Hace algo más de medio año, en ocasión de un panel de conferencistas sobre la reconciliación nacional, integrado por el arzobispo emérito de Resistencia, monseñor Carmelo Juan Giaquinta, y otras personas que en los dolorosos años 70 estaban en campos opuestos y enfrentados, salió a la luz la existencia de un movimiento que trabaja por la reconciliación de los argentinos.
Con el propósito de hacerlo conocer por el público, enviaron a AICA el ideario del Proyecto 70 veces 7. El envío está firmado por José Sacheri, Beatriz Fernández y Cristina Cacabelos.
José María Sacheri, es hijo del dirigente nacionalista católico Carlos Sacheri, asesinado en 1974 por el ERP; Cristina Cacabelos, es hermana de una militante de Montoneros muerta en un enfrentamiento, y Beatriz Fernández integra la comunidad de la iglesia de Santa Cruz, donde fueron secuestradas monjas francesas desaparecidas.
A continuación el texto del ideario del Proyecto setenta veces siete:
1. Quiénes somos
Un grupo de personas deseosas de trabajar por la paz nacional mediante la conformación de espacios de reflexión, diálogo y encuentro entre los actores y testigos directos e indirectos, voluntarios e involuntarios, de los hechos de la década del 70 y sus antecedentes, época signada por la violencia y la fractura que nos afectó a todos -aunque de diferentes modos e intensidad- en nuestra historia individual y colectiva. Provenientes de muy distintas vertientes sociales y políticas, confluimos en este común anhelo.
Con un criterio amplio, pretendemos humildemente convocar para la maduración y concreción de esta causa a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que tengan como meta el bien común y la paz de los argentinos.
Por qué lo hacemos
Porque nos duele nuestra patria herida y dividida por antinomias recurrentes, el tejido social fragmentado, disperso, con vínculos destruidos y una exacerbación del resentimiento entre hermanos, además de una ideologización y reivindicación acrítica de aquella lucha fratricida.
Porque hemos experimentado que la compasión, el padecer con el otro que es nuestro hermano y ser conmovidos por su dolor, tiene el poder de curar las heridas y de encender la esperanza de una Argentina que, sin olvidar los momentos de inmensa tristeza y desazón, nos permita descubrir la fecundidad del dolor, trascenderlo creativamente y mirar hacia el futuro.
Para qué lo hacemos
Para hacernos cargo de nuestra responsabilidad ciudadana en un proceso de pacificación humilde y sustentable que reconstruya relaciones quebradas por la violencia y que genere espacios de convivencia y concordia.
Para que nuestros hijos y nietos hereden una Argentina en paz y no les dejemos la pesada carga de seguir padeciendo las consecuencias de una terrible violencia que ni siquiera vivieron directamente.
Creemos
Que nunca el dolor ajeno puede ser visto como un triunfo propio, antes bien, puede volverse espacio para el encuentro fraterno.
Que no hay unas historias de sufrimiento para exponer y otras para esconder, aunque respetamos profundamente el derecho al resguardo de los relatos que sus protagonistas prefieran mantener en la intimidad.
Que tanto las relaciones personales como las sociopolíticas no deben seguir vertebrándose según el eje del poder y la violencia sino en torno a la contemplación del dolor desnudo e interpelante de quien sufre y a la práctica de la compasión activa, no un mero apenarse.
Que es necesario que cada uno haga su propia introspección y asuma sus responsabilidades en esta historia profundamente dolorosa que cercenó vidas y proyectos y, aun hoy, más de treinta años después, sigue reabriendo heridas profundas que, en algunos casos, el tiempo había comenzado a cicatrizar.
Que solo la verdad nos hace libres y permite caminar hacia adelante. Y es profundamente sanador pasar de la culpa o del rencor destructores a la responsabilidad integradora.
Que es posible una espiritualidad de la apertura, del reconocimiento del otro y la inclusión respetuosa y tolerantemente activa –no indolente- de la diversidad.
Que solo el diálogo, el encuentro humano, el perdón y la reconciliación o la concordia llevan hacia la paz:
Que el diálogo entre quienes no comparten las mismas razones y los mismos argumentos vale la pena en pos del bien. Requiere arriesgarse a perder seguridades adquiridas, cuestionarse principios considerados inamovibles, tomar conciencia de los límites de las verdades personales o del grupo de pertenencia, estar disponibles a escuchar sin prejuicios y a descubrir al otro.
Que el encuentro, cuando es realmente humano, es profundamente humanizante. Según palabras de Martin Buber: Únicamente cuando el individuo reconozca al otro en toda su alteridad como se reconoce a sí mismo y marche desde este reconocimiento hacia el otro, habrá quebrantado su soledad en un encuentro riguroso y transformador.
Que el perdón -que se gesta en la intimidad personal– libera y posibilita la vida en comunidad mediante el ejercicio de la no violencia como medio para promover la paz; la renuncia a la venganza y el amor creativo.
El perdón es un humilde y generoso gesto de misericordia hacia quien ha ofendido o lastimado. Puede trascender al Derecho, en una elección libre, para abrir en el ofendido y en el ofensor un camino que se sitúa en otro plano diferente al de la justicia humana. Es un acto de amor hacia el prójimo, generalmente de la víctima hacia el victimario, para intentar buscar y restaurar la paz alterada o perdida entre ambos.
Si bien el perdón no prescinde nunca de la verdad, puede -no exige, y allí radica su posibilidad de mayor perfección- renunciar al reclamo de justicia para permitir y facilitar la reconciliación.
El perdón, nutrido de misericordia, deja de lado cuestiones de la ofensa recibida, yendo al abrazo del otro para permitir que a su vez, reconozca la ofensa y manifieste su deseo de ser perdonado, acrecentando el bien y la satisfacción de ambas partes. Desde esta perspectiva a la justicia se le suman la solidaridad y la compasión.
Diferentes tradiciones religiosas y escuelas filosóficas brindan bases sólidas para reflexionar sobre esta actitud, muchas veces mal interpretada como desmovilización de la capacidad de asumir una causa o, más crudamente, como traición a dicha causa.
Que la reconciliación no es una mera vuelta atrás sino una novedad constituida por relaciones diferentes y mejores que las conocidas. Reconciliar es: establecer la armonía, acercar unos a otros, acortar distancias entre voluntades opuestas, allanar los caminos para encuentros cruciales que eliminen la enemistad entre grupos humanos. La nueva creación no se produce por la supresión de una de las partes sino por la aceptación e integración de las causas del conflicto y de los factores de separación, en procura de la común resolución de los mismos. No se trata de que un grupo absorba a otro, lo reduzca, asimile, haga desaparecer o destruya. Consiste en crear un nuevo cuerpo social y hacerlo con la conciencia atenta y vigilante a todas sus dimensiones: personales, sociales y políticas.
Que trabajar por la paz es cuidar la vida, optar por una forma de estar en el mundo desde los débiles, los vulnerados, los heridos, los excluidos, los olvidados. Sin adhesiones idolátricas, sin negar el conflicto ni huir de él, sino afrontándolo sin miedo y sin odio.
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