Por Ricardo Díaz
En el presente artículo vamos a recorrer un largo camino en la historia de las ideas políticas: aproximadamente dos mil cuatrocientos años, lo cual no es poco, por cierto. Pero no se asuste, lo haremos muy sintetizado, de acuerdo al tiempo y espacio con el que contamos.
Comenzaremos con Sócrates, para quien la actividad política supone un saber: “No son reyes los que tienen cetros, ni los que han sido elegidos por la multitud, no los que designa el azar o han llegado al trono urgidos por la fuerza o la violencia, sino aquellos que saben gobernar”. Su idea fue enaltecer en el hombre el saber enlazado al obrar ético, trascender la opinión para alcanzar la sabiduría.
Continuamos con Platón, para quien el bien y la verdad constituyen sus ideas fundamentales a cuya realización se dirige su pensamiento político. Presenta la política como una ciencia antes que arte, como el instrumento de la realización en el mundo de un orden moral. Condena al tirano, por estar éste encadenado a pasiones inferiores.
Por su parte, Aristóteles califica el alcance del saber político como ciencia integradora. Ciertas acciones se hacen no porque sean correctas en sí mismas, sino porque son capaces de realizar el bien para el hombre: supremo”. “Es claro que el fin común de todas nuestras aspiraciones, será el bien supremo”.
La Stoa, o escuela de los estoicos, de Zenón, afirma que la perfección debe tender hacia la acción. El pensamiento estoico, basado en rígidas leyes morales, lo adoptarán políticos y emperadores romanos, destacándose entre ellos Marco Aurelio.
Y, hablando de Roma… el Derecho Romano tenía, entre otros conceptos jurídicos, el de jus belli, basado en el respeto al enemigo y en las alianzas pactadas. Cicerón se preguntaba “¿qué es la ciudad, sino una multitud de hombres reducida a un vínculo de concordia?."
En el presente artículo vamos a recorrer un largo camino en la historia de las ideas políticas: aproximadamente dos mil cuatrocientos años, lo cual no es poco, por cierto. Pero no se asuste, lo haremos muy sintetizado, de acuerdo al tiempo y espacio con el que contamos.
Comenzaremos con Sócrates, para quien la actividad política supone un saber: “No son reyes los que tienen cetros, ni los que han sido elegidos por la multitud, no los que designa el azar o han llegado al trono urgidos por la fuerza o la violencia, sino aquellos que saben gobernar”. Su idea fue enaltecer en el hombre el saber enlazado al obrar ético, trascender la opinión para alcanzar la sabiduría.
Continuamos con Platón, para quien el bien y la verdad constituyen sus ideas fundamentales a cuya realización se dirige su pensamiento político. Presenta la política como una ciencia antes que arte, como el instrumento de la realización en el mundo de un orden moral. Condena al tirano, por estar éste encadenado a pasiones inferiores.
Por su parte, Aristóteles califica el alcance del saber político como ciencia integradora. Ciertas acciones se hacen no porque sean correctas en sí mismas, sino porque son capaces de realizar el bien para el hombre: supremo”. “Es claro que el fin común de todas nuestras aspiraciones, será el bien supremo”.
La Stoa, o escuela de los estoicos, de Zenón, afirma que la perfección debe tender hacia la acción. El pensamiento estoico, basado en rígidas leyes morales, lo adoptarán políticos y emperadores romanos, destacándose entre ellos Marco Aurelio.
Y, hablando de Roma… el Derecho Romano tenía, entre otros conceptos jurídicos, el de jus belli, basado en el respeto al enemigo y en las alianzas pactadas. Cicerón se preguntaba “¿qué es la ciudad, sino una multitud de hombres reducida a un vínculo de concordia?."
Pero, ni la filosofía griega ni el Derecho Romano hubieran durado y trascendido en la historia sin el Cristianismo, que unió al concepto de universalidad política del Imperio, la Misión Divina de la Redención de todos los hombres, realzando la justicia humana en la Caridad Sobrenatural. Esta integración que posibilitaron Constantino, Justiniano, Carlomagno y Carlos V, trajo: la dignidad de la persona humana; la igualdad esencial de los hombres; la elevación de la mujer ejemplificada en la Sma. Virgen María; el verdadero sentido social de la propiedad privada; el origen y legitimidad del poder; la necesidad de la Fe para entender las cosas de Dios y del destino del alma y de la naciones; el auxilio de la Gracia para ser libres en el Bien; la Caridad de Dios para la perfección de la Justicia.
Bizancio es la heredera de la cultura romana, y es Agapeto quien se destaca con su obra “Libros de consejos para el Príncipe”, donde explica la autoridad con el símil de la nave: “El poder es de origen y comunicación Divinos, en tanto que el ejercicio de piloto del Estado, acarrea la responsabilidad exclusiva por la ruta elegida”.
San Agustín en su inmortal obra “Ciudad de Dios” dice que: “Dos amores hicieron dos ciudades: el amor a Dios, llevado hasta el desprecio de sí mismo, dio origen a la ciudad de Dios; el amor de sí mismo, llevado hasta el desprecio de Dios, a la ciudad terrena”.
San Isidoro de Sevilla aporta la originalidad en materia política al destacar la importancia de las asambleas conciliares, y describir al Rey Justo, al Príncipe Cristiano: “no rige quien no corrige”. “El tirano es el rey que sin virtudes vive preso de la lujuria”.
Lo siguen Hugo de Saint Victor; Jonás de Orleans; San Bernardo de Claraval, y Juan de Salisbury: “El Príncipe es una imagen de la divinidad y el tirano una imagen de Lucifer”.
Y, así, en un rapidísimo viaje por la historia de las ideas políticas –como si viajáramos en el tren bala de la presidenta argentina– hemos llegado a Santo Tomás de Aquino, cumbre del pensamiento de la cristiandad y conocido como “Doctor Angélicus”, expresó que, la comunidad es entendida como una unidad de orden cuyo fin se realiza en consecución de la felicidad de sus miembros. La ley debe mirar propiamente hacia aquél orden de cosas que llevan al bien común. Clasifica las leyes en eterna, natural, humana y divina. El titular del poder resulta gerente del previo Poder Divino, mediatamente operante a través de la naturaleza política del hombre.
Discípulo de S. Tomás de Aquino fue Egidio de Roma, quién sistematizó el pensamiento aristotélico. Egidio nos habla de tres gobiernos posibles: el de sí mismo, el de la familia y el del Reino, y define a éste como “la confederación de muchos campos y ciudades, bajo un solo Príncipe”.
El ideal de concretar la unidad espiritual en una estructura política, tendría fiel representante en Dante Alighieri, que intentó recomponer el orden perdido en las ciudades italianas: “la mayor unidad es el mejor bien de todas las cosas, puesto que el mejor Estado del mundo es la imitación de Dios, puesto que Dios es por excelencia la Unidad”.
De Italia nos trasladaremos a España, que está cerca -¡impresionante este tren bala!– El dominico fray Francisco de Vitoria, afirmó que el problema consiste en “determinar qué es una República y quién propiamente puede llamarse Príncipe”. Y señala que se llama República a una “comunidad perfecta, en cuanto lo tiene todo, que no es parte de otra República, sino que tiene leyes propias, consejo propio, magistrados propios”, en una palabra, es Soberana. Señala como divino el origen del poder, refutando a los jesuitas que lo hacían bajar de Dios a la comunidad y de esta al príncipe, como si Dios necesitara intermediarios. Lo siguieron Domingo de Oto; Luis de Molina; Pablo de León y varios más.
Otro español, Juan de Mariana escribió: “la bondad está siempre en relación con la unidad”. Por su parte, Juan Luis Vives se ocupó de la educación del Príncipe, prefiriendo para ello la formación platónica completada por la pericia: “La Prudencia del mando necesita la ayuda y el estímulo del consejo”.
Ya en el siglo XVIII se destacan Gracián y Quevedo, pero el más representativo es don Diego de Saavedra Fajardo quien expresó que: "No está más seguro el Príncipe que más puede sino el que con más razón puede". Luego afirma que el Rey que ensancha mucho la circunferencia de su corona, se le cae de las sienes. Señala a la Prudencia como la virtud intelectual que debe regir el obrar político.
Lorenzo Ramirez de Prado dice que “la República es un cuerpo sujeto al gobierno de la cabeza Soberana, quien lo dirige conforme a la razón de Estado, siempre que esté guiada por la Prudencia”.
Luego viene la decadencia borbónica con Floridablanca; Aranda; Campomares y Jovellanos, todos en la línea del programa liberal. La reacción tradicionalista se manifiesta en Antonio Javier Perez y López y en el jesuita Eximeno.
Erasmo de Rotterdam habló del renacimiento del arte que se vuelca en la Majestad Soberana de la política. Pero el mayor y nefasto exponente del renacimiento y con el cual podemos darnos cuenta del trágico vuelco de las ideas políticas, personaje impune para la historia, fue Maquiavelo, cuyos diabólicos postulados no quiero exponer por respeto al lector bienpensante. Solo diré que estos postulados conducen a la incesante búsqueda del éxito en lugar de la Verdad, y la gloria mediante la dualidad y el engaño.
Las naturales reacciones se dieron en el cardenal Belarmino con su obra “Disputaciones”.
Más tarde aparece Hobbes con su obra “Leviatán”, cuyo plan es asimilar la psicología y la política a las ciencias físicas y exactas, antes que reafirmar la arquitectura del poder.
La máxima figura francesa es Bossuet. Su método consiste en deducir de los textos bíblicos máximas políticas aplicables a la realidad de su tiempo, aunque enunciadas de modo universal. Para Bossuet, la Providencia gobierna a los hombres y a los Estados. Y el poder se debe ejercer con humildad porque, a pesar del poder, el gobernante es débil, mortal y pecador, y deberá rendir cuenta ante Dios.
Luego la Ilustración nos trae a Locke y Montesquieu. El primero dijo que “El gobierno no tiene más fín que la conservación de la propiedad”. El segundo, por su parte, incursiona en la búsqueda del espíritu de las leyes, la división del poder: Corona, parlamento, poder judicial independiente. Y llegamos al inefable y nunca caído de la boca de nadie, señor Rousseau, que en sus obras “Emilio” y “Contrato Social”, desemboca finalmente en la soberanía del número. El número como criterio de verdad.
Después de los revolucionarios franceses, aparecen como natural reacción, los contra-revolucionarios. De Maistre y Bonald sostuvieron que lo principal es la unidad y el orden social, concebidos de un modo jerárquico y consuetudinario. Revalorizaron el papel integrador de la familia y de las corporaciones, la misión dirigente de la nobleza y la subordinación del poder temporal al Espiritual.
En España se destacaron J. Balmes y Doso Cortés con su obra “Catolicismo, Liberalismo y Socialismo” que afirma que “detrás de toda cuestión política subyace un problema religioso”.
Los germanos también tuvieron sus voces, como la de Von Puchta y Von Sevigny, que señalaron que lo que interesa es desentrañar el espíritu del pueblo (volkgeist), lo cual permitiría interpretar el derecho en su evolución natural. Para el suizo Von Heller, la sociedad no es fruto de ningún contrato sino de la desigualdad natural. El poder se adquiere en virtud de la superioridad natural y es concedido por Dios.
Juan Fichte subraya la importancia del Estado Nacional. Cada nación contribuye con su género peculiar al progreso de la civilización.
Luego aparece Hegel: "El Estado es un organismo natural, fase del proceso histórico del mundo, perfecta manifestación de la realidad y síntesis de la libertad universal e individual".
Con Jeremías Bentham aparece el liberalismo utilitarista en Inglaterra. Se destacaron James Mill; Adam Smith y David Ricardo; J. Stuart Mill. Alexis de Tocqueville, que en su obra “La democracia de América” prevé el futuro americano en contraposición con el ruso. Aunque más que una profecía, muchos dicen que pudo haber sido un informe anticipado de la masonería. Muy interesante es su predicción del futuro, que se está cumpliendo: "Veo una muchedumbre innumerable de hombres semejantes e iguales, que giran sin descanso sobre sí mimos para procurarse pequeños y vulgares placeres, con los que llenar su alma. Por encima de ellos se eleva un poder inmenso y tutelar, que es el único que se encarga de velar sus goces y su suerte".
La revolución industrial nos trajo el socialismo. Robert Owen fue el primer socialista “utópico”. Dejó como aportes el mutualismo y el cooperativismo. Saint-Simon, defensor de la industria preconiza un gobierno tecnocrático. También se destacaron en esta época Charles Fourier; Luis Blanco y Pierre Leroux.
De la izquierda hegeliana surge Karl Marx que aplica el materialismo de Feurbach con el rigor científico del positivismo a la interpretación y a la transformación revolucionaria de la sociedad capitalista. Y luego surgió Lenin y después Stalin, que no tenía ninguna idea política pero tenía el fusil y el archipiélago Gulag.
A fines del siglo XIX aparece el Anarquismo, que puede dividirse en tres: anarquismo individualista: Max Stirner y León Tolstoi; anarquismo literario: Netchaiev y el anarquismo socialista y doctrinario: Proudhom, Bakunín, Kropotkin. Luego aparecía el anarcosindicalismo y el sidicalismo revolucionario con George Sorel.
Como reacción natural a todos estos movimientos y doctrinas, surge el Nacionalismo, que intentó restaurar la senda histórica de occidente.
En Francia, Charles Mourras , influido por De Maistre, considera la política como una ciencia. En Italia, Benito Mussolini dice que el Estado fascista es un Estado con conciencia de sí, es un Estado ético. En Inglaterra, Chamberlain; y en Alemania se destacaron Ratzel; Kjllen; Haushofer; Spengler y Hitler, que organiza el movimiento nacionalsocialista con una clara idea de los poderes secretos que dirigen el mundo. Hoy no tan secretos, bastante conocidos son los apellidos Rokefeller; Rostchild; Morgan; Loeb; etc.
En España se destacan las figuras de Ledesma Ramos y José Antonio Primo de Rivera, que eleva el movimiento nacionalista a una dimensión religiosa a través de la Fe Católica dándole así expansión ecuménica con su definición de Nación como “Unidad de destino en lo Universal”.
Con Francisco Franco el nacional-catolicismo vino a perfeccionar algunas ideas de la Falange joseantoniana, y gobernó desde 1931 hasta 1975 dándole a España cuarenta años de paz.
En Portugal se destacó Oliveira Zalazar inspirador del “Estado Novo”.
En China Chaing Kai-Shek opone su nacionalismo ante el comunismo importado de la Unión Soviética por Mao Tse Tung, seguido más tarde en el caribe por Fidel Castro.
En Africa se destacó Nelson Mandela, que tras muchos años de prisión llegó a la presidencia de Sudáfrica.
El nacionalismo revolucionario tuvo su exponente en Centroamérica con Omar Torrijos.
En Polonia, la solidaridad se materializa con Lesch Walesa.
En Argentina, a partir de los años treinta comienza a actuar el nacionalismo católico, en donde se destacaron mucha figuras, algunas muy conocidas, como el silenciado escritor Martínez Zubiría (Hugo Wast), el sacerdote Julio Menvielle; el Padre Leonardo Castellani; los profesores Jordán Bruno Genta; Carlos Sacheri. Estos dos últimos asesinados por la guerrilla subversiva de la década de mil novescientos setenta. Publicaciones como “Combate” y “Cabildo” se convirtieron en trincheras políticas contra el régimen.
El nacionalismo en Argentina tuvo una actuación preeminente en el golpe de 1943, que luego absorbió el peronismo. Bueno, llegamos a Kirchner, salteando a muchos presidentes sin ideas y pasando por alto también a Carlos Saúl Menem, cuya trágica y desastrosa idea del gobierno consistía en privatizar o malvender las empresas nacionales. Y ¿qué decir del actual co-presidente o primer ministro? Nada. Únicamente que, de todos los reseñados a través de dos mil cuatrocientos años, sólo es comparable a Maquiavelo.
Fuente: “Breve Historia de las ideas políticas”, H.J. Martinotti
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