Por Cosme Beccar Varela
Buenos Aires, 11 de Noviembre del año 2010 - 1009
El mismo día (8/11/2010) en que el Cardenal Bergoglio declaró en juicio por la desaparición de los Padres jesuitas Yorio y Jalics para lo cual concurrieron a la Curia todos los integrantes del Tribunal Oral Federal en lo Penal Nro.5, el purpurado inauguró la 100ª Asamblea Plenaria del Episcopado argentino con un discurso obviamente influido por el temor que le causa el hecho de estar involucrado en la mencionada desaparición, aunque por ahora sólo sea como testigo. Ese temor revela que está perfectamente consciente de que estamos sometidos a una tiranía que ignora el Derecho y procede con descarada arbitrariedad. Esa noción debería haberle movido a defender al Padre von Wernich, injustamente preso hace más de seis años. Pero no. Dejo para el final mi comentario de este discurso. Quisiera que Ud. lo lea primero y saque sus propias conclusiones.
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El Card. Bergoglio insta a un servicio fundado en la mansedumbre
Pilar (Buenos Aires), 9 Nov. 10 (AICA)
Bergoglio preside la misa de apertura de la Asamblea Plenaria
El arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina, cardenal Jorge Mario Bergoglio, llamó a sus pares en la Conferencia Episcopal Argentina a pedirle al Señor “para cada uno de nosotros crecer y consolidarnos en nuestro servicio al pueblo de Dios con un corazón manso”.
“Pedirle la mansedumbre que no agrede ni menosprecia a ninguno de los pequeños del Reino, la mansedumbre que, como hija de la caridad, es paciente, es servicio, no es envidiosa, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, sino que se regocija con la verdad; todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”, subrayó.
En la homilía de la misa de apertura de la 100ª Asamblea Plenaria del Episcopado argentino, que desde este lunes y hasta el sábado se desarrollará en la casa de ejercicios El Cenáculo – La Montonera, de Pilar, el purpurado porteño recordó que los obispos “fuimos elegidos para ayudar a nuestros hermanos a que –junto con nosotros- sean un pueblo pobre y humilde que se refugie en el nombre del Señor”.
“En el ejercicio de esta elección del Señor para conducir, santificar y enseñar, se nos pide que tengamos cuidado de no desgajarnos de Él, de no escandalizarlo, de no convertirnos en jefes y patrones extraños a ese pueblo fiel, al estilo del que denuncia el Profeta: ‘Jefes que son leones rugientes, jueces que son lobos nocturnos que no dejan nada para roer a la mañana; profetas fanfarrones, hombres traicioneros; sacerdotes que han profanado las cosas santas y han violado la ley; injustos que no conocen la vergüenza”, advirtió.
El cardenal Bergoglio sostuvo que “en la medida en que mantengamos nuestra pertenencia a ese pueblo fiel que camina confiado abandonado en Dios, no caeremos en estas actitudes que son, precisamente las que escandalizan”.
“Este modo de proceder que se nos pide nos refiere a la virtud de la mansedumbre pastoral. Esa mansedumbre no es una mera actitud psicológica sino un fruto del Espíritu Santo y ha de ser un rasgo propio de los pastores. San Pablo se la recomendaba a Timoteo: el pastor no debe tomar parte en las querellas. Por el contrario, tiene que ser amable con todos, apto para enseñar y paciente con las pruebas. Los pastores que aman a su pueblo, como buenos cristianos, muestran siempre una serena mansedumbre en su constancia y fortaleza”, concluyó.
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Quise transcribir primero el discurso del Cardenal Bergoglio porque confío en el "seusus fidei" de los católicos fieles y quiero creer que su sola lectura debe haber producido en sus almas indignación junto con una dolorosa sensación de vacío, el vacío que deja el Pastor infiel a su misión de guiar al pueblo al Cielo por medio de la Verdad y del Bien, de toda la Verdad y de todo el Bien.
Al menos eso es lo que sentí cuando leí el discurso del Cardenal Bergoglio en la apertura de la 100ª Asamblea Plenaria del Episcopado argentino.
Debo aclarar que al analizar ese discurso no me estoy erigiendo en juez de un Arzobispo sino en defensor de la Justicia frente a la tiranía a la cual el Prelado le está diciendo de soslayo que no debe temer resistencia alguna de parte de los católicos que dependen de él, ni mucho menos de él mismo.
Es este efecto político del discurso el que estoy discutiendo y a eso tiene derecho el más pequeño de los fieles porque la política es el campo propio de los laicos. La "consecratio mundi", la consagración del mundo, decía Pio XII es obra de los laicos. Lo mismo han dicho los Papas más recientes. La tarea de la Iglesia docente es enseñar los principios, luchar y exhortar a la lucha contra la injusticia en defensa de la Fe y de la Justicia, como lo hizo el santo Cardenal Midszenty en su valiente Cruzada contra el comunismo en Hungría.
La prédica del Cardenal Bergoglio que acabamos de leer, sin embargo, no sólo no combate la injusticia sino que recomienda no hacerlo nunca y desalienta a los católicos que lo hagan por sí. ¿Qué otra cosa puede significar esa exaltación de la "mansedumbre" como única conducta admisible para un católico en circunstancias como ésta en las cuales el crimen, la deshonestidad, el atropello, la violación del Derecho es el amargo pan de cada día? ¿Habremos de consentir el dominio perpetuo de los malos para no dejar de ser "mansos"? ¿Deberemos ser como animales domésticos sujetos a la correa de los tiranos?
Nuestro Señor Jesucristo enseñó: "No tenéis que pensar que yo he venido a traer la paz a la tierra; no he venido a traer la paz sino la espada. Pues he venido a separar al hijo de su padre, y a la hija de su madre y a la nuera de su suegra Y los enemigos del hombre serán los de su misma casa"(S. Mateo, 10-34/36).
Si Nuestro Señor vino a traer la espada y si el combate se dará siempre aún entre los padres y los hijos, ¿cómo hemos de hacer la paz, ser mansos y enterrar la espada nada menos que frente a los tiranos enemigos de Dios y de Su Justicia?
La mansedumbre debe ser constante pero con los buenos y con los débiles y hasta con los enemigos personales, es verdad, y ese es el sentido de la famosa frase de San Pablo en su Epístola a los Corintios (13, 4-8) que cita el Arzobispo, pero nunca con los enemigos de Dios y de Su Justicia, que oprimen a los débiles y pisotean todo Derecho.
Sin embargo, es otra cosa la que se deduce de las palabras de Mons. Bergoglio: "los obispos fuimos elegidos para ayudar a nuestros hermanos a que –junto con nosotros- sean un pueblo pobre y humilde que se refugie en el nombre del Señor”.
¿Dejarse robar, dejarse humillar, aceptar mansamente el yugo de los perversos, pudiendo resistir, es caridad o cobardía y traición?
Los mártires de los primeros tiempos murieron por confesar a Nuestro Señor Jesucristo porque eran una minoría ínfima en un imperio pagano y su vocación era derramar su sangre para probar la verdad de la fe. Pero en un pueblo católico (cada día menos católico precisamente por la desidia de los Prelados) esa sumisión a los malos es fomentar la apostasía y la victoria del mal.
A los Prelados que entregan de esa manera a su pueblo podría caberles aquellas lapidarias palabras de Isaías: "Ciegos son todos sus guardianes (N: los del pueblo fiel), ignorantes todos; perros mudos impotentes para ladrar, dormilones y aficionados a sueños. Y esos perros voraces jamás se ven hartos. Los pastores mismos están faltos de inteligencia: todos van descarriados por su camino, cada cual a su propio interés, desde el más alto al más bajo" (Isaías, 56, 10-11)
"Predica la palabra -dice San Pablo a Timoteo- insiste con ocasión y sin ella, reprende ruega, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo en que no podrán sufrir la sana doctrina, sino que teniendo una comezón extremada de oír, recurrirán a una caterva de doctores para satisfacer sus deseos" (2 Timoteo, 4, 2-3).
"Mas has de saber esto, que en los días postreros sobrevendrán tiempos peligrosos. Se levantarán hombres amadores de sí mismos, codiciosos, altaneros, soberbios, blasfemos, desobedientes a sus padres, ingratos, impíos, desnaturalizados, implacables, calumniadores, disolutos, fieros, inhumanos, traidores, protervos, hinchados y más amadores de deleites que de Dios, mostrando apariencia de piedad, no renunciando a su espíritu. Apártate de los tales." (2 Timoteo, 3, 1-5)
Todos los tiempos malos son figura de esos días postreros. Y es deber de los buenos combatir a esos malvados, no el presentarles nuestra cerviz mansamente para que nos impongan su yugo de perdición. El Prelado que aconseje mansedumbre ante ese peligro, desarma a los buenos y fortifica a los malos. Eso puede ser “politically correct” a los ojos de la prensa y de quienes tienen el poder, pero no es lo que se espera de un católico y, menos aún, de un Jerarca de la Iglesia militante.
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