En la foto: San Agustín describió la Ciudad de Dios y la ciudad de los hombres conviviendo en el mismo mundo… y en la Ciudad de Dios está nuestra Esperanza, porque hay una juventud que es buena, trabajadora, inteligente, alegre, y que no vive las malas propuestas del mundo
Por Lucas Peri
Se sabe que los boliches bailables, confiterías nocturnas, o como se las quiera llamar, no son como dicen algunos, lugares de contención para los adolescentes, donde balan, se divierten, comparten la noche con amigos y quien lo tiene, con su novio o novia.
Ese es el escudo de mentira que esconde la verdad de una impunidad inaudita que pareciera no tener fin.
Gente sin competencia moral pero con el amparo legal y “la vista gorda” de los diversos poderes políticos, se encarga de hacer que la televisión esté colmada de increíbles noticias con las cuales todos nos retorcemos de bronca y desconsuelo por no hallar forma de detener esta debacle.
Somos víctimas indefensas de un sistema que alentando la permisividad, adoptó el rótulo de hipócrita, cómplice, partícipe, y de este modo ocurren los hechos de popular escándalo que se apoyan sobre las bases de una desidia y ausencia por parte de los que nos deben, según la Constitución Nacional, proveer el bienestar general, y no hacen más que abandonarnos.
Por esto, hoy debemos hablar de jóvenes adolescentes que mueren a la salida de los boliches a causa de las peleas provocadas por el alcohol y que los lleva a perder el control de sus actos; los choques por exceso de velocidad y cruces no permitidos en las esquinas, a raíz del mismo descuido provocado por el mismo factor. Hospitales repletos los sábados y domingos por la madrugada con cuadros de coma alcohólico.
Si no se acaba con esta injusticia, nuestra juventud, que no tiene más alternativa, terminará rindiéndose a madres llorando porque sus hijos, acaso borrachos o drogados, acaban con su vida, la de los amigos que venían con él en el auto, y con el peatón que cruzaba la calle en el momento no apropiado. Claro, no apropiado porque son los enfermos por exceso de alcohol los dueños de la calle.
No tienen consideración ni respeto por ninguna persona, ni por ellos mismos, faltándose además el respeto entre sí de modo exagerado.
Ya ni las mujeres pueden ser llamadas señoritas cuando contemplamos a la salida de los bares sus regurgitaciones causadas por el exceso y mezcla de alcohol.
Hoy en día nadie está exento de padecer algún hecho delictivo o criminal, cuando prima el alcohol y pululan las lacras millonarias a las que llamamos empresas de importancia económica y que no son más que insolencia y juego, con hombres y mujeres, claro está, y que dejan al resto de la sociedad, cansada de luchar sin sentido a contracorriente, la resignación y el hastío como respuesta a los ataques inconmensurables a la cultura.
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