Por Franco Ricoveri
Las sociedades, en cierto sentido, pueden suicidarse.
El suicidio es, habitualmente, fruto de la desesperación, de no atisbar en el horizonte la posibilidad de que todo lo que nos duele, nos molesta, pueda cambiar. Es perder el sentido y la dirección. Es el acto postrero del que, sin poder ver la realidad completa, se abandona: "No hay salida".
Ha ocurrido aun en el seno grandes civilizaciones que muchos prefirieran morir cuando se vieron viviendo en un mundo que ya no les ofrecía nada valioso. Comenzaron a suicidarse colectivamente de alguna de las muchas formas que existen, no todas cruentas: despreciando vivir, quitándose la vida, o, lentamente, "dejando de ser hombres". Todos los hombres vamos a morir, por cierto. Pero no todos vivimos una vida humana de verdad. Y deshumanizarse es, también, abandonar la vida.
Se llega a no pensar y animalizarse a través de la droga, del alcohol, del consumo desenfrenado o de cualquier forma que sirva para evadirse del sinsentido o la tristeza. Es curioso que, cuanto más parece que la sociedad se ocupa de los derechos humanos, más nos dirigimos a esa situación que muchos novelistas y cineastas vislumbran como cierta en nuestro futuro: la deshumanización progresiva, la bestialización.
Oír las últimas noticias ciertamente que no es un bálsamo de esperanza. ¿Cuáles noticias? Complete aquí el amable lector: tiene para elegir.
Las sociedades suelen reaccionar. A veces, a tiempo; otras veces, cuando ya es tarde. Al igual que las personas hundidas en la desesperación, hay una oportunidad, si se toma conciencia de lo extremo del naufragio, dejando de lado todo aquello que hunde, y se cambia. Y si las sociedades y las personas no cambian, se ahogan. Cunde el desánimo y se vuelve a la famosa frase atribuida a Luis XV: "Después de mí, el diluvio". Vayamos hacia el abismo, redoblemos la apuesta, corramos hacia adelante.
¿Pensó en la Argentina de este tiempo? No se equivocó. Hay síntomas inequívocos de esa autodestrucción; especialmente, en lo que, tan lúcidamente, el Dr. Jaime Etcheverry tituló "la tragedia educativa". ¿Será una sensación engañosa, como dicen es la de inseguridad? No parece, porque las pruebas internacionales de calidad nos colocan cada día más abajo. El último informe PISA (Programme for International Student Assessment, 2006), que, cada 3 años, mide la calidad educativa, nos colocó, sobre 57 países, en el puesto 52 (matemáticas), 53 (comprensión lectora) y 51 (ciencias); por debajo de varios países latinoamericanos.
Y, peor: año a año, decayendo más. El porcentaje de nuestros alumnos que carecen de capacidad lectora es de ¡58%! Recuerdo haber hecho, hace unos años, una encuesta entre 1.500 ingresantes universitarios, en la que ninguno pudo citar los nombres de tres escritores argentinos y tres extranjeros.
Vamos hacia la incapacidad para la comunicación, que es otra forma de "bestialización.
Una de las responsables del estado actual de la educación pública en la Argentina, Adriana Puiggrós, según leemos en "La Nación" , del 2 de noviembre último, sigue echando culpas al pasado, como si ella no fuese parte del mismo, y nos pide tranquilidad, cuando todo indica lo peor.
Las recientes reformas al sistema de educación primaria y secundaria son desalentadoras. El polimodal fue un fiasco, ya nadie lo duda. Pero podría haberse previsto el resultado, porque pocos en la comunidad educativa creyeron que era una solución. "Copiamos experimentos que ya fracasaron en España", se decía entonces, cuando se implantaba. Los resultados se pueden medir en números tristes.
Volvemos al secundario, entonces. ¿Volvemos? ¿Qué secundario? La Ciudad Autónoma de Buenos Aires conservó, con cierto tino, el antiguo bachillerato. No era la perfección, pero era mejor que el engendro que inventó la provincia de Buenos Aires y que copió gran parte del interior. Hoy, egresan del polimodal semianalfabetos que van a trabajar mal, porque su capacitación es pobre, o van a ingresar (si logran hacerlo) a la Universidad, a la vez que trasladan a ella deterioro y la decadencia.
Los ideólogos no conocen la palabra fracaso. Quienes manejan la educación argentina son los mismos que vienen fracasando desde hace años y no lo reconocen. Pero la profecía es fácil: con los nuevos diseños curriculares, los egresados de mañana serán, simplemente, peores.
Durante gran parte del año 2009, circularon borradores sobre el nuevo diseño del secundario de la provincia de Buenos Aires (algunos, francamente risibles). En todas las comunicaciones oficiales, se decía que se trabajaba "por una escuela democráticamente organizada", "en donde las decisiones se logren por procesos de participación", "donde se habiliten espacios de discusión". Supuestamente, se consultaron todos los cambios. ¿Con quién? No importa: se consultó y no se discute. Adriana Puiggrós sostiene que esto es fruto de un "proceso que no sólo cuenta con muchos años de discutir y gestar propuestas, sino que ha sido materia de amplias y responsables consultas en el nivel nacional y provincial". Tal vez se refiera a la consulta que les formularon a los docentes dos semanas antes de la promulgación de la ley nacional de Educación (Nº 26.206), cuando ya estaba todo decidido y no había ni tiempo para procesar las respuestas.
Algunos dicen que la última propuesta curricular dejó las cosas casi tal cual estaban, menos el nombre, pero no es así. Se ha reforzado la ideologización trasnochada en desmedro de los saberes concretos. Los contenidos que el ministerio indicará serán ahora obligatorios, prescriptos con fuerza de ley, por lo cual los colegios perderían la poca libertad que les quedaba, en manos de una visión cada vez más totalitaria que ya ni deja lugar para los proyectos institucionales de cada escuela, puesto que se les saca la potestad de definir espacios curriculares propios, que, aunque mínimos, algo eran.
En la provincia de Buenos Aires, los ideólogos han machacado que "hay que desafiar la tradición elitista de una escuela exclusora". Para quien no lo entienda, esas palabras quieren decir no aprender, no respetar pautas de conducta, no desaprobar nunca, ir perdiendo sentido del esfuerzo y del trabajo, del estudio.
Tal vez la diputada Puiggrós sepa que, en la provincia de Buenos Aires, se duplicaron los repetidores y aumentó un 130% la deserción escolar... Son datos del presente, señora diputada, son la cosecha de la siembra de ahora, no la siembra de hace 10 o 30 años.
Una escuela verdaderamente inclusora debe ofrecer a sus alumnos sabiduría y hábitos virtuosos, porque esa es su función primordial. "Contener" a quienes no quieren ir a la escuela o a quienes están sin rumbo es, también, nuestro deber educativo y social, sin duda. Pero para que educar no sea estafar, educar no puede ser solamente contener y colgarle finalmente a alguien al pecho un título que no ha obtenido, con tal de que se sienta incluido, sin que nos importe qué será de él.
El mismo día en que la Sra. Puiggrós defendía su labor en "La Nación", en el diario italiano "Corriere della Sera" , el sociólogo Francesco Alberoni decía que "en los últimos cuarenta años, los pedagogos han casi destruido las bases del pensamiento racional y los fundamentos de nuestra civilización". Esa ruina, ¿es un propósito deliberado? ¿Cómo saberlo? Parece un verdadero suicidio colectivo, en realidad, porque los hijos de quienes pergeñan estos engendros educativos padecen los mismos efectos que cualquier hijo de vecino.
Son muchos los que quieren de veras educarse. No todos pueden. Los pocos que se escapan a la dura realidad son también excluidos, de alguna manera, porque, si acaso lo logran, para poder educarse requieren de enormes sacrificios personales y familiares.
Sin padres y familias que asuman esta realidad y resistan los experimentos pedagógicos e ideológicos, no habrá cambios reales. No ayudan los padres cómplices que sólo quieren ver que sus hijos aprueben, y miran para otro lado, mientras sus hijos desperdician sus vidas y caen en la deserción de la vida y en la apatía. Los pedagogos e ideólogos parecen jugar a los soldaditos con un ejército de ignorantes incluidos. No debemos abandonar en sus manos a nuestros hijos y, por caridad, tampoco a los demás jóvenes.
No hay que permitir que la única salida sea el suicidio silencioso de nuestra sociedad.
---
Franco Ricoveri es profesor en distintos colegios y universidades; reside en Buenos Aires.
Las sociedades, en cierto sentido, pueden suicidarse.
El suicidio es, habitualmente, fruto de la desesperación, de no atisbar en el horizonte la posibilidad de que todo lo que nos duele, nos molesta, pueda cambiar. Es perder el sentido y la dirección. Es el acto postrero del que, sin poder ver la realidad completa, se abandona: "No hay salida".
Ha ocurrido aun en el seno grandes civilizaciones que muchos prefirieran morir cuando se vieron viviendo en un mundo que ya no les ofrecía nada valioso. Comenzaron a suicidarse colectivamente de alguna de las muchas formas que existen, no todas cruentas: despreciando vivir, quitándose la vida, o, lentamente, "dejando de ser hombres". Todos los hombres vamos a morir, por cierto. Pero no todos vivimos una vida humana de verdad. Y deshumanizarse es, también, abandonar la vida.
Se llega a no pensar y animalizarse a través de la droga, del alcohol, del consumo desenfrenado o de cualquier forma que sirva para evadirse del sinsentido o la tristeza. Es curioso que, cuanto más parece que la sociedad se ocupa de los derechos humanos, más nos dirigimos a esa situación que muchos novelistas y cineastas vislumbran como cierta en nuestro futuro: la deshumanización progresiva, la bestialización.
Oír las últimas noticias ciertamente que no es un bálsamo de esperanza. ¿Cuáles noticias? Complete aquí el amable lector: tiene para elegir.
Las sociedades suelen reaccionar. A veces, a tiempo; otras veces, cuando ya es tarde. Al igual que las personas hundidas en la desesperación, hay una oportunidad, si se toma conciencia de lo extremo del naufragio, dejando de lado todo aquello que hunde, y se cambia. Y si las sociedades y las personas no cambian, se ahogan. Cunde el desánimo y se vuelve a la famosa frase atribuida a Luis XV: "Después de mí, el diluvio". Vayamos hacia el abismo, redoblemos la apuesta, corramos hacia adelante.
¿Pensó en la Argentina de este tiempo? No se equivocó. Hay síntomas inequívocos de esa autodestrucción; especialmente, en lo que, tan lúcidamente, el Dr. Jaime Etcheverry tituló "la tragedia educativa". ¿Será una sensación engañosa, como dicen es la de inseguridad? No parece, porque las pruebas internacionales de calidad nos colocan cada día más abajo. El último informe PISA (Programme for International Student Assessment, 2006), que, cada 3 años, mide la calidad educativa, nos colocó, sobre 57 países, en el puesto 52 (matemáticas), 53 (comprensión lectora) y 51 (ciencias); por debajo de varios países latinoamericanos.
Y, peor: año a año, decayendo más. El porcentaje de nuestros alumnos que carecen de capacidad lectora es de ¡58%! Recuerdo haber hecho, hace unos años, una encuesta entre 1.500 ingresantes universitarios, en la que ninguno pudo citar los nombres de tres escritores argentinos y tres extranjeros.
Vamos hacia la incapacidad para la comunicación, que es otra forma de "bestialización.
Una de las responsables del estado actual de la educación pública en la Argentina, Adriana Puiggrós, según leemos en "La Nación" , del 2 de noviembre último, sigue echando culpas al pasado, como si ella no fuese parte del mismo, y nos pide tranquilidad, cuando todo indica lo peor.
Las recientes reformas al sistema de educación primaria y secundaria son desalentadoras. El polimodal fue un fiasco, ya nadie lo duda. Pero podría haberse previsto el resultado, porque pocos en la comunidad educativa creyeron que era una solución. "Copiamos experimentos que ya fracasaron en España", se decía entonces, cuando se implantaba. Los resultados se pueden medir en números tristes.
Volvemos al secundario, entonces. ¿Volvemos? ¿Qué secundario? La Ciudad Autónoma de Buenos Aires conservó, con cierto tino, el antiguo bachillerato. No era la perfección, pero era mejor que el engendro que inventó la provincia de Buenos Aires y que copió gran parte del interior. Hoy, egresan del polimodal semianalfabetos que van a trabajar mal, porque su capacitación es pobre, o van a ingresar (si logran hacerlo) a la Universidad, a la vez que trasladan a ella deterioro y la decadencia.
Los ideólogos no conocen la palabra fracaso. Quienes manejan la educación argentina son los mismos que vienen fracasando desde hace años y no lo reconocen. Pero la profecía es fácil: con los nuevos diseños curriculares, los egresados de mañana serán, simplemente, peores.
Durante gran parte del año 2009, circularon borradores sobre el nuevo diseño del secundario de la provincia de Buenos Aires (algunos, francamente risibles). En todas las comunicaciones oficiales, se decía que se trabajaba "por una escuela democráticamente organizada", "en donde las decisiones se logren por procesos de participación", "donde se habiliten espacios de discusión". Supuestamente, se consultaron todos los cambios. ¿Con quién? No importa: se consultó y no se discute. Adriana Puiggrós sostiene que esto es fruto de un "proceso que no sólo cuenta con muchos años de discutir y gestar propuestas, sino que ha sido materia de amplias y responsables consultas en el nivel nacional y provincial". Tal vez se refiera a la consulta que les formularon a los docentes dos semanas antes de la promulgación de la ley nacional de Educación (Nº 26.206), cuando ya estaba todo decidido y no había ni tiempo para procesar las respuestas.
Algunos dicen que la última propuesta curricular dejó las cosas casi tal cual estaban, menos el nombre, pero no es así. Se ha reforzado la ideologización trasnochada en desmedro de los saberes concretos. Los contenidos que el ministerio indicará serán ahora obligatorios, prescriptos con fuerza de ley, por lo cual los colegios perderían la poca libertad que les quedaba, en manos de una visión cada vez más totalitaria que ya ni deja lugar para los proyectos institucionales de cada escuela, puesto que se les saca la potestad de definir espacios curriculares propios, que, aunque mínimos, algo eran.
En la provincia de Buenos Aires, los ideólogos han machacado que "hay que desafiar la tradición elitista de una escuela exclusora". Para quien no lo entienda, esas palabras quieren decir no aprender, no respetar pautas de conducta, no desaprobar nunca, ir perdiendo sentido del esfuerzo y del trabajo, del estudio.
Tal vez la diputada Puiggrós sepa que, en la provincia de Buenos Aires, se duplicaron los repetidores y aumentó un 130% la deserción escolar... Son datos del presente, señora diputada, son la cosecha de la siembra de ahora, no la siembra de hace 10 o 30 años.
Una escuela verdaderamente inclusora debe ofrecer a sus alumnos sabiduría y hábitos virtuosos, porque esa es su función primordial. "Contener" a quienes no quieren ir a la escuela o a quienes están sin rumbo es, también, nuestro deber educativo y social, sin duda. Pero para que educar no sea estafar, educar no puede ser solamente contener y colgarle finalmente a alguien al pecho un título que no ha obtenido, con tal de que se sienta incluido, sin que nos importe qué será de él.
El mismo día en que la Sra. Puiggrós defendía su labor en "La Nación", en el diario italiano "Corriere della Sera" , el sociólogo Francesco Alberoni decía que "en los últimos cuarenta años, los pedagogos han casi destruido las bases del pensamiento racional y los fundamentos de nuestra civilización". Esa ruina, ¿es un propósito deliberado? ¿Cómo saberlo? Parece un verdadero suicidio colectivo, en realidad, porque los hijos de quienes pergeñan estos engendros educativos padecen los mismos efectos que cualquier hijo de vecino.
Son muchos los que quieren de veras educarse. No todos pueden. Los pocos que se escapan a la dura realidad son también excluidos, de alguna manera, porque, si acaso lo logran, para poder educarse requieren de enormes sacrificios personales y familiares.
Sin padres y familias que asuman esta realidad y resistan los experimentos pedagógicos e ideológicos, no habrá cambios reales. No ayudan los padres cómplices que sólo quieren ver que sus hijos aprueben, y miran para otro lado, mientras sus hijos desperdician sus vidas y caen en la deserción de la vida y en la apatía. Los pedagogos e ideólogos parecen jugar a los soldaditos con un ejército de ignorantes incluidos. No debemos abandonar en sus manos a nuestros hijos y, por caridad, tampoco a los demás jóvenes.
No hay que permitir que la única salida sea el suicidio silencioso de nuestra sociedad.
---
Franco Ricoveri es profesor en distintos colegios y universidades; reside en Buenos Aires.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los mensajes son moderados antes de su publicación. No se publican improperios. Escriba con respeto, aunque disienta, y será publicado y respondido su comentario. Modérese Usted mismo, y su aporte será publicado.