Por Mons. Richard Williamson
Obispo de la Fraternidad
Sacerdotal San Pío X
Número CCXXVI (226), 12 de
noviembre 2011
Cuando el “Comentario Eleison”
citó (10 de Septiembre, 217) el proverbio Ruso asemejando la mujer y el hombre
a una planta de tomate y al tutor alrededor del cual esa planta se apoya y
trepa para llevar frutos, usó la comparación para exponer la naturaleza y el
papel de la mujer. Una lectora preguntó entonces como se aplica ello a los
hombres. ¡Ay! nuestra época loca está tratando de borrar todas estos
fundamentos de la naturaleza humana.
Acerca del designio de Dios para
el hombre y la mujer, profundamente diferentes pero sublimemente
complementarios, hay por supuesto mucho más para decir de lo que una mera
comparación con la huerta puede decir. En cada Misa Católica de esponsales, la
Epístola compara las relaciones entre esposo y esposa a aquellas entre Cristo y
su Iglesia. Digno de mención en este pasaje (Efesios V, 22-33), es cómo San
Pablo delinea extensamente los deberes consiguientes del esposo y brevemente
aquellos de la esposa. Podemos ya sospechar que los hombres de hoy día son en
gran parte responsables por la pérdida de cordura entre el hombre y la mujer
contemporáneos, pero dejemos el misterio sobrenatural para otra ocasión y
retornemos a la huerta, porque por encima de todo, los fundamentos naturales
son los que están siendo atacados hoy por los enemigos de Dios y del hombre.
Para que un tutor de tomate sirva
a la planta de tomate precisa dos cosas: debe mantenerse elevado y debe
mantenerse firme. Si no se mantiene elevado la planta no puede trepar, y si no
se mantiene firme la planta no puede apoyarse o enrollarse alrededor del tutor.
La firmeza, uno puede decir, depende del hombre enrollándose alrededor de su
trabajo, mientras que la estatura depende de que alcance a Dios, nada menos.
En cuanto a la firmeza, en todos
los tiempos y lugares donde la naturaleza humana no ha sido retorcida fuera de
todo reconocimiento, la vida del hombre gira alrededor de su trabajo mientras
que la vida de la mujer gira alrededor de su familia, comenzando por su hombre.
Si el hombre hace de la mujer el centro de su vida, es como si dos plantas de
tomate se apoyaran entre sí – ambas terminarán en el barro a no ser que la
mujer tome el papel del hombre, para el cual no fue hecha y que, al menos, ella
nunca debería desear hacer. Una mujer sabia elige por marido precisamente a un
hombre que ya ha encontrado su trabajo y lo ama, de manera que mientras él está
firmemente enrollado alrededor del mismo, ella puede enrollarse alrededor de
él.
En cuanto a la estatura, así como
el tutor debe apuntar al cielo, así un hombre debe estar dirigido hacia el
Cielo. Los líderes precisan de una visión con la cual inspirar y dirigir. El
Arzobispo Lefebvre tenía una visión
de la restauración de la Iglesia verdadera. Del mismo modo, cuando la fe del
Cardenal Pie (1815-1880) vio alrededor
de él la falta total de hombría en los hombres del siglo XIX, lo atribuyó a la
falta de fe en ellos. Donde no hay fe, dijo, no hay convicciones. Sin
convicciones no hay firmeza de carácter. Sin firmeza de carácter, no hay
hombres. San Pablo estaba pensando en lo mismo cuando dijo: “La cabeza de todo
varón es Cristo, y el varón, cabeza de la mujer, y Dios, cabeza de Cristo” (I
Cor. XI, 3). Por consiguiente, para recobrar su hombría, vuélvase el hombre a
Dios ordenándose por debajo de El, y será así mucho más fácil para una esposa
ordenarse por debajo de su hombre, y para los niños por debajo de ambos.
Pero “debajo” no debe entenderse
como una especie de tiranía, sea del esposo sobre la esposa o de los padres
sobre los niños. El tutor está allí para la planta de tomate. Fue un sabio
Jesuita que dijo que lo mejor que un hombre pueda hacer por sus niños es amar a
la madre de ellos. Los hombres no aman como lo hacen las mujeres, así es que
fácilmente pueden dejar de entender cómo las mujeres necesitan amar y ser
amadas. ¡Una cucharita de afecto, y ella puede andar otros cien kilómetros! El Espíritu Santo lo dice más elegantemente:
“Maridos, amad a vuestras mujeres, y no las tratéis con aspereza” (Col. III, 19).
Kyrie eleison.
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