Por Silvio H. Coppola
Era la madrugada del 3 de febrero de 1813 y el lugar “ la posta de San Lorenzo, distante como dos leguas del convento del mismo nombre, construido sobre las riberas del Paraná”.
Así relata el viajero inglés John Parish Robertson, en su libro “La Argentina en la época de la Revolución” (“Letters on Paraguay”, Biblioteca de La Nación, Buenos Aires, 1918, T.II., pág.27 y stes.), dónde se encontraba en su viaje al Paraguay, cuando de improviso y durmiendo, fue sacudido por soldados del Regimiento de Granaderos del Coronel José de San Martín.
Este, que conocía al inglés, le hizo saber de su próximo encuentro con las tropas españolas a la sazón desembarcando en la orilla del río y le permitió acompañarlo hasta el convento. Y desde ahí fue testigo del famoso Combate.
Y vio como San Martín repartía sus fuerzas en dos alas de caballería y caía sobre los desprevenidos invasores. Era matar o morir y “...la persecución, la matanza, el triunfo, siguieron al asalto de las tropas de Buenos Aires. . . y desde aquel momento los fulgurantes sables hicieron su obra de muerte...”.
El inglés tuvo “pena por la matanza. . .”, pero eso demostraba, que indudablemente por la patria, se podía matar y se podía morir. Era lo más que podía hacer y dar un hombre, a excepción de su honor, como en alguna de sus cartas lo afirmara luego José de San Martín.
Y a propósito del honor, cuentan que a principios del S.XX, era agregado militar a la embajada japonesa en Moscú, un joven militar de familia tradicional, desaprensivo y amante de los placeres y de la buena vida.
Como la policía zarista lo consideraba como una especie de espía, llegó a controlarlo permanentemente y así descubrió que tenía una amante, pese a ser casado y que dilapidaba su dinero en el juego, llegando a contraer cuantiosas deudas.
Como quería alejarlo de Moscú, lo amenazó con denunciarlo, con lo que acabaría su carrera y traería aparejado el deshonor en consecuencia, a toda su familia.
Si bien ese era el solo propósito de los rusos, grande fue su sorpresa, cuando se presentó el oficial japonés, pidiéndoles silencio, siendo que a cambio de ello, les entregó lo que serían los planes secretos japoneses, en caso de una guerra con Rusia.
Detallaban incluso el ataque a la fortaleza rusa en Puerto Arturo, en la península de Kuangtung, al sur de la Manchuria, en dispuesta entonces entre los dos países.
Los rusos aceptaron, pero desde luego, pensaron que eran falsos y los archivaron sin más.
Al poco tiempo se enteraron, de que el oficial en cuestión había sido degradado, por traición a su patria y ejecutado, y casi enseguida siguió la entrada en guerra de Japón y Rusia (1905).
Grande fue entonces para los incrédulos en la veracidad de los planes entregados, cuando se enteraron de que el padre del oficial, avergonzado por el deshonor de su hijo, se había practicado el suicidio ritual (harakiri).
Ahí entendieron que los planes eran auténticos y obraron en consecuencia, para defender a Puerto Arturo.
Pero no era así y donde se situaba un regimiento ruso, ahí había dos japoneses y donde se bombardeaba, no existía nada y los blancos japoneses eran perfectos. La guerra terminó, con el triunfo del Japón y la adquisición de los territorios en disputa.
Ahí se enteraron los rusos, de que todo había sido tramado por los japoneses, para engañarlos.
Los planes eran falsos, pero fueron tenidos por auténticos, gracias a que el oficial, ahora reivindicado, había aceptado ser ajusticiado para lograr el engaño.
Como igualmente su padre, que aceptó suicidarse, por los mismos motivos.
Cedieron sus vidas por su patria.
Y reivindicaron el honor de darla, aunque hubiera parecido en un momento, que este se había perdido.
Recapitulando, se puede afirmar que es lícito, incluso llegar a matar por la patria y por su pueblo.
Que es igualmente lícito llegar a perder el honor, aunque sea solamente por un tiempo, por los mismos motivos.
¿Y entonces, porqué no puede ser lícito, llegar a no aceptar pagar deudas, con origen manifiestamente ilegal y que no han sido estudiadas como corresponde?
¿Porqué no ha de ser lícito negar deudas, cuyo pago puede significar la muerte y la degradación de un pueblo?
¿Porqué seguir afirmando que se pierde el honor si no se paga lo que sólo supuestamente corresponde?
Debemos acabar con ese latiguillo, que sólo lo dan los que en realidad no tienen que sacar nada de sus bolsillos y que adoptan poses de hombres ecuánimes, despreciando el sufrimiento y la carencia de su propio pueblo. Total el que paga o pagaría, es la nación toda.
Ellos sólo se dignan afirmar: ¡A las deudas hay que honrarlas!
Ya calificaba eso Jauretche de zoncera argentina, al afirmar que se honra a Dios, a la patria, a los padres, pero no a las deudas. A estas sencillamente, se las pagan o no.
Por eso hay que manifestar y obrar en consecuencia, que ante todo, está la supervivencia misma de la patria y de su pueblo.
No hay nada superior a eso y más en la actualidad, cuando un gobierno desesperado solamente por subsistir él mismo, hace todo cuanto puede por seguir atado a la usura internacional, sin pensar en el costo que significa y significaría eso para el sacrificado pueblo, no sólo en salud, educación, trabajo, sino incluso en su misma supervivencia.
¿Y qué nos podrían en consecuencia echar en cara las grandes naciones de la tierra, cuándo ellas mismas están incursas en invasiones, muertes, asesinatos y dilapidación de los recursos de los invadidos?
Y no hablemos solamente de Irak y Afganistán, destruidos y saqueados, sino de todos los ejemplos que están y estuvieron a la vista, casi sin interrupción, desde la finalización misma de la segunda guerra mundial.
Los imperios, antes el inglés y ahora el norteamericano, para mantenerse, siempre tienen que dar un paso adelante, en sus guerras y conquistas.
Eso es inevitable y no pueden soltar al toro, porque lo tienen tomado de la cola y si lo hacen, corren el riesgo de ser aplastados. Por eso, que no digan más los argentinos y sobre todo los hipócritas que hablan por televisión e incluso en el poder legislativo, que a las deudas hay que honrarlas.
Mejor que digan que hay que honrar al pueblo y que no hay nada, ni siquiera las deudas, sobre la patria misma.
LA PLATA, marzo 11 de 2010.
Era la madrugada del 3 de febrero de 1813 y el lugar “ la posta de San Lorenzo, distante como dos leguas del convento del mismo nombre, construido sobre las riberas del Paraná”.
Así relata el viajero inglés John Parish Robertson, en su libro “La Argentina en la época de la Revolución” (“Letters on Paraguay”, Biblioteca de La Nación, Buenos Aires, 1918, T.II., pág.27 y stes.), dónde se encontraba en su viaje al Paraguay, cuando de improviso y durmiendo, fue sacudido por soldados del Regimiento de Granaderos del Coronel José de San Martín.
Este, que conocía al inglés, le hizo saber de su próximo encuentro con las tropas españolas a la sazón desembarcando en la orilla del río y le permitió acompañarlo hasta el convento. Y desde ahí fue testigo del famoso Combate.
Y vio como San Martín repartía sus fuerzas en dos alas de caballería y caía sobre los desprevenidos invasores. Era matar o morir y “...la persecución, la matanza, el triunfo, siguieron al asalto de las tropas de Buenos Aires. . . y desde aquel momento los fulgurantes sables hicieron su obra de muerte...”.
El inglés tuvo “pena por la matanza. . .”, pero eso demostraba, que indudablemente por la patria, se podía matar y se podía morir. Era lo más que podía hacer y dar un hombre, a excepción de su honor, como en alguna de sus cartas lo afirmara luego José de San Martín.
Y a propósito del honor, cuentan que a principios del S.XX, era agregado militar a la embajada japonesa en Moscú, un joven militar de familia tradicional, desaprensivo y amante de los placeres y de la buena vida.
Como la policía zarista lo consideraba como una especie de espía, llegó a controlarlo permanentemente y así descubrió que tenía una amante, pese a ser casado y que dilapidaba su dinero en el juego, llegando a contraer cuantiosas deudas.
Como quería alejarlo de Moscú, lo amenazó con denunciarlo, con lo que acabaría su carrera y traería aparejado el deshonor en consecuencia, a toda su familia.
Si bien ese era el solo propósito de los rusos, grande fue su sorpresa, cuando se presentó el oficial japonés, pidiéndoles silencio, siendo que a cambio de ello, les entregó lo que serían los planes secretos japoneses, en caso de una guerra con Rusia.
Detallaban incluso el ataque a la fortaleza rusa en Puerto Arturo, en la península de Kuangtung, al sur de la Manchuria, en dispuesta entonces entre los dos países.
Los rusos aceptaron, pero desde luego, pensaron que eran falsos y los archivaron sin más.
Al poco tiempo se enteraron, de que el oficial en cuestión había sido degradado, por traición a su patria y ejecutado, y casi enseguida siguió la entrada en guerra de Japón y Rusia (1905).
Grande fue entonces para los incrédulos en la veracidad de los planes entregados, cuando se enteraron de que el padre del oficial, avergonzado por el deshonor de su hijo, se había practicado el suicidio ritual (harakiri).
Ahí entendieron que los planes eran auténticos y obraron en consecuencia, para defender a Puerto Arturo.
Pero no era así y donde se situaba un regimiento ruso, ahí había dos japoneses y donde se bombardeaba, no existía nada y los blancos japoneses eran perfectos. La guerra terminó, con el triunfo del Japón y la adquisición de los territorios en disputa.
Ahí se enteraron los rusos, de que todo había sido tramado por los japoneses, para engañarlos.
Los planes eran falsos, pero fueron tenidos por auténticos, gracias a que el oficial, ahora reivindicado, había aceptado ser ajusticiado para lograr el engaño.
Como igualmente su padre, que aceptó suicidarse, por los mismos motivos.
Cedieron sus vidas por su patria.
Y reivindicaron el honor de darla, aunque hubiera parecido en un momento, que este se había perdido.
Recapitulando, se puede afirmar que es lícito, incluso llegar a matar por la patria y por su pueblo.
Que es igualmente lícito llegar a perder el honor, aunque sea solamente por un tiempo, por los mismos motivos.
¿Y entonces, porqué no puede ser lícito, llegar a no aceptar pagar deudas, con origen manifiestamente ilegal y que no han sido estudiadas como corresponde?
¿Porqué no ha de ser lícito negar deudas, cuyo pago puede significar la muerte y la degradación de un pueblo?
¿Porqué seguir afirmando que se pierde el honor si no se paga lo que sólo supuestamente corresponde?
Debemos acabar con ese latiguillo, que sólo lo dan los que en realidad no tienen que sacar nada de sus bolsillos y que adoptan poses de hombres ecuánimes, despreciando el sufrimiento y la carencia de su propio pueblo. Total el que paga o pagaría, es la nación toda.
Ellos sólo se dignan afirmar: ¡A las deudas hay que honrarlas!
Ya calificaba eso Jauretche de zoncera argentina, al afirmar que se honra a Dios, a la patria, a los padres, pero no a las deudas. A estas sencillamente, se las pagan o no.
Por eso hay que manifestar y obrar en consecuencia, que ante todo, está la supervivencia misma de la patria y de su pueblo.
No hay nada superior a eso y más en la actualidad, cuando un gobierno desesperado solamente por subsistir él mismo, hace todo cuanto puede por seguir atado a la usura internacional, sin pensar en el costo que significa y significaría eso para el sacrificado pueblo, no sólo en salud, educación, trabajo, sino incluso en su misma supervivencia.
¿Y qué nos podrían en consecuencia echar en cara las grandes naciones de la tierra, cuándo ellas mismas están incursas en invasiones, muertes, asesinatos y dilapidación de los recursos de los invadidos?
Y no hablemos solamente de Irak y Afganistán, destruidos y saqueados, sino de todos los ejemplos que están y estuvieron a la vista, casi sin interrupción, desde la finalización misma de la segunda guerra mundial.
Los imperios, antes el inglés y ahora el norteamericano, para mantenerse, siempre tienen que dar un paso adelante, en sus guerras y conquistas.
Eso es inevitable y no pueden soltar al toro, porque lo tienen tomado de la cola y si lo hacen, corren el riesgo de ser aplastados. Por eso, que no digan más los argentinos y sobre todo los hipócritas que hablan por televisión e incluso en el poder legislativo, que a las deudas hay que honrarlas.
Mejor que digan que hay que honrar al pueblo y que no hay nada, ni siquiera las deudas, sobre la patria misma.
LA PLATA, marzo 11 de 2010.
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