(FNM) Al igual que en los albores de la Patria, cuando se perdieron los territorios del Virreinato del Río de la Plata, ahora se perderán los espacios marítimos si no resolvemos los problemas estratégicos de fondo.
Tras la Revolución de Mayo de 1810, de la que la República Argentina se dispone a festejar su Bicentenario, lo que ahora se reconoce como su territorio legítimo ante la comunidad internacional, fue consolidado palmo a palmo, regado con la sangre de muchos patriotas cuyos nombres recuerdan algunas calles de nuestras ciudades, defendido desde el poder político por hombres de incuestionable grandeza y apoyado por una economía en crecimiento que atraía gente e inversiones de todo el mundo.
Siempre quedó en el imaginario colectivo, que pudimos haber aspirado a un territorio más extenso, que perdimos el Alto Perú (hoy la hermana República de Bolivia), el Paraguay, la Banda Oriental del Uruguay y parte de la Patagonia.
¿Deberíamos acostumbrarnos los argentinos del Bicentenario a que pase algo semejante con los inmensos espacios marítimos que en 2010 consideramos legítimamente nuestros y que vemos ahora ocupados y explotados por , en este caso, por una potencia colonialista extracontinental?
Los espacios marítimos en juego
Aun cuando el eje del histórico conflicto no resuelto, descansa incuestionablemente en la usurpación de una porción del territorio insular argentino, sus consecuencias se extienden también a los espacios marítimos asociados. La potencial cercenadura – de prosperar Gran Bretaña en sus ilegítimas pretensiones- alcanzaría en estos espacios, dimensiones monumentales.
Basta una rápida mirada a la extensión de la plataforma continental, que ajustada a derecho fuera formalmente presentada ante el organismo pertinente de la ONU con miras a su aceptación definitiva y obligatoria, para advertir la magnitud de los espacios en disputa.
Sólo una porción no está en discusión. Es aquella que comprende los espacios que van aproximadamente desde los límites del Tratado del Río de la Plata con Uruguay, hasta la Zona de Conservación Pesquera británica en torno a Malvinas y desde donde termina esta zona hasta los límites impuestos por el Tratado de Paz y Amistad con Chile.
Las aguas y la plataforma continental que rodean a las Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur, así como los espacios que se generan a partir de los territorios del continente antártico, constituyen – aunque por razones y en circunstancias claramente diferenciadas-, áreas en disputa de máxima importancia para los intereses argentinos.
En el primer caso, el de mayor gravedad en lo inmediato, los británicos han avanzado, a partir de la apropiación del territorio insular, en el progresivo dominio de los espacios marítimos y sus recursos, proclamando a los cuatro vientos su desdén por los mandatos de la comunidad internacional, y obteniendo lo que parece constituir una sórdida complacencia de la Unión Europea por vía de su reciente documento de constitución.
Los recursos propios que son ajenos
Pocos recursos despiertan tanto la sensibilidad popular en todo el mundo como el petróleo. Pero no es lo único que los británicos pretenden llevarse debajo de las aguas circundantes a las islas. Desde hace 26 años, las flotas pesqueras argentinas se ven impedidas de ingresar en aguas en las que trabajaron durante años.
El producido de la explotación comercial a escala industrial de los recursos vivos de las aguas de la llamada Zona de Conservación Pesquera, en los hechos una zona de exclusión total sólo para los argentinos, supera los 400 millones de dólares anuales de exportaciones. Las regalías que pagan las empresas pesqueras por este negocio, transformaron a los habitantes de las islas en una de las poblaciones más ricas del mundo. Solamente como recordatorio, diremos que toda la Argentina exporta pescado por 1.000 millones de dólares anuales, aproximadamente.
El petróleo lleva todas las cifras a otros órdenes de magnitud. Si las existencias de petróleo y gas de Malvinas alcanzaran solamente las predicciones más pesimistas, estaríamos hablando de cifras que multiplican por 1000 a lo obtenido con el “modesto” recurso pesquero. Las regalías petroleras serían tan fabulosas, que los escasos 2000 habitantes de las islas tendrían recursos suficientes hasta para financiarse su propia defensa, si Londres sólo les concediera una mínima cuota de esta recaudación.
La extrema debilidad militar
No se pretende demostrar aquí que el descuidado factor militar sea el único, ni el más importante, que nos ha llevado a la actual ecuación estratégica. Argentina padece una debilidad política, económica y social que la ha llevado a descender año tras año en la escala de la comunidad internacional. Pero el militar es un factor constantemente ignorado por la política, poco debatido en la prensa en general y desconocido para la población. Ningún país serio desatiende a su defensa. Argentina sí.
Cuando la República Argentina recuperó la democracia en 1983, y ante la necesidad de aventar cualquier futuro intento de utilización de las Fuerzas Armadas para interrumpir el orden institucional, los sucesivos gobiernos fueron modelando en los hechos una “Política Militar”, que ganó en este aspecto el progresivo consenso del conjunto de los partidos políticos y de la sociedad, incluido sin dudas el de su componente militar.
La necesaria y saludable subordinación al poder político suficiente para evitar cualquier intentona en ese sentido, fue correctamente aplicada por unos y otros partidos en el gobierno. Sin embargo, en la exageración de ese fin políticamente correcto, se produjo un proceso de desarme unilateral, que comprendió múltiples aspectos, tanto espirituales como materiales, que llevaron a la situación de extrema debilidad defensiva de la actualidad.
Al constante descrédito de las instituciones militares fomentado desde los mismos gobiernos, se sumaron persecuciones, humillaciones, maltrato salarial para activos y retirados, ninguneo de la función social de las instituciones militares, erosión de la educación militar, envejecimiento general del material, falta de inversiones, presupuestos operativos ridículamente escasos, falta de investigación, destrucción de la inteligencia militar, revelación de secretos militares, situaciones vergonzosas frente a fuerzas extranjeras, malversación histórica, menosprecio por los veteranos de guerra, eliminación del compromiso ciudadano del servicio militar, venta de propiedades militares con fines comerciales y la casi desaparición de la industria miliar nacional. Esta lista, aunque incompleta, es suficiente para percibir la sucesión de desatinos de la política de defensa, que fueron paralelamente presentados a la sociedad - de manera doctrinal y cuasi religiosa – como si se tratara de un “mandato histórico”.
La derrota militar argentina en la Guerra por las Islas Malvinas en 1982 causó una impresión muy negativa sobre una población pacífica y felizmente poco acostumbrada a los conflictos bélicos, como la argentina.
Disponer de Fuerzas Armadas con suficiente capacidad militar, fue percibido entonces como una amenaza a la necesaria continuidad institucional democrática y, paralelamente, al bienestar y la tranquilidad de la población.
A tal punto llegó la aversión, natural o inducida, contra lo militar, que la misma Constitución Nacional reformada en 1994, incluyó un anexo en el que, si bien se reivindican los derechos soberanos argentinos sobre las Islas en cuestión, se hace expresa renuncia al uso de la fuerza para recuperarlas. Esta cláusula constitucional es aprovechada ahora por el usurpador violento, para consumar su ocupación y el despojo, sin ser siquiera molestado o amenazado por fuerza militar alguna.
El presente
Argentina no tiene fuerzas armadas funcionales. Fuerzas armadas que sean capaces de enfrentar un conflicto bélico, como lo impone la misión del instrumento militar en cual-quier país del mundo. Fuerzas capaces de disuadir a quien quiera arrebatarle sus legítimas posesiones por la fuerza o de recuperar aquellas que hubiera perdido de la misma manera. Fuerzas capaces de “mostrar los dientes” ante un intento de avasallamiento. Fuerzas que muestren ante el mundo a un pueblo decidido a defender su libertad, integridad y soberanía, aun –en el más indeseable de los escenarios-, al precio de la vida de sus soldados.
El Primer Británico Gordon Brown sabe muy bien que no necesita incrementar su presencia militar en las islas Malvinas. Siempre lo supo, y sería pecar de ingenuidad no asumir que el dato contribuyó significativamente a decidirse a escalar el conflicto. Y esto debe decirse con todas las letras. Difícilmente exista otra forma más directa de escalada y provocación, en una disputa como la que nos ocupa, que la de explotar –como se lo propone Gran Bretaña- los recursos no renovables de la plataforma continental.
Tal parece, que tendrá el camino allanado para hacerlo. Podrá capitalizar una “buena noticia” para su alicaída imagen interna, aumentar los ingresos de los habitantes de los archipiélagos a niveles escandinavos, y llevar a la metrópoli “la parte del león”. Sin “despeinarse”. Aceptando, apenas, un poco de “barullo argentino ante los foros internacionales”.
Argentina necesita fuerzas armadas para custodiar lo que es suyo, particularmente en el ámbito marino, donde se proyectan las últimas fronteras en proceso de definición ante la comunidad internacional, en buena medida ocupadas y amenazadas por una potencia extracontinental, que haciendo uso y abuso de la fuerza militar, explota sin contemplaciones ni temores sus recursos, en una actitud de soberbia que indigna a los argentinos y a buena parte de la comunidad internacional.
El futuro
Los argentinos del bicentenario deberíamos sincerarnos con nosotros mismos y reflexionar acerca de nuestras actitudes y procederes actuales. Tarde o temprano, recogeremos los frutos de lo que sembramos. ¿Serán dulces o amargos?
Pensemos por un instante: ¿Estamos preparados para que nuestros nietos, bisnietos, tataranietos y choznos miren dentro de 100 años los mapas de esta época y se pregunten cómo pudimos haber hecho las cosas tan mal como para haber dejado escapar, en nuestra comodidad y egoísmo, las riquezas de semejantes territorios marítimos?
¿Terminará siendo el mar la misma imagen del Virreinato?
23/02/10
NUESTROMAR
Tras la Revolución de Mayo de 1810, de la que la República Argentina se dispone a festejar su Bicentenario, lo que ahora se reconoce como su territorio legítimo ante la comunidad internacional, fue consolidado palmo a palmo, regado con la sangre de muchos patriotas cuyos nombres recuerdan algunas calles de nuestras ciudades, defendido desde el poder político por hombres de incuestionable grandeza y apoyado por una economía en crecimiento que atraía gente e inversiones de todo el mundo.
Siempre quedó en el imaginario colectivo, que pudimos haber aspirado a un territorio más extenso, que perdimos el Alto Perú (hoy la hermana República de Bolivia), el Paraguay, la Banda Oriental del Uruguay y parte de la Patagonia.
¿Deberíamos acostumbrarnos los argentinos del Bicentenario a que pase algo semejante con los inmensos espacios marítimos que en 2010 consideramos legítimamente nuestros y que vemos ahora ocupados y explotados por , en este caso, por una potencia colonialista extracontinental?
Los espacios marítimos en juego
Aun cuando el eje del histórico conflicto no resuelto, descansa incuestionablemente en la usurpación de una porción del territorio insular argentino, sus consecuencias se extienden también a los espacios marítimos asociados. La potencial cercenadura – de prosperar Gran Bretaña en sus ilegítimas pretensiones- alcanzaría en estos espacios, dimensiones monumentales.
Basta una rápida mirada a la extensión de la plataforma continental, que ajustada a derecho fuera formalmente presentada ante el organismo pertinente de la ONU con miras a su aceptación definitiva y obligatoria, para advertir la magnitud de los espacios en disputa.
Sólo una porción no está en discusión. Es aquella que comprende los espacios que van aproximadamente desde los límites del Tratado del Río de la Plata con Uruguay, hasta la Zona de Conservación Pesquera británica en torno a Malvinas y desde donde termina esta zona hasta los límites impuestos por el Tratado de Paz y Amistad con Chile.
Las aguas y la plataforma continental que rodean a las Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur, así como los espacios que se generan a partir de los territorios del continente antártico, constituyen – aunque por razones y en circunstancias claramente diferenciadas-, áreas en disputa de máxima importancia para los intereses argentinos.
En el primer caso, el de mayor gravedad en lo inmediato, los británicos han avanzado, a partir de la apropiación del territorio insular, en el progresivo dominio de los espacios marítimos y sus recursos, proclamando a los cuatro vientos su desdén por los mandatos de la comunidad internacional, y obteniendo lo que parece constituir una sórdida complacencia de la Unión Europea por vía de su reciente documento de constitución.
Los recursos propios que son ajenos
Pocos recursos despiertan tanto la sensibilidad popular en todo el mundo como el petróleo. Pero no es lo único que los británicos pretenden llevarse debajo de las aguas circundantes a las islas. Desde hace 26 años, las flotas pesqueras argentinas se ven impedidas de ingresar en aguas en las que trabajaron durante años.
El producido de la explotación comercial a escala industrial de los recursos vivos de las aguas de la llamada Zona de Conservación Pesquera, en los hechos una zona de exclusión total sólo para los argentinos, supera los 400 millones de dólares anuales de exportaciones. Las regalías que pagan las empresas pesqueras por este negocio, transformaron a los habitantes de las islas en una de las poblaciones más ricas del mundo. Solamente como recordatorio, diremos que toda la Argentina exporta pescado por 1.000 millones de dólares anuales, aproximadamente.
El petróleo lleva todas las cifras a otros órdenes de magnitud. Si las existencias de petróleo y gas de Malvinas alcanzaran solamente las predicciones más pesimistas, estaríamos hablando de cifras que multiplican por 1000 a lo obtenido con el “modesto” recurso pesquero. Las regalías petroleras serían tan fabulosas, que los escasos 2000 habitantes de las islas tendrían recursos suficientes hasta para financiarse su propia defensa, si Londres sólo les concediera una mínima cuota de esta recaudación.
La extrema debilidad militar
No se pretende demostrar aquí que el descuidado factor militar sea el único, ni el más importante, que nos ha llevado a la actual ecuación estratégica. Argentina padece una debilidad política, económica y social que la ha llevado a descender año tras año en la escala de la comunidad internacional. Pero el militar es un factor constantemente ignorado por la política, poco debatido en la prensa en general y desconocido para la población. Ningún país serio desatiende a su defensa. Argentina sí.
Cuando la República Argentina recuperó la democracia en 1983, y ante la necesidad de aventar cualquier futuro intento de utilización de las Fuerzas Armadas para interrumpir el orden institucional, los sucesivos gobiernos fueron modelando en los hechos una “Política Militar”, que ganó en este aspecto el progresivo consenso del conjunto de los partidos políticos y de la sociedad, incluido sin dudas el de su componente militar.
La necesaria y saludable subordinación al poder político suficiente para evitar cualquier intentona en ese sentido, fue correctamente aplicada por unos y otros partidos en el gobierno. Sin embargo, en la exageración de ese fin políticamente correcto, se produjo un proceso de desarme unilateral, que comprendió múltiples aspectos, tanto espirituales como materiales, que llevaron a la situación de extrema debilidad defensiva de la actualidad.
Al constante descrédito de las instituciones militares fomentado desde los mismos gobiernos, se sumaron persecuciones, humillaciones, maltrato salarial para activos y retirados, ninguneo de la función social de las instituciones militares, erosión de la educación militar, envejecimiento general del material, falta de inversiones, presupuestos operativos ridículamente escasos, falta de investigación, destrucción de la inteligencia militar, revelación de secretos militares, situaciones vergonzosas frente a fuerzas extranjeras, malversación histórica, menosprecio por los veteranos de guerra, eliminación del compromiso ciudadano del servicio militar, venta de propiedades militares con fines comerciales y la casi desaparición de la industria miliar nacional. Esta lista, aunque incompleta, es suficiente para percibir la sucesión de desatinos de la política de defensa, que fueron paralelamente presentados a la sociedad - de manera doctrinal y cuasi religiosa – como si se tratara de un “mandato histórico”.
La derrota militar argentina en la Guerra por las Islas Malvinas en 1982 causó una impresión muy negativa sobre una población pacífica y felizmente poco acostumbrada a los conflictos bélicos, como la argentina.
Disponer de Fuerzas Armadas con suficiente capacidad militar, fue percibido entonces como una amenaza a la necesaria continuidad institucional democrática y, paralelamente, al bienestar y la tranquilidad de la población.
A tal punto llegó la aversión, natural o inducida, contra lo militar, que la misma Constitución Nacional reformada en 1994, incluyó un anexo en el que, si bien se reivindican los derechos soberanos argentinos sobre las Islas en cuestión, se hace expresa renuncia al uso de la fuerza para recuperarlas. Esta cláusula constitucional es aprovechada ahora por el usurpador violento, para consumar su ocupación y el despojo, sin ser siquiera molestado o amenazado por fuerza militar alguna.
El presente
Argentina no tiene fuerzas armadas funcionales. Fuerzas armadas que sean capaces de enfrentar un conflicto bélico, como lo impone la misión del instrumento militar en cual-quier país del mundo. Fuerzas capaces de disuadir a quien quiera arrebatarle sus legítimas posesiones por la fuerza o de recuperar aquellas que hubiera perdido de la misma manera. Fuerzas capaces de “mostrar los dientes” ante un intento de avasallamiento. Fuerzas que muestren ante el mundo a un pueblo decidido a defender su libertad, integridad y soberanía, aun –en el más indeseable de los escenarios-, al precio de la vida de sus soldados.
El Primer Británico Gordon Brown sabe muy bien que no necesita incrementar su presencia militar en las islas Malvinas. Siempre lo supo, y sería pecar de ingenuidad no asumir que el dato contribuyó significativamente a decidirse a escalar el conflicto. Y esto debe decirse con todas las letras. Difícilmente exista otra forma más directa de escalada y provocación, en una disputa como la que nos ocupa, que la de explotar –como se lo propone Gran Bretaña- los recursos no renovables de la plataforma continental.
Tal parece, que tendrá el camino allanado para hacerlo. Podrá capitalizar una “buena noticia” para su alicaída imagen interna, aumentar los ingresos de los habitantes de los archipiélagos a niveles escandinavos, y llevar a la metrópoli “la parte del león”. Sin “despeinarse”. Aceptando, apenas, un poco de “barullo argentino ante los foros internacionales”.
Argentina necesita fuerzas armadas para custodiar lo que es suyo, particularmente en el ámbito marino, donde se proyectan las últimas fronteras en proceso de definición ante la comunidad internacional, en buena medida ocupadas y amenazadas por una potencia extracontinental, que haciendo uso y abuso de la fuerza militar, explota sin contemplaciones ni temores sus recursos, en una actitud de soberbia que indigna a los argentinos y a buena parte de la comunidad internacional.
El futuro
Los argentinos del bicentenario deberíamos sincerarnos con nosotros mismos y reflexionar acerca de nuestras actitudes y procederes actuales. Tarde o temprano, recogeremos los frutos de lo que sembramos. ¿Serán dulces o amargos?
Pensemos por un instante: ¿Estamos preparados para que nuestros nietos, bisnietos, tataranietos y choznos miren dentro de 100 años los mapas de esta época y se pregunten cómo pudimos haber hecho las cosas tan mal como para haber dejado escapar, en nuestra comodidad y egoísmo, las riquezas de semejantes territorios marítimos?
¿Terminará siendo el mar la misma imagen del Virreinato?
23/02/10
NUESTROMAR
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los mensajes son moderados antes de su publicación. No se publican improperios. Escriba con respeto, aunque disienta, y será publicado y respondido su comentario. Modérese Usted mismo, y su aporte será publicado.