Por Alberto Asseff*
Un factor indispensable para el funcionamiento de un país es la confianza social. Es un primordial asunto interno, sin perjuicio de que también es necesaria la confianza proyectada hacia el mundo externo.
La confianza es esencial para que reine la convivencia. ¿qué país puede andar si sus gentes no pueden convivir? Es la confianza social la que cimenta la buena calidad institucional. El sistema se sustenta en las creencias y acatamiento colectivos.
La confianza es contagioso optimismo. Atrae a propios y extraños montando un escenario propicio para vivir y emprender. Correlato inverso es el pesimismo, ese que nos ha invadido y que limita horizontes y sega esperanzas.
La confianza es bienestar social. Contrariamente, su defecto apareja malestar. Es lo que sobrellevamos en este tiempo.
La confianza atenúa la necesidad de coerción. A más credibilidad menos punición. La población cumple con leyes y normas porque cree en ellas y no sólo por temor a la sanción. Aunque, naturalmente el posible castigo obra como persuasorio eficiente. A más confianza menos policía y menos burocracia. No es una ecuación utópica. El buen comportamiento social ahorra sellos, trámites y ventanillas oficinescas porque el régimen estatal puede marchar en el andarivel de la declaración jurada. Así sustituye intervenciones costosas delegando en el habitante la responsabilidad. Es lo que hizo Italia desde 2000 cuando, por caso, nadie tiene que aportar su partida de nacimiento para impulsar un trámite.
La confianza que nos falta produce efectos perversos como el incremento de la delincuencia común, la “viveza” mal llamada "criolla" y "sálvese quien pueda que yo hago la mía".
La confianza está casada con la verdad así como su antítesis con la mentira y la insidia. En las cumbres político-sociales de nuestro país hay demasiada mentira y exceso de insidiosos y escasa verdad. No podemos seguir relativizando a esta anómala situación. La verdad merece tener una oportunidad restauradora. Nos haría mucho bien a todos.
La demolición del INDEC ha sido una especie de tsunami para la credibilidad social.
El populismo es una de las más colosales mentiras que nos tiene atrapados.
La carestía de confianza se origina en el derrumbe del ejemplo superior. Sin ejemplaridad como faro orientador de la sociedad, se resquebraja todo, comenzando por lo institucional.
La confianza enaltece las relaciones e interacciones de los individuos. En lugar de recelarnos y atisbar dónde está la trampa que nos amenaza, ligarnos en acciones y negocios para interactuar y así enriquecernos cívica y económicamente. Estoy pensando en esa confianza que alienta a los movimientos políticos y a las organizaciones civiles y también en los miles de emprendimientos - de todas las dimensiones, desde micros hasta magnos - que mueven la actividad económica y generan bienes tangibles y servicios valiosos.
Son inenarrables las inversiones que no se realizan, tanto de ahorros internos como foráneos. A más desconfianza procedimientos más bastardos, menos riesgo y más especulación. El riesgo es un formidable motor de la vida humana. Asumirlo es prueba de potencia moral y su consecuencia es nada menos que el progreso social. El de verdad, no el de la publicidad oficial. Nadie arriesga en un escenario dominado por la clandestinidad del acomodo, la influencia y el amiguismo, tres nefastos compañeros de ruta de la decadencia nacional.
La desconfianza es el más ruinoso de los antinegocios. Los trunca dejándolos nonatos o los frustra a poco de comenzar. La falta de credibilidad de la población en sus mandatarios es gravosísima en todos los planos. El país se desfuncionaliza por completo como producto de los resquemores que se despliegan por doquier.
La Justicia se corroe con la desconfianza. Nace el escrache, el corte de rutas y calles y hasta la mano propia suplantando a los jueces. Es un colosal derrumbe no ya del sistema institucional, sino del mismísimo concepto de civilización.
La salud pública incumple su objetivo preventivo atrapada por una telaraña de intereses mayoritariamente espurios o, en su defecto, intolerablemente ineficientes. La confianza en este área, como en todas, se ha ausentado.
Los males sociales crecen a horcajadas de la desconfianza. Los pésimos gobiernos son hijos putativos de la desconfianza social. El desconfiado retacea su participación, no presta su concurso genuino, no pone el hombro de verdad. Y sin el respaldo real de la población es impracticable e irrealizable el ideal de buenos gobernantes. Peor, la carencia de participación, la apatía - que es hermana gemela de la desconfianza - fogonea al descontrol. Ya se sabe: un gobierno descontrolado es una catástrofe por donde se lo mire, desde las ruinas republicanas que genera, hasta la acción devastadora sobre la economía, hoy atada con alambres por la precariedad de su base. Economía cada día más ligada al anclaje del dólar para contener falazmente al azote inflacionario.
La desconfianza social agudiza los flagelos que nos azotan, desde la indigencia hasta la brecha de desigualdad que se abisma. Y torna ingobernable a un país que debiera ser el territorio ideal para modelar un sistema político-institucional paradigmático para todo el orbe.
Sólo la desconfianza social opera y entroniza el 'milagro al revés' de un país abundante que adolece por todos lados y en todos los aspectos. País sin conflictos, con una demografía manejable, con recursos pletóricos, que sólo por la desconfianza se va arruinando hasta parecerse peligrosamente a inviable.
La confianza se fue. En algún escondite está. Hay que reencontrarla. Su rastro nos lleva al patriotismo que no nos sobra, a la corrupción que sobreabunda, como su concubina la impunidad, a la que le debe su crecimiento exponencial, y a la anomia. Si renace el sentimiento nacional - indispensable en épocas de globalización -, reaparece la mínima e ineludible honradez - no maximizo para que nadie reproche utopismo - y nos reconciliamos con la ley, para reconocerla y cumplirla, tendremos la confianza perdida.
Y con confianza podríamos hacer cosas asombrosas, al punto de sorprendernos a nosotros mismos.
*Dirigente del PNC UNIR
Unión para la Integración y el Resurgimiento
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