lunes, 9 de marzo de 2009

Mons. Héctor Aguer: "La inseguridad, un problema político"

En su reflexión semanal en el programa “Claves para un Mundo Mejor” (América TV), conducido por Tito Garabal, Mons. Héctor Aguer, Arzobispo de La Plata, habló sobre la inseguridad. Se refirió a alguna de sus causas, sus riesgos y lo presentó como “un tema de los más graves de la actualidad” y destacó que “la inseguridad no es un asunto policial, sino un problema político de primera magnitud. Su dolorosa vigencia es un signo elocuente de lo mal que anda la Argentina”.

Lamentó que crea “crispación” social y que si bien “todos quisiéramos una solución rápida, la solución profunda requiere otros acomodamientos en la sociedad argentina”. “Habría que advertir que sin políticas a largo plazo, sin una consideración objetiva y completa del problema no va a haber una solución”, dijo.

El prelado platense explicó que “pareciera que el Estado, en las distintas jurisdicciones, no alcanza a tutelar debidamente la vida y los bienes de los ciudadanos. Y esta es una impresión generalizada. No quiere decir que la inseguridad sea una sensación subjetiva; por eso hablo de la proliferación del delito, que es el sentido objetivo del fenómeno de la inseguridad”.

Aseguró que relaciona “la proliferación del delito con la miseria. No digo con la pobreza, sino con la miseria… La miseria, la marginación, la exclusión de las condiciones de una vida digna, arrastran consigo miseria moral y exponen a las peores tentaciones”.

Tras observar que esta situación no se daba hace décadas, entre los motivos del problema de la inseguridad mencionó “la difusión amplísima e invasiva de la droga” que “se ha difundido capilarmente la droga en nuestra sociedad, amparada por complejas redes de complicidad”; “la fragmentación de la familia y la pérdida de su rol educativo”; una “decadencia de la cultura popular, de la que han desaparecido ciertos valores fundamentales”; “problemas morales y religiosos” pues falla “la comunicación de las verdades religiosas y de la encarnadura de estas verdades religiosas en la vida personal y social. Si Dios no cuenta en la vida de la gente, la sociedad se torna cada vez más inhumana”.

“Esta breve exposición tiene que acabar en una exhortación: todos tenemos que poner las barbas en remojo para contribuir a la solución de un problema que es muy complicado, que tiene múltiples facetas. Pero al Estado le cabe diariamente la obligación de tutelar la vida y los bienes de la población. Cuando digo el Estado estoy pensando en los tres poderes del Estado”.

Mons. Héctor Aguer por último aludió “al papel de la Justicia” pues la “la opinión pública suele afirmar que con mucha frecuencia los delincuentes entran por una puerta de la comisaría o del juzgado y salen por otra, todo en el mismo día. O las leyes, o el procedimiento seguido para su aplicación, carecen de la fuerza necesaria para poner en caja a la delincuencia”.

“Probablemente, una solución cabal del problema no se logre sino después de mucho tiempo y de una reconstrucción del tejido social que está profundamente dañado. La inseguridad no es un asunto policial, sino un problema político de primera magnitud. Su dolorosa vigencia es un signo elocuente de lo mal que anda la Argentina”.

 

Transcribimos el texto completo de la alocución televisiva de Mons. Héctor Aguer:

 “Hoy quiero hablarles de un tema que ya hemos abordado en estas columnas semanales, un tema de los más graves de la actualidad: la inseguridad. Más bien deberíamos decir la proliferación del delito”.

“Pareciera que el Estado, en las distintas jurisdicciones, no alcanza a tutelar debidamente la vida y los bienes de los ciudadanos. Y esta es una impresión generalizada. No quiere decir que la inseguridad sea una sensación subjetiva; por eso hablo de la proliferación del delito, que es el sentido objetivo del fenómeno de la inseguridad”.

“La crispación que se crea en la sociedad, la mezcla de miedo y de indignación provoca esa sensación de que uno está en permanente peligro, puede llevar a reacciones desmesuradas y a proposiciones imprudentes. Por eso habría que encuadrar seriamente el problema”.

“Sin duda el Estado tiene un deber inalienable que es el de tutelar el orden social y asegurar la vida y los bienes de la población. Y esto supone una tarea cotidiana. Pero si nos fijamos en las causas reales de esta situación, de esta proliferación del delito, que no se daban  hace veinte, treinta o cuarenta años;  habría que advertir que sin políticas a largo plazo, sin una consideración objetiva y completa del problema no va a haber una solución”.

“Todos quisiéramos una solución rápida, pero la solución profunda requiere otros acomodamientos en la sociedad argentina”.

“Personalmente relaciono la proliferación del delito con la miseria. No digo con la pobreza, sino con la miseria. Santo Tomás de Aquino ya indicaba que para practicar la virtud hace falta una cierta cantidad de bienes materiales. La miseria, la marginación, la exclusión de las condiciones de una vida digna, arrastran consigo miseria moral y exponen a las peores tentaciones”.

“Después hay que sumar también algo inédito en la Argentina, la difusión amplísima e invasiva de la droga. Todos sabemos muy bien que muchos de los delitos y sobre todo la gravedad de muchos de ellos, está determinada por esto. Es insuficiente, al parecer,  lo que se hace en esta materia y el problema es mucho más grave porque ya se ha difundido capilarmente la droga en nuestra sociedad, amparada por complejas redes de complicidad”.

“Pensemos en otras causales, como por ejemplo la fragmentación de la familia y la pérdida de su rol educativo. En la mayor parte de los delincuentes que pueblan nuestras cárceles, se comprueba, que no han tenido una familia detrás, que no ha habido una familia educadora, una familia que brinde amor y oriente la vida de los hijos”.

“La pérdida del sentido auténtico de la familia es un drama silencioso que se ha agrandado terriblemente en la Argentina. Estoy hablando de la familia en serio: la familia basada  en el matrimonio. Hoy día se habla ligeramente de vivir en  pareja y demás, pero la familia como ámbito de crecimiento integral, como hogar, como escuela de vida, está muy menoscabada”.

“Menciono otro hecho: existe una especie de decadencia de la cultura popular, de la que han desaparecido ciertos valores fundamentales como el respeto, el sentido de la justicia, la solidaridad, el valor de la palabra dada, el sentido del esfuerzo y del deber.  Todo eso está  también seriamente afectado”.

“Voy a ir más lejos todavía: hay problemas morales y religiosos. Pongo un ejemplo. Treinta o cuarenta años atrás una persona se iba a confesar después de cuarenta años sin pisar una iglesia y solía decir: “padre yo no tengo pecados, yo no mato ni robo”. De los diez mandamientos del decálogo sólo se acordaba de dos, pero se acordaba de dos que son fundamentales: no matar y no robar. Parece que actualmente esos dos mandamientos claves del orden natural ya no significan nada para muchísima gente”.

“Me pregunto si los ladrones y criminales de hoy han aprendido alguna vez que matar y robar son pecados graves. Por eso, aquí hay una falla en la comunicación de las verdades religiosas y de la encarnadura de estas verdades religiosas en la vida personal y social. Si Dios no cuenta en la vida de la gente, la sociedad se torna cada vez más inhumana”.

“Esta breve exposición tiene que acabar en una exhortación: todos tenemos que poner las barbas en remojo para contribuir a la solución de un problema que es muy complicado, que tiene múltiples facetas. Pero al Estado le cabe diariamente la obligación de tutelar la vida y los bienes de la población. Cuando digo el Estado estoy pensando en los tres poderes del Estado”.

“Quiero aludir de un modo particular al papel de la Justicia. La opinión pública suele afirmar que con mucha frecuencia los delincuentes entran por una puerta de la comisaría o del juzgado y salen por otra, todo en el mismo día. O las leyes, o el procedimiento seguido para su aplicación, carecen de la fuerza necesaria para poner en caja a la delincuencia”.

“Probablemente, una solución cabal del problema no se logre sino después de mucho tiempo y de una reconstrucción del tejido social que está profundamente dañado. La inseguridad no es un asunto policial, sino un problema político de primera magnitud. Su dolorosa vigencia es un signo elocuente de lo mal que anda la Argentina”.

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