Por Jorge Omar Alonso (*)
En este País encanallado la razón no está suficientemente despierta.
Se supone que el hombre armado con la razón se encuentra dotado para elegir el mejor camino.
Pero algunos habitantes argentinos han perdido aquella capacidad y exhiben un daño cerebral que les ha hecho perder el juicio.
Como sociedad hemos dejado de exprimir individualmente nuestros cerebros, lo que nos servía para escribir el código de cohabitación, que la misma razón nos dictaba y así formar una historia colectiva.
En cambio vemos a individuos desarraigados sin ataduras morales, des-socializados sin poderse construir ellos mismos, que se adueñan de otras vidas más valiosas.
Son los habitantes del infierno.
Ante la ausencia de un marco que contenga un orden civilizado, la suma total de violencia que se observa en los enclaves suburbanos, se extiende a las metrópolis.
Asomándonos a aquellos universos con mirada crítica y desencantada, podremos ver a los "exiliados" de la comunidad que carecen del conocimiento suficiente del valor de las normas.
Exilio no corporal sino el intelectual como marca distintiva del decrecer humano.
Carentes de una forma de expresión articulada, emiten estallidos de frenesí ante los pobres espectáculos de la "cultura nacional y popular".
Hasta las instituciones de esta democracia mediocre, flexibles y móviles, han contribuido a la personalización aséptica hundida en la inferioridad y en la agresividad.
Estamos transitando horas de una formidable explosión de relatividad e indiferencia.
Argentina es indiferente a sus hijos.
País que ya no es adecuado para la vida.
Se ha enquistado una cultura de la muerte, que se lleva sobre todo a ciudadanos jóvenes e inocentes.
En cualquier lugar se pueden perder la vida y los bienes.
País de la desesperanza de una vida cotidiana donde nada es importante, donde lo frívolo, lo mediocre, lo superfluo y la violencia entran cada uno a su manera, en el tejido de los lazos sociales.
Lo propio de nuestro destino consiste en integrar y en vivir la idea de la muerte, de la conclusión repentina y de la precariedad de cada uno y de cada cosa.
Hay momentos que esa orgía de violencia tiende a inundar la vida social.
No hubiese querido este País para mis hijos, como no lo quiero para el nieto que comienza a dar sus primeros pasos.
La difusión de la mentira es el mayor crimen del régimen actual, porque amenaza con robarles a los jóvenes su derecho a la esperanza.
El antropólogo Robert Briffault había escrito: "No es posible ninguna resistencia contra el poder mientras se acepten como válidas las mentiras que justifican ese poder"
¿Debemos concluir que la única salida que tienen las jóvenes generaciones está en Ezeiza?
A nosotros los mayores no nos queda ni esa serenidad del tiempo que pasa.
Solo la resignación de haber dejado de creer que la vida, es una vida de instantes de los que hay que sacar provecho.
El imperio de la ley no es prioridad absoluta en nuestro sistema.
El porcentaje de gente que quiebra el acuerdo general que la cementa, se eleva arriesgando al estado basado en la ley y el orden. De este modo aquel ha de colapsar indefectiblemente.
La violencia está extendida y el acuerdo general para eliminarla, no encuentra consenso por esa tolerancia criminal que impera en la justicia argentina.
Deberíamos entender que la paz que pretendemos, debe ser respaldada por las armas, de la misma manera que la policía debe ir armada para mantener esa paz. No será con jueces prevaricadores y una justicia venial, llegando a compromisos con criminales, como lograremos la paz en el País.
Tampoco es prioridad como política de estado la educación, a la que definimos varias veces insistentemente como nuestra gran tragedia
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los mensajes son moderados antes de su publicación. No se publican improperios. Escriba con respeto, aunque disienta, y será publicado y respondido su comentario. Modérese Usted mismo, y su aporte será publicado.