El pensamiento de Mons. Richard Williamson
Obispo seguidor de Mons. Marcel Lefebvre
Número CCCV (305), 18 de Mayo de 2013
Un lector ha hecho resurgir el
clásico problema que ha surgido algunas veces en estos “Comentarios” directa o
indirectamente, pero que es tan serio que merece ser tratado nuevamente por sí
mismo. El escribe: “Encuentro difícil ser el católico que quiero ser debido a
la doctrina de condenación eterna. No me parece que yo pueda aceptar la idea de
que un alma pueda ser atormentada incesantemente por toda la eternidad.
Simplemente es demasiado horrible. Tiene que existir una doctrina católica que
no sea tan tajante”. Brevemente, ¿cómo puede ser que incluso una sola alma sea
condenada con toda justicia a toda una eternidad de espantosos tormentos?
Noten que en una cueva que uno puede
todavía visitar en Segovia, España, un gran Santo como lo fue San Dominico,
pasó una noche agonizando en oración preguntándose sobre esta cuestión. Pero,
dejemos sentado inmediatamente que es absolutamente fuera de discusión poner a
Dios Todopoderoso en el banquillo de los acusados, como si El mereciera ser
condenado o necesitara ser absuelto. Si su Iglesia enseña, como lo hace, que un
solo pecado mortal puede condenar a un alma al fuego infernal eterno y, si yo
estoy en desacuerdo, entonces soy yo el equivocado y no su Iglesia. ¿Por qué
estoy equivocado?
Por una o ambas de dos razones conectadas.
O bien yo no aso la grandeza y bondad de Dios, lo cual es fácil de hacer,
porque mi pequeña mente es finita y Dios es infinito. O bien no aso la gravedad
del pecado, lo cual también es fácil de hacer porque el pecado ofende
primariamente a Dios, solamente secundariamente a mi mismo y en tercer lugar a
mi prójimo. Entonces, si fracaso en asir la grandeza del Dios ofendido por el
pecado, naturalmente no asiré la gravedad del pecado.
La pregunta entonces deviene, ¿ha
dado el Gran y Buen Dios a cada ser humano que alguna vez vivió y que El creó,
suficientes medios durante su corta vida en la tierra como para saber que El
existe, que Él puede ser ofendido, qué es lo que básicamente Lo ofende y cuán
grave es ofenderlo? La respuesta solo puede ser afirmativa en todos los cuatro
encabezamientos.
* No necesito Fe sobrenatural para
conocer la existencia de Dios. La recta razón basta para decirme que atrás de
todas las cosas buenas en la vida de un hombre hay un Ser Supremamente Bueno.
La razón apartada fuera de la verdad por el orgullo o cegada por el pecado,
puede no decirnos de este Ser, pero cualquier apartamiento y ceguera son por mi
culpa, no la de Dios, y ellos merecen un castigo proporcionado a todas las
bondades que he experimentado en esta vida y que no me dejan “excusa”
(Rom. I, 20) de mi parte si yo no las atribuyo a Dios.
* La realidad del libre albedrío es
una experiencia diaria y cada uno de nosotros tiene la luz natural de la
conciencia para decirnos que le debemos culto al Ser Supremo y que rechazar ese
culto es ofenderlo. Tal es el Primer Mandamiento, y no precisa Fe para saberse.
* La conciencia natural también me
dice de los otros nueve Mandamientos, que meramente deletrean la ley natural.
También me dice que romperlos ofende no solamente a mi prójimo pero también, y aun
primariamente, al Ser Supremo.
* Y, finalmente, lo más limpia que
esté mi conciencia, lo más claramente me dice cuán serio es ofenderlo a Él. El
problema es que todos somos pecadores, y cualquier pecado ayuda a enceguecer
nuestra conciencia. Pero nuestro pecado es nuestra propia culpa, no la de Dios,
y El es totalmente justo en castigarnos por cuan nosotros enceguecemos nuestras
mentes.
De acuerdo, entonces, uno puede
objetar, todos los hombres en esta vida reciben como para conocer suficiente de
Dios y como para merecer castigo luego de esta vida en proporción a cuanto lo
han ofendido a El. Pero, ¿cómo puede cualquier mero hombre ofenderlo tan
gravemente como para hacer que un castigo eterno e inimaginable sea justo?
Intente el “Comentario” de la próxima semana acercarse a un misterio que es
casi tan profundo como Dios es profundo.
Kyrie eleison.
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