Por Emilio Nazar Kasbo
Lo que a continuación escribo no es un cuento, aunque tenga la forma de tal y todos sus ingredientes, sino más bien un relato autobiográfico de los sucesos de una mañana que podría alterar los nervios de cualquier persona... por la sucesión de hechos imprevistos e imprevisibles que acontecieron.
Ya sé que a muchos la cuestión de los trámites es algo que los aburre, y por eso aviso desde ya que si eso llega a suceder, podrán avanzar en la lectura hasta el subtítulo "ARMENIA", para hacerle más amena la lectura según su propio gusto.
De todos modos, si llega a hacer eso, se perderá una introducción que puede ser de grato interés para otras personas que disienten en su consideración de lectura tediosa respecto de los párrafos que a continuación inmediata se encuentran…
JORNADA COMPLICADA
El día 24 de mayo de 2011, particularmente en horas de la mañana, fue muy particular para mí. Efectivamente, fue uno de esos días como de vez en cuando a Usted también le tocarán vivir.
Había viajado de La Plata a la ciudad de Buenos Aires para hacer unos trámites en horas de la mañana.
Un intenso tráfico hacía lento el trayecto, sobre todo al cruzar el Río de La Plata, ya que justo en el puente una moto había quedado incrustada en la parte trasera de un vehículo utilitario, no hallándose los conductores a la vista, ni policía ni ambulancia alguna, mientras todo el tráfico se hallaba prácticamente detenido y circulando a paso de hombre.
TENGO MI ZAPATO ROTO
Superada tal circunstancia, ya con el tránsito más fluido, concurrí a hacer un trámite en la zona de Abasto. Todo marchó bien, llegué a tiempo, y me quedaba además un rato disponible para hacer otros trámites en el centro.
Pero justo en ese momento sucedió un hecho que marcaría todo el resto de mi jornada. Cuando regresaba al auto, mi zapato se partió justo en la zona del talón, abriéndolo en dos.
No tuve más remedio que tratar de ajustar los cordones lo máximo posible para que la parte de adelante del zapato no se me soltara, aunque la parte del talón quedaba completamente suelta, como si fuese una hojota.
Y para colmo de males, en ese momento comenzó una llovizna que preanunciaba una lluvia más fuerte que estaba por llegar.
CANTANDO BAJO LA LLUVIA
Llegado al centro, en la cuadra del Colegio Carlos Pellegrini, el vehículo se detuvo, y lo dirigí hacia el cordón de la vereda. Al tratar de arrancarlo, quedó como ahogado…
Decidí encender las luces indicando que el vehículo tenía un inconveniente, y salí en busca de una guía para preguntar a un mecánico los pasos que debía seguir para que el auto volviera a arrancar.
Pero al regresar, el auto ya no estaba más. La grúa se lo había llevado, dejando un papel con pegamento en el suelo mojado que indicaba el lugar hacia donde acarrearon el vehículo: al estacionamiento del Centro Municipal de Exposiciones de Buenos Aires. En esa situación, bajo la lluvia, sin movilidad alguna, me fui silbando bajito dirigiéndome hacia la estación de subterráneos más cercana, como refugio.
COMO EN EL FILME MOEBIUS
Seguramente pocos habrán visto el filme argentino “Moebius”. Es una película que transcurre en el subterráneo, metro o como se lo quiera denominar al tren que viaja bajo tierra.
El frío y la llovizna se hacían sentir.
Al llegar a la entrada, bajé las escaleras y sentí el aire viciado y caliente del lugar. Ya en el lugar, vi la boletería: una mujer de guardapolvo celeste cobraba el pasaje a una joven, pero la puerta que comunicaba al andén ya estaba abierta, como indicando el “pase libre” a quien quisiera. Después de cobrar a la pasajera, la empleada salió de su oficina y se dirigió al andén, abandonando su puesto. Ya nadie cobraba en ese lugar.
El tren demoró un tiempo en llegar, y al arribar estaba repleto de personas. Unos cuantos que bajaban, fueron expulsados como por una catapulta, y dejaron un espacio como para que yo pudiese ingresar. Hay quienes pretenden asimilar esa experiencia de viajar en ese medio de transporte hacinado como un pickle en el frasco a un “martirio moderno”. Dudo personalmente que esa exageración disparatada sea válida.
Me dirigí al centro, y salí al mundo exterior en la Avenida más ancha del planeta: la “9 de Julio”, justo frente al Obelisco de Buenos Aires. Nuevamente el frío y la lluvia hacían de las suyas fuera de esos territorios subterráneos en que las vías se convierten en un original medio de transporte veloz… cuando todo funciona bien. Sí, tuve un misterioso paseo gratis, al menos ese fue un consuelo.
MI BUENOS AIRES QUERIDO
Encontrábame en pleno centro citadino, y se me planteaba el dilema: ¿qué hago? ¿voy al estacionamiento en taxi, lo cual me costará cerca de $ 30? ¿O voy a un local de comidas rápidas, ya que tengo un bono económico por el cual me ofrecerán dos menús al precio de uno por un precio de $ 30? La mente armenia en esto es muy fuerte: decidí no gastar el pasaje en taxi, generando un ahorro de $ 30, por lo cual me iba a dirigir caminando hacia el sitio donde fue acarreado el vehículo, a la vez que implicaba un ejercicio físico… y como me sobraban $ 30 decidí gastarlo en la comida.
Claro, ir a almorzar implicaba cerca de una hora de tiempo, y tal vez la lluvia bajaría su intensidad al finalizar. Efectivamente así sucedió, aunque una tenue garúa continuó de forma persistente todo el tiempo… y mi zapato seguía roto.
No pude ir siquiera a comprar otro calzado, porque el acarreo del auto actualmente cuesta $ 190, y eso me dejaba seco, prácticamente sin dinero disponible para hacer un gasto en nuevos zapatos. Como dije al principio: fue “un día de aquéllos”.
ARMENIA
El trayecto que seleccioné fue el siguiente: caminar desde el Obelisco hasta la Avenida Libertador, y desde allí hacia la Recoleta, zona en la cual debía rescatar el auto.
En lo personal, iba vestido con una camisa celeste a cuadritos de blanco, un saco color verde oliva, pantalón de jean gris gastado de fábrica, y mis zapatos negros con la particularidad que ya he referido previamente. Claro que justo esa persona a quien se le ocurrió ir a la parte de “acción” y salteó todo el texto previo se habrá perdido en este tema y no lo comprenderá en su integridad.
Resulta que caminando por la Avenida del Libertador, de pronto veo que se detiene más adelante y del lado de la vereda en que yo estaba, un vehículo negro con vidrios polarizados. Del mismo bajó el actual Embajador de Armenia en Argentina.
¿Armenia? ¿Qué es Armenia? Lógicamente es una pregunta que muchos se realizarán.
UNA EXPLICACIÓN PREVIA
Armenia es un país que se encuentra en el Cáucaso, y que tras el colapso de la Unión Soviética se independizó. Pero sucede que en esa antiquísima zona existió una Armenia Histórica en la cual se han sucedido guerras y genocidios de modo reiterado a lo largo de los Siglos, antes y después de Jesucristo.
Después de Jesucristo, los armenios recibieron la prédica de los Apóstoles San Judas Tadeo y San Bartolomé, y de esa zona surgieron santos como los famosos San Blas o San Expedito, y otros menos conocidos por quienes no son armenios, como por ejemplo San Gregorio el Iluminador.
En el año 300 todo el pueblo se convirtió al cristianismo, después de un milagro que Dios concedió al Rey, y desde ese momento los ataques contra este pueblo fueron mayores, para que el pueblo abandonara su Fe y regresara al paganismo.
A fines del Siglo XIX hubo un gran genocidio contra los armenios, en que fueron masacrados unos 300.000, y luego en 1915 los islámicos turcos otomanos provocaron un millón y medio de muertos. Este último genocidio fue seguido por una diáspora de los sobrevivientes por todo el mundo, y por eso hay armenios en Argentina.
ARMENIO EN DIÁSPORA
Claro, un armenio en Argentina es tanto o más nacionalista que un argentino. Ama mucho a este país, y espera que le vaya del mejor modo posible, que el Bien Común sea procurado de modo efectivo para todos.
Es que el patriotismo armenio tiene muchas similitudes con el argentino: la identidad cristiana, con sus costumbres que informan toda una forma de ser, todo un estilo de vida, unido a la nobleza armenia y el gauchaje argentino. De hecho, toda Patria después de Cristo lo tiene a Él por Rey, lo reconozca o no, para su bien o para su mal. Cristo es el Monarca de cada Patria a lo largo de la Historia, y por eso toda Patria tiene su origen, raíz y esencia cristiano.
Por eso, al decir que soy armenio no desmerezco en nada mi argentinidad ni mi armenidad. Pero sucede un pequeño detalle: soy un armenio en la diáspora, proveniente de la Armenia Histórica, descendiente de armenios arabizados, mientras que actualmente la ciudad de Mardin, el pueblo de mis ancestros, se encuentra en Turquía. Mi abuelo tenía pasaporte sirio, de una ciudad que hoy es turca; y la Armenia independiente actual no abarca el territorio original de la Armenia Histórica. ¿Me reconoce Siria o Turquía como armenio? No.
El único reconocimiento que puedo esperar, como armenio, al igual que los asirios de la zona que también fueron víctimas del genocidio, siendo todos hermanos raciales, es el de Armenia. Tal vez algún día se funde un Estado hermano de Armenia, un Estado Asirio en la región de la Armenia Histórica, pero falta aun que corra mucho agua debajo del puente de un Genocidio que al presente niega Turquía: el único negacionismo en el mundo tras haberse cometido una gran masacre aniquiladora de un pueblo cristiano.
Mi familia es y fue católica, y mis ancestros fueron masacrados por católicos y por armenios, condiciones descalificantes en la Turquía de 1915. En Mardin había 22.000 armenios católicos al momento del genocidio, de los cuales hoy no sé si habrá quedado una sola familia sobreviviente.
MI EMBAJADOR
Por eso, a pesar de que no hablo más armenio que el litúrgico de la Misa, al menos por ahora hasta que en algún momento pueda hablarlo con corrección, a pesar de que el pueblo de mi familia no se encuentra en Armenia, a pesar de que mi madre nació en Aleppo siendo colonia de Francia en aquellos momentos, y por tanto nació como ciudadana francesa para luego ser ciudadana siria tras la independencia del país y ciudadana argentina al nacionalizarse aquí, y también a pesar de que vivo en Argentina… a pesar de todo eso, soy armenio.
Y soy armenio por la ascendencia, así de simple. Del mismo modo que un francés lo es por el mismo motivo, tanto como que también soy hijo de una ciudadana francesa de origen armenio como lo fue mi madre.
Y mientras transitaba por Avenida del Libertador, me encontré con mi embajador: el Embajador de Armenia en Argentina. Soy uno del montón, de esos que a veces están en los actos… y sólo eso. Al verlo le dije:
- Hola, ¿puedo sacarle una foto?
El Embajador, con unos papeles que sostenía en la mano, me preguntó intrigado:
- ¿Una foto?
- Sí, una foto – repliqué.
Aparentemente, el Embajador estaba sorprendido de que alguien lo reconociera y le pidiera una simple fotografía.
- ¿Por qué una foto? – preguntó nuevamente
- Porque soy armenio.
Esa fue toda mi respuesta, ante la cual me permitió realizar la toma. Le agradecí y seguí mi camino. Seguramente habrá podido ver mi zapato roto, porque desde atrás se veía absolutamente descuajeringado… todo un símbolo de que efectivamente soy un armenio y estos percances no son tratados más que como percances.
Continué unas pocas cuadras más, aboné el acarreo y al sentarme en el auto extrañamente arrancó. Tal vez el tiempo que estuvo sin funcionar hizo efecto… o tal vez todo sucedió para que pudiera sacar la foto tras mi providencial encuentro con el Embajador de Armenia y pudiera escribir estas palabras… sólo Dios sabrá.
El embajador de la RA en Argentina, Vladimir Karmirshalyan
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