Por Antonio Caponnetto
“No temas, rebañito mío, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el reino”
Ls. 12, 32
El domingo 5 de junio, en la Capilla Sagrado Corazón de Jesús, sita en el barrio de Flores Sur, se celebraba solemnemente la Festividad de Corpus Christi, como sucedió en los últimos cuatro años, en que el modesto oratorio fue recuperado para el Culto Sagrado.
De manera brusca y destemplada, un tal Antonio Panaro, de traza aseglarada y talante patibulario, que se hace llamar "Tony” y funge como párroco de Santa Francisca Javier Cabrini –parroquia de la que depende la mencionada Capilla- interrumpió la liturgia y con un balbuceo incoherente y mendaz, destrató a la feligresía, calumnió al Sacristán, declaró abolida la “tradición de las procesiones” -expresamente solicitada en el canon 944, "en una iglesia u oratorio"- y cerró, al fin, arbitrariamente el sencillo pero significativo templo.
Pecó contra el segundo, el tercero y el octavo mandamiento en forma ostensible, pública, insolente y aviesa. Violó coactivamente la ley eclesiástica vigente. Más de medio centenar de personas son calificados testigos de lo que sostengo.
Además de la profanación al Santísimo, que constituyó su brusca interrupción; además del odio a Jesus Sacramentado, considerando un acto improcedente el haberlo sacado en procesión triunfal por las calles del barrio, además del escándalo y del llanto causado a las muchas familias y jóvenes presentes, además de la ofensa innecesaria al celebrante –uno de los sacerdotes más eminentes que tiene hoy la Iglesia en la Argentina- el sujeto Panaro actuó despótica y abusivamente.
Abusó de su autoridad de párroco, abusó de su carácter de administrador de la Capilla, abusó de sus facultades, abusó de sus prerrogativas clericales, y abusó de la paciencia de una feligresía que no calló su indignación ni sus razones, ni quiso contener su reacción viril y legítimamente violenta. Pues el ofendido por el singular prete, no era un hombre ni una comunidad, sino el mismísimo Cuerpo de Cristo.
Panaro cometió un abuso cuya sanción está prevista en el Canon 1389,1. Porque abusar es usar mal, excesiva, injusta, impropia o indebidamente de algo; en este caso del cargo de la autoridad parroquial.
Estamos, pues, ante un caso atípico de Cura Abusador, cuyos abusos hasta ahora evidentes, consisten en discriminar injustamente y expulsar cobardemente a los católicos fieles al esplendor de la liturgia por la que tanto brega Su Santidad Benedicto XVI. A la par de esa cercenación abusiva de la dignidad del Santo Sacrificio de la Misa, contraviene en sus oficios parroquiales ordinarios muchas de las expresas prohibiciones enunciadas en la Instrucción Redemptionis Sacramentum, promulgada en tiempos de Juan Pablo II.
Esperemos que la Jerarquía ponga las cosas en su sitio. Podría hacerlo si se dejara guiar, siquiera una vez, por las palabras del santo abad cisterciense, Isaac de Stella: "Lo suficiente es fácil decirlo. El gozo, el amor, la delectación , la visión, la luz, la gloria, es lo que Dios exige de nosotros, aquello para lo cual Dios nos hizo. El orden y la religión verdadera es hacer aquello para lo cual fuimos hechos. Contemplemos lo que es la belleza suprema, luchemos vehementemente contra lo que se opone a ello. Todas nuestras actividades, el trabajo como el reposo, la palabra como el silencio, estén encaminados a este fin. Lo que no está encaminado a él, lo que no hacemos por el fin para el cual fuimos hechos por Dios, haciendo coincidir la razón y la intención de su obra y de la nuestra, no es una virtud y no merece recompensa"
Si así no fuera, sepa el abusador que su ignominia no hará mella en nuestro Catolicismo Militante. Suyas son las paredes. Nuestra es la Fe. Suyas las llaves de las puerta del pequeño oratorio. Nuestras las llaves del Reyno. Suyas las palabrerías vacuas con las que intentó justificar el atropello. Nuestras las palabras de vida eterna que nos inculca el Evangelio. Suyas, al fin, las poses demagógicas y populistas. Nuestra la Realeza de Jesucristo.
Entretanto, vayan estos simples versos impetratorios, para darle gracias al Dios de los Ejércitos, por estos cuatro años de cultivar el amor a la Cruz, en la pusilla grex en la que el Señor tuvo la gracia de colocarnos.
Bien dice Santo Tomás citando a Teofilacto y a Beda: “También llama el Señor pequeña grey a los escogidos, ya comparándolos con el mayor número de réprobos, o más bien por su amor a la humildad”.
Mántengase unidos en la Verdad Crucificada quienes tuvieron el honor de pertenecer a ese pequeño rebaño, custodio fiel del mandato paulino: “Conservaos firmes en la Fe y guardad las tradiciones" (2 Tes, 2,15). Resistamos, firmes en la Fe.
Será nuestra victoria frente a la tiránica ignominia de los curas heréticos.
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CAPILLA DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESUS
A Víctor Chéquer
Una casa nomás de humilde acervo
pesebremente, en una esquina ignota,
albergó lo perenne que rebrota
si dos o más se apean junto al Verbo.
El celebrante ungido y siempre siervo
de que no ha de alterarse ni una jota,
el latín secular, la noble nota
del gregoriano que canté y conservo.
Las vigilias de Pascua, el villancico,
las moniciones, los fervientes ruegos,
el gozo de esperar la Nochebuena.
El vino viejo en odres nuevo, rico,
en el umbral los niños con sus juegos.
Todo es tuyo, Señor, valió la pena.
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