Por Alberto Asseff *
No todo es sombrío en la Argentina. Reconozco que mi tendencia – como la de muchos otros – es a marcar las notas negras y marginar las blancas y hasta las grises. Quizás sea lo que corresponde para quienes nos alistamos en las filas ajenas a los corifeos del poder y sus coros. Nuestra función primordial es señalar desvíos, censurar demasías, exigir rectificaciones y proponer opciones. No aplaudir. Para batir palmas están los otros, máxime si los ha ganado esa añeja vocación por la obsecuencia.
Empero, hoy debo detenerme en esa Argentina que todavía se esperanza en su futuro. Esa que trabaja, estudia, investiga, emprende, cría hijos de familia, respeta la ley, aspira a la plena vigencia de la Constitución y sus instituciones – incluida en especial la independencia de la buena Justicia -, practica la solidaridad, reza – no porque no ubico primero a la oración la relego en prioridades -, ama a la tierra y a la cultura que de ella – y de los hombres – dimana, cree en la necesidad de un proyecto nacional con sus consiguientes políticas de Estado, está convencida de que nuestro país necesita tan profundas reformas como las que hizo Deng en la China de 1979 y confía que no es verdad de que no se pueda desmontar el entramado corrupto que ha tomado al Estado, la política, los sindicatos, a cierto empresariado, a segmentos de los profesionales, a algún periodismo y a partes de la policía y la Justicia.
En una cuenta pesimista, ¿cuántos son los argentinos desbordados por la codicia personal, que no hesitan en embandarse y cometer fechorías y saqueos contra el patrimonio común, ese gran maltratado? ¿Un millón? Pues entonces existen 39 millones de bien nacidos. ¡Nada menos! ¡Cómo, entonces, no abrigar sueños, ambición, de cambio!
Dediquémonos a los 39 millones. Exhortémoslos a que asuman responsabilidades, a que se apeen de la apatía, a que retomen la confianza, a que hagan buena política como única e indispensable sustituta de la política espuria, a que sean cívicos, más que individuos.
Esos 39 millones deben hacerse oír. Es inadmisible que nos tengan anestesiados con el pasado. Que nos priven del estímulo del futuro. Todos los santos días rememoran por TV un magno entierro de 1952, un bombardeo de 1955 o algún discurso desde el balcón. Pero, ¿cuándo nos convocarán para construir 2 millones de viviendas, levantar un millón de nuevas Pymes, erradicar de cuajo la desnutrición, apostar al trabajo digno y no a la ayuda, hacer excelente la educación, enseñar respeto y tanto más?
Los 39 millones aguardamos, cada vez más apetentes, que se establezcan - ¡por Dios, de una vez ¡- la doce políticas de Estado y así inhumemos para siempre a los patológicos vaivenes y zigzagueos que han atrasado a la Argentina. Cada turno político una nueva fundación. ¡Enfermante!
Los 39 millones están hastiados de las letanías. Quieren ideas, propuestas, caminos, alternativas, vías hacia adelante. También tienen hartazgo con otra actitud, paradójica: hay muchos críticos que se satisfacen con indicar los males y carencias de los dirigentes más encumbrados, pero ocultando que existen alternativas y argentinos volcados a las políticas públicas por genuina vocación. Así, suelen decir que “nadie se ocupa del plan de Desarrollo” o “ninguno formula una idea” o – gravísimo – “todos son iguales”. Es un modo de ahondar la patología nacional. Porque si a las oscuridades que nos envuelve el presente le adunamos la ausencia de opciones, la negrura nos invade. Ahí sí que estaríamos extraviados y perdidos.
Es inverosímil que no haya dirigentes probos e íntegros. Así como de los 40 millones rescatamos nada menos que 39, a la runfla que nos (des) conduce, que nos está degradando como personas y como pueblo nacional, le podemos contrastar una pléyade de argentinos que tienen aptitud y experiencia para guiarnos colectivamente.
Lo alentador es que la noche está muy cerrada y las tinieblas muy densas, sobre todo en la faz ética – que tanto incide en todo. Quiere decir que estamos próximos al amanecer. El mero hecho de que lo estemos escribiendo, que sea publicado y leído, permite vislumbrar que la buena Argentina está por desbordar los muros de la putrefacción que la contiene y, peor, la esteriliza como tierra de promesas y bendiciones.
Existe alternativa. La llave la tienen 39 millones de hijos leales a sus valores. Son los ‘nobles’ que perviven porque no fueron alcanzados por la abrogación de la Asamblea del XIII. Es la nobleza cívica capaz de producir el resurgimiento.
· Profesor de Geoestrategia e Historia;
Ex presidente de Hidronor; dirigente político de UNIR
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