martes, 24 de noviembre de 2009

BENEDICTO XVI CONFIRMÓ EL HALLAZGO DE LOS RESTOS DE SAN PABLO


El papa Benedicto XVI ha anunciado los resultados de un examen reciente sobre los restos humanos hallados en el interior del sarcófago conservado en San Pablo Extramuros (Roma). Su apertura e investigación ya están aprobados y... en marcha.

Benedicto XVI clausuró el domingo 28 de junio de 2009 el Año Paulino revelando que los restos que se guardan en el sarcófago bajo el altar mayor de la basílica de San Pablo Extramuros, en Roma, pertenecen al Apóstol de los Gentiles.
Ante varios miles de fieles y representantes del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, el Papa informó de que recientemente se había practicado un pequeño agujero en el sarcófago, nunca abierto en 2.000 años, por el que se introdujo una sonda, que develó la existencia en el interior de un precioso tejido de lino de color púrpura laminado en oro y otro de color azul con filamentos de lino, así como granos de incienso rojo y sustancias proteicas y calcáreas.
También se hallaron pequeños fragmentos óseos, que ahora han sido sometidos a la prueba del carbono 14.
El Vaticano siempre ha dado por hecho que se trataba de los restos del Apóstol de los Gentiles, pero ahora «todo parece confirmar la unánime e incontrastable tradición de que se tratan de los restos mortales del apóstol Pablo, lo que nos llena de profunda emoción», según las palabras del Santo Padre.
Según explicó Benedicto XVI, los expertos que realizaron la prueba del carbono 14 «desconocían de dónde provenían los fragmentos y han concluido que pertenecían a una persona que vivió entre los siglos I y II».


Bajo el altar mayor
Desde el comienzo de su Pontificado, Benedicto XVI ha prestado una gran atención a San Pablo y a la majestuosa basílica sobre su tumba en la Vía Ostiense, fuera de los muros de la ciudad de Roma, como era obligatorio para los cementerios.
Gracias a esa inspección arqueológica y la apertura de un hueco en un muro bajo el altar mayor, los peregrinos pueden ver ahora la gran lápida de mármol que cubre la tumba original de San Pablo, decapitado el año 64 o el año 67 Después de Cristo durante una de las persecuciones de Nerón.
El Pontífice clausuró el Año Paulino, un día antes de que se conmemore en el Vaticano a San Pedro y San Pablo, los patrones de la Iglesia Católica.
El Año Paulino lo abrió el Papa el 28 de junio de 2008 en el mismo lugar, acompañado de cardenales, obispos, sacerdotes y una delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, encabezada por los metropolitas Emmanuel y Gennadios.

Enviados especiales
Benedicto XVI, que dedicó el Año Paulino con motivo del 2.000 aniversario del nacimiento de San Pablo, ha querido clausurar también el Año Paulino en siete lugares relacionados con el Apóstol, enviando a otros tantos cardenales. Así a Damasco envió al cardenal de Madrid, Antonio María Rouco Varela, ciudad a la que se dirigía Pablo de Tarso y en la que el perseguidor de cristianos se convirtió.
De ese modo, el papa Benedicto XVI ha hecho público el resultado de las investigaciones que se han llevado a cabo en el sarcófago levantado sobre el altar de la iglesia de San Pablo Extramuros de Roma donde, según la Tradición, reposan los restos de San Pablo.
El hallazgo de estos restos es, sin duda, una gran noticia para los creyentes y para todos los interesados en la Historia y Arqueología, sobre todo cuando se descubre que las afirmaciones de la Biblia y los orígenes del cristianismo tienen un sustento histórico.



La tumba de San Pablo
“Estamos reunidos ante la tumba del apóstol, cuyo sarcófago, conservado bajo el altar Papal, ha sido recientemente objeto de un atento análisis científico”, anunció Benedicto XVI al mundo al referirse al féretro de piedra en que se encuentran los restos del Apóstol de los Gentiles.
A través de una microperforación en el sepulcro, una sonda realizó un barrido del interior y mostró en el monitor la presencia de restos de un tejido de lino de color púrpura, con láminas de oro y tiras azules. Junto a la tela había fragmentos de huesos. Se tomaron varias muestras, que fueron mandadas a analizar a laboratorios independientes que desconocían la procedencia de los restos óseos.
El resultado fue que pertenecían a una persona que vivió entre los siglos I y II, datación que encaja perfectamente con el perfil conocido de San Pablo.
El cardenal Andrea Cordero Lanza di Montezemolo, responsable de la basílica donde se ha realizado el descubrimiento, ha señalado que Benedicto XVI ya ha autorizado el examen exhaustivo de los restos, para lo que será necesario la apertura del sarcófago.
El proceso, que será lento, ofrecerá además un estudio de la forma en la que se realizó el entierro.



De judío ortodoxo a cristiano
La ciudad de Tarso, en la actual Turquía, vio nacer hacia el año 5 Después de Cristo a Saulo, quien es más conocido como Pablo de Tarso.
Saulo era un judío ortodoxo perseguidor de los cristianos, celoso de su judaísmo, y estuvo en el martirio de San Esteban.
Pero cuando San Pablo contaba 30 años de edad, camino de la ciudad de Damasco (Siria), se le presentó Jesús Resucitado, y se convirtió al cristianismo bautizándose.
Él mismo lo cuenta en los Hechos de los Apóstoles y en las epístolas paulinas.
Los relatos de la muerte de San Pablo son dignos de admiración, y serán elementos a tener en cuenta por los investigadores.

La muerte del Apóstol
Dionisio, en carta escrita a Timoteo con motivo de la muerte de Pablo, habla de la condena recaída sobre uno y otro apóstol, y se expresa de esta manera: "¡Oh, hermano mío Timoteo! Si hubieses sido testigo de los últimos momentos de estos mártires, hubieras desfallecido de tristeza y de dolor. ¿Cómo oír sin llorar la publicación de aquellas sentencias en las que se decretaba la muerte de Pedro por crucifixión y la de Pablo por degollación? ¡Si hubieses visto como los gentiles y los judíos los maltrataban y lanzaban salivazos sobre sus rostros! Cuando llegó el momento en que deberían separarse para ser conducidos al lugar en que cada uno de ellos había de ser ejecutado, ¡momento verdaderamente terrible!, aquellas dos columnas del mundo fueron maniatadas entre los gemidos y sollozos de los hermanos que estábamos presentes. Entonces dijo Pablo a Pedro: "La paz sea contigo, ¡oh fundamento de todas las Iglesias y pastor universal de las ovejas y corderos de Cristo!". Pedro por su parte respondió a Pablo: "¡Que la paz te acompañe también a ti, predicador de las buenas costumbres, mediador de los justos y conductor de sus almas por los caminos de la salvación!". Una vez que separaron al uno del otro, pues no los mataron en el mismo sitio, yo seguí a mi maestro". Hasta aquí el relato de Dionisio.
San Pablo por su parte empezó a caminar con sus verdugos cuando se encontró con Plantila, que era una de sus discípulas. Dionisio dice que esta cristiana se llamaba Lemobia (probablemente esta mujer tenía dos nombres).

Decapitado
Llegados al sitio en que Pablo iba a ser decapitado, el santo apóstol se volvió hacia oriente, elevó sus manos al cielo y llorando de emoción oró en su propio idioma y dio gracias a Dios durante un largo rato; luego se despidió de los cristianos que estaban presentes, se arrodilló con ambas rodillas en el suelo, se vendó los ojos con el velo que Plantila le había dado, colocó su cuello sobre el tajo, e inmediatamente, en esta postura, fue decapitado; mas, en el mismo instante en que su cabeza salía despedida del tronco, su boca, con voz enteramente clara, pronunció esta invocación tantas veces repetida dulcemente por él a lo largo de su vida: "¡Jesucristo!". En cuanto el hacha cayó sobre el cuello del mártir, de la herida brotó primeramente un abundante chorro de leche que fue a estrellarse contra las ropas del verdugo; luego comenzó a fluir sangre y a impregnarse el ambiente de un olor muy agradable que emanaba del cuerpo del mártir y, mientras tanto, en el aire brilló una luz intensísima.
Sobre la muerte de San Pablo, Dionisio, en la carta a que nos hemos referido anteriormente, escribió a Timoteo lo siguiente: "En aquella tristísima hora, oh mi querido hermano, dijo el verdugo a Pablo: "Prepara tu cuello". Entonces el santo apóstol miró al cielo, hizo la señal de la cruz sobre su frente y sobre su pecho, y exclamó: "¡Oh Señor mío Jesucristo, en tus manos encomiendo mi espíritu!". Dicho esto, serenamente, con naturalidad, estiró su cuello y, al descargar el verdugo el hachazo con que le amputó la cabeza, recibió la corona del martirio; pero, en el mismo instante en que recibió el golpe mortal, el santísimo mártir desplegó un velo, recogió en él parte de la sangre que brotó de su herida, plegó de nuevo la tela, la anudó y se la entregó a Lemobia".
Según una antigua tradición su martirio fue cerca de la Via Hostia, donde hoy está la abadia de Tre Fontana (llamada así por tres fuentes que según la tradición surgieron cuando su cabeza, separada ya del cuerpo, rebotó tres veces).

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