Por Roberto F. Bertossi
Cuánto cinismo en la intelectualidad más institucionalmente involucrada, social, funcional y políticamente.
Cuánta asimetría entre anuncios oficiales y realizaciones.
Cuántos presupuestos que nunca se cumplieron sabiéndose anticipadamente que así sería.
Cuántas ordenanzas, resoluciones y leyes oportunistas e inaplicables por su imposible ejecutoriedad, se traducen una y otra vez -ante evidentes, sufridas y perjudiciales ineficacias- en "previsibles eficacias abstractas" (Vg. defensa del usuario y del consumidor, tarifazos, sobrefacturaciones, etc.; la inoperancia o ausencia de los organismos de control, de regulación agrícola, etcéteras).
Cuánto cinismo en tantos "revalúos" impositivos con tantos eufemismos y tautologías articulando abusos, exacciones y confiscaciones en "gabela" rurales y urbanas "sin contraprestaciones" (infraestructura, servicios públicos confiables con tarifas justas y razonables, etc.) claudicando vituperable y frecuentemente ante corporaciones que de hecho, nos vienen cogobernando.
Estos cinismos intelectuales provocan, explican y predicen la pérdida de confianza, de entusiasmo e impulsos vitales de innumerables argentinos que apenas pueden visualizar y presentir desde un colectivo sentimiento de orfandad, no otro destino que el propio fracaso, el extravío de sus hijos y de los hijos de sus hijos.
La sobreactuación, el despliegue y el repliegue del Estado y/o del Mercado favorecen y facilitan desde el cinismo intelectual esquemas de concentración, procesos sojeros sin campesinos y contra los campesinos, tanta ignorancia, tanta exclusión y tanta corrupción e injusticia incrementando inhumanamente el repudiable reverso de tantos enriquecimientos ilícitos e impunes, sin intermitencias ni vergüenza ninguna.
No otra cosa que este cinismo lo que está detrás en recurrentes fracasos fácticos de planes, programas y proyectos (salud, nutrición, educación, cultura, trabajo, seguridad, justicia, saneamiento, basura y más).
Cómo no entender al anciano Sábato cuando afirma: "Quienes se quedan con los sueldos de los maestros, quienes roban a las mutuales o se ponen en el bolsillo el dinero de las licitaciones no pueden ser saludados. No debemos ser asesores de la corrupción. No se puede llevar a la televisión a sujetos que han contribuido a la miseria de sus semejantes y tratarlos como señores delante de los niños. ¡Esta es la gran obscenidad! ¿Cómo vamos a poder educar si en esta confusión ya no se sabe si la gente es conocida por héroe o por criminal?".
Así, cuánta hipocresía cuando escuchamos o leemos quejas y reproches por la -cada día más- exigua participación efectiva y responsable de la gente, por su apatía, ignorando, despreciando y subestimando su hartazgo de tantos nepotismos y portaapellidos que han usurpado la idoneidad, las oportunidades y todas las posibilidades con arteros, indeclinables e indefendibles "enroques en un ajedrez con ínfulas de político y democrático" que vienen "pariendo" generaciones de "usureros de la democracia" con y sin testaferros ante la cobarde ausencia y omisión de los `Juicios de Residencia' pertinentes.
Regenerar la intelectualidad; deslindar, revelar y distribuir las responsabilidades correspondientes no podrá prescindir de un renovado protagonismo de todos, de cada uno y de cada cual revigorizados interiormente para una auténtica y más fraternal relación personal e interpersonal reencontrándonos con la dignidad, el desinterés y las alternancias republicanas, la grandeza ante la adversidad, las alegrías simples, el coraje físico, el esfuerzo propio, la ayuda mutua y esa entereza moral que hace que ni a un hombre ni a una mujer ni se le ocurra desentenderse de los deberes a su cargo, de la fidelidad al lugar y al rol que la vida nos otorga, es decir, sacudir y torcer esta inercia ruinosa, plagada de nefastas imposturas en la que más que peligrosamente, "avanzamos".
Sólo así ninguna "cínica e iluminada intelectualidad" nunca más nos impedirá actuar solidaria, autónoma, independiente y libremente para rescatar el presente y afrontar el futuro con esperanza logrando con toda equidad el bien común, un bien común que como fin y límite de todo estado y gobierno democrático, es absoluta y definitivamente incompatible con otras "recidivas políticas como son las descaradas repostulaciones de muchos candidatos, precandidatos y funcionarios inventados y reinventados desde 1983 por todos conocidos, fracasados, dañinos y socialmente perversos, `dotados' de mayor o menos simpatía y pícaras empatías populares que vienen truncando nuestra joven democracia actual que con tantos anhelos y legítimas ilusiones, inaugurábamos entonces".
`Mucho pueblo argentino' tan en ascuas, tan postergado y empobrecido democráticamente (?)', ya quiere también deliberar, legislar, gestionar y gobernar mediante otros representantes propios, capaces y probos que, como no, ya merecen largamente y 'sin censuras', su oportunidad cívico-política en el campo y en la ciudad para hacer finalmente realidades palpables y disfrutables las igualdades de oportunidades y realizaciones para una plena cultura de la satisfacción paradójicamente `demorada' en el país del pan.
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