Por Alejandro Pérez Unzner
Sangre, ranas, mosquitos, fieras salvajes, peste, úlceras, granizo, langostas, oscuridad y muerte de los primogénitos: los diez azotes bíblicos con que Dios castigó la dureza de corazón del soberano egipcio.
El actual monarca, perpetuado en el poder y con su hijo preparado para sucederlo, puede correr similar suerte que su vecino de Túnez, la Cartago moderna. El malestar popular crece, entre crecientes problemas económicos y aun alimentarios, y hace tambalear (a costa de muertes) a ciertos "reinados" norafricanos cuyo esplendor se asienta sobre bases algo inconvenientes para el bien común, y hasta echando mano de condenables prácticas.
Nosotros, atentos aquí en la Argentina, ya que plagas "naturales" venimos teniendo en serie, desde la "mosca de los cuernos" y la "roya asiática" para acá, casi tantas como accidentes groseros y, desgraciadamente, fatales. ¡Si hasta el mosquito del dengue (que es Aedes "de Egipto"), que estaba desaparecido hacía décadas, ha vuelto! Claro, después nos enojamos porque el "Faraón mundial" de este tiempo no nos viene a visitar y sí pasa por nuestros países vecinos, mientras nos pasamos años manifestando nuestro repudio al poder que representa (Algo así como que "Bush cumplió -con su rol- y Obama dignifica -con su presencia-").
Mientras, organismos supranacionales como la FAO, casi dotados de poderes sobrenaturales, llaman al orden a países bendecidos por Dios por dilapidar sus posibilidades de ser generosos.
Dadores de alimentos para sus propios habitantes y para las bocas del mundo, los países grandes en producción agropecuaria achican sus miras y son castigados, regañados, por cierto egoísmo, que en la vida cotidiana se viene traduciendo en este fuerte aumento en los precios de los alimentos a nivel global, a la par que cunde el desaliento entre sus propios productores.
Acotadas las chances de obtener adecuadas recompensas a su esfuerzo, agricultores y ganaderos se resignan: producen menos y dejan de ganar. Los alimentos llegan a la mesa encarecidos, en el medio algunos se llevan grandes tajadas del reparto monetario y a la larga quienes velan por transformar roca, agua y aire en frutos útiles perciben cada vez menores retribuciones, en muchos casos. Los que no son alcanzados por esta circunstancia son mal vistos por la sociedad, se generan rencores innecesarios y el malestar, como en el Egipto de Moisés y el actual, primer comprador internacional de trigo, aumenta. Y, como la "plaga de sequía" suele asolar no sólo a las tierras mesoorientales sino también, precisamente, a las de esos países mejor dotados, algunos "reyes" olvidan que, en la mala, poco lucran quienes no tienen qué vender para hacerlo. Entonces, resurgen las voces clamando por la creación de un ente promocional para la producción rural, por ejemplo en nuestro medio, frente a un negocio "faraónico" a favor de empresas transnacionales, sobre todo del sector triguero: se las acusa de evasión tributaria, expatriación de capitales y robo amparado por normas (y conductas) vigentes. Dicen los impulsores que debe ser un ente multisectorial "moderno y autárquico, que dé agilidad a las cadenas agroindustriales para alcanzar una sana competencia y conformar políticas de estímulo, en aras de "la honestidad del país y la calidad de vida de los argentinos".
Cuando se demolieron las corruptas estructuras locales reguladoras del comercio de granos y carnes, surgió como lógica consecuencia el manejo por parte de los poderosos de tamaña fuente de ingresos.
Hoy, algunos cortesanos del criollo medio procuran hasta llegar a enardecer los ánimos de los labradores, digitando quién de entre ellos puede vender su trigo y determinando parámetros cualitativos aun en contra de las leyes vigentes. Así, no hacen más que exacerbar las pasiones y no miden que la masa se vuelve como jauría azuzada en busca de sangre, pronosticando peste, granizo y oscuridad para quienes, haciendo pleno uso de la táctica del "divide et impera", en lo único que parecen creer es en que la carestía no acabe siendo el letal castigo para su dureza de corazón. Y más, en un año en que el pueblo deber acudir a reafirmar el mandato de su líder estatal o poner a otro en su lugar.
Dependemos del tiempo y del vecino. Más allá de los vaivenes de precios, caso los de ayer, afuera con bajas en cereales y mejora en soja, y de esta creciente bronca interna en materia triguera (y amenaza en el campo maicero), los datos acerca de la macroeconomía en 2010 hablan a las claras de la vulnerabilidad del país. Las exportaciones treparon un 23% y la cosecha agrícola fundamentó el 60% de dicho aumento. En la parte que compete a las industrias, el 75% del incremento se explica por las ventas de automotores al Brasil, nuestro faraónico vecino.
Los hechiceros de la corte, parangón actual de esos que no pudieron contra las plagas en el antiguo Egipto, rezan constantemente a las fuerzas de la Naturaleza para que no abandonen a estas tierras, generosas parturientas de materia comestible, y a los responsables del gobierno del Imperio cercano, para que nada turbe su prosperidad, cosa de no acabar sumidos en la oscuridad previa al éxodo. En el fondo, esperan que, llegada la ocasión, no falte el maná celestial. Mientras tanto, juegan con fuego.
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