Por Antonio Caponnetto
Amigos:
En el número 107 de Cabildo (enero-febrero 2014) publiqué la presente nota. Bastante
más ampliada y retocada la hago circular ahora por este medio, con la esperanza
de que pueda prestar algún servicio.
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El próximo
19 de marzo, Festividad de San José, se cumple un año de la asunción pontificia
del Cardenal Bergoglio.
Otros estarán capacitados para hacer
un balance exhaustivo, completo y erudito. Lo esperamos con necesidad
espiritual. Otros no querrán hacerlo, limitándose a un aséptico encogimiento de
hombros, a una aprobación irrestricta y apriori de carácter papolátrico o a una
condena en bloque de todos sus dichos y quehaceres; y otros –me temo que los
más- se desvivirán en panegíricos de burdo tinte mundano, como ya viene
sucediendo para desconcierto de la católica grey, pues tales encomios gozan del
beneplácito del homenajeado, o al menos de su tácita aquiescencia. Lo que no
resulta aconsejable para ninguna práctica de la tan declamada humildad.
De mi parte –y hablo deliberadamente
en primera persona, pues no quiero involucrar a nadie en este juicio- debo
decir, con genuino dolor de súbdito, que lo que he podido analizar
objetivamente hasta hoy confirma y potencia cuanto escribí en su momento en mi
obra La Iglesia
traicionada, editada en el año 2010.
En efecto, el Cardenal Bergoglio,
devenido ya en el Pontífice Francisco, es un hombre que conspira contra la Verdad. Y lo hace de los cuatro
modos posibles más comunes: por vía de la
mentira, del error, de la confusión y de la ignorancia.
Como los ejemplos se multiplican,
para nuestra hiriente desazón y pesadumbre impar, sólo pondremos un caso: su tratamiento de la cuestión judía. Y
como este tratamiento tiene su vez un
sinfín de facetas –desde dedicarles públicas ternezas a los hebreos que a otros
católicos se les niega, hasta permitirles sus ritos cultuales en el Vaticano,
acompañando activamente los mismos; desde remitirles misivas con un afecto no
simétrico hacia los descalificados por “cristianos restauracionistas”, hasta
felicitarlos por sus fiestas, aunque ellas supongan la virtual negación de
Cristo como Mesías- nos limitaremos a lo enseñado en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium; esto es, a una
expresión formal, institucional y oficial de su magisterio petrino.
-Es mentira que la Alianza entre Dios y el pueblo judío “jamás ha
sido revocada” (Evangelii Gaudium, 247).
Se prueba de muchas y complementarias formas –yendo a los Padres, a los
Doctores, a los Santos, a las encíclicas, los concilios, las bulas, los textos
litúrgicos, a Tomás de Aquino y al Catecismo de primeras nociones- pero está
dicho en la Sagrada Escritura,
sin posibilidades de equívoco. De modo expreso, por ejemplo en Hebreos 8,6-9:
“porque ellos no permanecieron fieles a mi alianza, y yo me desentendí de
ellos, dice el Señor”. “Mirad, días vendrán, dice el Señor, en que concluiré
una alianza nueva con la Casa
de Israel y con la Casa
de Judá, no conforme a la alianza que
concerté con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la
tierra de Egipto” (Jeremías, 31, 31-34). Y de modo no menos expreso, pero con
lenguaje simbólico, queda probado en la Parábola de la Higuera Estéril
o de Los viñadores Homicidas.
No; es exactamente al revés: la Alianza fue revocada; lo
que no quiere decir –como bien lo explica el Apóstol- que la misericordia de
Dios no pueda reinjertar a los israelitas contritos, conversos y vueltos
humildemente hacia el Autor de la
Vida que “matásteis”(Hechos 3,13-15) y al Señor de la Gloria que “crucificásteis”
(I Cor.2,8).Se supone que para eso estábamos hasta hoy, entre otras cosas, los
católicos, para procurar la conversión de los judíos, no para mantenerlos en
sus idolatrías, agasajándolos con comida kosher.
-Es error sostener que “creemos juntos [católicos y judíos] en
el único Dios que actúa en la historia, y acogemos con ellos [los judíos]la
común Palabra revelada” (Evangelii
Gaudium,247).
El único Dios que actúa en la
historia es Jesucristo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
Ni un catecúmeno de parroquia barrial puede desconocer que los judíos no creen
en la Santa Trinidad,
ni en Jesucristo como verdadero Dios Hijo del Padre. Y no pueden creerlo,
precisamente porque rechazan una parte sustancial de la “Palabra revelada” que
es el Nuevo Testamento. La “común Palabra revelada” que podríamos tener, si por
ella se alude al universo veterotestamentario, está toda ordenada, encaminada y
dirigida a la aceptación de Cristo, como desde siempre enseñó el Magisterio.
Luego, al negar los judíos su natural y sobrenatural coronación y desenlace,
deja de ser un patrimonio “común”. Por el contrario, se convierte en crucial y
dramática divisoria de aguas.
-Es confusión afirmar que “si bien algunas convicciones
cristianas son inaceptables para el Judaísmo”, igual podemos “compartir muchas
convicciones éticas y la común preocupación por la justicia y el desarrollo de
los pueblos” (Evangelii Gaudium, 249).
La confusión es presentar “las convicciones cristianas” con un cierto aire de
lamento o de reproche hacia las mismas, por no permitir una comunión más plena
y totalizadora con los israelitas. La confusión es partir de la base de que
“las inaceptables” para el Judaísmo, son “algunas” de nuestras “conviciones”, y
no las formulaciones dogmáticas del Credo,
empezando por la que dice: “Et in Iesum Christum,
filium eius unicum, Dominum Nostrum”. La confusión es pensar que “la común
preocupación por la justicia” se puede mantener en pie si el Verdadero Dios no
es la fuente y la razón de la
Justicia; si las “convicciones éticas” no remiten del ethos
al nomos y al logos divinos de Jesucristo. La confusión es hablar del “desarrollo
de los pueblos” como supuesto factor de unidad, cuando no es ni puede ser el
mismo el concepto de desarrollo popular
para quien niega o acepta la Reyecía Social
de Jesucristo. La confusión es pensar que podemos obrar en común en acciones
inmanentes y temporales, cuando nos separan tajantes e irrevocables diferencias
trascendentes e intemporales. La confusión, en suma, es no querer advertir ni
manifestar que esas obstaculizantes convicciones no son materia opinable. Han
sido pagadas al altísimo precio de la sangre derramada en el Calvario. Efusión
en la cual, los judíos, cumplieron y cumplen el trágico protagonismo de
verdugos.
-Es ignorancia “lamentar sincera y amargamente las terribles persecuciones de las que
fueron y son objeto [los judíos], particularmente aquellas que involucran o
involucraron a cristianos (Evangelii Gaudium, 248). Es ignorancia de los innúmeros fraudes con
que han enmascarado y enmascaran esas presuntas persecuciones. Es ignorancia de
la peligrosa teología dogmática hebrea sobre el holocausto, que destrona a
Cristo como víctima para colocarlo como victimario. Es ignorancia del carácter
teórico y práctico de persecutores activos que han ejercido los hebreos contra
los cristianos, y que aún hasta hoy siguen ejerciendo. Es ignorancia del
historial de crímenes y de latrocinios mediante los cuales Israel se constituyó
en Poder Mundial. Es ignorancia de las Actas
de los Mártires, de los Hechos de los
Apóstoles y del santoral pasado y presente que incluye un sinfín de
víctimas de la vesania judía. Es ignorancia incluso de que la plana mayor del
judaísmo “argentino”, recibida cordialísimamente por el Papa, no sólo
representa las antípodas de un supuesto ideal de Iglesia de los pobres, puesto que sus miembros constituyen una
voraz oligarquía, persecutora y expoliadora de los que menos tienen, sino que
es responsable ineludible de un sinfín de ataques y de vejámenes a las
instituciones y tradiciones cristianas de la patria. ¡Cuánto habría que decir
al respecto!¡Y cuánto de lo sucedido recientemente por culpa y causa de ellos!
¡Qué cantidad de imperdonables olvidos comete Francisco frente a estos
personajes siniestros, al sentarlos a su mesa sin pedirles el más mínimo acto
de contrición por la larga lista de iniquidades perpetradas!
Mentira,
error, confusión e ignorancia. Se analice el tema que se analizare, tras un
año de pontificado, estas son las cuatro y trágicas notas dominantes que
aparecen. Quede en claro que hemos tomado apenas un ejemplo representativo.
Tomar el conjunto demandaría mucho más que esta nota. No nos place ser
cronistas de la apostasía; quisiéramos acaso merecer el anhelo de ser testigos
de la Verdad.
Respuestas rápidas a preguntas difíciles
¿Quiere
decirse con lo antedicho que no hubo nada bueno durante este año de
Pontificado?
Cuanto de bueno se hizo o se pudo
haber dicho no lo ignoramos ni nos cerramos a que se nos lo haga notar. Mucho menos juzgamos intenciones, y en
absoluto es éste un juicio al Papado o ad personam. El que no quiera
entender la diferencia es, redondamente, un necio. Sólo vemos con dolor y preocupación la prevalencia de las funestas
notas características ya enunciadas. Prevalencia recurrente, dañina y
generalizada. A la par que “lo bueno” ejecutado es lo que obviamente se supone
que, como mínimo, debe manifestar un Pontífice o cualquier bautizado fiel. De
todos modos, en buena hora puedan señalarse bondades; y no nos las quite el
Señor. Antes bien las incremente.
¿Basta
esta constatación real o potencial de lo bueno para tranquilizar las
conciencias?
Conformarse cada vez con menos es el principio del pecado de la tibieza,
según Santo Tomás. Mala cosa si hemos llegado al punto de darnos por satisfecho
porque el Papa aún sigue rezando el rosario. Mala cosa si, en virtud de este
conformismo absurdo, seguimos callando lo que indefectiblemente ha de ser dicho.
Mala y pésima cosa si seguimos forzando la hermenéutica de la continuidad, allí
donde se manifieste la alevosa, culpable y patética ruptura. Si hay algo que ya
no se soporta es el malabarismo de aquellos que
–a veces con santo afán, otras con irresponsable torpeza- siguen
haciendo de cuenta que todo cuanto acontece en Roma es normal y corriente. Como
si el anuncio del Anticristo y de sus fieras propedéuticas fuera un cuento de
los hermanos Grimm. Tampoco se soporta la irresponsabilidad de los otros que
ven al mismísimo demonio tras absolutamente todos y cualesquiera de los
detalles de cuanto acontece hoy en el Vaticano. Que haya entrado el humo de
Satán y que no se haya declarado su expulsión ni constatado su retirada, es una
cosa. Y gravísima, por decir lo
menos. Pero de allí tampoco se sigue que hay un diablo escondido tras cada
pliego de los cortinados curiales.
¿Pero
algunos o todos estos extravíos señalados no vienen de lejos, o de las últimas
décadas, y aún del pontificado de Benedicto XVI?
Por cierto que sí. Lamentablemente
así son las cosas; aunque lo legítimo sería matizar juicios y lo prudente
graduar responsabilidades con sumo cuidado. Mas en este año transcurrido los
tales extravíos se han exacerbado, radicalizado y popularizado, y han gozado de
la horrorosa pleitesía y de los aplausos del mundo y de la Jerarquía Eclesiástica
como nunca antes. De allí la perentoriedad e inevitabilidad de referirnos al
tema, con tono imprecatorio y urgido. Por eso, es cierto, no es ésta la primera
vez que hablamos; y es de temer que no podrá ser la última.
¿Nosotros
somos la derecha yanki que acusa al Papa de comunista?
No; que no se nos confunda con
liberales asustados ni con modernistas prudentosos, ni con conservadores
escandalizados, ni con arqueologistas de la Fe o neoconservadores de sus prebendas. Ojalá el
Papa hablara más y mejor sobre las verdaderas raíces teológicas y los
auténticos responsables del Imperialismo
Internacional del Dinero, al que supo referirse Pío XI. Ojalá se diera
cuenta de que su denostada usura la practican aquellos a los que sienta a su
mesa, kipá insolente en ristre. Ojalá tumbara con el cayado firme en la diestra
a tantos calvinistas santones encerrados en prelaturas y a tantos fabricantes
de vocaciones que terminan siendo mercaderes de conciencias y de patrimonios.
Pero la verdad es que, al menos y en
principio, desde una perspectiva católico-argentina (legítima perspectiva,
porque Francisco no es un ser desgajado de nacionalidad y hace lo posible para
que se note), el Papa obra como lo que se conoce técnicamente “un compañero de
ruta” del Comunismo. Basta leer la obra de Nello Scavo, La lista de Bergoglio. O de considerar la actitud conciliadora y
amable que tiene para con la tiranía marxista de los Kirchner, cada vez más
culpable de corrupciones múltiples y de idelogismos castristas. Su conducta en
este ámbito, como en otros análogos, puede ser calificada de escandalosa, a
fuer de oportunista, de contemporizadora con lo políticamente correcto y de
tolerante frente a descarados agentes del gramscismo. No hay representante
destacado de las izquierdas nativas o internacionales que no haya encontrado un
interlocutor válido y un hospitalario anfitrión en Francisco. Y hasta no hay
degenerado multimediático o estulto futbolero que no haya sido acogido en su
regazo. Los réprobos parecen ser quienes queremos estar en las antípodas, o a
quienes él juzga como tales. Hasta ridiculizaciones o desaires públicos les ha
aplicado en ocasiones, faltando a la mentada misericordia.
¿Hay antecedentes
de pontífices tan mal encaminados?
Unos cuantos a lo largo de toda la historia de la Iglesia. Quien estudie, por
ejemplo, el llamado Siglo de Hierro,
difícilmente entenderá cómo la
Barca sobrevivió a tamaños desafueros. ¿Pero no eran sólo desarreglos morales el de aquellos Papas, dejando a
salvo la integridad doctrinal? No necesariamente fue así. Varios de esos
pontífices que consumaron acciones malas, las hacían porque primero había en
ellos una traición a la doctrina católica. Erraron en sus actos porque
traicionaron enseñanzas, definiciones, doctrinas y principios de la Iglesia. Incluso principios ortodoxos por ellos mismos
definidos. El Magisterio quedó comprometido, la Fe lastimada. Y hasta sucedió
en ocasiones lo predicho por Nuestro Señor: “heriré al pastor y se dispersarán
las ovejas” (Mt. 26,31). ¿Esto no es mal
de muchos, consuelo de zonzos? No; esto es tomar a la historia como maestra
de vida, a la esperanza como guía insustituible; y es no olvidarse de dos
promesas del Señor. Una, que rezaría por Pedro para que no desfalleciera su Fe.
Otra, que las fuerzas del infierno no prevalecerán. Creemos firmísimamente en
ambas promesas de Jesucristo.
¿Francisco responde
a un plan para destruir a la
Iglesia?
No puede extrañar que haya más de un plan atentatorio contra la Esposa de Cristo. Se
conocen unos cuantos a lo largo de la historia y del presente, y rechazar su
existencia por el sólo prurito anti-conspirativista sería tan desacertado como
ver un complot en cada solapa tenuemente levantada.
Hay al respecto un hecho que llama la atención. Tiene
su fuente precisa y pública de documentación. El artículo The word from Rome, de
John Allen Jr., aparecido en The
National Catholic Reporter, el 21 de enero de 2005.
Sucedió
que uno de los más encumbrados rabinos de Israel, Joseph Ehrenkranz, tuvo a su
cargo la co-organización de un encuentro judeo-católico, que se llevó a cabo en
Roma primero, con la anuencia y la bendición presencial de Juan Pablo II, y en
Auschwitz después, con la comitiva orando y comiendo en común. Los
obispos católicos asignados al suceso estaban presididos por el Cardenal
Keeler, de Baltimore y el Arzobispo Timothy Dolan, de Milwaukee. Vuelta la
singular entente judeo-católica a Roma, fue recibida y agasajada por la Comunidad de San Egidio. Allí entonces, y a modo
de epítome del extraño tour, tomó la
palabra el susodicho Ehrenkranz, y dijo: a) que sería difícil
mantener esta unión judeo-católica tras la muerte de Juan Pablo II, pues habría
que hallar a alguien "con su misma sensibilidad" al respecto;
b) que la hipótesis de un futuro Papa latinoamericano dificultaría algo más el
proyecto, pues los latinoamericanos están menos experimentados en esto
diálogos; c) que "una excepción, sin
embargo, sería el Cardenal Jorge Bergoglio, el Cardenal jesuita de Buenos
Aires" (sic).
La conclusión parece obvia. Ocho años antes de
que el Cónclave lo eligiera Papa, el Kahal ya había puesto sus esperanzas en
él. Y dos cosas tristes no deberían dejar de decirse aquí: que el Kahal no ha
sido nunca ajeno a los planes contra la Iglesia; y que, a juzgar por las evidencias
diarias, los altos mandos judíos y masones están conformes con la gestión del
Papa Francisco. Al menos hasta este primer aniversario de su nombramiento.
¿Se puede decir que Francisco es un hereje? San Pío X, en la pregunta 229 de su Catecismo
Mayor, nos dice que el hereje es el que niega "las definiciones ex
catedra del Papa", o el que "rehúsa con pertinacia creer alguna
verdad revelada por Dios y enseñada como de Fe por la Iglesia, por ejemplo los
arrianos, los nestorianos y las varias sectas protestantes". Según esta
definición, Francisco no ha negado hasta ahora una definición ex
catedra, como la Asunción de María a los Cielos, ni alguno de los 14
artículos del Credo, como la creencia en la resurrección de la carne, ni
alguna verdad revelada como el misterio de la Trinidad. Ergo,
llamémoslo con palabras duras y veraces, pero en principio no estaría
imposibilitado de ser Papa por ser hereje, según la tradicional doctrina
católica.
Es cierto no obstante
que el Cardenal Bergoglio, en tanto tal, arrastra un triste historial de
promoción de heterodoxias y de sincretismos desconcertantes cuanto funestos, y
que el festival babilónico de la inter-religiosidad lo ha tenido como partícipe
activo. Y es cierto que también dice San Pío X (Pregunta 177 de su Catecismo Mayor) que
"los que rechazan las definiciones de la Iglesia, pierden la Fe y se hacen herejes". Con lo que no resultaría impropio llamarlo a Francisco heretizante y sujeto en tan delicado
terreno a rodar cuesta abajo, hacia una pendiente aún más escabrosa. No lo permita
Dios, y oremos devotamente por ello, pero tómese cabal conciencia de la
delicada situación que vivimos al tener a un hombre con estos atributos en la Sede de Pedro.
La Sede, entonces, estaría
privada de un Papa sabio, ortodoxo, defensor de la integridad de la Fe y de la recta y segura
doctrina católica, apostólica y romana. También de un Papa con talante señorial
y jerárquico, pero ese es otro tema. Es demasiado lo predicho como para
permanecer mudo o indiferente. Es demasiado como para no dar, filial y
amorosamente, la voz de alarma. Es demasiado como para no irrumpir en llanto. Y
por si nadie lo ha advertido, de eso se trata: de la inefable tristeza que
expresara el Dante con su famoso verso: “¡oh navecilla mía, que mal cargas!”. “Cuando estas cosas comenzaren a suceder,
cobrad ánimo y levantad vuestras cabezas” (Lc. 21,28). Procuramos tomar este
consejo del Señor y cumplirlo; pero al levantar la cabeza no se nos pida que la
mirada no esté nublada por el llanto. Somos peregrinos esperanzados, no titanes
insensatamente triunfalistas.
¿Cabe una lectura parusíaca de cuanto ocurre?
Creemos firmemente que sí, y lo hemos
escrito en ocasiones. Aunque pocos al respecto más entonados que Federico
Mihura Seeber para dilucidar estos aspectos. La posibilidad de estar viviendo
en la Iglesia de
Laodicea no es un despropósito. La posibilidad de la presencia del
Anticristo entre nosotros, y de sus anunciantes, servidores o preparadores del
terreno, aún entre los primeros dignatarios eclesiásticos o empezando por
ellos, tampoco. Decir tales cosas no es ser pesimista ni aguafiestas (a no ser
que echemos agua a la fiesta del mundo, en cuyo caso estaríamos cumpliendo con
nuestro deber). Muchísimas veces recordamos con Castellani que el Apocalipsis
no es una novela de terror sino un libro de Esperanza. Es hora de poner en
práctica este dictus castellaniano.
Epílogo galeato
Recuerdo, a modo de
cierre, que esta es una nota periodística escrita a título personal. No es el
dictamen de una Junta de Teólogos ni el motu
proprio de una Sagrada Congregación, sino la opinión de un laico católico, perplejo y dolorido por
cuanto ocurre. Si falla mi juicio y con
razones se me enmienda, los argumentos rectificatorios no me hallarán indócil.
Pero no discutiré más con papólatras obtusos, ni con los defensores de lo
indefendible, ni con los que dan lecciones de “extremo coraje” o “suprema
coherencia” amparados en el anonimato, ni con chiquilines o maduros que no
entienden ni atienden. Si más no digo en mis exposiciones sobre estos temas, no
es porque me paralice alguna debilidad, de las tantas que humanamente pueden
quebrarme. Es, sencillamente, porque sólo sostengo aquello de lo que me cabe el
más seguro convencimiento posible, intelectual y moral.
A mí –de carne y hueso,
de nombre y apellido, de cara públicamente expuesta- me persiguen los obispos
putoides, el curerío felón y las sedes episcopales capturadas por inauditos malandras.
A mí, supuesto línea media según los
paladines del inquieto mouse, me guillotinan los libros para que no circulen
(hablo sin metáforas), me cierran las parroquias para que no disponga de
ámbitos católicos desde los cuales expresarme, y hasta me llegan amenazas
larvadas de excomuniones diocesanas. No obstante, temo más a convertirme en un
perro mudo que a la jauría eclesial, cebada hoy y dispuesta a las peores
mordeduras.
Aconsejo rezar piadosamente
por el Papa. Rezar hasta el alba y rezar durante el día entero. Pedir por la
rectitud de sus intenciones y de sus resoluciones. Conservar la cabeza sobre
los hombros, sin ceder a las tentaciones de los que se han fabricado una
eclesiología propia. Priorizar la vida contemplativa. Participar de la belleza
litúrgica. Implorar al Cielo un cambio de rumbo. Aceptar la voluntad de Dios si
nos ha tocado enfrentar un tiempo de apostasía. Gritar entonces desde los
tejados todo lo que corresponda para salvar el honor de la verdad, hoy
conculcada y vilipendiada. Cumplir con las obras de misericordia, para que no
pueda acusársenos de desoír la voz de quien con todo derecho nos lo pide.
Perder el miedo a ser tomado de desobediente o de alarmista. Y sobre todo, no
dejarse vencer por la mentira, el error, la ignorancia y la confusión.
Permítaseme elevar, una
vez más, como lo hice un año atrás, ante la extraña dimisión de Benedicto XVI,
esta
Oración a San
Pedro
Ecclesia mergi non potest
San Agustín, Sermón 252
Tenías puesto un mote pero te fue
cambiado,
ya no el Simón hebreo: quien oye y obedece,
las manos que religan los nombres y el
destino,
te bautizaron roca, la que no se
estremece.
Tenías por la sangre un firme
apelativo,
aquel que de Jonás se origina y
procede
pero quien iba a darte el pábilo y la
lumbre
te dio por nombradía la piedra que no
cede.
Tenías una patria, en la agreste
Betsaida
conminada a la pena de cilicio y
ceniza,
pero un nuevo linaje te darían en
Roma,
el gallo por escudo, las llaves por
divisa.
Tenías un oficio en playas galileas
donde redes y peces se batían en
lucha,
pero te fue quitado, y otra barca sin
anclas
desde entonces tus voces obedece y
escucha.
Tenías una espada que equivocó el
momento
de talar enemigos o imponer la
justicia,
te alistaron en cambio ejércitos
perennes,
la invisible victoria de la aérea
milicia.
Tenías una vida de nauta sin borrascas
-las orillas seguras, el velamen
riente-
pero te fue exigido navegar mar
adentro
y enfrentar al que brama como león
rugiente.
Tenías una muerte previsible, serena,
tal vez en una noche de musical
adagio,
te pidieron la sangre clavado a la
madera,
Orígenes lo cuenta, lo pintó
Caravaggio.
Tenías la exigencia del amor navegante
seguro en la cubierta, casi un gesto
cobarde,
te volvieron testigo del Amor
abrasado,
un amor que tres veces te examina en
la tarde.
Nombre, patria u oficio; espada, vida
y muerte,
la calma de la arena o la sombra de un
cedro,
la juventud viajera, la vejez
peregrina,
desde que fuiste Suyo, nada fue tuyo,
Pedro.
Danos en esta hora de vigilia y
quebranto
la esperanza de un puerto, el frescor
del olivo,
sotérrense las puertas del infierno y
se escuche:
¡Señor, tú eres
el Cristo, el Hijo de Dios Vivo!
)