Por Jorge R. Enríquez (*)
Sería muy extenso un inventario
de los traspiés que, por propia decisión, sufrió la señora de Kirchner durante
su tour por los Estados Unidos.
El contenido de su presentación
fue muy pobre, pero en estos casos todavía más que los aspectos sustanciales
importan las formas.
En primer lugar, llegó casi una
hora tarde. Si en la Argentina eso ya hubiera quedado mal, en los Estados
Unidos es una falta de urbanidad grave. En nuestro país, todos somos -unos más,
otros menos- algo impuntuales. Casi todos toleran en cierta medida esa
descortesía, porque los que la sufren en alguna ocasión la provocan en otra.
Pero en el país que la presidente visitaba, ya una demora de 5 o 10 minutos es
mal recibida.
A ese tropiezo inicial se sumó
una exposición improvisada de una hora y media, sin ningún hilo argumental
consistente, una mera acumulación de lugares comunes, de slogans y de
desmesurados elogios hacía sí misma.
Luego, con la ronda de preguntas,
vendría el plato fuerte. Algunos estudiantes, argentinos y de otros países, le
preguntaron a la primera mandataria argentina sobre un puñado de temas que son
de interés general en nuestro país. No fueron preguntas muy complejas, ni
tocaron cuestiones incómodas, como la relación con Irán, la situación de Amado
Boudou o el incierto destino de los fondos de Santa Cruz, pero igual
descolocaron completamente a Cristina Fernández.
Acostumbrada a monologar ante
auditorios complacientes, que la aplauden fervorosamente con independencia del
contenido de lo que diga, la presidente no se sintió cómoda ante preguntas que
la sacaban de su libreto habitual.
Y reaccionó de la peor manera:
descalificando a los estudiantes que le preguntaban, poniendo en duda su
inteligencia o sus intenciones, pretendiendo ningunearlos o haciéndolos objeto
de ironías de escaso nivel. Sólo los aduladores de las primeras filas
–ministros, empresarios y otros
funcionarios- se reían y festejaban las "salidas" de la presidente
argentina; la mayoría del público, integrada por estudiantes, aplaudía las
preguntas.
Ese ambiente poco amigable para
su altanería la hizo incrementar su fastidio. Imaginó un complot urdido por
Magnetto, el CEO del Grupo Calrín. Trató, entonces, a los estudiantes con un
maternalismo sobrador, inimaginable en Harvard. Les faltó el respeto al negar
la "calidad académica" de sus preguntas ("Chicos, estamos en
Harvard...no en La Matanza") y de paso ofendió gratuitamente al distrito
que le provee su mayor caudal electoral.
En cuanto al contenido de sus
respuestas, la negación de la realidad fue lo más saliente. Así desde negar el
cepo cambiario a desconocer la inflación, transitó un sendero plagado de
falacias.
En relación al flagelo que corroe
el bolsillo de todos los argentinos, agregó un dato desopilante: que si la
inflación fuera del 25% anual, la Argentina saltaría por el aire.
De hecho, nuestro país tiene esa
inflación y no salta por el aire, pero sufre diversos y crecientes problemas
económicos, como la pérdida de competitividad, la caída de exportaciones y la
baja del salario real, el consumo y el empleo.
Que la inflación es de ese orden no lo duda
nadie en nuestro país, ni el propio gobierno que homologa aumentos salariales
de una magnitud similar.
Mientras tanto, se persigue a
consultoras y asociaciones de consumidores que simplemente reflejan lo que
cualquier argentino - salvo, tal vez, los que viven en mansiones australes y
sólo se trasladan en aviones o helicópteros - ve en el supermercado.
En ese marco, los avances sobre
las libertades individuales, el atropello permanente a la Constitución Nacional
y a las instituciones de la República son moneda corriente.
¿Qué hace la oposición?
Cualquiera de nosotros escucha
casi a diario esta pregunta, por parte de quienes desean una alternativa al
actual "modelo".
La afirmación implícita en el
interrogante es que la oposición hace muy poco, que no cumple
satisfactoriamente su deber.
Hay cierta injusticia en ese
juicio. En primer lugar, no se puede hablar de "la oposición", como
si se tratara de una entidad homogénea. Hay muchas oposiciones y hay, entre
ellas, además de diferencias ideológicas y de pertenencias históricas,
distintos grados de distancia respecto del oficialismo.
En segundo lugar, si esos
partidos están en la oposición y no en el gobierno, y si encima se encuentran
muy fraccionados, es porque así lo determinó la ciudadanía con su voto.
En esa situación fragmentaria y
minoritaria en el Congreso, es poco lo que las oposiciones pueden hacer para
detener el avance de un oficialismo cada vez más autoritario. Salvo en los
casos en los que se requiere una mayoría calificada para aprobar una ley o la
designación de un funcionario, como fue en el caso de la candidatura de Reposo,
que pudo ser rechazada porque el kirchnerismo no logró obtener los 2/3
necesarios en el Senado.
Dicho lo cual, es cierto también
que los opositores podrían dejar de lado diferencias legítimas, en aras de
construir una alternativa republicana. Las elecciones de 2013 pondrán a prueba
ese desafío.
Hay quienes sostienen que cada
partido debe ir por separado, que en las elecciones legislativas de medio
término en general los oficialismos pierden votos y que en estas, además, no
sería improbable que el propio peronismo oficial fuera dividido, por lo que muy
difícilmente el kirchnerismo pueda aumentar sus bancas y acercarse a una
reforma de la Constitución.
Y que, en todo caso, las
coaliciones deberán armarse para las presidenciales de 2015.
Otros creen que no habrá 2015 sin
2013. Que el 54% del año pasado se explica en buena medida por la falta de una
alternativa robusta para el electorado. Y que no asistiremos a elecciones
normales, sino a unas que pueden llevarnos a cambiar no sólo una cláusula de la
Constitución, la de la reelección, sino el alma misma de nuestra ley
fundamental.
Estos últimos postulan la
necesidad de acuerdos que se deben gestar ya mismo, sobre la base de
coincidencias mínimas, y que no basta con que esos acuerdos se formulen en el
terreno teórico o programático, sino que deben plasmarse también en el
electoral.
Sé que es complejo lograrlo, pero
me inclino por la segunda solución. Sólo intentando construir una alternativa
podremos responder esa pregunta que, hasta con angustia, nos hacen todos los
días los ciudadanos que ansían vivir en una república libre.
(*) El autor es abogado y
periodista
Viernes 5 de octubre de 2012
Dr. Jorge R. Enríquez
jrenriquez2000@gmail.com