismo con la tibia intervención de Beatriz Rojkés, que tampoco observó con agrado que su marido aceptara tiempo después el Ministerio de Economía durante el mandato de Miranda.
“León siempre estuvo preocupado por lo devaluado que estaba la clase política. Pero luego se gratificó. Para los políticos, José era un tipo de corto plazo porque estaban Fernando Juri en la Legislatura y Julio Miranda en la presidencia del partido. Todos pensaban que era jaque mate. Después José demostró cierta habilidad”, se entusiasmó Jorge Gassenbauer, un alperovichista de la primera hora.
Nadie mejor que Beatriz Rojkés, la esposa de Alperovich, para detallar la metamorfosis. “Ni mis hijos ni yo ni nadie queríamos saber nada de que se metiera en política. José no tenía nada que ver. En su primera elección, como legislador, nos decía que matemáticamente era imposible que saliera elegido. Con eso nos tranquilizamos, pero después salió y le encantó. Para nosotros ser político era ser deshonesto. En una reunión familiar, mi hija mayor, Mariana, con 15 años, le pidió a su papá que antes de cometer un acto de corrupción pensará en ellos. Fue duro escuchar eso. No fue fácil”, recordó Rojkés, actual senadora nacional.
La irrupción en la política le permitió a Alperovich tomar distancia del contexto empresario en el que se forjó. “José se metió en la política porque quería dejar de ser conocido por ser el hijo de…Quería escribir su propia historia”, contó un radical que acompañó de cerca los primeros pasos de Alperovich en la política, como miembro del ya extinguido Ateneo de la Libertad.
“León se oponía en los comienzos a que José se metiera. Le decía que no tenía necesidad de meterse con los ladrones esos para ensuciar el apellido”, sostuvo el senador nacional Sergio Mansilla, uno de los hombres más cercanos al gobernador tucumano. Igual que Alperovich, Mansilla también había saltado sin escalas el cerco del radicalismo al peronismo.
Si bien León no quería que José fuera político, se dio cuenta que en menos de diez años su hijo ya había sido legislador provincial, ministro de Economía y Senador Nacional. Sin mucho que discutir y con instinto paternal, León estaba dispuesto a recurrir a la fortuna familiar para respaldar económicamente la campaña de 2003 y alcanzar la gobernación. Y así fue.
El desembarco
El día tan esperado por fin había llegado. El miércoles 29 de octubre de 2003 José Alperovich asumió como gobernador de Tucumán y Fernando Juri como vicegobernador en una ceremonia llevada a cabo en el Teatro San Martín. Sucedió así después de la victoria electoral del 29 de junio de ese mismo año con 271.579 votos, un 44,4 por ciento de los electores. Fue un triunfo por una diferencia abultada y considerable, que con el avance del tiempo se consolidaría cada vez más.
—Negrito, está tarde te subís al avión conmigo y juras hoy mismo en el Senado. No vaya a ser que te quedes acá y este te haga meter en cana, le susurró al oído Eduardo Duhalde a Julio Miranda bajo el inmaculado cielo del Teatro San Martín.
Unas horas después, el ex presidente y el gobernador saliente abordaron un avión de la Fuerza Aérea con rumbo a Buenos Aires. A las 19 de ese mismo día, Miranda juró como senador nacional por Tucumán, en reemplazo del flamante gobernador. Fue una suerte de enroque de cargos entre los dos gobernadores, el electo y el saliente. De esta manera, Miranda se refugió en los fueros que le otorgaba la banca en el Senado ante cualquier avance judicial por sus cuatro tormentosos años de gestión.
Despuntaba el mediodía en San Miguel de Tucumán. Habían pasado unos pocos minutos del discurso de asunción de Alperovich como gobernador de la provincia. En la sala aún hacían eco las palabras encendidas del flamante mandatario tucumano. El aire estaba tenso y parecía cortarse con el filo de una sevillana.
“La mortalidad infantil aumenta año a año, y si no le ponemos freno, el próximo año morirán 921 niños menores de un año”, entonó Alperovich durante un pasaje de su alocución, que duró unos 40 minutos. Continuó con el tema frente a los ávidos micrófonos de la prensa: “En Tucumán hay 20 mil barbaritas más que no se conocen”. Se refería a Barbarita Flores, una niña de diez años con desnutrición avanzada que conmovió al mundo por su aparición en los medios entre 2002 y 2003. En Barbarita se encarnaba la tragedia tucumana. Sus lágrimas retrataban el llanto del hambre.
Alperovich puntualizó su oratoria en referencia a la desnutrición infantil con la intención de distanciarse de su mentor, Julio Miranda, tristemente célebre en el contexto nacional por ser el gobernador en los tiempos de la escalada de los índices de mortalidad infantil.
Un tiempo después, Alberto Darnay, ex secretario de Desarrollo Social durante la gestión mirandista, responsabilizó a Alperovich por la desnutrición infantil. “Alperovich empieza a destruir a Miranda desde adentro del gabinete. Desde el Ministerio de Economía implementó la caja única para fijar las prioridades del gasto. En esa cuenta se depositaban los fondos nacionales para planes de acción social. El hacía trabajar esa plata y recién a los cinco o seis meses depositaba el dinero a los comedores. Así empieza a generarse el problema de la desnutrición”, indicó Darnay.
En su último discurso de apertura legislativa, el 1° de marzo de 2011, Alperovich volvió a la carga con el tema y otra vez tomó distancia: “El 29 de octubre del 2003, cuando asumí la gobernación, me enfrenté a esa dramática realidad que había dado una penosa notoriedad a Tucumán en los medios. La mortalidad infantil era la más alta del país: 25 por mil. Tras más de siete años de una dura lucha contra este flagelo hemos conseguido hacerla caer drásticamente al 13,1 por mil. La meta propuesta para el año 2020 es lograr una cifra inferior al 9,9 por mil”.
Miranda, al fin y al cabo, fue el hombre que facilitó la maquinaria peronista para que Alperovich alcanzara la gobernación. El historiador tucumano José María Posse describió de una manera particular al Partido Justicialista. “El PJ, no el peronismo —aclaró—, es una estructura política-electoral que se vende o alquila a quien tenga la billetera más abultada. Así surgió Alperovich”, opinó Posse.
El pensador Nicolás Maquiavelo hablaba de la traición como esencia de la política. Lealtades frágiles y palabras camaleónicas eran parte de la cotidianeidad tucumana. Con su retórica de asunción, Alperovich no hizo más que despegarse de su mentor.
“Es un hijo de puta. Dio otro discurso. No el que habíamos preparado con Jonhy Cúneo (Cúneo Vergés). Le pegó a Julio”, se lamentó Antonio Guerrero, otro de los pasajeros que voló imprevistamente a Buenos Aires en el avión de la Fuerza Aérea junto con Duhalde y Miranda tras la ceremonia en el Teatro San Martín.
En definitiva, el 29 de octubre de 2003, Alperovich cumplió el anhelo que tanto lo desvelaba desde su desembarco en la arena política, en julio de 1995, cuando había sido elegido legislador provincial por la UCR.
El poder, la desconfianza y el Mossad
—Señor, tiene que dejar su celular aquí, le ordenó la secretaria del gobernador a un empresario interesado en invertir en la provincia.
—¿Por qué?, preguntó el hombre de negocios, algo desorientado.
—Son órdenes del gobernador.
El 29 de octubre a la tarde José Alperovich ingresó por primera vez a su despacho del primer piso de la Casa de Gobierno. Desde ese día, la oficina del gobernador sufrió retoques. “Se judaizó el despacho. Sacó la cruz, sacó todo lo que no hacía a su religión”, manifestó un allegado a la familia desde los tiempos en que Alperovich era el presidente del Banco Noar, una entidad bancaria de la comunidad judía en Tucumán.
El rito ya había empezado en la asunción celebrada en el Teatro San Martín. Alperovich fue el primer gobernador en jurar sobre la Toráh. Además, el maestro orfebre Juan Carlos Pallarols había diseñado el bastón de mando con algunas particularidades. Hecho de madera de algarrobo, luce los símbolos de la provincia y de la familia Alperovich. Tiene talladas cuatro cañas de azúcar como alegoría de la industria madre de Tucumán y lleva las iniciales del gobernador, de sus cuatro hijos y una estrella, por la primera de sus nietas.
El bastón fue construido con apliques de plata (representa la mujer) y de oro (hombre) que, en su conjunción, expresan la familia. Además, posee dos leyendas. Una escrita en quechua (no robarás, no matarás, no serás ocioso) y otra en hebreo (bendito sea el nombre de Dios).
“José Alperovich proviene de una familia que era de la izquierda judía pro Moscú. Se origina del ala antisionista. León, su padre, es un judío profesante, a diferencia de su hijo. José juró sobre la Toráh porque era algo distinto, una forma de mostrar con orgullo su judaísmo”, afirmó Jaime Salamon, presidente de la Kehilá (comunidad judía) en Tucumán.
Durante las primeras semanas de la gestión circuló mucho por el mentidero popular una versión que afirmaba que los servicios de inteligencia de Israel habían desembarcado en la provincia. El dirigente peronista Enrique Romero abonaba esta teoría con expresiones divulgadas en los medios. Pero la verdad, fue otra.
“Como habían estado Miranda y Bussi en el mismo despacho, lo primero que hizo Alperovich fue limpiar todo. No confiaba ni en su sombra. Por eso recurrió a una empresa privada que se llamaba “el Mossad”. En la empresa trabajan ex oficiales y se encargó de supervisar que no hubieran micrófonos en la Casa de Gobierno por temor a las escuchas”, expresó Salamon, que además es prosecretario de la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA).
En verdad, a la empresa que habría recurrido el gobierno tucumano sería Security and Intelligence Advising (SIA), que estaba situada en la Capital Federal. Según su propia descripción SIA está compuesta por un equipo de expertos oficiales senior retirados de diversos servicios de seguridad e inteligencia (GSS) y de varias unidades de elite del Ejército de Defensa de Israel, y reúne un grupo altamente calificado de profesionales con años de experiencia sin igual en la evaluación, planificación y aplicación de programas de seguridad, inteligencia y protección.
“La SIA vino primero a inspeccionar el despacho del gobernador para verificar que no hubieran micrófonos ocultos. Luego, capacitó a mi gente, en lo que fue una capacitación común y corriente”, contó Carlos Suárez Vila, ex jefe de la custodia de Alperovich entre 2000 y 2007.
Desde entonces, nunca más se habló de las alucinaciones por posibles casos de espionaje.
Sin embargo, auditores del Tribunal de Cuentas y empleados del área contable de la Casa de Gobierno reconocieron que “el Mossad” continúa trabajando para Alperovich. “Escuchan los teléfonos, te siguen por la calle. A veces tenemos que hablar desde otros teléfonos o reunirnos a escondidas”, dijo un contador que sigue de cerca los números de la provincia. “Les pagan con los gastos reservados”, aseguró la misma fuente.
La mímesis con Kirchner
No había pasado el mes de gobierno y José Alperovich ya proyectaba a futuro con aires de eternidad.
— Che, gordo, habría que ir pensando en la reforma, le dijo Alperovich a Antonio Guerrero durante un almuerzo en Buenos Aires en un restaurant de la calle Posadas, en Barrio Norte.
— Yo estoy en contra porque fuiste un cagador, se enfureció Guerrero, todavía con algo de poder en el justicialismo provincial y aún bastante molesto por el discurso en contra de Miranda que Alperovich había proclamado en el acto de asunción.
“Desde muy temprano planteó Alperovich la necesidad de reformar la Constitución provincial, lo que me pareció algo apresurado porque veníamos de un intento de reforma que había terminado en un escándalo. No me opuse por mis aspiraciones, ya que era candidato natural a sucederlo, sino que lo hice porque la Legislatura estaba desprestigiada. Con el paso del tiempo, la ley salió clarísima e impecable”, contó Fernando Juri, el vicegobernador del primer mandato alperovichista.
Así como Santa Cruz, Catamarca y Formosa son las tres únicas provincias del país que habilitan la reelección indefinida, Tucumán, de la mano de Alperovich, innovó en esto de los mandatos continuos y extensos.
Cuando el tiempo de José Alperovich terminaba al frente de la gobernación, el mandatario reformó la Carta Magna para permanecer en el poder durante más tiempo. ¿Cómo lo hizo? Con mayoría en la Legislatura, reformó la Constitución en 2006, pensando a largo plazo. Habilitó la reelección por un período e incluyó una cláusula transitoria que establece que el mandato que estaba en curso al momento de la reforma, 2003-2007, no sería tenido en cuenta a los fines de la reelección. Así, Alperovich y una decena de legisladores, intendentes y delegados comunales que asumieron por primera vez en 2003 podrían estar tres mandatos consecutivos, mientras que el resto sólo podría estar ocho años en el mismo cargo.
Si bien desde sectores radicales activaron un planteo judicial, difícilmente el gobernador encuentre obstáculos y prohibiciones en su recorrido. La Justicia ya anuló uno de los planteos en una primera instancia. Además, la afinidad que existe entre algunos miembros de la Corte Suprema tucumana y el Poder Ejecutivo minan cualquier atisbo de rebeldía.
De esta manera, Alperovich podría ser gobernador hasta 2015 o 2019, en caso de que se estableciera una norma como la que rige en Santa Cruz, Catamarca y Formosa. Esto podría suceder, a pesar de que René Goane, vocal de la Corte, le espetó a sus colegas supremos: “La cláusula transitoria que pidió Alperovich es grosera, discriminatoria y anticonstitucional. La democracia necesita alternancia, no la reelección de por vida”.
Escribió el periodista Alvaro José Aurane en la edición del 8 de abril de 2004 del diario La Gaceta : “Desde el inicio de la gestión, el gobernador José Alperovich ha dado muestras de que, de manera consciente o inconsciente, tiene al presidente Néstor Kirchner como modelo de gobernante”.
Así como Kirchner traicionó a Duhalde, se puede afirmar lo mismo de Alperovich con Miranda. Ambos no ahorraron críticas con las gestiones pasadas, aunque hayan sido lideradas por sus antiguos socios políticos.
Tanto Kirchner como Alperovich sostienen una forma de gobierno personalista y sus funcionarios carecen de relevancia y brillo propio. “El siempre es el que decide y el que tiene la última palabra”, describió a su líder el ministro de Desarrollo Productivo de la provincia, Jorge Gassenbauer.
“En el gabinete no hay horizontalidad y están bien planteadas las jerarquías. Alperovich decide una cosa y sigue adelante con quienes lo quieran acompañar. O acompañan o acompañan”, destacó Fernando Juri.
“Yo no soy la que le puede torcer la decisión. Nunca lo convencí de nada”, afirmó Beatriz Rojkés, la esposa del gobernador.
Ese estilo personalista le produjo algunos cortocircuitos con algunos de sus colaboradores. Antonio Jalil había sido su mano derecha durante varios años. Incluso, desde antes que ingresara a la función pública. Jalil se despidió de la secretaría General de la Gobernación apenas pasaron las elecciones de convencionales constituyentes. En una entrevista para este libro reconoció que la razón de su ida había sido porque consideraba que su ciclo estaba cumplido. “Tengo otro estilo de conducir, me gusta trabajar más en equipo”, argumentó Jalil.
Otro ex funcionario, que aún mantiene un fluido diálogo con el gobernador, deslizó: “Es recontra personalista. No existen las reuniones de gabinete. Los ministros le temen porque pueden perder el cargo. Eso significa quitarles el poco poder que tienen: posibilidad de nombrar gente, manejo de guita o tener mejores oportunidades políticas. Siempre hay más para ganar y cuando se prueba el dulce de leche, no querés que te lo quiten”.
Por prudencia o por no alterar el ánimo de Alperovich, los funcionarios de Casa de Gobierno se reúnen con periodistas, muchas veces, a escondidas del jefe. Las declaraciones en off the record pueblan las noticias de los diarios de la provincia.
“Hay una diferencia entre leales y obsecuentes. La lealtad es una virtud y la obsecuencia es un defecto. Nunca la obsecuencia puede ser una virtud”, pensó un ministro que acompaña a Alperovich desde 2003.
En el mar de coincidencias entre el santacruceño y el tucumano, se destaca la ambición de poder y su afán, casi desquiciado, por colonizar territorios ajenos y atropellos contra las normas y los procedimientos administrativos del Estado.
“Es un tipo muy vivo, muy astuto, con un olfato bastante desarrollado, muy intuitivo, pocos escrúpulos y una enorme vocación de poder”, agregó un ex funcionario consultado en dos oportunidades para este trabajo.
En su segundo mandato, Alperovich contó con una mayoría aplastante en la Legislatura y nombró a un amigo y ex funcionario suyo como presidente de la Corte Suprema: Antonio Estofán. Repitió la jugada con el ascenso de Daniel Posse al máximo tribunal de Justicia. Además, alineó el discurso de la mayoría de los medios de comunicación de la provincia en sintonía con el mensaje oficial.
“Alperovich alcanzó una hegemonía tal que en su discurso expresa que la única oposición es La Gaceta. Hubo un contagio nacional: periodismo independiente igual a oposición”, deslizó José Pochat, gerente general del diario La Gaceta desde 1997.
Amante de las medidas efectistas, tanto como lo era Kirchner, Alperovich hace culto de la gestión. Se muestra activo y vivaz, incluso cuando su estado de salud le pasa alguna factura inesperada.
Si bien Alperovich se mira en el espejo kirchnerista, evocó en su discurso de asunción que tiene a cuatro referentes domésticos: “Quiero recuperar la visión transformadora del mayor Carlos Domínguez, el primer gobernador peronista; la fuerza hacedora de Celestino Gelsi; el temple y el coraje de Amado Juri, y la sensibilidad social de Fernando Riera”. En verdad, la cúspide de su ambición, es ser recordado como el mejor gobernador de todos los tiempos. Así lo manifestó en algunas entrevistas periodísticas.
A un lado las diferencias y semejanzas con otros políticos, Alperovich construyó un estilo propio y particular, que se encarna en la informalidad y en su manera de ser. Es carismático y comprador. En ocasiones desconoce los límites del respeto y el protocolo. Es mal hablado y tiene aires de bom-vivant. Es capaz de abrazar y besar a un presidente en el primer encuentro. Tras el apretón de manos, puede hablar sin filtros como si su interlocutor fuera un conocido de toda la vida. En sus códigos, no existe el tuteo. Jamás. “José es así”, coincidieron en su entorno más íntimo.
Políticamente, el mejor caso para retratar su manera de ser son las reuniones diarias de gabinete que se llevan a cabo durante la mañana en su domicilio de la calle Crisóstomo Alvarez, a unos pocos pasos del Parque Guillermina.
Son mitines políticos en los que a veces participan hasta sus hijos. Se hacen habitualmente en el salón contiguo a la cocina, con vista al jardín. Hay una rueda de mates que nunca gira. Sólo toma Alperovich. Norma, su empleada de siempre, le alcanza el termo con agua caliente, él se ceba y absorbe. Es capaz de tomarse dos litros de mate en una mañana.
En las reuniones suele participar, con muy bajo perfil pero con gran participación en las decisiones, la perra del gobernador. Al animal le consulta sobre distintas cuestiones de la gestión. Insólito. Sólo se entienden entre ellos. Los funcionarios y periodistas que frecuentaron los primeros días de gobierno no podían creer cuando el mandatario le preguntaba a su mascota, llamada Magui, qué opinaba sobre determinado tema. Al poco tiempo ya se había tornado una costumbre. El caniche del gobernador también es su cábala. Las elecciones presidenciales de 2003 se realizaron antes que las provinciales. Alperovich y Miranda, alineados por Duhalde, jugaron para Néstor Kirchner. La posición de Alperovich era más por conveniencia que por convencimiento. Nunca imaginó que el santacruceño podía llegar a la Casa Rosada. Aquel día, Alperovich esperó los resultados de los comicios con su perra en brazos. Así salió retratado en una fotografía en el diario La Gaceta del día siguiente.
De las reuniones de gabinete en la residencia del gobernador suelen participar ministros y secretarios de primer rango, y a veces intendentes y legisladores. Todos hombres de confianza, un requisito indispensable. También está su esposa Beatriz, quien prefiere desayunar en la habitación, situada en el primer piso del hogar. Alperovich y su equipo suelen comentar con ironía el contenido de los diarios y se habla de la pavimentación de calles como la principal política de Estado del Gobierno. Hasta el ministro de Salud, Pablo Yedlin, se jacta de ser un experto en el tema al lado de los popes de Vialidad Nacional, también de asidua presencia en la casa del gobernador.
Desde su residencia, Alperovich planifica la actividad del día vestido de pijama o de jogging ante la mirada débil de sus funcionarios. “A veces, hasta asiste en calzoncillos y se rasca las bolas. El es así. No le da vergüenza y para nosotros ya es normal”, confesó un alperovichista de la primera hora y de asistencia casi perfecta a este tipo de reuniones.
La rutina continúa a media mañana. Subido a una combi blanca manejada por Daniel, conocido como “El Mago”, el gobernador y parte de su comitiva recorren obras públicas y hacen anuncios rimbombantes y cortes de cintas delante de las cámaras de televisión. “Hay que mostrarse activos, siempre”, es el eslogan favorito de los alperovichistas. Poco antes del mediodía, el mandatario desembarca en la Casa de Gobierno, a donde regresará por la tarde, después del almuerzo en su casa y hacer ejercicios en el Parque Guillermina. Así son casi todos los días de Alperovich desde el 29 de octubre de 2003.