INSTITUTO DE ESTUDIOS ESTRATÉGICOS DE BUENOS AIRES
(Abril de 2003)
Nuestra querida Patria somatiza
en estos tiempos, una doble posguerra, pero la “democracia progresista y
discursiva” la niega.
La guerra del Atlántico Sur, que
provocó el colapso del “Proceso”, produjo todo tipo de comentarios por parte de
los opinólogos, menos un serio tratamiento desde el conocimiento
político-estratégico. Fuimos uno de los pocos países Sur que enfrentó una guerra limitada en la era nuclear. Ello
debió de dejarnos experiencias y enseñanzas fundamentales, potenciadas por la
derrota, para aplicarlas en la necesaria recuperación institucional. No lo
hicimos. No aprendimos a aprender. El consecuente entretenimiento fue solazarnos,
durante años, con las angustias adjetivas. Lo sustantivo quedó a cargo de otros
estados, incluso de cercanos vecinos, que lo aprovecharon intensamente.
Pero, frente a “la otra guerra”, la muy limitada, que duró casi treinta años y que denota tres claras
campañas sin solución de continuidad, la falacia que hemos
construido y que aun continúa, no tiene parangón en
la región. Somos la excepción en el Hemisferio
Sur. A ninguno de los países que padeció igual agresión, se le ocurrió hacer
judicial un hecho de naturaleza socio-política. Los argentinos lo
hicimos desde una extrema ideología, explotando el colapso del gobierno militar
ya citado, como si las derrotas no fueren de la Nación, sino del sector
interno elegido como enemigo.
Hubo un momento de realismo en 1987, ante la
sensación del “abismo alfonsinista” y
se intentó corregir el grueso exabrupto del famoso Decreto 158/82. Pero, la
fuerza emotiva y el odio social que acumulan las ideologías, superaron a la
posibilidad de nuestro fallido ingreso al mundo globalizado y competitivo. Esta
inserción era impuesta por las circunstancias, en 1989. No por la
razonabilidad de los dirigentes.
La tentación hacia la utopía, al
sueño del partido único y el ingreso del socialismo revolucionario encubierto, en los partidos
tradicionales, no socialistas, encontró una vía de captación electoral
alternativa en “los derechos humanos unidireccionales”, que sirvieron
electoralmente desde entonces y que hoy cobran nueva dimensión, cuando hay
necesidad de hacer ruidos, por carencia de nueces. Hay elecciones y no hay ideas. Ante la ausencia de un proyecto de
Gran Política, el agresor ha creado
una gran causa ideológica, “justa”,
para redimir a las sociedades del abuso de la fuerza que, paradójicamente, ellos
motivaron.
El aturdimiento producido por las
crisis es tan grande que la tarea está a cargo, sin pudor, de algunos
terroristas insignes, sin inconvenientes. El más antiguo y ensangrentado,
Gorriarán Merlo, ha tenido en estos días espacio en el canal oficial. Otros son
asesores u operadores calificados, o fiscales y jueces televisivos, cuando no “periodistas del oficialismo de turno”.
Ésta maniobra, que ha licuado a los grandes partidos, nos colocó en una situación
social anómica, en parálisis política y en default económico-financiero. Sin
embargo las dosis de desinformación tienen su efecto: la incapacidad de cotejar
la palabrería democratista deliberativa, con la realidad circundante. No solo
Gramsci ha encontrado aquí un éxito rotundo para experimentar sus teorías, sino
Adorno, Habermas o Bohman.
No es fácil encontrar un espacio social tan frágil, en
términos culturales, que permita éste tipo de experiencias “in vitro”, con
seres humanos.
La “duda cruel”, en el 2003.
¿Cuál es el límite de
permanencia, en el tiempo, de la vida social sostenida solo por falacias?.
¿Cuánto tiempo más podremos continuar viviendo sobre la irrealidad discursiva
de los charlatanes?. Tenemos la suerte de tener en Buenos Aires una escuela de
pensamiento estratégico que ha investigado en profundidad la estructura de las
falacias. Es la Escuela Unicista del Profesor Belohlavek, que ha dicho:
“la falacia es un círculo
vicioso de pensamiento-acción, que lleva a la disfuncionalidad, a la
marginalidad y a la autodestrucción de quienes la aplican”.
¿Qué nos dice la realidad que nos
circunda acerca de la “disfunción
institucional, de la marginalidad social y de la autodestrucción de los argentinos”? Hasta hoy, la reacción del
electorado frente al drama, es aun endeble. El relato ha prendido. Hay una
mayoría que se pliega, según la opinión publicada, sobre el espejismo. La
autodestrucción de un país naturalmente bien dotado, es larga y penosa.
La razonabilidad y madurez de la adolescencia política llegará,
desgraciadamente, luego de un extremo sufrimiento.
Hubo una Guerra Civil Revolucionaria, Asimétrica y Cruel.
Nada más cruel e “incivil”, que la guerra civil,
“reino del terror, de la venganza y del fanatismo”. Llegó cabalgando
el desencuentro social de los años ’50, sorprendiendo a un Cuasi-Estado
malversado y conducida estratégicamente desde el exterior. Fue, entre nosotros,
la primera expresión del conflicto asimétrico que hoy cuenta, en el mundo
desarrollado, con un cuerpo de doctrina y es preocupación central de los
estrategas teóricos. El agresor planteó el terror como arma, frente a
organizaciones armadas pesadas y burocratizadas, de muy lenta reacción
conceptual. En el ’73, la infiltración revolucionaria que acompañó a
Cámpora logra desde el Congreso anular el escaso
soporte legal del empleo de fuerza, fuera de la Convención de Ginebra -éste
solo aplicable a las guerras internacionales-. Además, lanza a la calle a los
terroristas detenidos a lo largo de una campaña de diez años.
El agravamiento de la situación
fue inmediato. Produjo la caída de ese gobierno y luego la expulsión de la
plaza de los “imberbes, estúpidos y traidores”. Emergía un enorme “vacío de poder” ante la muerte de Perón
y un nuevo estado “de excepción”-1976- colaboró con la estrategia internacional
de aproximación indirecta del terrorismo revolucionario, que no tenía respuesta
equivalente desde el Débil Estado.
Los “ejércitos revolucionaros”, las “fuerzas
armadas revolucionarias” y demás bandas armadas, con sus arsenales,
códigos, bases, escuelas y banderas, se desmovilizan. Se inicia una etapa de explotación de su maniobra exitosa, sin
respuesta del Estado, en manos de la
social-democracia desde 1983. Así, a pesar de las derrotas en combate,
vuelven al poder con Alfonsín y licuan al partido centenario, la UCR.
La falacia de Joseph Comblin: la “doctrina de la seguridad
nacional”, fue el arma principal para obtener consensos sociales a
través del los medios de comunicación del Estado, ganar elecciones y anular a las instituciones. Se llega,
luego de variadas alquimias comunicacionales y electorales, a la actual
situación de anomia anárquica, parálisis política y alienación ideológica, con
el default financiero como telón de fondo. La guerra, en su etapa de posguerra,
alcanza instancias de definición social.
¿Resistirán las falacias que soportan al espejismo
argentino, cuando la cruel realidad muestre su rostro? ¿A qué distancia
estamos del momento en que la burbuja artificiosa colisione con la realidad?
Ese será el momento en el que descubriremos el verdadero rostro de
las guerras
civiles.
Descubriremos que el sentimiento hostil surge de la intención hostil del agresor y que,
cuando ésta cesa, recién termina la guerra, porque ha sido
derrotado o porque ha triunfado y la Nación así lo reconoce.
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